CHARLES BAUDELAIRE,MORAL DEL JUGUETE


Baudelaire, Charles
Moral del juguete
Brandon Lattu. Alll Toys, 2006
Hace muchos años mi madre me llevó de visita a casa de una dama. (…) Me acuerdo claramente de que esta dama iba vestida de terciopelo y pieles. Al cabo de algún tiempo, dijo: He aquí un muchachito al que quiero darle algo para que se acuerde de mí. Me cogió de la mano, y atravesamos varias estancias; después abrió la puerta de una habitación que ofrecía un espectáculo extraordinario y verdaderamente maravilloso. Las paredes no se veían, tan cubiertas de juguetes estaban. El techo desaparecía bajo una floración de juguetes que colgaban como maravillosas estalactitas. El suelo apenas ofrecía un estrecho sendero en el que poner los pies. Había allí un mundo de juguetes de todas clases, desde los más caros hasta los más modestos, desde los más simples a los más complicados.
He aquí, dijo, el tesoro de los niños. Dispongo de un pequeño presupuesto dedicado a ellos, y cuando viene a verme un niño amable, lo traigo aquí para que se lleve un recuerdo de mí. Elige. Con esa admirable y luminosa prontitud que caracteriza a los niños, en quienes el deseo, la deliberación y la acción no forman, por así decir, más que una sola facultad, por la que se distinguen de los degenerados hombres, en quienes, por el contrario, la deliberación devora casi todo el tiempo, me apoderé inmediatamente del más bonito, del más caro, del más llamativo, del más vivo, del más extraño de los juguetes. Mi madre protestó por mi indiscreción y se opuso obstinadamente a que me lo llevara. Quería que me contentase con un objeto mediocre. Pero yo no podía permitirlo y, para llegar a un acuerdo, me conformé con un justo medio.
Alice Anderson. Still Life, 2006
A menudo he fantaseado con la idea de conocer a todos los amables niños que, al haber en la actualidad atravesado una buena parte de la cruel vida, manejan desde hace tiempo otras cosas que no son juguetes, y cuya despreocupada infancia cogió en otro tiempo un recuerdo en el tesoro de la señora. Esta aventura es la causa de que no pueda detenerme ante una tienda de juguetes, y pasear mis ojos por el inextricable revoltijo de sus curiosas formas y de sus colores disparatados, sin pensar en la dama vestida de terciopelo y pieles, que se me aparece como el Hada de los juguetes. He conservado además un afecto duradero y una admiración razonada por esta singular estatuaria, que, por su lustrosa limpieza, el brillo cegador de sus colores, la violencia en el gesto y la decisión en la forma, tan bien representa las ideas de la infancia sobre la belleza. En un gran almacén de juguetes hay una alegría extraordinaria que lo hace preferible a un hermoso piso burgués. ¿No se encuentra allí toda la vida en miniatura, y mucho más coloreada, limpia y reluciente que la vida real? Allí vemos jardines, teatros, hermosos cuartos de baño, ojos puros como el diamante, mejillas encendidas por el colorete, preciosos encajes, coches, caballerizas, establos, borrachos, charlatanes, banqueros, comediantes, polichinelas que parecen fuegos artificiales, cocinas, y ejércitos enteros, bien disciplinados, con caballería y artillería. (...)
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Comentarios

  1. Todos los niños hablan a sus juguetes; sus juguetes se convierten en actores en el gran drama de la vida, reducido por la cámara oscura de su pequeño cerebro. Los niños demuestran con sus juegos su gran capacidad de abstracción y su elevada potencia imaginativa. Juegan sin juguetes. No hablo de esas niñas que juegan a las señoras, se hacen visitas, se presentan a sus imaginativos hijos y hablan de sus vestidos. Las pobres pequeñas imitan a sus mamás: preludian ya su inmortal puerilidad futura, y ninguna de ellas, con seguridad, será mi mujer… Pero la diligencia, el eterno drama de la diligencia jugado con sillas: la diligencia-silla, los caballos-sillas, los viajeros-sillas; ¡lo único vivo es el postillón! El tiro permanece inmóvil, y sin embargo devora con ardiente rapidez espacios ficticios. ¡Que simplicidad de puesta en escena! ¿No es para hacer ruborizarse de su impotente imaginación a ese público hastiado de que exige a los teatros una perfección física y mecánica y no concibe que las piezas de Shakespeare seguirán siendo bellas con un aparato de una bárbara simplicidad?

    ¡Y los niños que juegan a la guerra! No en las Tullerías con verdaderos fusiles y verdaderos sables; hablo del niño solitario, que gobierna y lleva por sí solo al combate dos ejércitos. Los soldados pueden ser tapones, dominós, peones, tabas; las fortificaciones serán tablas, libros, etc.; los proyectiles, canicas o cualquier otra cosa; habrá muertos, tratados de paz, rehenes, prisioneros e impuestos (...)

    Esta facilidad para contentar su imaginación testimonia la espiritualidad de la infancia en sus concepciones artísticas. El juguete es la primera iniciación del niño en el arte, o más bien su primera realización y, llegada la madurez, las realizaciones perfeccionadas no darán a su espíritu el mismo entusiasmo ni la misma creencia.

    Y asimismo, analicen ese inmenso mundo infantil, consideren el juguete bárbaro, el juguete primitivo, cuyo problema consistía para el fabricante en construir una imagen tan aproximada como fuera posible con elementos tan simples: por ejemplo, el polichinela plano, movido por un solo hilo; los herreros que golpean el yunque; el caballo y su caballero en tres piezas, cuatro clavijas para las piernas, la cola del caballo formando un silbato y en ocasiones el caballero llevando una plumita, lo que es un gran lujo. ¿Creen ustedes que esas imágenes simples crean una realidad menor en el espíritu del niño que esas maravillas del Año Nuevo que son más un homenaje del servilismo parásito a la riqueza de los padres que un regalo a la poesía infantil?

    Tal es el juguete del pobre. Cuando salgan por las mañanas con la intención decidida de callejear solitariamente por las avenidas, llénense los bolsillos de esas pequeñas invenciones, y, junto a las tabernas, al pie de los árboles, regálenlas a los niños desconocidos y pobres que encontrarán. Verán agrandárseles desmesuradamente los ojos. Primero no se atreverán a aceptarlo, dudarán de su suerte; después sus manos atraparan ávidamente el regalo y huirán como hacen los gatos que van a comer lejos de uno el trozo que se les ha dado, al haber aprendido a desconfiar del hombre. Esta es sin duda una gran diversión. (...)

    Creo que generalmente los niños actúan sobre sus juguetes; en otros términos, que su elección está dirigida por disposiciones y deseos, vagos, es cierto, no formulados, pero muy reales. Sin embargo, no afirmaría que no suceda lo contrario, es decir, que los juguetes actúen sobre el niño, especialmente en los casos de predestinación literaria o artística. No sería sorprenderte que un niño de esta clase, a quien sus padres regalaran principalmente teatros, para que pudiera continuar sólo el placer del espectáculo y de las marionetas, se acostumbrara ya a considerar el teatro como la forma más deliciosa de lo bello.losniñosdejapon.blogspot.com

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