jueves, 1 de septiembre de 2011

"PROBLEMAS CRUCIALES DEL PSICOANÁLISIS"-COMENTARIO


Comentario del Seminario XII: "Problemas cruciales del psicoanálisis”

(1964‑1965)

Daniel Koren y Nora Markman



¿Cómo se articulan las respectivas posiciones en juego en la dialéctica psicoanalítica, posiciones calificadas por Lacan como posiciones subjetivas del ser ‑del sujeto, del sexo y del saber?‑. Dicho de otro modo, ¿ cuál os la posición del sijeto en relación con el imposible saber del sexo, y que ción debe sostener el analista para que esta posición pu eda despejarse?

Lacan, la respuesta a estas preguntas esenciales, a las que conduce, paso a paso, el conjunto del seminario, no podrá darse sino después de algunos esclarecimientos previos: un cierto número de problemas cruciales deberán ser tratados, y un cierto número de elecciones deberán operarse en el psicoanálisis. Estas orientaciones fundamentales concurren principalmente para definir al sujeto determinado por el significante como sujeto en falta.

Se notará así la necesidad de subrayar la función de la numeración o localización lógica de la falta y la del nombre propio como lugar de sutura de aquélla, por el lado de la identificación simbólica; de situar esta función de la falta, como agujero en la estructura, con la ayuda de la topología; y finalmentede emplear de una nueva manera la triada de categorías de la falta inscritas en la relación con el Otro: privación, frustración y castración. Es lo que permite dar cuenta de la articulación, tal como aparece en la cura, entre la demanda, la transferencia y la interpretación.

Este seminario representa un momento, si no inaugural, al menos esencial en la tentativa efectuada por Lacan de elaborar una lógica de la falta que pueda volver pensable la experiencia del psicoanálisis.
Notemos, finalmente, que porprimera vez instituye los así llamados “seminarios cerrados”, donde los integrantes son invitados a tomar la palabra, suscitando así debates vivos y apasionantes.

*

En la anteúltima lección del seminario Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Lacan había anunciado el tema de su seminario del año siguiente: "Las posiciones subjetivas", antes de precisarlo más: “Las posiciones subjetivas del ser”. Tomó, sin embargo, la precaución de indicar a sus oyentes que ese título no era definitivo y que, tal vez, encontraría otro que fuera mejor (1).

En efecto, el seminario XII lleva otro título: “Problemas cruciales del psicoanálisis". ¿Por qué ese cambio de título? Lacan explicita esa elección en la última lección abierta de su seminario: después de haber recordado que había anunciado que hablaría de las "posiciones subjetivas del ser", reconoce haber tenido un “momento de prudencia” y después de haber pedido consejo (¿a quién?), adoptó el título de “Problemas cruciales del psicoanálisis". Sin embargo, precisa que su propósito no ha sido por ello abandonado. Las posiciones subjetivas, como las veremos al final de este texto, recubren las relaciones recíprocas del sujeto (el ser del sujeto del "yo soy" de Descartes) y de su relación con el imposible saber del sexo. Y Lacan añade que de eso se trata en la dialéctica psicoanalítica, pues nada es concebible allí "sin la conjugación de esos tres términos" (Clase del 16 de junio de 1965).

La relación entre el sujeto, el sexo y el saber define las "posiciones subjetivas"; estos tres términos se unen, como se verá, en una relación particular: la Entzweiung, la división. Lo que constituirá el eje de este seminario, y podríamos decir su alma, es la cuestión del ser indeterminado del sujeto, en relación con el imposible saber del sexo, pero en tanto su estructura misma está determinada por el lenguaje.

Podemos así afirmar que el movimiento del seminario muestra esta articulación nueva y radical que Lacan propone y desarrolla en la última parte de ese seminario. Pero, antes de proseguir, primero tomemos prestado, tal como Lacan nos invita a hacerlo, el camino de aproximación marcado por estas problemáticas fundamentales que nombra "problemas cruciales".

Estos problemas cruciales, como afirma Lacan, remiten, más de una vez, a la necesidad de "hacer elecciones". Estas elecciones, verdaderas líneas de partida, le permiten descartar cierto número de posiciones insostenibles acerca del sujeto del inconsciente y despejar convenientemente las "posiciones subjetivas" que la práctica analítica revela.


Significante, sentido, significación.

El primer "problema crucial" del psicoanálisis abordado por Lacan es la función del significante y la relación con el sentido y la significación. Toma como paradigma y como tema de discordia la ‑de ahí en adelante célebre‑ cita de Noam Chomsky, tomada de Estructuras sintácticas: "Colorless green ideas sleep furiously" (2). Lacan se sirve de este ejemplo para reintroducir la cuestión de la estructura: estructura del lenguaje, pero también, y sobre todo, estructura del sujeto. En la medida en que la estructura del sujeto depende de la del lenguaje, ya no será posible evocar la estructura del sujeto sin abordar lo que constituye esta estructura misma.

En esa obra, Chomsky considera las estructuras sintácticas con la intención de realizar una formalización de la gramática que pueda establecer lo que es gramatical y lo que no lo es, al menos en la lengua inglesa. Ahora bien, al decir esto, subraya Lacan, el autor se confronta con la lengua, y se ve llevado a introducir una diferencia suplementaria esencial. En efecto, por el sesgo de "las ideas verdes (que) sin color duermen furiosamente", el lingüista americano pretende introducir la distinción entre el orden gramatical y el orden de la significación o del sentido (meaning).

Ahora bien, Lacan valida que una cadena significante, con tal que sea gramatical, engendra siempre una significación.
Se trata de cernir la función del sentido. Pero, para esto, es necesario, según Lacan, pasar por otra fimción: la del significante. Lejos de ser neutra, esta función compromete, incluye necesariamente al sujeto. Ésta es la primera disyunción que Lacan introduce entre la lingüística y el psicoanálisis: el lingüista se compromete resueltamente en la vía de la formalización, vía que excluye al sujeto, mientras que para los psicoanalistas está excluido excluir al sujeto, puesto que el sujeto es el punto central: sólo se trata de él en la "praxis" psicoanalítica. Si el lingüista o el lógico del lenguaje pueden satisfacerse sólo con la dimensión del enunciado, el psicoanalista no deberá fiarse más que de la enunciación.

Dicho de otra manera, aun cuando la cuestión de la formalización en el psicoanálisis no está ausente en Lacan, él la diferencia radicalmente de la que está en juego en la lógica. Asimismo, subraya las diferentes relaciones que estas disciplinas tienen con la ciencia ‑la cuestión del sujeto define irreductiblemente la oposición que designan estas líneas de partida‑.

Lacan recuerda con firmeza que siempre promovió, en el centro de la experiencia analítica, la relación entre significante y sentido, haciendo recaer el acento sobre el primer elemento, el significante. A este respecto, remite a su texto “La instancia de la letra en el inconsciente” redactado justo antes del dictado del seminario ‘Las formaciones del inconsciente,' en el cual todas estas cuestiones fueron debatidas larga y ampliamente.

