MUSEO DEL ARTE, VAN GOGH, CARRACCI, SANZIO, ALLORI, PIERO DELLA FRANCESCA, PIETER BRUEGHEL EL VIEJO
Museo del Arte
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- Dos girasoles / Vincent Van Gogh
- El comejudías / Annibale Carracci
- El encuentro de León Magno con Atila / Rafael Sanzio
- Judit y Holofernes / Cristofano Allori
- El sueño de Constantino / Piero della Francesca
- Camino del Calvario / Pieter Brueghel el Viejo
Posted: 05 Feb 2013 01:28 AM PST
Metropolitan Museum de Nueva York
Vincent Van Gogh
Van Gogh ha optado por encuadrar sólo las corolas, colocándolas en primerísimo plano, sobre un fondo azul. El resultado es una visión de gran frescura, que el artista había creado mezclando ideas preexistentes: por una parte, había traducido al tema floral sus naturalezas muertas de zapatos, muy próximas en el corte, en el uso de un fondo monocromo indefinido e incluso en la idea de mostrar los objetos uno del derecho y otro del revés. Por otra, se había inspirado en las estampas japonesas. De la gráfica oriental recupera el artista el uso del negro, obteniendo efectos particularmente "gráficos", en las formas caprichosas de los pétalos, pintados con precisión uno por uno, y en las rayas oscuras de dentro de las flores, trazadas con la punta del pincel. Este cuadro demuestra que Vincent había asimilado ya los diversos lenguajes y era capaz de dominarlos, utilizándolos en combinación a su gusto y creando de ese modo representaciones nuevas y personales.
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Posted: 05 Feb 2013 01:25 AM PST
Galería Colonna, Roma
Annibale Carracci
Los artistas de Italia septentrional fueron los que más se decantaron hacia las tendencias realistas de la pintura de género del norte de Europa. Annibale Carracci plasmó en más de una ocasión la vida cotidiana del pueblo llano, adaptando su forma de pintar a las exigencias del tema. En este caso optó por una composición sencilla y aplicó los colores terrosos con pinceladas gruesas y claras. Gracias a esta «libertad artística» consiguió dar un nuevo impulso a la pintura de género.
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Posted: 05 Feb 2013 01:21 AM PST
Pinacoteca Vaticana
Rafael Sanzio
El fresco forma parte del complejo programa iconográfico que pintaron Rafael y sus alumnos entre 1508 y 1524 en las estancias Vaticanas, que eran los aposentos del Papa en el palacio Vaticano. Todo el ciclo, repartido en cuatro estancias, se propone ensalzar la función y la historia del papado. Aquí se conmemora la misión de León Magno para convencer a Atila de que no saqueara la ciudad de Roma. En la escena intervienen milagrosamente los apóstoles Pedro y Pablo, que se aparecen, armados con espadas, sobre el Papa y sus acompañantes. Los pontífices Julio II y León X, que encargaron el cuadro, se acreditan así como protectores de Roma, centro del mundo cristiano. Los dos jinetes hunos, que a duras penas dominan a sus caballos encabritados ante la visión mística, representan la imagen que la historiografía europea se hizo de los hunos desde la Antigüedad: guerreros salvajes que casi forman un solo ser con sus caballos. Atila, rey de los hunos e interlocutor del Papa, no solo aparece en una postura curiosa que delata su asombro por la aparición de los apóstoles en el cielo, sino también con un ropaje extravagante, que pretende destacar su condición de «bárbaro». Protegido con una armadura de oro, lleva una barba que ha crecido de forma desigual, una corona de puntas afiladas rematadas con perlas y piedras preciosas, y un pendiente. El artista sitúa el encuentro del Papa con el rey huno en las inmediaciones de la ciudad de Roma; en la pintura se reconoce el Coliseo y un acueducto antiguo. Sin embargo, lo cierto es que Atila y su ejército no penetraron tan profundamente en la península italiana y se detuvieron en el norte. El encuentro entre la delegación romana y Atila se produjo, por lo tanto, mucho más al norte, quizá en los alrededores de Mantua.
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Posted: 05 Feb 2013 01:14 AM PST
Galería Palatina, Palacio Pitti, Florencia
Cristofano Allori
Allori plasmó con gran maestría el contraste entre la sombría cabeza del general asirio y el rostro angelical de la heroína, así como el antagonismo entre su aspecto sensible y la atrocidad de los hechos. Se cree que el artista dio a Judit el rostro de su amada Mazzafirra y a la criada, el de la madre de ésta.
