sábado, 28 de abril de 2012

ENTREVISTA A OLIVER STONE


El mapa del mundo / Entrevista a Oliver Stone: "Soy un creador, no un historiador"

por Hilario J. Rodríguez / Gabriel Lerman
Dirigido por... nº 340, diciembre 2004
Número de páginas: 5
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El mapa del mundo
Hilario J. Rodríguez
¿Qué pudo pasar por la mente de un conquistador como Alejandro Magno (Colin Farell)? Oliver Stone tiene muy claro desde el principio de Alejandro Magno que nadie, ni siquiera él mismo, podría responder por completo a una pregunta de tal complejidad. Se puede observar al personaje con cierta insistencia, incluso acercándose a veces a sus ojos para ver desde donde él veía; sin embargo, nunca se puede escarbar lo suficiente para llegar al fondo de la cuestión. Por eso el film comienza formulándose como un gran enigma cinematográfico, a la manera de Ciudadano Kane (Citizen Kane , 1941, Orson Welles).
Con apenas treinta y dos años, Alejandro ha llegado al final de su viaje sin haber alcanzado, pese a todo, el final del camino, aunque la suya pueda considerarse una de las primeras grandes empresas para cartografiar el mapa del mundo bajo una misma bandera, la del reino de Macedonia, que él heredó de su padre, el rey Felipe (Val Kilmer). Su muerte, como buena parte de su vida, es un pozo oscuro donde cualquier especulación cabe, mejor si es la de asesinato, al menos desde un punto de vista cinematográfico. A punto de exhalar su último suspiro, y convenientemente fuera del encuadre, vemos cómo su mano se desploma de pronto y de ella cae un anillo. Y ya sólo nos falta que alguien en la sala pronuncie la palabra rosebud o que cuando poco lo haga Tolomeo (Anthony Hopkins), cuya narración irá hilvanando la historia desde el principio. A lo largo del film, especula allí donde los datos que quedan no son demasiado precisos, como ha hecho en más de una ocasión el propio Oliver Stone, para sugerir que el cantante Jim Morrison (Val Kilmer) nunca llegó a morir, que a John Fitzgerald Kennedy lo mataron unos conspiradores encabezados por un homosexual o que el presidente Richard Nixon (Anthony Hopkins) era un pobre alma torturada y solitaria desde su niñez. Alejandro Magno es una especie de compendio de estos personajes. Líder, emperador, visionario; enérgico, impetuoso, apasionado, cruel; alguien con un niño muerto en su interior, perseguido por dos figuras femeninas de fuerte personalidad, como fueron su madre (Angelina Jolie) y su esposa (Rosario Dawson)... Fue un hombre a un paso de la divinidad, similar, en ese sentido, a Julio César tal cual lo describe el historiador Suetonio en "Los doce césares". Su madre, de hecho, le dice en muchos momentos que él verdaderamente es hijo de ella y de Zeus, o sea, un semidiós. Y sus conquistas hacen pensar que quizás lo anterior no anduviese muy desencaminado. También algunas proezas que realizó por sí solo, sin la ayuda de sus soldados ni nadie más a su lado. Eso explica que Oliver Stone nos permita acompañar al personaje en ciertas ocasiones, para mostrarlo allí donde la intuición del cineasta lo coloca, ayudado por varios historiadores, y otras introduzca un fundido en negro para que nuestra imaginación haga el resto. Pero esto último no sirvió para evitar que apareciese otro grupo de historiadores griegos, no consultados, que quiso obligar a la Warner Bros. a poner un cartel al comienzo del film donde se especificase que se trata de un trabajo de ficción y que en ningún caso se inspira en hechos reales. Todo porque Alejandro Magno aborda sin ningún rubor, aunque también sin especial énfasis, las relaciones homosexuales del personaje y sugiere que quizás en quien estaba pensando antes de morir fuese Efecto (Jared Leto), porque el anillo que cae de la mano de Alejandro había pertenecido antes a él. Me pregunto qué le habrá hecho pensar a esos historiadores no consultados que les corresponde a ellos determinar quién y cómo utiliza fuentes que pertenecen a los seres humanos, sin excepción, para que cada cual le dé la lectura que estime oportuna, en el momento y de la manera que estime oportunos. Durante una charla con el cineasta, él quiso dejar muy claro que muchos historiadores se comportan como los políticos más ambiciosos del planeta y quieren imponerle una única visión de la Historia a los seres humanos.
Hasta el fin del mundo
El cine siempre suele despertar la suspicacia de alguien, Oliver Stone lo sabe. Cuando no se trata de la adaptación de una novela con pedigrí de clásico, y entonces aparece una horda de puristas en defensa de la alta literatura, se trata de la Historia con mayúscula, que nunca se sabe a qué tipo de criatura puede hacer despertar en su sarcófago. Hoy en día, la gente quiere darle un buen rendimiento a sus pertenencias, en especial si cualquier otra persona pretende hacer un negocio con ellas. Quizás sea ese el motivo por el cual al cineasta norteamericano desde casi el comienzo de su carrera lo han acusado de los crímenes más inimaginables, desde oportunista a antipatriota, pasando por una larga lista de calificativos como comunista, terrorista, pornógrafo, vándalo... Alejandro Magno no va a ser una excepción en su carrera, aunque en este caso el argumento tenga lugar varios siglos antes de Cristo y en un escenario convenientemente alejado de Estados Unidos, donde Oliver Stone suele encontrar a sus peores enemigos. La historia de un hombre dispuesto a deponer gobiernos, destruir ejércitos o arrasar ciudades en nombre de elevados ideales no deja de plantear sospechosas conexiones con el presente y en particular con... ¡tacham! George W. Bush. Vaya por delante, hay alguna esquiva semejanza entre Alejandro Magno y George W. Bush, como que ambos sean hijos de antiguos reyes (o presidentes de Estados Unidos) y los dos multipliquen las ambiciones colonizadoras de sus padres. Pero ahí es donde se acaba el juego. Oliver Stone tiene muy claro que los motivos de Alejandro Magno para lanzarse a conquistar el mundo hasta sus mismísimos límites no se resumen en adquirir más poder, más influencia o más riquezas; hay en su interior una insaciable necesidad de aprender, y para ello necesita ir más allá a cada paso que da.
Murió sin haber tenido bastante, y eso que prácticamente no le faltaba nada, salvo el amor perdido. El film lo presenta como un excelente orador, como un valiente y decidido guerrero, además de como un líder nato a quien, eso sí, le falla la capacidad de cálculo cuando no se da cuenta de que los soldados que arrastra a su espalda llevan años de lucha, lejos de sus casas, y desean regresar de una vez. Según lo plantea Oliver Stone, llega siempre un momento de ofuscación en la vida de los reyes y los emperadores, en el que su desmedida ambición puede hacerles olvidar que ponen en serio riesgo la vida de quienes hasta entonces les habían servido, luchando en todos los frentes y contra todos los enemigos. También Alejandro cayó en ese tipo de ceguera. O al menos el Alejandro que plantea el film.
www.revistasculturales.com

