martes, 16 de septiembre de 2014

LA HORA DE LA PASTELA 3- VELAZQUEZ/ RODRIGO CAÑETE


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    Diego Velázquez

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    Maestro sin par del arte pictórico, el sevillano Diego Velázquez adornó su carácter con una discreción, reserva y serenidad tal que, si bien mucho se puede decir y se ha dicho sobre su obra, poco se sabe y probablemente nunca se sabrá más sobre su psicología. Joven disciplinado y concienzudo, no debieron de gustarle demasiado las bofetadas con que salpimentaba sus enseñanzas el maestro pintor Herrera el Viejo, con quien al parecer pasó una breve temporada, antes de adscribirse, a los doce años, al taller de ese modesto pintor y excelente persona que fuera Francisco Pacheco. De él provienen las primeras noticias, al tiempo que los primeros encomios, del que sería el mayor pintor barroco español y, sin duda, uno de los más grandes artistas del mundo en cualquier edad.

    La mirada melancólica

    Diego Velázquez fue hijo primogénito de un hidalgo no demasiado rico perteneciente a una familia oriunda de Portugal, tal vez de Oporto, aunque ya nacido en Sevilla, llamado Juan Rodríguez, y de Jerónima Velázquez, también mujer de abolengo pero escasa de patrimonio. En el día de su bautismo, Juan echó las campanas al vuelo (previo pago de una módica suma al sacristán), convidó luego a los allegados a clarete y a tortas de San Juan de Alfarache y entretuvo a la chiquillería vitoreante con monedas de poco monto que arrojó por la ventana. No le había de defraudar este dispendio y estos festejos el vástago recién llegado, que se mostró dócil a los deseos paternos durante su infancia e ingresó en el taller de Francisco Pacheco sin rechistar.


    Detalle del Autorretrato de 1643 (Galería de los Uffizi)

    El muchacho dio pruebas precocísimas de su maña como dibujante y aprendía tan vertiginosamente el sutil arte de los colores que el bueno de Pacheco no osó torcer su genio y lo condujo con suavidad por donde la inspiración del joven lo llevaba. Entre maestro y discípulo se estrechó desde entonces una firme amistad basada en la admiración y en el razonable orgullo de Pacheco y en la gratitud del despierto muchacho. Estos lazos terminaron de anudarse cuando el viejo pintor se determinó a otorgar la mano de su hija Juana a su aventajado alumno de diecinueve años.

    Sobre las razones que le decidieron a favorecer este matrimonio escribe Pacheco: "Después de cinco años de educación y enseñanza le casé con mi hija, movido por su virtud, limpieza, y buenas partes, y de las esperanzas de su natural y grande ingenio. Y porque es mayor la honra de maestro que la de suegro, ha sido justo estorbar el atrevimiento de alguno que se quiere atribuir esta gloria, quitándome la corona de mis postreros años. No tengo por mengua aventajarse el maestro al discípulo, ni perdió Leonardo de Vinci por tener a Rafael por discípulo, ni Jorge de Castelfranco a Tiziano, ni Platón a Aristóteles, pues no le quitó el nombre de divino."

    A la conquista de la corte

    Pronto se le hizo pequeña Sevilla a Velázquez e intentó ganar una colocación en la corte, donde se había instalado recientemente Felipe IV, rey de pocas luces diplomáticas aunque muy aficionado a las artes y que con el tiempo llegaría a sentir por el pintor una gran devoción y hasta una rara necesidad de su compañía. En su primer viaje a Madrid no tuvo suerte, pues tenía menester de muchas recomendaciones para acceder a palacio y se volvió a su tierra natal sin haber cosechado el menor éxito. Hubiera sido una verdadera lástima que su protector y suegro no le hubiese encarecido y animado a intentarlo de nuevo al año siguiente, porque de otro modo el prometedor Diego hubiera quedado confinado en un ambiente excesivamente provinciano, ajeno a los nuevos aires que circulaban por los ambientes cosmopolitas de las cortes de Europa.









