UMBERTO ECO, EL PADRE DE EL NOMBRE DE LA ROSA Y EL PÉNDULO DE FOUCAULT
Umberto Eco, el padre de El nombre de la rosa y El péndulo de Foucault
21 febrero, 2016 | Por Logopress - Editor | Categoría: Libros | Imprime esta noticia
Todo el mundo de la cultura ha expresado su admiración por Umberto Eco al conocer su fallecimiento en Milán a los 84 años. El escritor, filósofo y semiólogo italiano era una figura universal tanto por sus libros de pensamiento como por la adaptación cinematográfica de El nombre de la rosa, que le catapultó a la fama. Otro de sus libros, El péndulo de Foucault, en 1988, es un clásico de literatura universal.
Umberto Eco nació en Alessandria, Piamonte, en 1932, Piamonte. Semiólogo y escritor italiano. Se doctoró en Filosofía en la Universidad de Turín, con L. Pareyson. Su tesis versó sobre El problema estético en Santo Tomás (1956), y su interés por la filosofía tomista y la cultura medieval se hace más o menos presente en toda su obra, hasta emerger de manera explícita en su novela El nombre de la rosa (1980). Desde 1971 ejerce su labor docente en la Universidad de Bolonia, donde ostenta la cátedra de Semiótica.
Se pueden definir dos presupuestos clave en la amplia producción del autor: en primer lugar, el convencimiento de que todo concepto filosófico, toda expresión artística y toda manifestación cultural, de cualquier tipo que sean, deben situarse en su ámbito histórico; y en segundo lugar, la necesidad de un método de análisis único, basado en la teoría semiótica, que permita interpretar cualquier fenómeno cultural como un acto de comunicación regido por códigos y, por lo tanto, al margen de cualquier interpretación idealista o metafísica.
Teniendo en cuenta este planteamiento, se puede comprender el porqué de la variedad de los aspectos analizados por Umberto Eco, que abarcan desde la producción artística de vanguardia, como en Obra abierta (1962), hasta la cultura de masas, como en Apocalípticos e integrados (1964) o en El superhombre de masas (1976).
A la sistematización de la teoría semiótica dedicó, sobre todo, el Tratado de semiótica general (1975), publicado casi al mismo tiempo en Estados Unidos con el título de A Theory of Semiotics, obra en la que el autor elabora una teoría de los códigos y una tipología de los modos de producción sígnica.
Durante los años del auge del estructuralismo, Eco escribió, enfrentándose a una concepción ontológica de la estructura de los fenómenos naturales y culturales, La estructura ausente (1968), que alcanza su óptima continuación en Lector in fabula (1979). En esta última obra, efectivamente, se afirma que la comprensión y el análisis de un texto dependen de la cooperación interpretativa entre el autor y el lector, y no de la preparación y de la determinación de unas estructuras subyacentes, fijadas de una vez por todas.
Algunos conceptos básicos del Tratado, en cambio, fueron estudiados nuevamente, discutidos y, en ocasiones, modificados por el propio autor en una serie de artículos escritos para la Enciclopedia Einaudi y recogidos después en Semiótica y filosofía del lenguaje (1984). El concepto de signo, especialmente, abandonando el modelo propio “de diccionario” por un modelo “de enciclopedia”, ya no aparece como el resultado de una equivalencia fija, establecida por el código, entre expresión y contenido, sino fruto de la inferencia, es decir, de la dinámica de las semiosis.
A estas obras teóricas se añaden los volúmenes en los que Umberto Eco ha reunido escritos de circunstancia y artículos de actualidad, tales como Diario mínimo (1963), que contiene los conocidos Elogio di Franti y Fenomenologia di Mike Bongiorno; Il costume di casa (1973); Dalla periferia dell’impero (1976) y Sette anni di desiderio (1983).
