ANTHONY DOUGLAS CRAGG-LIVERPOOL(1939) EN BUENOS AIRES EN 2006








Edición impresa |  ARTE

Tony Cragg

1981: "Bretaña vista desde el norte"

OBRAS FUNDAMENTALES DEL ARTE DEL SIGLO XX

Gloria PICAZO | Publicado el 08/11/2000

Tony Cragg (Liverpool, 1939) encabeza el gran resurgir de la escultura británica en los ochenta. Un temprano interés por las ciencias le llevó a trabajar, entre 1966 y 1968, como técnico en un laboratorio de bioquímica, antes de asistir al Gloucester College of Art and Design de Cheltenham y al Royal College of Art de Londres. En ese período trabajó en una fundición y comenzó a interesarse por la escultura, en un momento de predominancia del minimal, el conceptual y el arte povera, con el que coincidía en su interés por los materiales “pobres” hallados en la naturaleza primero y en las calles después. En 1977 se trasladó a Wuppertal, Alemania. En la primera mitad de los ochenta desarrolla este interés por los objetos encontrados y, a mediados de la década, utiliza materiales más tradicionales, como el bronce, el hierro, la escayola, la piedra o el cristal, a menudo interesado por los contornos biomorfos y por las superficies, y siempre con una creatividad formal sorprendente y un gran sentido del humor.


En 1986, con motivo de la exposición Entre el objeto y la imagen. Escultura británica contemporánea, presentada primero en Madrid y posteriormente en Barcelona, se escogía como portada de la edición del catálogo en español la obra de Tony Cragg Bretaña vista desde el norte. La espectacularidad de la pieza seleccionada como imagen visible de la muestra, así como el gran impacto que la misma produjo en nuestro país, y en especial entre las generaciones más jóvenes de escultores, vienen a confirmar el buen momento escultórico que se produjo en Europa, y en especial en las Islas Británicas, durante la primera mitad de la década de los ochenta.

Tras asistir al Royal College of Art de Londres, y entrar en contacto con los principales representantes de la escultura británica del momento, entre ellos Barry Flanagan, Gilbert & George y Richard Long, Tony Cragg inicia una serie de trabajos relacionados con la naturaleza. Se trataba de pequeñas intervenciones con todo tipo de materiales naturales, que en cierta manera retomaban la tradición del paisaje inglés, pero que pronto serían sustituidas por un creciente interés por los objetos que la sociedad actual produce industrialmente. A finales de la década de los setenta, Cragg empezó a recorrer y observar la ciudad, para recoger aquellos elementos que conforman nuestro paisaje urbano, acumularlos y ordenarlos, ofreciendo nuevas visiones sobre nuestra cultura industrial. él mismo cuenta cómo en esa época su proceso de trabajo se basaba en viajar, pensar y hacer. A raíz de sus exposiciones se trasladaba a una ciudad y empezaba a localizar todo tipo de materiales para realizar sus obras, gracias a lo cual tenía la posibilidad de absorber su atmósfera y podía acercarse a lo que le interesaba a la gente de la comunidad. De este procedimiento de trabajo surgieron piezas, hoy tan significativas para la evolución de la escultura en la segunda mitad del siglo XX, como New Stones - Newton’s Tones (1978) o Self-portrait with Sack (1980). Quizá esta última sea la que mejor recoja conceptualmente los intereses de Tony Cragg en ese momento: la silueta del propio artista realizada con todo tipo de fragmentos de plástico, procedentes de objetos cotidianos, junto a su petate repleto de esos mismos objetos.

Se puede asegurar que tras la obra de Tony Cragg existe un profundo interés por la naturaleza, a la vez que el deseo de establecer una relación real con los objetos y los materiales que le rodean, y ello es algo sensiblemente evidente en las obras llevadas a cabo en este período que cubre la primera mitad de los años ochenta. La singularidad de sus propuestas le proporcionaron pronto una gran aceptación internacional, y el resultado fue su selección para asistir a la Documenta VII de Kassel en 1982, cuando contaba con poco más de treinta años.
Con obras monumentales como Bretaña vista desde el norte o Multitud (1984), una acumulación de numerosos personajes multicolores con su propio autorretrato encabezando el grupo, Tony Cragg desafiaba los aspectos tradicionales de la escultura, situándose en un plano muy cercano a lo pictórico.