    www.biografiasyvidas.com

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  2. Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, pintor barroco español, nació en Sevilla en 1599. A los once años inicia su aprendizaje en el taller de Francisco Pacheco donde permanecerá hasta 1617, cuando ya es pintor independiente. Al año siguiente, con 19 años, se casa con Juana Pacheco, hija de su maestro, hecho habitual en aquella época, con quien tendrá dos hijas. Entre 1617 y 1623 se desarrolla la etapa sevillana, caracterizada por el estilo tenebrista, influenciado por Caravaggio, destacando como obras El Aguador de Sevilla o La Adoración de los Magos. Durante estos primeros años obtiene bastante éxito con su pintura, lo que le permite adquirir dos casas destinadas a alquiler. En 1623 se traslada a Madrid donde obtiene el título de Pintor del Rey Felipe IV, gran amante de la pintura. A partir de ese momento, empieza su ascenso en la Corte española, realizando interesantes retratos del rey y su famoso cuadro Los Borrachos. Tras ponerse en contacto con Peter Paul Rubens, durante la estancia de éste en Madrid, en 1629 viaja a Italia, donde realizará su segundo aprendizaje al estudiar las obras de Tiziano, Tintoretto, Miguel Ángel, Rafael y Leonardo. En Italia pinta La Fragua de Vulcano y La Túnica de José, regresando a Madrid dos años después. La década de 1630 es de gran importancia para el pintor, que recibe interesantes encargos para el Palacio del Buen Retiro como Las Lanzas o los retratos ecuestres, y para la Torre de la Parada, como los retratos de caza. Su pintura se hace más colorista destacando sus excelentes retratos, el de Martínez Montañés o La Dama del Abanico, obras mitológicas como La Venus del Espejo o escenas religiosas como el Cristo Crucificado. Paralelamente a la carrera de pintor, Velázquez desarrollará una importante labor como cortesano, obteniendo varios cargos: Ayudante de Cámara y Aposentador Mayor de Palacio. Esta carrera cortesana le restará tiempo a su faceta de pintor, lo que motiva que su producción artística sea, desgraciadamente, más limitada. En 1649 hace su segundo viaje a Italia, donde demuestra sus excelentes cualidades pictóricas, triunfando ante el papa Inocencio X, al que hace un excelente retrato, y toda la Corte romana. Regresa en 1651 a Madrid con obras de arte compradas para Felipe IV. Estos últimos años de la vida del pintor estarán marcados por su obsesión de conseguir el hábito de la Orden de Santiago, que suponía el ennoblecimiento de su familia, por lo que pinta muy poco, destacando Las Hilanderas y Las Meninas. La famosa cruz que exhibe en este cuadro la obtendrá en 1659. Tras participar en la organización de la entrega de la infanta María Teresa de Austria al rey Luis XIV de Francia para que se unieran en matrimonio, Velázquez muere en Madrid el 6 de agosto de 1660, a la edad de 61 años.
    www.artehistoria.jcyl.es

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  3. Estilo
    El estilo de Baltasar Gracián, el generalmente llamado «conceptismo», se caracteriza por la elipsis y la concentración de un máximo de significado en un mínimo de forma, procedimiento que Gracián lleva a su extremo en el Oráculo manual y arte de prudencia, compuesto íntegramente de casi tres centenas de máximas comentadas. En ellas se juega constantemente con las palabras y cada frase se convierte en un acertijo por obra de los más diversos mecanismos de la retórica.

    Si los manieristas, como Herrera o Góngora, tuvieron por modelo el estilo oratorio de Virgilio y Cicerón, Gracián —barroco— adopta el estilo lacónico de Tácito, Séneca y Marcial, su paisano. Ello no significa, sin embargo, que el suyo sea un estilo llano, al modo de Cervantes. La dificultad es patrimonio tanto de cultistas gongorinos como de conceptistas. La diferencia estriba en que el esfuerzo de comprensión del lector de estos últimos exige descifrar los múltiples significados ocultos tras cada expresión lingüística. La concisión sintáctica, además, obliga frecuentemente a suponer elementos elididos, ya sean palabras con significado léxico o conectores lógicos.


    Arte de ingenio, tratado de la agudeza. Portada de la edición princeps de Madrid, 1642.
    La prosa de Gracián está conformada por oraciones independientes y breves separadas por signos de puntuación (coma, punto y punto y coma) y no por nexos de subordinación. Predomina, pues, la yuxtaposición y la coordinación. La escasa presencia de oraciones subordinadas en periodos complejos, lejos de facilitar la comprensión, la hace ardua, se hace necesario suplir la lógica de las relaciones entre las sentencias, deduciéndola del sentido, de la idea que se expresa, lo que no siempre es fácil. La profundidad de Gracián, pues, está en el concepto y en la elusión, no en la sintaxis.

    La concisión expresiva se manifiesta en la frecuente deixis de elementos con función anafórica que aparecen sobreentendidos por el contexto lingüístico que lo antecede o porque (como en el caso frecuente de los nexos) la relación lógica se da por supuesta y delegada a la inteligencia del lector. De modo que es habitual la elipsis del verbo «ser», como se aprecia en su conocida máxima «Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y aun lo malo, si poco, no tan malo» (Oráculo..., 105.), que además es una declaración de intenciones que se puede aplicar al laconismo de su elocución. Muy frecuente es, con este mismo objetivo, la utilización del zeugma. También se da la elipsis del sustantivo. Aquí vemos un ejemplo de sustantivo omitido en zeugma: «Dieron luego conmigo en un calabozo cargándome de hierros, que este fue el fruto de los míos» (mis yerros —de errar—, se entiende: El Criticón, 1.ª parte, crisi IV).

    La riqueza semántica, casi siempre polisémica, ofrece en Gracián la mayor intensidad que se había dado hasta entonces en la literatura española. Nunca bastará con el principal significado denotativo, sino que se han de buscar todas las acepciones simultáneas. La dilogía, la ambivalencia semántica, los dobles y hasta triples sentidos son constantes en el quehacer de Gracián. No para crear ambigüedad, sino para ofrecer todas las posibilidades de conocimiento y percepción del mundo.24 La doble interpretación en el plano real y el alegórico o filosófico es lo que confiere una densidad extraordinaria a su obra. Y esto sucede tanto a nivel morfológico o léxico como oracional y textual. Así, ejemplos de dobles sentidos frecuentes en él son «río» (de ‘reír’ y ‘corriente de agua’) o «yerro» (‘metal’ y ‘error’).