En 1980 dio a conocer la novela El nombre de la rosa, antes citada, de ambientación medieval e inspirada en el subgénero policiaco, en cuyas páginas se combinan a la perfección todos los temas teóricos de la obra de Eco, con una adecuada reconstrucción histórica como escenario de una imaginativa trama y de un sólido arte narrativo.
Se trata de un denso relato que transcurre en una abadía medieval italiana y donde, con una estructura similar a la de las novelas policiacas, el protagonista, un fraile inglés llamado Guillermo de Baskerville, indaga en una serie de asesinatos y llega a descubrir al autor y a los inductores de todos ellos.
Este largo relato, escrito bajo la advocación de J. L. Borges (convertido en el bibliotecario ciego de la narración), es un genial pastiche de diversas formas literarias: la novela negra, el género histórico, la imitación de estilos medievales o humorísticos de la historieta contemporánea. Gran parte del éxito de la obra, que se convirtió en un best-seller europeo, reside en la perfección de la escritura, que mezcla con habilidad las citas con los materiales originales, dando forma a un paradójico catálogo de la posmodernidad, en la que cualquier creación nace del sentimiento, según Eco, de que “todo ya ha sido dicho y escrito”.
El péndulo de Foucault (1988), el segundo relato del autor, intentó recrear la tradición hermética, ocultista y masónica como metáfora de la irracionalidad superviviente en los contemporáneos movimientos terroristas y en las mafias económicas. Aunque también traducido y vendido en todo el mundo, no gozó del favor de los críticos y los lectores. Como tampoco despertó juicios favorables La isla del día antes (1994), su última novela publicada. En mayo de 2000 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias.
Foto: Sean Connery protagonizó El nombre de la rosa, basada en la novela homónima de Umberto Eco
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En su anterior obra teórica, Lector in fabula, Eco ya reseñaba en una llamada a pie de página la «polémica sobre la posesión de bienes y la pobreza de los apóstoles que se planteó en el siglo xiv entre los franciscanos espirituales y el pontífice».3 En dicha polémica destacó el polémico pensador franciscano Guillermo de Ockham, quien estudió la controversia entre los espirituales y el Papado sobre la doctrina de la pobreza apostólica, principal para los franciscanos, pero considerada dudosa y posiblemente herética tanto por el Papado como por los dominicos.4 La figura intelectual del nominalista Guillermo de Ockham, su filosofía racional y científica, expresada en lo que se ha dado en llamar la «Navaja de Ockham»,5 es considerada parte de las referencias que ayudaron a Eco a construir el personaje de Guillermo de Baskerville, y determinaron el marco histórico y la trama secundaria de la novela.
ResponderEliminarSegún Eco, si no hubiera existido el Gruppo 63 no habría escrito El nombre de la rosa.6 El Gruppo 63, movimiento de neovanguardia literaria al que perteneció el autor,7 perseguía una búsqueda experimental de las formas lingüísticas y el contenido que rompiera con los esquemas tradicionales. A ellos les debe «la propensión a la aventura «otra», al gusto por las citas y al collage».6 En aplicación de su propia teoría literaria, El nombre de la rosa es una opera aperta, una «novela abierta», con dos o más niveles de lectura. Llena de referencias y de citas, Eco pone en boca de los personajes multitud de citas de autores medievales; el lector ingenuo puede disfrutarla a un nivel elemental sin comprenderlas, «después está el lector de segundo nivel que capta la referencia, la cita, el juego y por lo tanto sabe que se está haciendo, sobre todo, ironía.» Pese a ser considerada una novela «difícil», por la cantidad de citas y notas al pie, o quizás incluso por eso, la novela fue un auténtico éxito popular. El autor ha planteado al respecto la teoría de que quizás haya una generación de lectores que desee ser desafiada, que busque aventuras literarias más exigentes.6