La escultura abandonaba el “pedestal” convencional, para desplegarse en el espacio, evitaba los materiales tradicionales para inclinarse por aquello que la misma sociedad está habituada a rechazar, escudriñaba la ciudad y el paisaje industrial como antes había admirado el paisaje bucólico, tan propio de la cultura inglesa, e iniciaba algo que nos atreveríamos a llamar como una “estética del contenedor”, de la que se podían desprender muchas posibles lecturas: desde un interés objetivo e inmediato por el entorno en el que vivimos a un respeto por el mismo, que ahora, con la perspectiva del tiempo transcurrido, casi podríamos definir con cierta conciencia ecologista.

Así mismo, las obras realizadas en este período por Tony Cragg, y en especial Bretaña vista desde el norte, están teñidas de una buena dosis de humor e ironía, algo nada extraño si nos detenemos un instante a pensar en tantos ejemplos significativos de la literatura inglesa. Se trata, en definitiva, de la confirmación visual de estas palabras del artista: “El arte es la celebración de la vida, existe para alegrar nuestras vidas y para que la sepamos apreciar, y al mismo tiempo nos sirve para prepararnos para el futuro”. Con el paso del tiempo, la obra de Cragg se ha expandido en numerosas propuestas muy diferentes entre sí, pero siempre todas ellas han puesto de manifiesto su deseo insistente de utilizar el arte como un instrumento personal para conseguir un conocimiento cada vez más profundo sobre el mundo. 


Gloria Picazo, crítica y comisaria de exposiciones, ha colaborado con el Capc de Burdeos y con el MAC BA de Barcelona done, en 1991 comisarió la muestra de esculturas de la primera mitad de los 80 de Cragg. Actualmente es responsable de Artes Plásticas del Ayuntamiento www.elcultural.es
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Comentarios

  1. Tony Cragg dice:

    "El futuro no puede quedar en manos de los políticos"



    Es uno de los escultores más reconocidos



    Ningún aire de divismo o excentricidad asoma en el discurso sereno, ordenado y erudito de Tony Cragg, uno de los más influyentes y prolíficos escultores contemporáneos.

    Cragg pasó fugazmente por Buenos Aires para desplegar, en persona, los enigmáticos volúmenes de diversos materiales, exhibidos hoy, junto con un centenar de dibujos que muestran sus descubrimientos de formas inéditas, en la sala Cronopios, del Centro Cultural Recoleta.

    “No se les puede dejar el futuro a los políticos”, dijo Cragg, entrevistado por LA NACION.

    Es un investigador infatigable de los materiales, que transforma con sentido poético.

    Fue la Tate Gallery, en 1988, la primera institución que formalmente reconoció su aporte a la invención de formas tridimensionales, al otorgarle el codiciado Premio Turner.

    Cragg venía de representar a Inglaterra en la Bienal de Venecia, de ese mismo año, y ya se había convertido en el artista británico más conocido en el exterior, con récord de exposiciones individuales en todo el planeta.


    La contribución de Cragg a la escultura radica, principalmente, en el enlace de dos disciplinas en apariencia disímiles: el conocimiento científico y la experiencia estética, amalgamadas con el objetivo de extender nuestro conocimiento y percepción de las cosas a través de una estructura que no encuentra ningún parangón previo de representación.

    Ante sus obras, el desafío a la imaginación del espectador salta a la vista, opinan unánimemente los críticos.



    Durante los Juegos Olímpicos de Atlanta, Cragg le mostró al mundo, a través de su monumental escultura World Events -cerca de 2000 maniquíes de aluminio ensamblados que forman la silueta de un niño sosteniendo una pelota- el poder de su inventiva.

    Tres años atrás fue la ciudad de Nueva York la que le encargó otras dos de sus creaciones en bronce para engalanar el espacio verde de Battery Park con sendos instrumentos musicales, un laúd y una tuba, a los que bautizó Resonating Bodies .


    Codirector de la Escuela de Arte de Dusseldorf -donde, según contó, se forman actualmente muchos artistas argentinos-, Cragg produjo la totalidad de sus obras (más de 750 esculturas, a razón de 50 piezas al año) en su taller de Wuppertal, la ciudad industrial a orillas de Rin en la que vive con su segunda esposa y sus cuatro hijos.


    Hecha posible por el galerista Daniel Abate, su muestra en Recoleta fue financiada íntegramente por un grupo de coleccionistas extranjeros.