    Manuscrito autógrafo de El Héroe correspondiente al primor 5, «Gusto relevante», que en su edición impresa, reza:
    [...] hijos de la capacidad, heredados por igual en la excelencia. Ingenio sublime nunca crió gusto ratero.

    Hay perfecciones soles y hay perfecciones luces. Galantea el águila al sol, piérdese en él el helado gusanillo por la luz de un candil, y tómasele la altura a un caudal por la elevación del gusto.



    ,(...)
    es.wikipedia.org

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  4. Baltasar Gracián
    El Criticón (fragmento)

    " -¡Oh vida, no habías de comenzar, pero ya que comenzaste no habías de acabar! No hay cosa más deseada ni más frágil que tú eres, y el que una vez te pierde, tarde te recupera: desde hoy te estimaría como a perdida. Madrastra se mostró la naturaleza con el hombre, pues lo que le quitó de conocimiento al nacer le restituye al morir: allí porque no se perciban los bienes que se reciben, y aquí porque se sientan los males que se conjuran. ¡Oh tirano mil veces de todo el ser humano aquel primero que con escandalosa temeridad fió su vida en un frágil leño al inconstante elemento! Vestido dicen que tuvo el pecho de aceros, mas yo digo que revestido de yerros. En vano la superior atención separó las naciones con los montes y los mares si la audacia de los hombres halló puentes para trasegar su malicia. Todo cuanto inventó la industria humana ha sido perniciosamente fatal y en daño de sí misma: la pólvora es un horrible estrago de las vidas, instrumento de su mayor ruina, y una nave no es otro que un ataúd anticipado. Parecíale a la muerte teatro angosto de sus tragedias la tierra y buscó modo cómo triunfar en los mares, para que en todos elementos se muriese. ¿Qué otra grada le queda a un desdichado para perecer, después que pisa la tabla de un bajel, cadahalso merecido de su atrevimiento? Con razón censuraba el Catón aun de sí mismo entre las tres necedades de su vida el haberse embarcado por la mayor. ¡Oh suerte oh cielo oh fortuna!, aun creería que soy algo, pues así me persigues; y cuando comienzas no paras hasta que apuras: válgame en esta ocasión el valer nada para repetir de eterno. " www.epdlp.com

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  5. Los pintores españoles del Siglo de Oro adoptan con frecuencia en la representación de interiores la solución del "cuadro dentro del cuadro".un elemento que crea un nuevo esp acio dentro del ya establecido y que puede estar cargado de significados simbólicos y alusivos, tan próximos a la cultura de la época.
    Su estudio cada vez más minuciosos se debe a los artistas flamencos del siglo XVII, que dan pruebas de su habilidad en el juego de las dobles apariencias: el cuadro añadido "es y no es la "realidad" que reproduce.
    Paralelamente, la ambigüedad entre realidad e ilusión caracteriza el teatro del siglo XVII, que representa obras con escenarios dentro del escenario, con nuevas tramas entrelazadas con la historia principal.
    En "Las hilanderas de la real manufactura de Santa Isabel", O, fábula de Minerva y Aracne, fue realizado en torno a 1657, pero no para el soberano, sino para un mantero suyo. Hasta el siglo XVIII no entró a formar parte de las colecciones reales.
    -La rueda de la rueca de la anciana hilandera gira a tan elevada velocidad, que no es posible captar sus rayos con la mirada; la mano que inicia el movimeinto no es más que una mancha de color. Velázquez se adelanta varios siglos en la representación visual del movimiento.
    Al plantear las figuras de las dos hilanderas, Velázquez tiene en mente las composiciones de Miguel Angel de la Capilla Sixtina, una prueba más del cuidadoso estudio del arte italiano.
    En segundo plano se represeta la escena de la condena de la doncella, lo que confirma que en el cuadro se narra la historia de Aracne, transformada en araña por Minerva por haber osado desafiarla en el arte de tejer (Ovidio, Metamorfosis, libro VI
    La escena de Rubens de "El rapto de Europa" donde Júpiter transformado en toro, rapta a Europa. Esa escena es propuesta por Velázquez en el tapiz según la copia de Rubens.Fuente:Rosa Giorgi, Velázquez,

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  7. La tela que decora la estancia del cuadro de Zurbarán está vinculada al tema del cuadro: la Virgen con el Niño de la huida a Egipto y el Bautista penitente en el desierto confirman el sermón de San Hugo, que predica la austeridad.

    En el cuadro de Velázquez, Cristo en casa de Marta y María, 1610-1620, Londres National Gallery. ¿Cuadro, espejo o ventana? Permanece la duda, pero de este modo se transforma en una escena sagrada.
    la naturaleza muerta con figuras

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