Este recuerdo le permite introducir un punto esencial que da el tono del seminario que nos ocupa: se trata de hacer las elecciones, las elecciones que conciernen a lo real. La elección de Lacan consiste en dejar abierto el espacio de una hiancia, de una pérdida que se produce cada vez que, en un discurso, el lenguaje intenta dar cuenta de sí mismo.

Esta pérdida marca la relación del significante con el sujeto y se sitúa en las antípodas de toda filosofia que vendría a maquillar, a disfrazar el carácter originario y fundador de la pérdida, de la falta. Sostener de esta manera, siguiendo a Lacan, el discurso del psicoanálisis implica la exclusión de cierto número de otras posiciones respecto a lo real. Para él, éstas deben ser denunciadas no sólo como falsas sino también como ideológicas.

Estas posiciones son representadas de manera ejemplar por Piaget y Russell. Este último, al proponer su teoría de los tipos, llega a elaborar la noción de "lenguaje‑objeto", que Lacan rechaza absolutamente. Lacan desafía a su auditorio a encontrar "una sola conjunción de significantes que responda a ese concepto" (Clase del 9 de diciembre de 1964. Vuelve a los mismos términos en la clase del 13 de enero de 1965). En cuanto a Piaget, considera el lenguaje como una simple herramienta al servicio de una función cuyo desarrollo sería inmanente: el pensamiento, la inteligencia. El lenguaje, para el psicólogo ginebrino, no sería otra cosa que un puro instrumento al servicio de la inteligencia. Lacan retoma a su modo el planteo de Piaget y se pregunta cómo ese instrumento puede ser tan inapropiado para su fin, cómo, justamente, el lenguaje es lo que hace obstáculo a la inteligencia. Con sutileza e ironía, Lacan sostiene que, si seguimos a Piaget, el pensamiento no sería otra cosa que la inteligencia buscando librarse de las dificultades que le impone el lenguaje.

La posición de Lacan es muy diferente. Consiste en afirmar que nada nos es inteligible, como "mundo" o “realidad” sin que el lenguaje haya introducido un corte en relación con lo real. En cuanto a la significación, no se produce sin intermediación entre el significante y el sujeto, pero implica la introducción del referente. Ahora bien, para Lacan, el referente es lo real, y un real aparentemente estructurado. Sólo que si es estructurado, lo es por el lenguaje. Dicho de otro modo, no podríamos saber nada de lo real si el lenguaje no fuera de la partida.

En lo que concierne a la función de la significación, la relación del significante con el sujeto está mediatizada por un referente. Lacan evoca los dos usos posibles del significante en relación con el referente (lo real para él): el uso de la denotación y el uso de la connotación. El uso de la denotación introduce ‑o, para ser más exactos, quiere introducir‑ una correspondencia biunivoca e indeleble entre el significante y el referente, mientras que la relación de connotación introduce un elemento radicalmente diferente, el del concepto. Queda claro de qué lado se sitúa Lacan.

Por una parte, él no deja de criticar la relación "sustancialista" con el lenguaje. Esa identidad entre la palabra y la cosa ‑que está presente en las nociones de pensamiento e inteligencia de Piaget o en la axiomática y en la teoría del metalenguaje de Russell‑ lleva a creer, en efecto, que existiría un punto de Arquímedes a partir del cual la cuestión del sentido y la verdad podrían decidirse. Por otra parte, recuerda que su seminario del año precedente había consistido en forjar los conceptos "rigurosos respecto a ningún referente" (Clase del 2 de diciembre de 1964): una manera de decir que si lo real es cernido por el orden significante, queda afectado por éste.

Esta perspectiva tiene sus consecuencias en la cuestión del sentido. En efecto, la barra que Lacan coloca entre el significante y el significado no sólo marca el lugar de la ruptura entre esas dos nociones sino que indica también dónde se realizan los efectos de sentido. De allí surge un retorno crítico a las proposiciones de Chomsky: contrariamente a lo que éste pretende, Lacan demuestra que debido a la borradura de la cuestión del referente ‑o de su fijación como biunívoco, lo que definiría una frase como colorless green como una frase sin sentido‑, el significado es flexible en todos los sentidos. Lejos de carecer de significaciones, esa borradura implica que la frase puede tener varias. Por lo tanto, Lacan subraya inmediatamente que esta "multi‑pli‑(signifi)cación" no es efecto de sentido y se distingue netamente de éste.

El efecto de sentido debe situarse en el nivel de lo que surge como efecto de significación debajo de la barra. Pero en la medida en que también hace aparecer lo que está en el corazón de la experiencia analítica: la dimensión del no sentido como aquello de lo real que resiste al orden significante.

Estas cuestiones, abordadas al principio del seminario y dejadas en una especie de suspenso, toman todo su relieve hacia el fin del mismo, después de que Lacan haya tomado fuertemente la contribución de la lógica. Él se refiere notable y abundantemente a las elaboraciones de Frege. Si la obra de este lógico tiene tal importancia para Lacan es porque muestra esa "extenuación de la referencia" (Clase del 2 de junio de 1965). Lacan retoma a su manera la diferencia que Frege establece entre Sinn y Bedeutung (3) y segúnla cual la Bedeutung guardaría relación con un referente cualquiera, en tanto que ese vínculo tendería a desaparecer o, en todo caso, a no ir de suyo, para el Sinn, el sentido.

Lo que para Lacan está en juego es lo real, y más específicamente lo real del sexo. ¿Cuál es el "referente" del sexo para el sujeto? Freud ya había subrayado que nada en el inconsciente designa lo que es masculino y femenino. Lacan precisa hacia el fin del seminario que el sujeto del inconsciente es el "sujeto que evita elsaber del sexo" (Clase del 12 de mayo de 1965). Es por esto que en el triángulo moebiano que presenta en las últimas lecciones, sitúa la Bedeutung entre el sujeto y el sexo, y el Sinn entre el saber y el sexo. Dicho de otro modo: si el sujeto produce una significación de su "posición subjetiva" en cuanto al sexo ‑que tiene una relación con su verdad... en el mismo nivel que un síntoma‑, en lo concerniente al "saber" del sexo, el sujeto se sitúa en una posición de exclusión y, entonces, de "no sentido", lo que por otra parte no quiere decir "insensato". Lacan considera inviable la elaboración de una lógica particular porque hay una relación de aporía, de obstáculo, entre el sentido y la realidad sexual. Esta lógica singular deberá hacer aparecer en la organización recíproca de los tres polos del sujeto, el saber y el sexo, el punto de exclusión del sujeto en relación con el sentido (Sinn) en su relación con el saber y el sexo, aún mejor: en relación con el saber del sexo. Pero esta doble alineación del sujeto abre el camino a lo específico de la experiencia analítica: la dimensión de la Bedeutung, que indica, para Lacan, el punto de emergencia de la verdad. Volveremos a esto más adelante.

Pero esta dimensión es la culminación de un recorrido en el que Lacan insiste sobre lo que es causa del sujeto: el significante, del que el sujeto es a la vez efecto y sutura de la falta. Y, a este respecto, Frege entonces le resulta muy valioso.


