domingo, 4 de agosto de 2013

Slavoj Zizek: los retretes y la ideología (subtitulado al español)-FLORIAN WERNER, "LA MATERIA OSCURA"

Florian Werner

Florian Werner

Florian Werner, nacido en Berlín en 1971, tiene un doctorado en eruditos y escritores literarios y músicos en el grupo de secador de pelo. En 2005 publicó la colección de cuentos "Todavía estamos hablando", de 2007, la no ficción "Rapocalypse: El comienzo del rap y el fin del mundo". También es periodista, incluso para la WDR.(1971)2011, Premio de Literatura de Branderburgo

2 comentarios:


  1. La materia oscura (Historia cultural de la mierda), de Florian Werner
    Ciencias Sociales
    Fco. Martínez Hidalgo 25/06/2013
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    Este es un ensayo con el que aprender y divertirse de forma simultánea... es posible.
    Portada de La materia oscura (Historia cultural de la mierda), de Florian WernerEn una de sus conferencias más populares -que reproducimos al final de estas líneas, el filósofo esloveno Slavoj Zizek explica el concepto de “ideología” a partir de la distinta forma en que se estructuran los váteres en Europa y la mierda cae en ellos, afirmando que “vas al baño y te sientas encima de la ideología” o que uno de los principales problemas de la vida es “¿qué hacer con ese embarazoso excremento que sale de nuestro cuerpo?” De opinión similar es el escritor checo Milan Kundera, para quién la mierda es un problema teológico más complejo que el del mal, por la irrefrenable vergüenza que parece asaltar a todo ser humano sin excepción cuando debe enfrentarse a la realidad de sus propias excreciones. Y así podríamos seguir con numerosas y diversas opiniones.

    Pues bien, en el ensayo ‘La materia oscura. Historia cultural de la mierda’ (Tusquets, 2013, disponible en FantasyTienda) el filólogo alemán Florian Werner (Berlín, 1971) realiza una exploración multidimensional de este sentido de la vergüenza aplicado al oscuro objeto de deseo que es la caca. Desde misterios filológicos a anécdotas históricas, pasando por la psicología de la coprofagia o la biología tras la producción de popó, las utilidades de las deposiciones aplicadas en la coprofarmacia o la producción de perfumes o la elaboración de manjares hoy en día considerados una delicatesen. Una ingente lista de curiosidades algunas de las cuales nos dejará ojipláticos, otras nos provocará un rictus malicioso u otras una sonora carcajada.

    La primera sorpresa en la lectura de este ensayo se produce en lo subjetivo de la reacción humana a las eyecciones. No siempre hemos sido tan remilgados, vergonzosos o acomplejados en nuestro trato con la mierda. Al fin y al cabo, no deja de ser la muestra prensada de nuestros delitos culinarios, de nuestros hábitos y cotidianidades más ordinarias, de lo que somos capaces de meter por uno de nuestros agujeros fundamentales –para después sacarlo por el otro. Por eso conviene saber que el olor a cloaca de nuestro inodoro no es universal ni común, sino que son nuestra mente y cultura las que fabrican esa sensación; para después venderle una ingente cantidad de productos que la contrarreste. O que las substancias que provocan los olores a materia orgánica digerida, el escatol y el indol, en bajas dosis desprenden la fragancia de las flores frescas.(...)
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  2. Tampoco queda claro porqué, el motivo o la razón fundamental, llegamos incluso a considerar esta relación traumática con una parte de nosotros mismos como una muestra de civilización. Y es que uno de los índices de desarrollo humano no es ya la posesión o no de un váter, sino que este responda a los cánones burgueses del s. XVIII (contra la que el caganer catalán surgió como contestación): particular, cerrado y en la mayoría de los casos sin accesos al exterior –no vaya a ser que se nos vea o huela realizando según qué actividad.

    Tanta disparidad de reacciones, tal riqueza de matices, semejante inmensidad de reacciones o referencias posibles sobre algo tan humano y esencial, exige un ingente trabajo de documentación. La materia oscura permanece invisible en el cuarto secreto para el que, además, tenemos un creciente número de adminículos destinados a reducir el impacto de este supuesto trauma. Desde que en 1857 el estadounidense Joseph Gayetty inventase el primer rollo de papel higiénico moderno (con hojas desechables), nos hemos volcado en la creación de pastillas, líquidos, aerosoles y otros productos para ocultar o acabar con el olor… tanto para evitar que otros nos huelan como para impedirnos recordar el goce que nos produce el olor de nuestra mierda. ¡Porque hasta hace no mucho el “buen” olor de la mierda era uno de los síntomas utilizados para comprobar nuestro buen estado de salud intestinal!

    Por desgracia, parece difícil que en breve se pueda llegar a recomponer esta relación psicosocial con nosotros mismos.

    La presencia social de la palabra “mierda” (por cierto, una de las más populares en cuanto a su uso) la ha introducido, junto con otro diverso y heterogéneo conjunto de improperios, en la categoría de las “palabras sucias” o “escatológicas”. En no pocos lugares es común el que te laven “la boca con jabón” si se te ocurriese pronunciar alguna de ellas. En algunos casos, incluso, la línea que separa la imagen verbal de la realidad evocada ha llegado a cruzarse: “en 2009, una madre de Florida fue arrestada después de haberle metido un trozo de jabón entre los dientes a su hija” (p. 38). Cuando el complejo se extiende y la vergüenza se consolida, pensar que nos podemos reconciliar con la mierda y con nosotros mismos parece más temerario que optimista.

    Y aun así hay esperanza. La mierda nos iguala y une a todos. Cuando vivimos la época de dominio de lo diferente y particular, de lo jerárquico y vertical, todavía oímos el eco de las palabras de la princesa Isabel Carlota del Palatinado (1694), duquesa de Orleáns, cuando decía aquello de que “los emperadores cagan, las emperatrices cagan, los reyes cagan, las reinas cagan, el Papa caga, los cardenales cagan, los príncipes cagan y los arzobispos y los obispos cagan, los curas y los vicarios cagan. ¡Admitámoslo!, ¡el mundo está lleno de personas repugnantes!” (p. 76). Una igualdad reflejada también cuando sonreímos felices, o incluso reímos a mandíbula batiente, ante un sonoro pedo, ante unos hediondos excrementos rellenando una bañera, o ante la imagen del Strephon de Jonathan Swift corriendo exaltado por los pasillos mientras decía de su amada -hasta hace poco idealizada- aquello de “¡oh!, ¡Cecilia, Cecilia, Cecilia caga!” (p. 100).

    Nuestro despiste es tanto que podemos hasta poseer, como los ciclotímicos, emociones contradictorias que se disparan según el contexto o la circunstancia. Cuando infantes nos reímos provocadoramente mientras gritamos “caca, culo, pedo, pis” desde la trona. Incluso siendo niños nos hemos divertido con Arale mientras jugaba con un zurullo pinchado en un palo y, algo más talluditos, con la adoración de los personajes de South Park por el Sr. Mojón. O, por supuesto, en el nivel más alto de frikismo, llegamos a discutir sobre si los superhéroes -aun siendo también humanos- son en la toilette tan delicados como las personas o pueden llegar a dotar a sus secreciones anales de algún tipo de supercaracterística.
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