La idea original de Eco era escribir una novela policíaca, pero sus novelas «nunca empezaron a partir de un proyecto, sino de una imagen. (···) De ahí la idea de imaginar a un benedictino en un monasterio que mientras lee la colección encuadernada del manifesto muere fulminado».6 Extensamente familiarizado y apasionado del medioevo por anteriores trabajos teóricos, el autor trasladó esta imagen de modo natural a la Edad Media, y se pasó un año recreando el universo en que se desarrollaría la trama: «Pero recuerdo que pasé un año entero sin escribir una sola línea. Leía, hacía dibujos, diagramas, en suma, inventaba un mundo. Dibujé cientos de laberintos y plantas de abadías, basándome en otros dibujos, y en lugares que visitaba.».6 De ese modo, pudo familiarizarse con los espacios, con los recorridos, reconocer a sus personajes y enfrentarse con la tarea de encontrar una voz para su narrador, lo que tras repasar las de los cronistas medievales le recondujo de nuevo a las citas, y por ello la novela debía empezar con un manuscrito encontrado. Eco dice al respecto en Apostillas:«Así escribí de inmediato la introducción, situando mi narración en un cuarto nivel de inclusión, en el seno de otras tres narraciones: yo digo que Vallet decía que Mabillon había dicho que Adso dijo...».en.wikipedia.org
(...) "Semiótica y filosofía del lenguaje" Dos son, a mi juicio, las claves conceptuales de este libro. La primera es el descubrimiento de que la idea originaria de signo "no se basaba en la igualdad, en la correlación fija establecida por el código, en la equivalencia entre expresión y contenido", sino que —siguiendo de cerca a Peirce— la idea más básica de signo es la de inferencia, interpretación, semiosis: el signo no es sólo algo que está en lugar de otra cosa, sino que es siempre lo que nos hace conocer algo más; el signo es instrucción para la interpretación. A su vez, el significado es el interpretante del signo y el proceso de significación llega a ser un proceso de semiosis ilimitada.
ResponderEliminarLa segunda clave es la superación del modelo estructuralista y semiótico de código y de diccionario y su reemplazamiento por el de enciclopedia "como único modelo capaz de expresar la complejidad de la semiosis en el plano teórico, y también como hipótesis reguladora en los procesos concretos de interpretación" (p. 289). El modelo enciclopédico adopta la forma de rizoma —siguiendo a Deleuze— como consecuencia directa de la inconsistencia del árbol de Porfirio. La enciclopedia es un postulado semiótico; es el conjunto registrado de todas las interpretaciones, concebible objetivamente como la biblioteca de las bibliotecas; la actividad textual transforma con el tiempo la enciclopedia misma y además la enciclopedia, como sistema objetivo de sus interpretaciones, es ‘poseída’ de diferentes maneras por sus distintos usuarios (p. 133). Así, en el proceso de semiosis ilimitada los significados se trocan en unidades culturales interrelacionadas unas con otras.
La exposición de algunas de las voces resulta, a veces, alambicada y farragosa para el filósofo, que puede dudar ocasionalmente incluso de su pertinencia, pero el libro está escrito con innegable maestría, precisión y acierto. La traducción española a cargo de R. P. es discreta y las erratas son pocas. Se echa de menos un índice onomástico y que se incluyan todas las obras citadas en las referencias bibliográficas finales.
Por último, formularé tres observaciones de carácter menor: a) es una pena que Eco no aborde apenas la influencia de los medios de comunicación social en la configuración de nuestra enciclopedia contemporánea; b) la interesante discusión de la Bedeutung fregeana (pp. 81-84) se habría enriquecido notablemente con el estudio de la interpretación de Angelelli en términos de "importancia"; c) la resistencia de Eco para aceptar la teoría causal de la referencia ("nosotros consideramos más oportuno reemplazar esta metafísica del origen por una física de la enciclopedia" (p. 164) se alimenta de la casi exclusiva atención a nombres de personajes históricos —quizá porque son mucho más "enciclopédicos"—, pero pienso con Donellan y Kripke que el uso de esos nombres es parasitario del uso corriente de los nombres propios para la demás gente.