Nombre propio, numeración, sutura, identificación.

El célebre ejemplo del silogismo de Sócrates ("Sócrates es un hombre, los hombres son mortales, Sócrates es mortal") constituye la base a partir de la cual Lacan puede iniciar una nueva reflexión sobre las relaciones entre significante, sujeto, identificación, nombre propio. Esto constituye una nueva línea de partida entre la experiencia de la lengua, tal como permite y pone en evidencia la práctica analítica, y la lógica.

Lacan utiliza, criticándolos, los círculos de Euler para ilustrar los impasses del silogismo ("Sócrates es mortal"). Se ocupa de desenmascarar el escamoteo que encubre el silogismo: escamoteo de la función del sujeto que habla. Para Lacan, decir que "Sócrates es mortal porque todos los hombres lo son" quiere decir esto: que, para un sujeto, hay más de una manera de caer en la cuenta de que es mortal. Dicho de otro modo, la universalidad en juego en el enunciado del silogismo ("Todos los hombres son mortales") engendra una confusión de registros que enmascara la naturaleza irreducible de lo singular del sujeto, en este caso "Sócrates".

Bajo la apariencia falsamente evidente del silogismo se encuentra, según Lacan, un enredo de cuestiones que es necesario distinguir.

Un primer nivel de cuestionamiento deriva de la diferencia, ya señalada, entre sentido y significación. Lacan considera que la escritura del silogismo, siguiendo el modelo demasiado simplista de los círculos de Euler, induce una significación errónea, en el sentido de que introduce un encastre de clases en el que "mortales" engloba “todos los hombres” que, a su vez, incluye a “Sócrates”. Ahora bien, Lacan piensa que el silogismo debe comprenderse de otro modo. Hay una dimensión que no depende de la lógica inclusiva. Se encuentra en el elemento menor del silogismo: "Sócrates es mortal". Lacan plantea la cuestión de saber si no estamos ante una enunciación en la que se inscribe una demanda de muerte.

Lacan lo sugiere al subrayar que Sócrates ha pedido su muerte. En consecuencia, encontramos dos dimensiones allí donde, en apariencia, no hay más que una. A la linealidad identificatoria del silogismo representado según los círculos de Euler, Lacan le opone la dimensión de la identificación y la dimensión de la demanda. Dicho de otro modo, si todos los hombres son mortales, ser un hombre ¿significa demandar la muerte?

A partir de este quiasmo, Lacan hace intervenir la topología de las superficies, para poder captar la diferencia de nivel que encubre el silogismo. La utilización de la topología no es para nada accidental. Le sirve especialmente, a partir del seminario de “La identificación” para establecer lo que considera una teoría correcta de la identificación, allí donde la lógica falla ante la enunciación de lo idéntico.

Para que se perciba bien, Lacan se sirve en un primer momento de la topología del ocho interior (Clase del 9 de diciembre de 1964) y del toro (Clase del 12 de mayo de 1965). Esta última figura topológica le permite distinguir, a diferencia de los círculos de Euler ‑que definen dos campos equivalentes‑ lo que el silogismo encubre. Luego, desmonta el silogismo utilizando el ocho interior y sobre todo la botella de Klein, que es laestructura topológica de este seminario. No retomaremos aquí in extenso la demostración muy detallada que hace Lacan. Contentémonos con señalar el nervio de esta argumentación.

Lacan muestra la heterogeneidad de los enunciados que componen el silogismo a partir de la botella de Klein y más particularmente lo que se llama “círculo a contrapelo” que define también el círculo de reversión de la demanda entre el sujeto y el Otro. Por el sesgo de la representación topológica y haciendo entender el silogismo en su heterogeneidad, Lacan puede diferenciar el registro de la identificación y el de la demanda, algo que quedaba enmascarado en la supuesta linealidad del silogismo. Así Lacan hace surgir, claramente, lo que no puede quedar enmascarado bajo los oropeles de la universalidad: la singularidad del sujeto.

Señalemos ahora un segundo nivel de cuestionamiento. A partir de que se enuncia "Sócrates es mortal", "Sócrates" ¿es un nombre propio? ¿Qué es un nombre propio? Planteando esta cuestión esencial, Lacan retoma el debate iniciado en su seminario "La identificación" que lo opone notablemente a las posiciones de Gardiner y Russell. En oposición a la idea de Russell, para quien el nombre propio es “a word for particular” y contra la de Gardiner, que consiste en reducir el nombre propio a una diferencia sonora, Lacan propone que el nombre propio es el significante en estado puro. De hecho, introduce la función del sujeto, ya que el nombre propio sugiere en ultima instancia la dimensión de la falta. Lacan lo demuestra plenamente con el célebre ejemplo freudiano del olvido del nombre del pintor de los frescos de Orvieto, Signorelli.

Este ejemplo, que inaugura Psicopatología de la vida cotidiana, permite captar el estatuto original del nombre propio, cuya función es entonces, según Lacan, indicar la dimensión de la falta. Sugestión, se podría decir, a contrario, en el sentido de que el nombre propio marca el agujero que él viene a obturar, lo que Lacan llama una "falsa apariencia de sutura" (Clase del 6 de enero de 1965).
Retomando el ejemplo de Freud, Lacan considera que lo esencial no reside en las circunstancias del olvido, sino en el hecho de situar a qué agujero lleva ese nombre.

Primeramente, Lacan recuerda el esclarecimiento al que había llegado en su seminario Las formaciones del inconsciente: el olvido suscita una metáfora sustitutiva, pero a diferencia del Witz, no es creadora de sentido. Luego, introduce una nueva idea: el olvido de Freud se articula alrededor de la cuestión de su propia identificación con el Herr del personaje médico a partir del cual él se ve, sin darse cuenta que se mira desde su nombre propio: Sigmund ‑ Sig‑norelli. Lacan capta así, en vivo, el intervalo entre el punto en que se ve y el punto en se mira, a saber, el punto de evanescencia del trazo unario por donde "eso que en la lengua no puede traducirse más que por la falta viene al ser" (Idem ant.).
Lacan de este modo, por un viraje extraordinario, pone en evidencia la relación entre la desaparición del nombre, la atopía de la mirada y la atopía del significante: uno no puede verse allí donde se mira, como un significante no puede significarse a sí mismo. Punto de corte, punto ciego del sujeto en cuanto a la identificación con su propio deseo.

Paralelamente, Lacan introduce otra vía lógica que permite captar la relación entre el sujeto, la falta, la identificación y la función del nombre propio. Se trata de la noción de sutura, articulada con la teoría lógica de Frege (lógica del número cero, del uno y del sucesor).

El sujeto se instituye por una falta y Lacan sitúa esa falta como análoga a la función del cero en el pensamiento matemático (4). El sujeto es un efecto del significante y se manifiesta en un movimiento de pulsación repetida, apareciendo y desapareciendo en los desfiladeros del significante, y reapareciendo después sobre la marca del significante que viene a representarlo.