    En un alto del montaje de su exhibición, en la que debió persuadir con argumentos convincentes a los empleados del centro cultural para lograr que pusieran la iluminación adecuada a sus esculturas, dialogó sin premura con LA NACION.

    Y adelantó que en febrero volverá por un mes al país, "para recorrerlo de Norte a Sur".www.lacantonal.com.ar

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  2. -¿Cómo concibe la escultura?

    - los objetos industriales tienen gran impacto en nosotros. A partir de él, los artistas tomaron cosas del mundo no artístico para introducirlas en el mundo artístico. Esto fue revolucionario, porque le dio al arte muchas más posibilidades de materiales, de contenidos, y expandió sus fronteras con cruces multidisciplinarios. Gran parte de la escultura estuvo influenciada por Duchamp. Las consecuencias fueron el pop art, el dadaísmo, el arte povera , Fluxus e incluso la nueva generación de artistas británicos, como Damien Hirst, que concluye la revolución de Duchamp al incluir en la obra la naturaleza, antes preservada.

    -¿Su experiencia personal se aparta de esas coordenadas históricas?
    -Las extiende. Mi punto de partida fue encontrar nuevos elementos, texturas y materiales de la vida cotidiana para mis esculturas: una influencia post-Duchamp. Utilicé materiales como plástico, goma y desechos, que cuestionaron mis propias creencias, y los probé para ver si eran efectivos. Cuando comencé a exponer, a fines de los años 70, trabajaba con una metodología de instalación. Muchos hacíamos lo mismo, porque el arte fue la primera disciplina en globalizarse.

    -¿Buscó una forma de diferenciarse?

    -Siempre tengo reglas en lo que hago, pero el juego también es romperlas con mis propios términos.

    Así, me puse a pensar qué significaba la estructura para mí. Me interesó esta cadena de toma de decisiones que uno hace cuando produce una obra manualmente. Y entendí que el ser humano se extiende naturalmente en la materia.

    ¿Por qué un nido es algo natural y una casa no? ¿Significa que los seres humanos hacemos cosas no naturales?

    No, es la noción de utilitarismo la que determina nuestras acciones y la que también nos limita.

    Una de las funciones importantes del arte, y de la escultura en particular, es justamente buscar esa forma intermedia.


    -¿Para así crear nuevas formas que desafíen nuestra propia imaginación?
    -Claro: lo que trato de hacer es descubrir nuevas formas, mostrar una riqueza de formas con nuevos significados y emociones, que actúen como un puente hacia un nuevo entendimiento de lo que nos rodea.

    Nuestro entendimiento de la realidad es limitado y es, además, una convención. Lo que sí podemos hacer es mejorar esa convención. Pensamos todo el tiempo en cosas intangibles o que no hemos experimentado: ángeles, Dios, moléculas... Necesitamos un lenguaje que describa lo no experimentado.


    -Puede sonar ambicioso, dicho así...

    -Lo sé, y hasta ridículo, porque hemos hecho escultura desde antes de Cristo. Pero tenemos ahora una gran oportunidad. Contamos con gran variedad de materiales. Todo puede ser usado, y es usado, desde el oro hasta la materia fecal.

    Hemos creado los instrumentos, pero ¿qué tocamos con ellos? ¿Cuáles son las cosas importantes para decir o descubrir a través del arte?
    -Con el auge del arte digital, la escultura refuerza su contundencia. ¿Ve algún peligro o contradicción en la expansión tecnológica con relación al arte escultórico, que es esencialmente manual?

    -Sí. Gran parte de la producción artística hoy se orienta a soluciones fáciles, lamentablemente. Nadie moldea, pule o talla, y pocos dibujan.

    Explorar, intervenir la materia y ensuciarse las manos sigue siendo cardinal.

    Por eso descreo del arte conceptual. Hacer arte desde un sofá pensando una obra es hasta ridículo, lejos de ser honesto. Lo digital también amenaza a la intedirecta y al entramado de emociones con la materia.




    -¿Este riesgo sólo afecta al arte?

    -Por supuesto que no: toda nuestra cultura está perdiendo calidad, porque se privilegia la idea de un denominador común muy básico.

    Todo empieza a lucir igual y a sentirse igual, aunque uno esté en distintos puntos geográficos.








    De la Redacción de LA NACION www.lacantonal.com Lorely Gaffolio

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