viernes, 29 de abril de 2016

JUANA VASCONCELOS, PARÍS-ESCULTORA PORTUGUESA

Corazón de Portugal, con la filigrana típica y cuchillos de plástico. Joao Henríquez


elpais.com-4 de diciembre de 2014. Autor Javier Martín

2 comentarios:

  1. Millón y medio de personas visitaron su exposición en el Palacio de Versalles (2012). La realizada en el lisboeta palacio de Ajuda (2013) atrajo a 270.000 personas, cuatro veces más que la más popular en la historia de Portugal. Este año, en Manchester, se repitió el éxito. Su popularidad casa poco con los cánones artísticos. “Hay un prejuicio intelectual. Si tú eres un superventas, no tienes calidad, no eres intelectualidad. Pero hay una cuestión básica: tú tienes que comunicar, si no para qué expones en un museo. El otro día, un comisario me comentaba que él solo organiza exposiciones de 20.000 visitas, porque las de 100.000 no le interesan. Yo nunca había valorado el arte así. Yo había pensado en buenos y malos artistas, pero no sabía que hubiera un límite de público para ser un gran artista; a medida que aumenta, decae tu calidad. Es importante tener visitantes. Yo consigo la sonrisa, la reacción de la gente ante mi obra, y después del ¡guau!, si la gente tiene un poco más de tiempo para pensar, mejor. Yo consigo comunicar, pasar mis preocupaciones, mis obsesiones, mi estado de espíritu. La gente con mi obra piensa, y con ello puede haber una transformación del mundo. Yo ayudo con mis cosas a comunicar para que todos cambiemos para algo mejor; pero sin hacer algo no hay transformación; con números, con más visitantes, es más posible el cambio”.

    “Mis obras tienen dos tiempos”, continúa Vasconcelos, a la que le solivianta el tema de la intelligentsia. “La primera mirada: cuando la lámpara se ve de lejos, es una lámpara muy bonita; y una segunda mirada, cuando la gente se acerca, y ¡oh!, no es de cristales sino de tampones. Las caras cambian del superguay a algo muy raro. Lo que empezó con una sonrisa, no sabes si seguirá con un lloro, si esconderán al niño, si darán media vuelta… No saben qué hacer. Ahí empieza el pensamiento. Hay los que se quedan en la primera mirada, pero también los que no. Veo mis piezas muy democráticas. Si te quieres quedar en el primer flash, adelante, pero si quieres pensar más, yo les doy la oportunidad, pero de una forma natural, agradable. No es el ‘tú no entiendes nada, estúdiate el folleto antes para que puedas ponerte a la altura de mi obra”.

    Joana Vasconcelos en el estudio de su taller.ampliar foto
    Joana Vasconcelos en el estudio de su taller. JOÃO HENRIQUES
    En el piso de arriba, arquitectos e ingenieros calculan los problemas técnicos de lo que imagina Vasconcelos. Las paredes están llenas de planos, donde se disecciona la obra en fórmulas matemáticas. Todos los cálculos para que no ocurra una catástrofe; con Blue Champagne, un candelabro de 10 metros de altura formado con 2.071 botellas, o cómo colgar La Walkiria, un monstruo textil de 13 metros de largo por 6 de alto, en un palacio que no permite ni taladros ni berbiquís. Paseando por los diferentes departamentos de la factoría de arte, resulta difícil adivinar hacia dónde va Vasconcelos. “No lo sé. No tengo una línea conductora. La escultura tiene un estereotipo muy determinado, muy tradicional. Es un hombre, fuerte, grande, y trabaja un material duro, llámese Rodin o Serra, con sus gigantescas obras de hierro. O madera, o piedra. Son los materiales clásicos y el sexo es masculino. Cuando llega la mujer a la escultura, su mirada sobre los materiales es diferente”.(...)
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  2. Cincuenta personas se mueven en silencio en una gigantesca nave junto a la desembocadura del Tajo en Lisboa. Hay diseñadores, músicos, costureras, informáticos, pintores, arquitectos, ingenieros, blancos, negros y amarillos, jóvenes, viejos, hombres y mujeres. Imposible adivinar qué les une hasta que aparece su jefa, Joana Vasconcelos. Su obra descomunal, iconoclasta, rompedora en tamaños, materiales y temática conquista museos y galerías de los cinco continentes, arrastrando centenares de miles de visitantes. En su enorme taller de la ribera, esas 50 personas se encargan de poner forma a todo lo que brota por la mente de una portuguesa que ha conquistado el mundo con su atrevimiento.

    “El que Portugal tenga un artista como yo es la demostración de un país nuevo, del paso de una larga dictadura a una democracia”, cuenta. “Yo soy un producto de ello. Nací en París, pero vine a Portugal con tres años. Hice toda la escuela en democracia. Si me exiliara, en parte, Portugal dejaría de tener esa imagen internacional”.

    La producción de Vasconcelos se genera en este hangar que se baña con la luz plateada del Tajo, aunque la exhibición de sus obras, en un 95%, se realiza en el extranjero. “Soy aceptada en mi país, porque me ven como la representación de su tribu; otra cosa es la intelectualidad local de las artes plásticas, pero eso ocurre siempre con lo más cercano. No estoy cantando el fado, no me quejo”.

    En España aprendí a tener más seguridad en mí misma. A no tener miedo a enseñar mi trabajo. El desarrollo de mi carrera empezó allí”
    “El coraje, la valentía para romper tabúes lo aprendí en España. Los españoles tienen muchas más ganas de vivir, ganas de demostrar lo que puedes hacer. Hay una fuerza en España que en Portugal existe, pero de otra forma. El español tiene un coraje que me encanta. En España aprendí a tener más seguridad en mí misma; a no tener miedo a enseñar mi trabajo. En Portugal me decían ‘¿pero qué estás haciendo?’ Era un mundo cerrado, una mirada conservadora. El desarrollo de mi carrera empezó en España; sin Rosa Martínez no habría participado en la Bienal de Venecia en 2005, sin ella no sería lo que soy hoy, no habría llegado a Versalles. Yo, como artista portuguesa no tenía acceso internacional desde Portugal”.
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