Diana Dowek. La pintura es un campo de batalla. 2013

Isaac Brodsky(1884-1939)

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  1. Una multitud en la revuelta. Cuerpos que se persiguen, caen, arrojan piedras, esquivan palos, banderas que flamean y una bruma blanca que congela la imagen. Esta es la tapa de Diana Dowek. La pintura es un campo de batalla, libro que recorre la producción de esta artista para quien la propia vida se confunde con los acontecimientos que marcaron la historia del país.

    " Pintar es como escribir un diario de mi vida y un diario del país, con imágenes ”, reflexiona Diana Dowek en su estudio, mientras hojeamos el libro con textos de José Burucúa, Ana P. de Quiroga y Martina Della Stella, diseñado por Alfredo Saavedra y Esteban J. Rico. Distinguida en 2012 con el Premio a la Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes, el libro de Diana fue curado por Kekena Corvalán, investigadora de la tarea de las artistas mujeres y su visibilidad.

    “En la obra de Diana, me interesa la transformación de la realidad a través de la figuración. Sostener un pincel durante 50 años, sostener la misma actitud, me conmueve”, dice Kekena, y destaca la relación de la obra de Diana con la fotografía –ella capta la realidad a través de la cámara y después hace una transferencia a la tela– en el límite conflictivo entre pintura y fotografía.

    “ Mi gran preocupación siempre fue cómo encontrar las claves para simbolizar lo que estaba pasando ”, dice Diana. Dar vuelta una página es, de pronto, zambullirse en la guerra de Vietman y el activismo opositor que tuvo su expresión en la Argentina. En relación con cada momento, Diana cuenta una historia de militancia artística: “En el 66 participé del Homenaje a Vietnam, organizado por León Ferrari y en el 67 hicimos la muestra ‘Malvenido Rockefeller’”, recuerda, mientras contemplamos una imagen muy pop, el cuerpo de Raquel Welch en bikini, envuelta en la bandera estadounidense, que deja ver en su vientre imágenes de la guerra..

    Tras esa década agitada, las preocupaciones por lo internacional fueron dando lugar, de manera excluyente, a lo que pasaba en el país. “Estuve inmersa en el Cordobazo, en el Viborazo. Eran épocas muy fuertes, de insurrección a la orden del día”, cuenta Diana, recordando los actos relámpago que hicieron con las fotos de los muertos del Rosariazo y el “Contra-salón”, en 1972, una protesta por la censura en el Salón Nacional en 1971. Esa época se ve en la serie “Lo que vendrá”, a la que pertenece la tapa del libro. La revuelta plasmada a través del stencil, técnica urgente de la expresión política.

    Más inquietantes y oscuros son los enigmáticos paisajes verdes, fechados en 1976. Es tiempo de dictadura, la expresión se vuelve elíptica y paranoica: en medio del verde, un espejito retrovisor refleja un Falcon, o un cadáver. “Quería mostrar un paisaje en el que aparentemente no pasaba nada”, recuerda Diana. De esa época son las imágenes de cuerpos alambrados bajo una trama opresiva, pero también un alambrado abierto, agujereado. “En un momento me había encerrado a mí misma. ¿Si la tela está clausurada cómo hacés para saltar? Y me dí cuenta de que el mismo elemento que encierra puede abrir ”, señala, recordando los días en que exponía esos cuadros en la dictadura y esos alambres abiertos eran un llamado a la resistencia: en Santa Fé el público hizo una colecta para comprar el cuadro. El arte geométrico era el arte oficial –“los artistas viajaban con Videla”, señala– pero Jorge Glusberg hizo un lugar en el CAyC para “la posfiguración”, donde estaban Diana, Norberto Gómez, Alberto Heredia y otros.Alejandra Rodríguez Ballester
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  2. Lenin en Smonly 1930 Galería Tretyakov, Moscú

    Lenin fue retratado con detalle casi fotográfico en la escuela donde se gestaron los planes para la Revolución, La silla vacía-aguardando el retorno de Marx o Stalin-
    el periódico abierto, la concentración de Lenin y el escenario austero sugieren que nos hallamos ante un acontecimiento real.

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  3. Corre el año 1994 y el cineasta griego Theo Angelopoulos rueda su película La mirada de Ulises. Encaragado de la foto fija del filme está nada menos que Joseph Koudelka, el fotógrafo checo que se convirtió en leyenda cuando en 1968 dio a conocer al mundo imágenes increíbles de los tanques rusos poniendo fin a la Primavera de Praga. En cierto momento de la película, una colosal estatua de Lenin, desmontada y en parte desmembrada, navega de espaldas sobre la cubierta de un barco en aguas del Danubio. Koudelka logra un registro extraordinario de la escena. Atado y apuntalado por una estructura que lo sostiene, Lenin parece señalar el rumbo del barco hacia la nada.

    “Esa imagen me conmocionó mucho –dice ahora Diana Dowek–, es estremecedora. Mutilado pero presente, Lenin va viendo todo en ese viaje”. De algún modo, allí nacieron las pinturas de esta serie exhibida en el Centro Cultural Recoleta con el mismo título que el filme de Angelopoulos. A partir de él –cuenta Dowek– se apropió de la imagen de la escultura de Lenin que “va recorriendo con su mirada de Ulises el mundo, la tragedia de las guerra, la destrucción y el apoderamiento de nuestros bienes comunes, sus recursos vitales como el agua, contaminada, los desplazamientos y migraciones de millones de seres humanos desterrados, el terror de las armas tecnológicamente más mortíferas, la represión y el inevitable retorno de las luchas por impedir la destrucción total de la humanidad”.

    Esa apropiación dio lugar a la que es la obra central de la muestra: “El viaje. Historia de un retorno”, acrílico y transfer fotográfico sobre tela –como todos los trabajos de la serie–, un impresionante díptico de cuatro metros de largo por 1,60 m de alto, colgado solo, en ese espacio tan singular que es como un pasillo a la derecha de la Sala J del Recoleta. La obra introduce la serie, o la cierra, según el recorrido que elija el espectador. Visualmente separadas, en el espacio de la sala propiamente dicha hay una docena de obras más, todas de gran formato y realizadas con la misma técnica, que la artista viene utilizando desde 2001: transfiere a la tela una imagen fotográfica y la interviene luego con acrílico. La inervención pictórica es, según el caso, más o menos constitutiva de las obras que, dado su origen fotográfico, tienen una inquietante dualidad entre el documento y la pintura. Dowek camina cómodamente por ese filo de cierta ambigüedad entre un territorio más objetivo, vinculado con “la realidad” de lo fotográfico y otro más emocional, conectado con “la ficción” de lo pictórico. Pero esa ambigüedad –referida casi exclusivamente a la técnica que usa–, no impide que el espectador sepa, que lo que tiene frente a sus ojos es, de manera contundente, pintura. Y de la buena.
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