Lacan considera que la teoría lógica de Frege, que se especifica por una sucesión autorizada como tal por el acto de repetición, aporta un modelo que opera para percibir la función del sujeto tal como se desprende de la operación significante. El sujeto es confrontado a una lógica de la recurrencia. Si la falta se indica como análoga a la función del cero, no hay que olvidar que se instaura por la función del significante. Esta privación originaria será sustituida por el juego de la demanda. Lacan considera los significantes tomados en la repetición de la demanda equivalentes a la función fregeana del uno. De hecho, todo uno es un sucesor de un imposible que revela ser incapaz de colmar la falta, designada como cero. De allí la recurrencia de la demanda: el sujeto se manifiesta como una sucesión de demandas que recaen sobre la falta originaria. Ciertos significantes pueden, sin embargo, crear la ilusión puntual de colmar la falta. Así, la nominación, según Lacan, funciona como obturación imaginaria de la falta. Esto es lo que Lacan llama, hablando propiamente, sutura. Éste es el punto en el que Lacan más se aleja de Russell. El nombre propio no es el nombre (En francés, el término nom significa "nombre" y también "sustantivo" [N. de la T.]) que designa a cualquiera en una simple furición de denotación. Es esencialmente el nombre propiamente dicho y comporta una función de collage (Clase del 7 de abril de 1965): el nombre no viene a marcar una especial particularidad sino una desgarradura, para justamente taparla, suturarla (5).

Para situar la distancia entre saber y verdad, a continuación Lacan opera una torsión suplementaria e interpela, una vez más, a este interlocutor privilegiado, Descartes. Éste ve, señala Lacan, la marcha no de la verdad sino de la certidumbre. La verdad se descarga sobre el Otro, es decir Dios, sobre el arbitraje divino, y es expedida en la seguridad de las verdades eternas: por ahí, entonces, progresa la
ciencia, se instituye un saber que ya no tiene que obstruir los fundamentos de la verdad. A pesar de que la experiencia freudiana sólo es pensable a partir del sujeto cartesiano que constituye el saber de la ciencia sobre el modo de la producción de saber, el psicoanálisis toma de otro modo la relación entre el saber y la verdad.

En efecto, Lacan parte de ese resto que se deduce de la experiencia de la res cogitans ‑entendida como experiencia de lenguaje y recurre a la resextensa sólo en el esquema topológico ‑con el que está emparentada, dice Lacan‑. Para compensar, debe introducir necesariamente el campo del Otro, en la medida en que su estructura se relaciona con el lenguaje. Ahora bien, una precisión esencial: ese campo del Otro se inscribe en las coordenadas cartesianas no de espacio sino de tiempo. Lacan considera, ya lo hemos visto, que el discurso no se presenta como una propiedad lineal. Aquí es cuestión del tiempo lógico y de sus tres momentos: el instante de ver, el tiempo de comprender, el momento de concluir. Estos tiempos se van a inscribir en el dispositivo topológico.

Si bien Lacan busca proponer una topología esencial a la praxis psicoanalítica, remarca al mismo tiempo que toda representación que pueda darse en una tabla de dos dimensiones es necesariamente inexacta. Sin embargo, sostiene que existe una relación de analogía entre lo que la superficie representa para nuestra percepción y el espacio donde ella funciona, que representa precisamente el espacio del Otro en tanto que lugar de la palabra.

Lacan no desarrolla estos tiempos de manera directa. En cambio, intenta señalar, con la ayuda de esta superficie, los tiempos más importantes de la experiencia, que reduce a tres elementos fundamentales: identificación, demanda, transferencia.


Demanda, transferencia, identificación.

La cuestión de la identificación retorna otra problemática "crucial", iniciada al comienzo del seminario precedente. Concierne a la operación analítica misma y señala la relación entre la identificación y el fin de la cura. Se trata de saber si se puede considerar satisfactorio un fin del análisis marcado por una rectificación del ideal del yo, en particular por su "ajuste" desde el sesgo de la identificación con el analista. Por oposición, ¿las dificultades y los impasses que se advierten al fin del análisis no marcan, en definitiva, que no se ha tomado en cuenta suficientemente el nivel del objeto a?

Lacan recuerda que Freud considera la identificación con "el padre" como el primer tiempo de toda posible explicación del mecanismo. Ahora bien, ¿qué estatuto es necesario darle en nuestra experiencia a esa identificación con ese padre? Lacan remarca que, para Freud, este primer tiempo primordial, mítico, gira completamente alrededor de la problemática de la incorporación. Con este propósito, subraya que la referencia más mítica, más idealizante, se hace sobre la evocación del cuerpo. Señalamiento importante, si los hay, ya que Lacan precisa que en el punto inaugural del surgimiento de la estructura inconsciente se encuentra esta forma de referencia a un materialismo radical cuyo soporte no es "la biología sino el cuerpo" (Clase del 3 de marzo de 1965) teniendo el cuidado de precisar que se trata del cuerpo como aparato libidinal.

La segunda forma de identificación está ligada al objeto de amor en sí y Lacan sostiene que la posibilidad de la identificación con el objeto de amor se introduce por el lado de la frustración inherente a la demanda de amor. En esto, sigue a Freud, que habla de la alternancia entre el ser y el tener: al no tener al objeto de su elección, el sujeto pasa a serlo.

La tercera forma de identificación es la identificación histérica, de alguna manera directa, de deseo a deseo, "comunicación directa con deseo del Otro (Idem ant.).

Lacan se detiene sobre esta forma para mostrar el carácter enigmático de la noción de identificación en Freud. Por lo tanto, sus apreciaciones aparecerán perfectamente justificadas... a condición de articularlas bien, tal como él quiere hacerlo. Sobre este punto, Lacan desarrolla una crítica más precisa de este desvío de la experiencia analítica que sobrevino después de Freud, desvío que consiste una exploración más y más detallada de la frustración, entendida como la frustración de una necesidad (Clase del 10 de marzo de 1965).

Concluye que, si todo el análisis se desarrolla en este nivel, su consecuencia será desembocar en lo que Freud indicó como su punto de llegada, a saber, la roca de la castración.

Lacan no parte de esta posición. Ya introdujo en este tema la necesidad de la distinción de las categorías de frustración, de privación y de castración. Considera que, en la dinámica de la demanda y la transferencia, cuando uno queda enganchado exclusivamente del nivel de la frustración, la emergencia de la castración en el vacío del fin de un análisis de una neurosis o de un análisis "femenino" deviene, propiamente hablando, impensable. Más aún, Lacan trae a la luz una verdadera lógica de la falta puesta a operar en la articulación de la tríada privación‑frustración‑castración. Así, en primer lugar, la privación, considerada como privación originaria, está ligada al nacimiento del sujeto como tal y representa el efecto inevitable de la intervención del significante. En segundo lugar, la frustración no tiene ninguna relación con la necesidad sino con la demanda, y finalmente, en tercer lugar, la castración concierne directamente a la relación del sujeto con el sexo. Para abordar todo lo cual es evidentemente necesario que la frustración no sea entendida como frustración de una necesidad.