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Posted: 05 Feb 2013 01:10 AM PST
Iglesia de San Francisco, Arezzo
Piero della Francesca
El mural El sueño de Constantino forma parte del ciclo de las Historias de la Verdadera Cruz que pintó Piero della Francesca para la capilla de la rica familia de mercaderes Bacci dentro de la iglesia de San Francisco de Arezzo. El ciclo consta de 12 paneles que narran la leyenda medieval de la cruz de Jesucristo. Constantino es uno de los protagonistas del relato, pues según la leyenda fue él quien alentó la búsqueda de la verdadera cruz después de la batalla del Puente Milvio y de su visión. El sueño de Constantino describe el episodio de la visión de la cruz tal como lo cuenta Lactancio: estamos en vísperas de la batalla y el emperador duerme en una tienda del campamento militar, que se divisa en segundo plano bajo el cielo nocturno. La escena está iluminada desde arriba por un solo haz de luz para indicar la revelación que recibe Constantino de la visión divina. Aparte del ángel que está en la esquina superior izquierda, Piero della Francesca no pinta nada sobrenatural. En vez de recurrir a una narración didáctica para evocar la visión, se vale de la composición de la pintura y de un hábil juego de luces. El soldado que vela a su señor tiene la expresión absorta y contemplativa tan característica de toda la pintura de Piero della Francesca. El ángel que aparece en la esquina superior del mural es la fuente de la luz o de la visión. Señala con el índice a Constantino, como si con este gesto penetrase en los pensamientos del emperador.
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Posted: 05 Feb 2013 01:04 AM PST
Kunsthistorisches Museum de Viena
Pieter Brueghel el Viejo
Los grandes cuadros de Brueghel recuerdan la actividad de un hormiguero, con miríadas de pequeños personajes pululando por su superficie, como se agitaban los demonios en las tablas religiosas del Bosco. Es inevitable relacionarlos, aunque son bastantes las diferencias que los separan. La impresión que causa este cuadro en un primer instante es el del caos más absoluto. Sin embargo, a poco que se estudie se advierte una sutil estructura en zig zag que nos conduce desde el primer plano donde se encuentra María, consolada por San Juan y las santas mujeres, hacia izquierda, derecha, etc. Así podemos seguir el desfile de asistentes a la crucifixión. En el centro exacto del panel está la figura de Cristo bajo la cruz, hacia la cual se inclina la cabeza exánime de su madre. Al fondo, al final de la serpiente formada por la masa humana, un círculo perfecto de curiosos rodea el lugar donde se están levantando las cruces. Allí el cielo se ha oscurecido y las nubes ocultan el sol, los cuervos sobrevuelan el lugar y los perros pelean entre sí. En la procesión, los hombres riñen con sus esposas, los buhoneros se acercan con sus mercancías y los caballeros cabalgan con orgullo sus monturas. Es un ambiente casi de feria, ante el que lloran desconsoladas las santas mujeres, ocultando sus rostros en pañuelos de encaje, como princesas flamencas del siglo XVI.
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¿Por qué este anuncio?Anuncios –
Lech Majewsky (Katowice, Polonia, 1953) siempre hacía escala en Viena solo para ver ese cuadro. En cada uno de sus viajes de adolescente a Venecia, donde vivía su tío e instructor, se las ingeniaba para bajarse del tren, colarse en el Museo Kunsthistorisches de la capital austriaca y plantarse frente a El camino del calvario, el cuadro del pintor flamenco del siglo XVI Pieter Brueghel, conocido en la historia del arte como El Viejo.
ResponderEliminar“Tenía la sensación de que estaban pasando muchas cosas ahí y que se me escapaban, pero yo quería verlo todo”, cuenta Majewsky desde Madrid, donde ayer formaba parte del jurado de Madatac, la Muestra de Arte Digital Audiovisual y Tecnologías Avanzadas Contemporáneas que se celebra hasta el 16 de diciembre en el espacio CentroCentro del Palacio de Comunicaciones, la sede del Ayuntamiento de Madrid.
La obsesión de Majewsky por el arte y, en concreto, por ese cuadro que evoca la pasión de Cristo durante la cruenta ocupación española de Flandes en 1564, le ha llevado directamente a meterse dentro. A convivir con sus 500 personajes, con sus misterios y sus crueldades cotidianas, y a recrearlo hasta la extenuación. Ha tardado cinco años en darle vida a esa pintura. Cinco años en fabricar el pasado para zambullirse en el tiempo de sus maestros.
'El camino del calvario', de Pieter Brueghel, en el Museo Kunsthistorisches de Viena.
“El primer año lo empleé en elaborar los vestuarios con tintes naturales porque no existían tejidos con los colores del cuadro, tuvimos que hacerlas como entonces, cociéndolas. Montamos una fábrica de tintar telas”, cuenta.
