ENRIQUE JEZIK, ARTISTA ARGENTINO
Enrique Ježik: “Para sanar una sociedad hay que visibilizar lo oculto”
Enrique Ježik
“Para sanar una sociedad hay que visibilizar lo oculto”
Por Valeria Bula
Enrique Ježik está convencido de que “el hombre es el lobo del hombre”, como ya lo había dicho Thomas Hobbes; “pienso que la maldad no es una enfermedad, sino que es parte de la naturaleza humana”.
Su propia juventud estuvo atravesada por cruentos sucesos de violencia política, como la dictadura cívico-militar argentina y la guerra de Malvinas. “Cuando se produjo el golpe de Estado del 76 yo tenía 14, aunque no tuve una experiencia traumática directa crecí en ese contexto de represión, el ‘no te metás’, el ‘algo habrán hecho’, el miedo inculcado en la mentalidad de la sociedad”.
En Argentina trabajaba con esculturas relacionadas a las culturas primigenias. En 1990 emigra a México. Allí los cambios comenzaron. Su interés muta y las referencias a la dictadura, la violencia y la tortura ligadas a su país de origen comenzaron a emerger.
Lo primero que hace en torno a esta temática es “Desde el abandono”: Una vitrina con huesos humanos ¾denotaba tortura¾ se conectaba con un texto en braile que decía ‘Desaparición’ y otro junto a unas armas en el que se podía leer: ‘¿Quién confiará en nuestra decisión de olvidar?’.
De mamar un contexto de violencia pasa a otra violencia en su país de adopción. Es así como se embarca en el tratamiento del terror que lo atraviesan como ser humano. Asimismo, refleja el acostumbramiento de la sociedad a este tipo de maltratos y deja que estos impongan sus condiciones.
Al llegar a México se encuentra con un país disgregado y martirizado socialmente, con graves problemas de corrupción de parte de los medios que invisibilizan cuestiones ligadas al crimen organizado, el rol de los jueces, de los fiscales y la Policía.
En 2006 asume Felipe Calderón la presidencia de México y hace de la lucha contra el crimen organizado, política de Estado. Las fuerzas armadas salen a las calles. Se recrudece la violencia. Según un estudio de Líbera, asociación civil italiana que lucha contra las mafias alrededor del mundo, en México entre 2006 y 2012 se produjeron un promedio de 53 muertes por día, lo que da un total de más de 136 mil asesinados en total, de los cuales 116 mil están relacionados con la guerra contra el narcotráfico. Según explicaba el ex presidente las bandas no solo exportan a Estados Unidos, el mayor consumidor de drogas del mundo, sino también al resto de Latinoamérica; esto los llevó a una lucha por el control del territorio generando más violencia.
“En México hay una carnicería atroz. En reacción a los asesinatos y tomando como referencia una obra de Robert Smithson del 67 que tiraba asfalto desde un camión a un precipicio, yo tomé esta idea pero en vez de asfalto tiré seis metros cúbicos de materia orgánica”.
Poner las cartas sobre la mesa es lo que busca Ježik. “Para sanar a la sociedad las cosas deben estar menos ocultas”. Su postura está muy lejos de los discursos pacifistas que los considera ingenuos, “me gusta más plantear los problemas y generar reflexión”.
Su obra no tiene como objetivo denunciar, porque “para eso están los periodistas que tratan lo inmediato en cambio los artistas tenemos la instancia de reflexión”. Esta reflexión tiene la posibilidad de abrir surcos y el diálogo en medio de tanta violencia.
A fines de 2006 lo invitan a Oaxaca; acababa de producirse un levantamiento social y hubo una gran represión, “en una primera instancia pensé en hacer algo relacionado con el conflicto pero yo viniendo de afuera explicarles lo que ellos habían vivido me parecía absurdo, entonces hice unas 20 siluetas relacionadas con la represión local en general”. Lo criticaron porque no trató directamente el tema ¾explica¾ pero el artista tiene esta ventaja de “en términos militares hacer un repliegue táctico que sirve para ver la situación, reflexionar, analizar y luego volver a actuar”.
En este contexto Ježik realiza en 2006 en referencia a la represión policial un video a donde policías antimotines entran a una sala de exposición, todo era improvisado, nadie sabía lo que iba a suceder; los policías entran golpeando los escudos y comienzan a avanzar. “Yo hablo de represión y ahí no ponés la etiqueta del país porque en todos lados tenemos situaciones semejantes”.
Amante de la historia militar y la geopolítica, Ježik se interesó en las armas y la tecnología.
Así la utilización de armas en su trabajo es central pero las armas, explica el artista, no han sido creadas solo para agredir o defenderse sino que también para cazar. De esta forma el replanteo y el debate muy en boga en este momento en Estados Unidos acerca de la legalidad de la portación de armas a raíz de las masacres de niños producidas en escuelas se hace inevitable. “Yo me preguntaba ¿qué pasa en una sociedad donde alguien va y se mete en una escuela primaria a matar chicos?”. Un cuchillo sirve para cortar el pan y a nadie se le va a ocurrir, si está en su sano juicio, utilizarlo para matar a un familiar, “para mí la discusión no tiene que ver con las armas sino con la locura del tipo, con los niveles de violencia muy serios que alberga la sociedad estadounidense”.