Para Lacan, la articulación de la castración con la frustración requiere que se plantee el estatuto del sujeto como tal. Lacan recuerda que esto constituye el aislamiento de la posición de la privacion, ya evocada por E. Jones, cuando éste interroga el enigma de la relación de la feminidad con la función fálica.

Lacan reintroduce por este rodeo la necesidad, que acabamos de explicitar, de la localización lógica de la función del cero y del uno. El sujeto como tal es impensable fuera de esta pulsación figurada por la oscilación del cero al uno. La repetición (uno, y uno, y uno más) constituye la operación en la que se engendra, primero como presencia de la falta, el sujeto. En la medida en que el sujeto se instaura, se soporta como ese cero que carece de colmamiento, puede jugarse la simetría de lo que se establece, y que queda enigmático para Freud, entre el "objeto que puede tener y el objeto que puede ser" (Clase del 3 de marzo de 1965). La experiencia muestra que la demanda no se juega simplemente en el plano de la ftustración que induce a la ficción tramposa de un ser cuya reducción al ser del analista ‑entonces a la identificación con éste‑ aportaría la vía de la salud. La experiencia indica que la operación, que va de la frustración de la demanda de amor a la segunda identificación comporta siempre un resto; que ningún colmamiento del uno, ni en el nivel de la demanda de tener, ni en el del ser de la transferencia, reduce completamente la división del sujeto.

Precisamente aquí se reencuentra el objeto a, entendido en una doble vertiente: por una parte, como soporte del sujeto, allí donde se evanece la pulsación entre el cero y el uno, y por otra parte como residuo que subsiste más allá de la transferencia. Este objeto a da su asiento a la investidura llamada de objeto: si ése no fuera el caso, toda investidura libidinal del sujeto se limitaría a la identificación narcisista con el objeto de amor.

Lacan considera, con razón, que solamente en la medida en que estas cuestiones esenciales son puestas en claro, se puede articular de manera más coherente la dialéctica de la demanda y de la transferencia en la cura... y, entonces, también la posición del analista en ella. Inversamente, en cuanto a la dialéctica de la frustración, cuando pasa al interior de la cura, se pierde de vista lo esencial del mensaje freudiano, es decir, que la cura se funda en el decir y la sexualidad. Es por esto que Lacan sostiene que la técnica analítica sólo es pensable a partir de una noción completamente articulada del sujeto (Clase del 17 de marzo de 1965). Lo que Lacan intenta remarcar desde el comienzo del seminario es el fundamento de esta posición del sujeto, que deriva esencialmente del orden de la falta (Puesto en exergo por Lacan en el nivel del nombre propio y de la numeración, como ya hemos visto).
Esta posición particular del psicoanálisis lo lleva a diseñar una lógica irreducible al orden binario de la lógica clásica, que reposa sobre la oposición del universal y el particular. Lacan opone a estas dos categorías el singular, y hace votos para que la formulación de esta lógica singular, a la cual nos permiten acceder la verdad y la práctica analíticas, permita "fórmalizar el deseo" (Clase del 5 de mayo de 1965).


La botella de Lacan

Para profundizar estas cuestiones, Lacan reintroduce las consideraciones topológicas que ya había utilizado hacía tres años. Estas consideraciones ocupan un lugar esencial en este seminario ‑especialmente en lo que concierne a la botella de Klein‑, y nos parecen indispensables algunos señalamientos.

La referencia topológica presenta, subraya Lacan, la ventaja de proveer una teoría adaptada a los hechos, en el sentido de que la estructura topológica es esencial a la del lenguaje. Las superficies topológicas permiten quebrantar la intuición elemental del tiempo lineal o del espacio. La topología permite representar ‑por intermedio del agujero, del toro, del ocho interior, del cross‑cap‑ lo que adviene del sujeto en la experiencia del análisis. El atravesamiento de una superficie por otra que la redobla será especialmente un medio muy cómodo ‑al decir de Lacan‑ para significar la relación del significante con el sujeto, en la medida en que, justamente, un significante no se significa a sí mismo.

La botella de Klein (Lacan se divierte un momento llamándola "botella de Lacan” especialmente el 16 de diciembre de 1964) es una superficie cerrada cuyo interior comunica con el exterior. La representación imaginaria consiste en visualizar una botella "flexible" cuyo gollete se introduciría en el cuerpo de la botella, yendo a reunirse, a "suturar" (Clase del 16 de diciembre de 1964) el fondo de esta última. Así se instaura una continuidad entre el interior y el exterior. Las propiedades topológicas de esta botella son tales que la superficie que la compone posee las mismas propiedades que la banda de Moebius, ya que no tiene más que un solo lado. Dejamos de lado las elaboraciones topológicas largamente desarrolladas por Lacan (6). Simplemente subrayamos por el momento la apuesta que esta extraña botella representa en la tentativa de elaboración teórica.

Partiendo del principio de que la función del significante es nada más que la representación de un sujeto para otro significante, se constata una ruptura con la referencia imaginaria que querría hacer creer en una especie de pacto preestablecido, natural, entre el significante y algo. Es por lo que Lacan critica las nociones de macrocosmos y microcosmos. Según él, la permanencia de la metáfora del círculo y de la esfera en el pensamiento cosmológico da testimonio de una creencia, en la correspondencia biunívoca entre el microcosmos y el macrocosmos. El conocimiento supone una concepción esférica del espacio. Ahora bien, esta referencia imaginaria estalló en pedazos con la irrupción del cogito cartesiano, y es esto lo que ha permitido, según Lacan, la fundación de la ciencia moderna.

La botella de Klein viene a dar cuenta de la experiencia del psicoanálisis a partir de la ruptura del lazo preestablecido entre significante y significado. Allí donde se rompe el paralelismo del sujeto con el cosmos que lo envuelve y que hace de él un microcosmos (psíquico, psicológico), la botella de Klein promueve una correspondencia estructural entre el "macrocosmos" y el "microcosmos" e instaura un agujero en la estructura: a la manera del toro, presenta un primer aspecto de empuñadura. Nos ofrece la imagen resultante de un círculo a contrapelo por donde lo que viene de un lado sobre el interior se encuentra en continuidad con el exterior del otro lado y donde del otro lado exterior e interior se continúan igualmente.

Lacan insiste incansablemente sobre ese círculo a contrapelo, ese gollete por donde se llega en un entre‑dos al otro lado del doblez donde este intervalo funda la correspondencia entre el "interior" y el "exterior". Lugar extraño, lugar del sueño y del Unheimlichkeit: se trata del lugar Otro, del lugar del Otro. Para poder existir, todo esto reposa sobre la estructura del lenguaje. Lo que no quiere decir que el lenguaje permita una adecuación a lo real, sino más bien que introduce en lo real todo lo que nos es accesible de manera operatoria. Dicho de otro modo, es el lenguaje el que entra en lo real y crea la estructura. Nosotros sólo participamos en esta operación y, en cierto modo, somos incluidos. Este movimiento fuerza a Lacan a servirse de una topología "rigurosa y coherente" que le permita la localización estructural.