Su obra animada se llama El molino y la cruz (The mill and the cross) y se estrena en los cines de España el viernes que viene.
Es un minucioso ejercicio, cinematográfico y artístico, de análisis y reproducción de la pintura de Brueghel —se fue hasta Nueva Zelanda solo para rodar el color del cielo—. Majewsky disecciona el cuadro, capa por capa.
“Tiene siete puntos de vista distintos y había que darle vida a cada uno de ellos”, comenta. Han sido necesarios otros tres años de trabajo con los últimos avances en tecnología 3D para, manteniendo una fidelidad puritana a la ambiciosa pintura de El Viejo, llenar de vida las decenas de escenas simultáneas que refleja su obra. “Ha sido como tejer un gran tapiz”, explica Majewsky.
La película tiene el ritmo de un lamento incesante, simbolizado con el movimiento de las aspas del molino que corona la colina. Siempre hay grano que moler, el tiempo no se detiene. Y Cristo arrastra su cruz, y su madre, María —interpretada por Charlotte Rampling—, llora por su hijo, y los hombres soportan los ataques y las torturas de los casacas rojas de las milicias españolas, y los niños siguen con sus juegos y sus bailes ajenos a los designios de las fuerzas del bien y del mal... La vida pasa. Y Brueghel —interpretado por Rutger Hauer: Roy Batty en Blade runner (“He visto cosas que vosotros no podríais creer...”)— estudia y digiere toda esa realidad para pintar una de sus grandes obras con voracidad holística. Y comenta sus análisis con uno de los habitantes cultos de ese mundo pictórico flamenco, interpretado por Michael York (Austin Powers).
No es la primera vez que el director polaco-estadounidense (tiene la doble nacionalidad) acomete una empresa semejante. Ya lo hizo con El jardín de las delicias del pintor, también flamenco, El Bosco (1450-1516), a pesar de que no había visto nunca el cuadro original, que se encuentra precisamente en el Museo del Prado. Esta es la primera vez que Majewsky visita Madrid y estos días ha tenido tiempo de contemplar esa otra pintura a placer.
Su afición a las llamadas art movies le ha valido recientemente una retrospectiva de toda su obra en el MoMA, además de reconocimientos en la Bienal de Venecia.
ccaa.elpais.com.ar
El sueño de Constantino
ResponderEliminarPor J.-B. Pontalis
El hombre que duerme se llama Constantino. Es un emperador romano, un conquistador, un guerrero sin cuartel. Su sueño parece apacible, a pesar de que deberá luchar al día siguiente. Se percibe en el ángulo superior izquierdo del cuadro un ángel, se diría el trazo de un rayo atravesando el cielo nocturno, o un gran pájaro de vuelo certero. Este visitante de la noche le asegura al Emperador que saldrá vencedor del combate que lo enfrenta con su rival Majencio. Este ángel, precedido por una cruz, también es el anunciador de la próxima conversión de Constantino. Su luz alumbra el rojo sangre del acolchado y el blanco mortuorio de la sábana.
Al lado del hombre que duerme, hay un jovencito sentado. Un sirviente que no tiene nombre. Un centinela, pero abandonado a su propia ensoñación. Es el que duerme despierto. Su cabeza ladeada se apoya sobre su mano. Es un soñador un poco melancólico; quizá duda acerca del resultado del combate: el ángel no lo ha visitado, no le ha dado ninguna señal.
En primer plano, dos guardias. Ellos son los vigías del día. Tienen los pies en la tierra. Uno sostiene firmemente una lanza alta; está ladeado hacia la cama del Emperador, del hombre que duerme profundamente bajo una carpa. El otro nos enfrenta, tiene un arma en la mano, lleva un casco de metal, su mirada es tan fría como el casco. Este hombre nos vigila, nos prohíbe acercarnos a Constantino.
Todos estos personajes –el ángel pájaro, el hombre sentado, los dos guardias armados– tienen una misión que cumplir. En los puestos que les son asignados, son los guardianes del sueño del Emperador. Lo protegen a él y a su sueño, para que pueda ser el único receptáculo del mensaje del ángel, para que pueda confundirse con su visión. La escena representada se sitúa en la frontera de la noche y el alba, del sueño y el despertar, del ensueño y la ensoñación.
Este cuadro que muestra un episodio de La leyenda de la Cruz Verdadera que pintó Piero della Francesca en San Francesco de Arezzo es uno de los más bellos que conozco. Un libro entero consagrado al fresco permite observar de cerca todos los detalles. He pasado horas escrutando El sueño de Constantino; escrutándolo no: haciéndolo mío.