3 comentarios:

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  2. Alejandro Magno
    Por qué todo el mundo odia esta película
    Universitarios, radicales iraníes, cristianos evangelistas y grupos gays han criticado con dureza el retrato de Oliver Stone. Un biógrafo de Alejandro Magno y asesor del filme escarba en los motivos


    Por Robin Lane Fox, que fue asesor del filme de Oliver Stone y es autor del libro 'Alexander the Great' (Penguin)


    Si alguien les dice que el pasado es cosa de otros países, no le crean. De Princeton a Atenas, de Oxford a Irán, en todas partes he visto cómo la corrección política trataba de influir en el objeto de estudio de toda mi vida: Alejandro Magno. La polémica viene servida por el estreno de la inmensa película de Oliver Stone en la que he participado como asesor.
    Estuve en Princeton, donde los profesores de Historia Antigua habían organizado un seminario para discutir las resonancias contemporáneas de la película. Y allí expliqué su condición, bastante poco habitual, de drama épico basado en la Historia, para encontrarme con el escepticismo tras las gafas de muchos estudiantes. En seguida descubrí por qué. Después de sentarme, un profesor denunció que la película era una vergüenza para los estadounidenses de hoy, porque describía a Alejandro como un coloso, cuando lo que hizo fue invadir un antiguo imperio de Oriente Próximo y asesinar a miles de personas que se negaban a entregar sus ciudades.

    ¿Cómo se había atrevido Stone a llevar a la pantalla un tema así en el año 2004, cuando las muertes de Irak y Oriente Próximo deberían pesar en las mentes de todos? A continuación, algunos estudiantes, muy serios, me llevaron aparte y me contaron que este tipo de corrección política era un factor capital. Si quieres cambiar el mundo, me dijeron, primero tienes que cambiar la forma en que la gente habla de él.

    Hay gente para la que este fragmento del pasado no es un territorio extraño del que nos separan 2.300 años. Lo contemplan como una prolongación de su patio de atrás. No me refiero a los críticos, a quienes puede gustar la película o no, y que suelen disfrutar arremetiendo contra todo, desde el corte de pelo de Colin Farrell hasta la dicción de Angelina Jolie. Lo que me sorprende es que a casi nadie le importa si el guión ensambla bien los acontecimientos, ni si Alejandro aparece matando rebeldes con dos años de antelación, ni si lo hace en la India y no en Irán. La rectitud moral la modula aquí una trinidad muy poco santa: el sexo, el nacionalismo y el imperio.