Pero recurrir a la topología no tiene otro fin que mostrar la cuestión esencial del significante y la ruptura que él entraña: la constitución de lo que se puede llamar realidad depende de la intervención de elementos, hablando con propiedad, a‑cósmicos, es decir, el significante, el lenguaje, las pequeñas letras.

Estos señalamientos bastante arbitrarios toman relieve a partir de que Lacan los articula con las cuestiones esenciales de la práctica analítica. Así, dicho sea de paso, refuerza la elección que hizo en cuanto a lo real. Esto se traduce por un rechazo reiterado de toda entificación del sujeto y de todo sustancialismo: ni alma, ni puro espíritu.

En tanto que el campo del Otro se iriscribe en las coordenadas cartesianas, el sujeto determina su estructura en la relación con el lenguaje. La experiencia analítica es posible por una determinación primordial del sujeto por el significante, de tal modo que el síntoma, para poder ser desanudado, sólo se libera en el interior del campo del lenguaje. Esto es lo que justifica las "condiciones de artificio" de la experiencia analítica que modifican el alcance del discurso.

El síntoma aparece en su faz material, significante, y es en los significantes, en los fonemas, donde se repetirán las huellas que el significante ha imprimido en el sujeto.


Las posiciones subjetivas o lo imposible de saber del sexo.

Al llegar a la fase final del seminario, Lacan articula los tres términos alrededor de los cuales se organiza de algún modo la enseñanza de este año: el sujeto, el sexo y el saber.

Esta tripartición sujeto‑sexo‑saber introducida, entonces, en las últimas lecciones de este seminario es el resultado de un recorrido definido desde la décima lección, el 3 de marzo de 1965. Lacan parte de lo que considera una falla en la manera en la que se intenta dar cuenta de la especificidad de la experiencia analítica y subraya lo que querría instaurar bajo el título de "posiciones subjetivas", a saber, la reformulación de la articulación que había adelantado con la distinción estructural de los tres términos: privación, frustración y castración ‑términos que dan cuenta de los diferentes modos de estructuración de la falta‑. Por otro lado, muestra como algo absolutamente esencial a tomar en cuenta esta diferencia lógica para articular correctamente la práctica analítica y la dirección de la cura. Estos tres términos remiten al mismo tiempo a otra tríada también muy esencial, la de los tres registros real‑simbólico‑imaginario (7).

Para dar un ejemplo de la lógica implicada en la práctica analítica que supone esta tripartición en ese campo discursivo, Lacan toma el artículo de un lingüista para demostrar cómo fracasa al querer definir
lo que es el signo lingüístico. Se trata de una convención, de un modo de código para significar una cita entre una jovencita y su amante: “Sola [seule] a las cinco” (Clase del  7 de abril y del 5 de mayo de 1965). De este término “sola” que la persiana levantada de una ventana vendría a señalar, así como de la designación de la hora a la que el amante puede venir, significada por el número de macetas colocadas en la ventana, Lacan dirá que se trata de significantes y no de signos: en ese término "sola" hace emergencia algo del orden del sujeto. Ser la única [seule]funciona como deseo fantaseado por el sujeto, el suspenso en relación con el deseo del Otro. Ese deseo sanciona el funcionamiento de la llamada.
Este "sola" evoca la falta del amante y, en el intervalo entre "sola" y "las cinco", se traducen por una parte la cita para el encuentro, y por otra el deseo que lo sostiene, que surge de la formulación misma.
Lacan se sirve de este escueto ejemplo para hacer captar de lo que se trata en el marco de esta ventana: una emergencia del sujeto en ese "sola" que no tiene ningún fiador real, sino que presentifica la falta.
Lacan sitúa así lo que depende del campo analítico. Lo que podría aparecer, en un primer abordaje, como una experiencia de código, en el sentido de codificación de un mensaje, aparece como una operación significante, pues no tiene otro alcance que ser traducido en términos de significante: "sola".

Volvamos ahora a esta relación entre el sujeto, el sexo y el saber que define para Lacan las "posiciones subjetivas". Estos tres términos están unidos por una relación particular: la Entzweiung, la división. Esta Entzweiungcaracteriza el estatuto del sujeto como localización de la falta: división del sujeto en relación con el saber, división del sujeto en relación con el sexo. ¿Por qué Lacan elige este término Entzweiung en lugar del más "freudiano" Spaltung? Más allá de las indicaciones que da él mismo (Clase del 9 de junio de 1965) este término alemán Entzweiung parece introducir matices particularmente significativos, especialmente el de disensión, desacuerdo (estar en desacuerdo, no acordar), desavenencia, divergencia: disensión subrayada entre los "dos" sexos que podría anunciar la no relación sexual.

Lacan propone la representación de una configuración en tríada en la que cada término envuelve de alguna manera al otro en una relación circular: si el sujeto determina su lugar a partir de la experiencia del cogito, con el descubrimiento del inconsciente, es decir, de la naturaleza fundamentalmente sexual de todo deseo humano, y si el inconsciente es un saber cuyo sujeto queda indeterminado, en el inconsciente éste se detiene ante el límite del sexo, que confiere al sujeto, dice Lacan, una nueva certeza, la de "tomar abrigo en la pura falta del sexo" (Clase del 19 de mayo de 1965.

¿Qué quiere decir? El sexo, en su esencia de diferencia radical, se rehúsa al saber. En tanto la verdad del sexo es imposible de decir por entero, el sujeto se manifiesta como resto, residuo de esta falta de saber. Freud ya había indicado esta característica esencial del inconsciente, de ser un saber que no se sabe, de modo que el sujeto está siempre desfasado en relación con la palabra que cree suya. El sujeto sabe más de lo que cree y dice más de lo que quiere. La cuestión del saber se articula completamente alrededor de la cuestión del sexo, de la pulsión epistemofílica, del deseo de saber. Lacan hace hincapié en que la cuestión de la verdad se introduce como una "diferencia dialéctica" en relación con el saber. La verdad no es un saber por venir ni una realización del saber. Lacan sitúa la emergencia de la verdad evocando la noción heideggeriana de aletheia, como revelación. Pero se trata de una revelación muy particular: la que lleva al sujeto al encuentro con lo real del sexo. Es el punto en el que la experiencia y la práctica del análisis encuentran su límite en la forma de lo imposible. La verdad ha de decirse sobre el sexo; sólo que esta verdad es imposible de decir y esta imposibilidad retorna como una falla en el saber. Falla que, en Descartes, deviene certeza de saber y signo de esta falta de saber, lo que del sexo se rehúsa al saber. Es por esto que todo saber "se instituye en un horror insuperable a la mirada de ese lugar donde se aloja el secreto del sexo" (Clase del 19 de mayo de 1965).



fig1


Así se articulan estos tres polos que Lacan relaciona en su esquema:

‑ el saber inconsciente, saber agujereado en la medida en que sabe todo, menos la falla que lo determina;

‑ el sujeto replegado en las únicas certidumbres extraídas de sus fantasmas: no querer saber nada de ellos y no querer saber de su imposibilidad;

‑ el sexo como el lugar en el que se sitúa esta verdad imposible de saber y, además, de la que nada se quiere saber. Lacan introduce un verdadero apólogo con el fin de subrayar la radicalidad de la cuestión.