Más que el lugar del Emperador dormido, tomo el lugar del hombre sentado, de aquel que nombré como el que duerme despierto. Me demoro en su rostro; intento adivinar sus pensamientos, a qué ensoñación permite abandonarse al tiempo que rechaza adormecerse; permanece guardián. Me hace evocar a aquellas madres que cuidan de sus niños dormidos, mientras sueñan con otra cosa.
Encuentro en el conjunto de la escena representada por Piero una analogía remota con lo que Pierre Fédida llamó el lugar del análisis: un hombre recostado, ocupado por su visión; un hombre sentado a su lado, que vela y aguarda, cuyos pensamientos o las imágenes que desfilan ante él son quizá la resonancia de lo que le aparece al que duerme; los dos guardias que finalmente impiden toda intrusión del mundo exterior en aquello que es a su vez un espacio tan íntimo como extraño. Todas las escenas del fresco de Arezzo se sitúan en ese espacio. Más que la impresión, tengo la certeza de que las escenas se organizan alrededor del sueño de Constantino. Las miradas fijas, los árboles, la reina de Saba y sus seguidores, las columnas, la arquitectura misma también parecen ser emanaciones de ese ensueño.
Un ensueño: palabra que ya casi no se utiliza, desde que Freud descifró los sueños los liberó de la cripta nocturna y halló la solución de lo que concebía como “rebus”. Pero, ¿si el ensueño fuese otra cosa que el sueño... si, como lo escribió Sylvie Germain, “sus raíces se enrollaran no sólo en el terreno oscuro de nuestro inconsciente, sino que se hundieran aún más hondo y se lanzaran aún más lejos?”. .
J.B. Pontalis, 1924
www.pagina12.com.ar / 2007
Por Pablo Siquier
ResponderEliminarAl principio fue Italia.
Yo era chico y con mi hermana íbamos de visita a la casa de nuestra tía Irene, un departamento en Santa Fe y Junín.
–Tía, el otro día conocí a un pintor que me gustó.
–¿Sí? ¿Cómo se llama?
Entonces le decía, ponele, Caravaggio, y ella me traía un libro casi más grande que yo y me sentaba en la mesa del comedor a mirarlo.
Mi viejo leía de todo, caudalosamente, mucha historia, todo José María Rosa, pero también John Le Carré, Faulkner, las memorias de Kissinger y hasta tenía un libro absurdo que se llamaba El erotismo en Africa (mi madre aún lo tiene, así que algún día de estos lo voy a leer). De todo un poco. La vieja era más de escuchar música, Bach, Beethoven, Brahms. Pero los libros de arte los tenía tía Irene.
En esa época vi por primera vez el cuadro de Cristófano Allori, y no me había impresionado mucho. Con el tiempo me fui encontrando varias veces con el mismo cuadro en diferentes circunstancias, y eso que no es un cuadro tan famoso y no lo tuve en un libro mío, pero terminó siendo uno de mis favoritos. Está en el Palacio Pitti de Florencia y nunca lo pude ver en vivo. Me entero ahora, buscándolo para esta página, que hay otra versión, no tan buena, en la Colección Real del Palacio de Windsor.
Me gusta porque es un cuadro dramático, pero elegantísimo; por la compleja composición, muy dinámica pero estable, con esa horizontal que divide el cuadro en dos mitades y esos triángulos contrapuestos, el del ropaje de ella ascendente y el de las tres cabezas descendente; el juego de volúmenes blancos sobre el fondo oscuro. Es espléndido. Después busqué otros cuadros de Allori, pero no encontré ninguno tan bueno. Su padre también era pintor y el padre de su padre fue Agnolo Allori, el Bronzino.
Durante años creí que la escena representaba a Salomé y el Bautista. No fue hasta hace poco que me enteré que en realidad eran Judith y Holofernes, mediante el sencillo recurso de leer el título..., lo que habla bastante a las claras de la manera negligente con la que me acerco al arte. Y me gustó también cuando me enteré de que el decapitado es un retrato del propio artista y la verdugo, su esposa, je; y la mujer que se asoma ¡es la suegra! Según parece, Cristófano estaba muy enamorado y Mazzafirra, que así se llamaba, lo basureó mal, sometiéndolo a todo tipo de humillaciones y vejámenes. Envuelto en esta situación desesperada y utilizándola, casi, como material, el tipo logró su obra maestra.
Por último está ella, que mira a cámara, fría, distante y bella. Una chica dura sin dudas, con algo a Jessica Alba. Una Jessica Alba manierista.
www.pagina12.com.ar