    La honestidad de un filme. En realidad, estamos en un momento en el que un filme comercial no puede ser honesto en relación con ninguna de estas tres cosas. ¿Podríamos hacer ahora una película sobre Lord Mountbatten en la que se mostraran sus relaciones con hombres? Si rodáramos una sobre Pushkin, ¿tendríamos que complacer a algunos de sus seguidores pintándole de negro? ¿Podría alguien en Japón hacer otra sobre la realidad terrible de la dominación que ejerció este país sobre Corea, cuando los libros de texto japoneses han tratado de suprimirla de la memoria de la Historia? La corrección política en estos asuntos es aceptable si se presenta abierta a la discusión como una opinión vehemente edificada sobre criterios morales. Pero no lo es si simplemente corrige el resto de interpretaciones e intenta borrar las verdades embarazosas.

    En los primeros días de 'Alejandro Magno' en la cartelera de Estados Unidos, un corifeo moralista trataba de dar a la gente razones por las cuales no deberían ver la película. Y sí, el filme puede hacer que los políticamente correctos se acuerden de George W. Bush, pero fundamentalmente porque, en este momento, en EEUU parecen incapaces de pensar en otra cosa.

    Efectivamente, Alejandro invadió el viejo imperio persa, destruyó a los ejércitos que le hicieron frente y saqueó las ciudades que no quisieron rendirse. Eso es lo que hacían los generales de la Antigüedad.(...)www.elmundo.es

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  3. La conquista era una forma de obtener la gloria y Alejandro fue alabado en vida como un dios por algunos de sus contemporáneos. Mientras tanto, en el Medio Oeste norteamericano, el coro de la rectitud moral cantaba más alto. Los obispos dijeron a sus auditorios dominicales que incluso el deseo de ver la película era una señal de que Satán había entrado en sus corazones.

    Los muslos de Hefestión

    En mi biografía de Alejandro de 1973, señalé que del rey macedonio se decía que había sido derrotado una sola vez, por los muslos de Hefestión, el amor homosexual de toda su vida. El comentario se retrotrae a una carta ficticia en griego, atribuida a un filósofo cínico y escrita mucho después de la muerte de Alejandro. Siempre provocador, Stone la incluye muy pronto en la película. La mención de la frase de los muslos desató una ola de intolerancia bíblica por parte de los evangelistas.

    Sin embargo, los historiadores admiten que Alejandro tuvo relaciones bisexuales. Lo mismo hicieron muchos otros entre los griegos antiguos, y no digamos entre los macedonios. Y, a pesar de ello, estos valores precristianos se perciben ahora como algo tan peligroso que un cristiano sólo se comportará como Dios manda si evita a toda costa sentarse en un cine donde se proyecte el filme.

    Recientemente, en mi buzón de correo han aparecido amenazas de demandas judiciales o de agresiones físicas. Por lo visto, soy el único responsable de ocultar verdades sobre Alejandro y difundir mentiras. Un grupo homosexual de Canadá me escribió advirtiéndome de que me pegarían por disimular que Alejandro fue un gay puro que no tuvo nada que ver con mujeres. Después vinieron unos abogados griegos con el problema contrario: amenazaron con llevar a los tribunales a casi todos los profesionales que aparecían en los títulos de crédito por mostrar la bisexualidad de Alejandro. También unos iraníes indignados exigieron daños y perjuicios porque la mujer de Alejandro, Roxana, había sido encarnada por lo que a sus ojos era una actriz negra, la maravillosa Rosario Dawson, que se declara mestiza, y uno tendría que ser daltónico para considerar que su piel es negra.

    En realidad, los historiadores no tienen ni idea de cómo era Roxana. Los extremistas iraníes la quieren rubia y de ojos azules para separar de África a sus antepasados. Y pretenden establecer una discontinuidad aún más pronunciada respecto a los árabes. En la mayor batalla de la película, aparecen camellos galopando a la derecha del rey persa. Por supuesto que había camellos en el campamento de Alejandro y que dentro del ejérctito multiétnico del rey también combatían contingentes árabes. Pero me acusan de ignorante porque piensan que he interpretado que los iraníes tienen antepasados beduinos.

    La minoría moralista no sólo quiere corregir lo que aparece en la película, sino también decidir lo que hay que dejar fuera. El tutor de Alejandro fue el gran Aristóteles, que escribió que las mujeres eran incapaces de desarrollar completamente el pensamiento racional y que los bárbaros eran «esclavos por naturaleza». En una de las primeras versiones del guión, Christopher Plummer iba a hacer estos dos comentarios pero, por lo visto, Oliver Stone tuvo la intuición de advertirle que no alienara a la mitad femenina de la raza humana.

    Sin embargo, la opinión sobre los bárbaros se conservó, para consternación de un profesor de Historia Antigua que me lo echó en cara. No importa que un gran filósofo del pasado escribiera una cosa como ésa. Parece que, por nuestro propio bien, el guión debería adaptarse a la sensibilidad moderna.

    Últimamente he estado revisando los intentos de Alejandro de justificar la guerra contra el imperio persa y la correspondencia que sobre este tema mantuvo con el rey persa.



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    *Traducción: Kiko Rosique

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