El apólogo trata de un juego. El análisis es, de cierta manera, un juego, pero de un género un poco especial. El juego del análisis, adviértase, se instituye con una regla que excluye el sexo en tanto punto de acceso imposible (en la medida en que lo real se define como imposible). Planteado así, el juego se reduce a la relación del sujeto con el saber, y esta relación no puede tener más que un solo sentido, el de la espera. El sujeto espera ¿qué? Ninguna otra cosa, según Lacan, más que su lugar en el saber, y la pasión del juego surge del hecho de que frente al sujeto supuesto saber, el sujeto se instituye como aquel que puede, que va a saber.

El juego se instituye a partir del hecho de que yo puedo saber algo, en tanto que lo que ha sido excluido del saber como imposible, el sexo, deviene la realidad de lo que está en juego. Pero La.can quiere llegar a esto: si el psicoanálisis es un juego, si tiene todas las características de éste ya que en su interior se sigue una regla, entonces se trata de saber cómo el analista se comporta en este juego, de qué manera debe ocupar su posición en este juego a fin de conducirlo de una manera correcta. En un análisis hay, en apariencia, dos jugadores cuya relación es un malentendido, ya que uno de los dos ocupa el lugar del sujeto supuesto saber, mientras que “el sujeto no se aísla sino retirándose de toda sospecha de saber” (Clase del 19 de mayo de 1965). Esta relación falaz es necesaria: el sujeto supuesto saber está ahí para hacer la conjunción del polo del sujeto con el polo del saber, para llevarlo a constatar que en el nivel del saber, no se supone sujeto, puesto que es inconsciente.

Esta metáfora permite que Lacan muestre una vez más la distancia entre su posición y las otras corrientes analíticas. Evocando el juego de Pascal o las estrategias de la teoría de los juegos de von Neumann, en las que los sujetos maximizan sus chances de repartirse la apuesta de una manera satisfactoria para los dos, Lacan indica que esto hará creer que sujeto y saber pueden volver a reunirse y hacer alianza común. Esto es lo que se llama “alianza con la parte sana del yo” o bien "engañémonos juntos". Lacan insiste: la única manera de llegar a una identificación del sujeto indeterminado del inconsciente con el sujeto supuesto saber (lo que quiere decir: el sujeto del engaño) consiste en no olvidar al tercer jugador en el combate, a saber, la diferencia sexual.

La posición correcta del analista se desprende entonces, para Lacan, de esta puesta en perspectiva. En relación con la realidad sexual, el sujeto se constituye siempre a partir de su propio juego, que se resume en la división entre el sujeto y el saber. El sujeto no quiere saber nada de lo que, a un tiempo, es su causa y su puesta en juego, a saber, el fantasma. Desde ese punto de vista, el analista no puede en ningún caso contentarse con una repartición equitativa de la apuesta: es un juego en el que no hay lugar para soluciones de común acuerdo. Pero, precisa Lacan, si el sujeto está a la defensiva, no lo está contra el otro jugador, el analista, sino contra la realidad sexual. Esto define el rol del analista digno de ese nombre: llegar a un resultado, derivar de esta defensa una forma siempre más pura, y éste es el deseo del analista en la operación. Lacan considera que conducir al paciente a su fantasma original "es no enseñarle nada, es aprender de él cómo hacer" (Clase del 19 de mayo de 1965).

El análisis se verifica porque se muestra en una superposición estricta con el deseo del Otro (superposición entendida como la superposición de las superficies en el ocho interior). No es que al paciente le sea dictado el deseo del analista, ya que éste se consutuye en un espacio virtual, del lado del Otro, y se hace deseo del analizante.

En este lugar ocupado por el analista se sitúa, según Lacan, "el punto del deseo en el polo opuesto donde se aloja la realidad del sexo" (Clase del 19 de mayo de 1965), (véase el esquema que sigue).

Si el analista llega a sostenerse en este lugar, puede ocurrir que el sujeto llegue a una "traición del pudor" en relación con la realidad del sexo: a confrontarse a los límites del significante en cuanto al sexo. El saber inconsciente se refugia en un derecho que Lacan, evocando de modo poético las "vías antiguas", denomina “un derecho al pudor original” (Clase del 19 de mayo de 1965) para evocar el umbral del secreto del sexo infranqueable para el sujeto. Éste es el punto de suspensión de las últimas posiciones subjetivas. Éstas se dividen en relación con la creencia o en relación con la certidumbre. Están los que creen que la cosa sabe, pero justamente creen porque no están seguros: son los neuróticos. Y están los que no creen en el Otro porque están seguros de la cosa, están seguros que la cosa sabe: son los psicóticos.

Como quiera que sea, si el deseo del analista debe sostenerse en el punto preciso de una complicidad abierta a la sorpresa, ese será el punto de lo inesperado en el campo de la espera. Inesperado que no es el peligro, precisa Lacan, ya que uno se prepara para lo inesperado. Lo inesperado, para decirlo con las palabras de Lacan, es una "espera ya esperada", cuyo modelo topológico será el del ocho interior, puesto que este inesperado se revela como siendo ya esperado pero sólo cuando sobreviene.

Volvamos una última vez, a fin de completar el recorrido, sobre la tríada que nos propone Lacan.


fig2


La tríada sujeto‑saber‑sexo es redoblada por una segunda en la cual Lacan introduce tres términos: Sinn (sentido), Zwang (empuje) y Wahrheit(verdad). Por intermedio de Zwang, Lacan pasa a ZweiEnt=ciung (división); se establece una equivalencia entre Spaltzing y Entzweiung. SitúaZwang entre el sujeto y el saber, Sinn entre el saber y el sexo, Wahrheit entre el sujeto y el sexo. Estas relaciones definen lo que Lacan considera el estatuto del sujeto. En particular a partir del Zwang en relación con el saber: lo que se llama un síntoma, es decir, esta relación particular que mantiene todo sujeto con el saber sobre sí mismo. Este Zwang, entonces, no es sin  la relación del sujeto con su síntoma.

En cuanto al Sinn, el sentido, Lacan ha insistido mucho sobre el hecho de que éste conduce infaltablemente al Unsinn, a, "no sentido", jugando con la ambigüedad de la expresión (pas de sens, que también significa "paso de sentido"). Pero el sentido y el "no sentido" están marcados por la cuestión del sexo. Es por esto que Lacan sostiene que en la línea de fuga de la división (Entzweiung), allí donde el sentido encuentra el "no sentido", el punto de unión del sujeto con el sexo, nos encontramos con aquello de lo que se trata en el análisis: la Wahrheit, la verdad. Esta experiencia que separa, por una parte, lo que se puede interpretar del sentido y que viene al sujeto del lado del saber (inconsciente) en losimpasses, tropiezos y escollos del significante y del discurso; y por otra parte, este significante Otro que marca al sujeto en su relación con el sexo. Esta relación es la castración.