www.unav.es De puede leer completo en el sitio indicado. corresponde a la Universidad de Navarra
Hay una guerra en curso y nosotros estamos metidos hasta el cuello, alertaba
ResponderEliminarEl deceso de Umberto Eco cimbra el arte y la cultura en el mundo
Filosofía y literatura fueron los hilos conductores del quehacer de este apasionado de la semiótica
Número cero, séptima y última novela del escritor, es una parodia feroz alusiva al binomio periodismo-política
Con su novela El nombre de la rosa mostró su lucidez narrativa
Foto
Umberto Eco (1932-2016), quien ayer murió, se erige en uno de los máximos académicos y teóricos de la comunicación y siempre se consideró un novelista amateur y seguramente prometedor. El filósofo, intelectual y humanista (en imagen tomada de Internet) era muy celoso de su privacidad
Mónica Mateos-Vega
Periódico La Jornada
Sábado 20 de febrero de 2016, p. 2
El mundo de las letras y la cultura se cimbró ayer con la noticia del fallecimiento de Umberto Eco, escritor, filósofo y apasionado de la semiótica, difundida casi al filo de la medianoche, en Europa, por los diarios italianos La Repubblica e Il Corriere della Sera.
Se va uno de los grandes académicos y teóricos de la comunicación, quien apenas en 2015 presentó una parodia feroz (como la calificaron los críticos) acerca de la relación entre periodismo y política en su séptima novela, Número cero.
Umberto Eco acababa de cumplir 84 años de edad. Nació en la ciudad de Alessandria, en el norte de Italia, el 5 de enero de 1932. Su padre, Giulio, fue contador antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando fue llamado a enrolarse en las fuerzas armadas. En ese momento, Umberto y su madre se mudaron a otro pequeño poblado de la región de Piamonte, donde Eco asistió a una escuela salesiana.
La filosofía y la literatura fueron los hilos conductores de su vida. Con la tesis titulada El problema estético en Santo Tomás de Aquino se doctoró en filosofía y letras en la Universidad de Turín en 1954, y de inmediato comenzó a ejercer de catedrático en esa casa de estudios y en la de Florencia antes de hacerlo durante dos años en la de Milán.
Durante los años 60 del siglo pasado, como profesor de comunicación, publicó varios de sus estudios de semiótica más importantes, como Obra abierta (1962) y La estructura ausente (1968). Desde 1971 hasta ayer ocupó la cátedra de Semiótica en la Universidad de Bolonia, donde solía pasear por los corredores acompañado por sus alumnos, enfrascado en intensos debates sobre arte o periodismo, sus temas predilectos.
En 1988 fundó el departamento de comunicación de la Universidad de San Marino y en febrero de 2001 creó en esa ciudad la Escuela Superior de Estudios Humanísticos, iniciativa académica sólo para licenciados de alto nivel destinada a difundir la cultura universal. También cofundó en 1969 la Asociación Internacional de Semiótica.
Fue en 1980 cuando el mundo descubrió la lucidez de la narrativa de Umberto Eco cuando se publicó El nombre de la rosa, novela histórica de múltiples lecturas (filosófica, policiaca con varios guiños semiológicos), ambientada en un monasterio benedictino en 1327.
Fue tal el éxito editorial, que el libro fue traducido a muchos idiomas y llevado al cine en 1986 por el director francés Jean-Jacques Annaud.
Luego vinieron, también dentro del género de novela, El péndulo de Foucault (1988), fábula sobre una conspiración secreta de sabios en torno a temas esotéricos; La isla del día de antes (1994), parábola kafkiana sobre la incertidumbre y la necesidad de respuestas; Baudolino (2000), novela picaresca, también ambientada en la Edad Media, con un exquisito uso de las lenguas romances; La misteriosa llama de la reina Loana (2004), que se nutre con los recuerdos de la infancia del autor; El cementerio de Praga (2010), que de alguna forma narra ciertos antecedentes del nazismo alemán, y Número cero (2015).
(...)
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