Il Rancio, Performance di Fabio Mauri, Galleria Michela Rizzo, Dicembre ...

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  1. Ebrea se presenta ahora en Fundación Proa como parte de No era nuevo, la exuberante exposición que trae por primera vez a Sudamérica parte del inventario operístico de Fabio Mauri, uno de los artistas centrales de la segunda mitad del siglo XX italiano; crítico de las ideologías totalitarias, artesano del desarme. Se trata de una muestra poliédrica, construida por más de sesenta trabajos representativos de las distintas etapas creativas del artista. Vemos expuestos los primeros dibujos macerados de expresionismo abstracto, aquellos presentados en 1955 en una galería romana por Pier Paolo Pasolini, quien advirtió la “contaminación del lenguaje” como elemento medular en Mauri. Pasolini fue, en cierto modo, el introductor de Mauri en el feedlot poético romano. Su Virgilio.

    Poco antes de aterrizar en Roma, Mauri pasó unas temporadas en un neuropsiquiátrico. Le dolía la vida. En un happy hour de electroshock, curas de sueño y pastillas exploratorias, Mauri buscó suturar el sangrado. Había sido testigo de la guerra y como buen cristiano buscaba hurgar en la herida para redimirse. ¿Puede acaso el ser humano atreverse a tanto? Es el artista que rastrilla en la memoria –como recreación de la experiencia– para reinterpretar un presente colectivo donde la dinámica histórica sea. Esto queda expuesto en el resto de la muestra. Dejamos atrás esos primeros diseños semifigurativos para acceder a la refriega de los matices conceptuales.

    Sus instalaciones son siempre espesas. En un mismo espacio coexisten múltiples registros que configuran un ambiente polifónico que viste al espectador con la polvareda del combate. El exterminio posta. Y el elemento teatral que le imprime carga simbólica; el recorrido típico: de lo concreto a lo metafórico, y de aquí a lo hipotético. Como sea, en cualquier instalación de Mauri, cuando el objeto parece al final conquistado, la confusión se apodera, la huida automática hacia otro comienzo. Posiblemente lo que nos esté diciendo Mauri es que no hay nada que “entender”, sino más bien que la operación debería ser “atender”. Lo sabemos de memoria: toda obra contiene una arquitectura. Una puerta de entrada y otra de salida; el jardín delante o detrás, habitaciones, pasadizos secretos, trampas para los curiosos. A la verdad experiencial le siguen el sentido del texto como algo inteligible, así como la posibilidad de cazar un significado. Pero la hermenéutica sufrió el colapso: ahí no hay un ahí. Mauri debió también él desenredar el ovillo. ¿Cómo descomponer esa magnética maquinaria artística que fue el nazismo?

    Mauri nació en Roma en 1926, con el Duce en el poder, pero también con los medios de comunicación de masas preparados para la embestida. La propaganda que se llevó por las narices a los sans culottes extasiados para dogmatizarlos bajo un mismo prisma. Entonces la pantalla, su objeto fetiche. Mauri se planta así frente a un régimen de significación naciente, como el que anunciaba el cine, que modifica la percepción sensorial de la experiencia social. Tecnologías revolucionarias con un potencial de reproductibilidad inédito hasta entonces, que amplían las posibilidades de la memoria y el archivo. Una memoria artificial que pone en tensión nuestra relación con el mundo (Benjamin ya se encargó de esto). No es una lectura optimista –no podemos olvidar que el igualitarismo que propone la cultura de masas se encuentra en la raíz misma de la mitología burguesa, cuya figura contemporánea es el consumidor–. No. La propaganda que diseminó como reguero una potencia intrínsecamente imperial, dominadora y amenazante; la capacidad de producir unos símbolos nuevos, unos modelos de vida y unos programas de conducta. Mauri atiende estas estrategias. (...)
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