Concluyendo el seminario, Lacan vuelve sobre lo que nos había evocado como "su elección". Puesto que su recorrido, que se manifiesta de modo brillante en el seminario, no tiene otro punto de mira más que los psicoanalistas, en la medida en que el psicoanálisis mismo depende de la formación de los analistas y que éstos no están al abrigo de todo tipo de resistencias al psicoanálisis. Una de estas resistencias, aquella que concierne a la psicologización del psicoanálisis con su cortejo de ideas normativas y de falsas evidencias, se bate en retirada ante la enseñanza de Lacan, que insiste, hasta el final del seminario, sobre la dimensión irreducible de lo real en juego, que concierne en última instancia a lo imposible de saber sobre el sexo.

Este seminario en su recorrido sinuoso marca un punto importante en la elaboración de Lacan. En efecto, retoma las cuestiones que hacía mucho tiempo estaba trabajando en su teorización. Pero se encuentran enriquecidas por nuevos aportes, especialmente la elaboración de una lógica que pueda hacer pensable la experiencia del psicoanálisis.

También afirma un cambio de dirección en la enseñanza de Lacan que ya había comenzado en los tres seminarios precedentes (La identificaciónLa angustia, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis) y que se acentuará más y más en los seminarios siguientes (8).





Notas:

(1) Jacques Lacan, El Seminario. Libro XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, texto establecido por Jacques‑Alain Miller, Buenos Aires, Paidós, 1990, págs. 254‑255. La expresión de Lacan tiene más matices: "[...]toda esta preparación en lo tocante a los fundamentos del análisis debería normalmente desplegarse mostrando ‑ya que sólo según la posición del sujeto puede encontrarse un centramiento adecuado‑ qué esclarecimientos aporta a esto la articulación del análisis por el hecho de partir del deseo. Posiciones subjetivas, entonces ¿por qué? Si me fiara de lo que está a la mano diría: las posiciones subjetivas de la existencia … prefiero decir las posiciones subjetivas del ser. No pongo toda mi fe, anticipadamente, en este título, pero … de eso se tratará".

(2) Noam Chomsky, Estructuras sintácticas, Madrid, Aguilar, 197 1. La traducción al castellano de esta oración es: "Las ideas verdes incoloras duermen furiosamente". [N. de la T.]

(3) Gottlob Frege, “Sentido y denotación”, Escritos lógico-filosóficos, París, Seuil, págs. 102‑126. Subrayamos sin embargo que Lacan traduce Sinncomo sentido (sens), mientras que en general conserva Bedeutung en alemán, o eventualmente lo traduce como significación (signification). Este problema de traducción fue indicado, acertadamente, por Philippe de Roulhan en su obra Frege: les paradoxes de la représéntation, París, Minuit, 1988, especialmente al comienzo del capítulo 2, "La signification".

(4) "Es lo que nos provee este embriague del 1 sobre el 0, que nos viene del punto en el que Frege entiende que se fanda la matemática. Desde allí, se percibe que el ser del sujeto es la sutura de una falta" (J. Lacan, "Reseñas de enseñanza, 1964‑1968; Ornicar?, Nº 29, verano de 1984).

(5) Lacan tomará como ejemplo el "Poor (d)J'eLl" del caso de Sera Leclaire y los desarrollos que había consagrado a la trilogía de Paul Claudel en su seminario sobre la transferencia.

(6) Especialmente en las lecciones del 9 y del 16 de diciembre de 1964, y del 6 de enero de 1965.

(7) Nótese que Lacan abordó esta "tripartición" repetidas veces, especialmente en los seminarios La relación de objeto, Las formaciones del inconsciente, El deseo y su interpretación y La angustia.

(8) No hemos hecho mención de las intervenciones efectuadas durante los seminarios "cerrados" pues nos focalizamos en la enseñanza de Lacan propiamente dicha. Sin embargo, el lector del seminario encontrará interesantes las diferentes exposiciones y los debates apasionantes que esas exposiciones suscitaron. Ocho sesiones del seminario fueron "cerradas". Se encontrarán especialmente las exposiciones de S. Leclaire, J.‑A‑ Miller, Y. Duroux, P. Aulagnier, X. Audouard, P. Kaufman, J.‑C. Milner, M. Montrelay, así como las intervenciones de J. Oury, R. Mayor, M. Safouan, 0. Mannoni, L. Israel, J. R Valabrega, L. Irigaray, J. Diamantis, entre otros.

*****

Texto extraído de "Jacques Lacan, un psicoanalista", Erik Porge, págs 332‑339, Editorial Síntesis, Madrid; España, 2001.
Traducción:  Antonio Milán,
Edición original: Editions Eres, París, 2000.
Selección y destacados: S.R.
Con-versiones Junio 2010
 www.con-versiones.com

2 comentarios:

  1. No obstante conviene aclarar que esta “mismidad entre el otro y yo” no implica para Lacan, una fusión o comunión que vaya a dar lugar a una nueva unidad, en el sentido dionisíaco.
    El interés preciso y puntual es en cambio, la delimitación de la relación analítica, en donde la individualidad de quien se somete a un análisis y la persona del analista mismo no cuentan en tanto tales (se disuelven) ya que en el dispositivo se articula el inconsciente como discurso del Otro, que se define también como “saber articulado del que ningún sujeto es responsable”. [20]
    En este caso la impersonalidad no radica en una suerte de impulso o principio radical, ni tampoco en la exigencia pulsional entendida en términos energéticos.
    Lo impersonal del inconsciente como discurso del Otro se establece en la medida en el trabajo de análisis se propicia “que eso se diga”.
    De este modo, el inconsciente se constituye como un discurso sin autor, impersonal, pero
    para su establecimiento se requiere una dimensión de alteridad, en términos de la instalación de la transferencia analítica, para el caso de las neurosis.
    La dimensión transferencial, involucra la posibilidad de que más allá de la demanda que apunta al saber sobre la causa del padecimiento dirigida a un Otro (analista) investido de autoridad ,(sujeto supuesto saber) se opere por la función del deseo del analista una interpretación del deseo, a realizarse en la vía de un análisis de la estructura lógica concerniente a concatenación significante que searticula en el espacio del entre-dos del análisis .La autoridad se traslada ahora lo que se dice.
    Esta operación para Lacan supone que el analista se sitúe con relación a la función del objeto a como causa de deseo, pensado topológicamente como un agujero, un vacío localizado en el vínculo analítico, sin que pueda enunciarse una pertenencia a ningún yo .
    Una muestra de esta posición es la referencia a otra superficie topológica, la botella de Klein. Ésta puede conformarse por dos bandas de Moebius (cintas uniláteras con un semigiro ) autoatravesadas y pegadas. Se representa así la relación del el sujeto y el Otro, las dos bandas, entre las que se ubica un vacío común, delimitándose con esta figura el espacio transferencial.
    aprenderlacan.es.tl

    Que se diga queda olvidado tras lo que se escucha. Pensarlo y por favor, escribir un comentario. Gracias. Viene mejor que un mensaje en el contestador.


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  2. Que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha. Comentar, por favor. Gracias

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