Ježik ganó el premio Petrobras (100.000 pesos) en el marco de arteBA 2013 con su obra ‘Aguante’ a donde se ve un ejercicio de oposición a donde el mismo artista participa colocándose del lado de la oposición contra una máquina de la construcción con el fin de reflejar las relaciones de fuerza. “Me disgusta mucho las asimetrías de poder que se producen en las relaciones políticas y sociales y entonces reacciono”. Su interés por las máquinas de construcción es por la contradicción inmanente que presentan, esto es que son utilizadas para destruir. También le llama la atención como reemplazan a las personas. Se las piensa con la meta de “prolongar el poder del cuerpo como prótesis al igual que las armas”.
En 2000 había realizado una residencia en Marnay sur Seine, a 100km de París, un lugar idílico, al lado del Sena. Pero muy cerca, a tan solo 3 km está emplazada una de las tantas centrales nucleares que tiene Francia (64 aproximadamente). Allí el artista intentó hacer un proyecto, cuya autorización fue denegada pero sí resultó un video-instalación, que consistía en subir con cámaras por las escaleritas exteriores de la central y hacer notar las contradicciones entre lugares de aparente paz, idílicos, cerca del Sena a donde familias se reúnen a navegar o a ‘picniquear’ y a pasos nomás, la presencia riesgosa y amenazante de la central nuclear .
Para finalizar el artista expresa que recibir el premio Petrobras fue muy importante en su carrera, pero que anteriormente ¾aclara¾ en Argentina luego de su exilio había tenido dos instancias de residencia valiosísimas (Proa y Urra) que le sirvieron para pensar nuevos proyectos y reconectar con gente. Dentro de este juego que propone el artista en torno a la destrucción/construcción remata: “Yo no llegué de la nada, fue toda una construcción”.
“Lo interesante del libro es que permite revisar estas otras prácticas que si no se hubieran reunido como archivo se hubieran perdido, porque son totalmente efímeras, y tan efímeras que ni los propios artistas tienen buena documentación. Hay fotos muy precarias, porque no era una necesidad para ellos el registro”, señala Hernández, del libro con textos de Cuauhtémoc Medina, Guillermo Santamarina y Patricia Sloane.
ResponderEliminarDesde Héctor Zamora, Tania Candiani, Marcela Armas, Joaquín Segura e Iván Edeza hasta Maris Bustamante, Enrique Jezik y Francis Alÿs, y el colectivo Tercerunquinto o el espacio La Galería de Comercio, integran este conjunto de creadores, que coinciden en su desinterés por la permanencia de su obra, y entonces sólo pueden ser revisados a partir de la documentación.
Los autores explican que en este caso el concepto de transgresión se refiere a la ruptura del artista con el espacio institucional que, en ocasiones, más allá de responder a un acto rebelde, se convirtió en una línea de creación.
“Conforme ha transcurrido la historia del arte ha cambiado el concepto de transgresión, entonces fue justo lo que empezó a madurar la investigación, y nos dimos cuenta que tampoco les interesaba a los artistas como tal, sino pasa de la confrontación a la institución a una especie de forma de creación.
“Y nos dimos cuenta que las piezas tenían mucho que ver con el espacio público, este interés de pensar un poco a la ciudad de manera benjaminiana, como un enorme museo, entonces los artistas toman, literal, las fachadas como sus escritorios y los puestos de periódicos como su biblioteca”, señala Miller.
Sin embargo, aclaran los coautores, no son prácticas que surgieran por generación espontánea; al contrario, tienen sus orígenes en la década de los 70 y 80, cuando los artistas reunidos en los llamados “grupos” empezaron a crear obra que salía de la plástica tradicional como la pintura o la escultura.
“Esta línea de la plástica mexicana se rompe cuando llegan todas estas prácticas que hoy conocemos como arte contemporáneo. Entonces, esto permite que esta crisis de los medios sea patente, no sólo en la producción artística, sino en dónde se exhibe y por eso es importante reflejar obras que salen de la lógica institucional”, añade Hernández.
Una de las primeras lecturas que ofrece el libro es sobre la producción heterogénea al no poder trazarse una sola técnica o un único interés estético; por el contrario, la década se caracteriza por un abanico de propuestas, desde acciones aparentemente sencillas como la caminata de Francis Alÿs por el Centro con una pistola en mano, hasta la instalación lumínica Xipe Tótec de Thomas Glassford en el Centro Cultural Tlatelolco.
Lo mismo hay producciones en el centro de la ciudad, como en la periferia; de artistas hoy consagrados como de quienes aún no han lograron el reconocimiento, indican.
“Es la primera vez que se habla de esta época por la cercanía temporal y porque no se ha acabado de desmitificar los 90 y, hasta que se cierre este momento, se empezará a teorizar sobre los 2000 y creo que nosotros estamos dando un primer paso”, concluye Miller.
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