sábado, 30 de marzo de 2013

ANDREW GRAHAM-DIXON- ARTE COPTO-BBC- VÍDEOS

Arte y Religión de los Coptos-

La narración de Jorge Luis Borges pertenece a: "El informe de Brodie"1970; se encuentra una parte en los dos últimos comentarios; son fragmentos. Se lo puede leer en www.escribirte.com.ar

4 comentarios:

  1. Cuando en el año 525 a.C. el rey persa Cambises se apoderó de Egipto, comenzó un largo período, a partir del cual, el territorio se vio sometido de forma continua a dominaciones extranjeras. En el año 332 a.C. Egipto fue conquistado por Alejandro Magno, accediendo Grecia, al poder político de un territorio en el que se había asentado, por medio de colonias, en siglos anteriores. Esta conquista supuso el inicio de un proceso de degradación de lo egipcio en favor de lo griego. Alejandro fue coronado faraón y a su muerte, en el año 323 a.C., el gobierno del territorio egipcio pasó a manos de su general Ptolomeo, que tras vencer en la guerra de los Diádocos fundó la dinastía ptolemaica con capital en la nueva ciudad de Alejandría.

    El cristianismo fue introducido muy pronto en Alejandría. Dice la tradición que fue predicado por San Marcos, el cual llega a la ciudad el año 40 d.C. donde funda una pequeña comunidad. Pero no será hasta finales del siglo II cuando se puede hablar del establecimiento de la nueva religión a pesar de que existía ya una comunidad de cierta importancia.www.arteguias.com

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  2. El nombre copto proviene de la corrupción árabe del termino griego aigyptios, o sea, egipcio, transformado en gipt y después en qibt. Los coptos son, en efecto, por sus características étnicas e historia, los descendientes legítimos de los egipcios del tiempo de los faraones. La actual lengua copta hunde sus raíces en la escritura jeroglífica y su liturgia en la del patriarcado de Alejandría, primer centro intelectual de la cristiandad.

    Los inicios del cristianismo en Egipto

    El cristianismo llegó a Egipto en tiempos apostólicos. La tradición atribuye a San Marcos la predicación del Evangelio en el Valle del Nilo, donde fue martirizado. La nueva religión se distinguió desde sus comienzos por una intensa actividad intelectual y rápida difusión entre la población urbana de Alejandría, la ciudad más cosmopolita del Imperio Romano después de Roma. En este ambiente nació en el siglo II la escuela teológica alejandrina, la Didascalea, con representantes tan ilustres como Pantera, Clemente de Alejandría, Orígenes, San Atanasio de Alejandría, Dídimo el Ciego y San Cirilo. Sus escritos pertenecen al patrimonio de toda la cristiandad.

    La persecución de Dioclesano, del 303 al 305, fue especialmente cruel para los cristianos egipcios. Las fuentes históricas nos hablan de 'innumerables fieles con sus mujeres e hijos' que sufrieron el martirio por la fe. El trauma ocasionado por la 'Gran Persecución' quedó tan vivo en la conciencia cristiana que dio origen, en el calendario litúrgico, a la Era de los Mártires, que comienza el año 284, fecha del acceso al trono de Dioclesiano.

    Época de esplendor de la Iglesia copta(...)www.teologoresponde.com.ar

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  3. El evangelio según San Marcos
    Jorge Luis Borges


    ra rascacielos en Buenos Aires; creía que los gauchos de la llanura son mejores Espinosa, que se había dejado crecer la barba, solía demorarse ante el espejo para mirar su cara cambiada y sonreía al pensar que en Buenos Aires aburriría a los muchachos con el relato de la inundación del Salado. Curiosamente, extrañaba lugares a los que no iba nunca y no iría: una esquina de la calle Cabrera en la que hay un buzón, unos leones de mampostería en un portón de la calle Jujuy, a unas cuadras del Once, un almacén con piso de baldosa que no sabía muy bien donde estaba. En cuanto a sus hermanos y a su padre, ya sabrían por Daniel que estaba aislado -la palabra, etimológicamente, era justa- por la creciente.

    Explorando la casa, siempre cercada por las aguas, dio con una Biblia en inglés. En las páginas finales los Guthrie -tal era su nombre genuino- habían dejado escrita su historia. Eran oriundos de Inverness, habían arribado a este continente, sin duda como peones, a principios del siglo diecinueve, y se habían cruzado con indios. La crónica cesaba hacia mil ochocientos setenta y tantos; ya no sabían escribir. Al cabo de unas pocas generaciones habían olvidado el inglés; el castellano, cuando Espinosa los conoció, les daba trabajo. Carecían de fe, pero en su sangre perduraban, como rastros oscuros, el duro fanatismo del calvinista y las supersticiones del pampa. Espinosa les habló de su hallazgo y casi no escucharon.

    Hojeó el volumen y sus dedos lo abrieron en el comienzo del Evangelio según Marcos. Para ejercitarse en la traducción y acaso para ver si entendían algo, decidió leerles ese texto después de la comida. Le sorprendió que lo escucharan con atención y luego con callado interés. Acaso la presencia de las letras de oro en la tapa le diera más autoridad. Lo llevan en la sangre, pensó. También se le ocurrió que los hombres, a lo largo del tiempo, han repetido siempre dos historias: la de un bajel perdido que busca por los mares mediterráneos una isla querida, y la de un dios que se hace crucificar en el Gólgota. Recordó las clases de elocución en Ramos Mejía y se ponía de pie para predicar las parábolas.

    Los Gutres despachaban la carne asada y las sardinas para no demorar el Evangelio.
    Una corderita que la muchacha mimaba y adornaba con una cintita celeste se lastimó con un alambrado de púa. Para parar la sangre, querían ponerle una telaraña; Espinosa la curó con unas pastillas. La gratitud que esa curación despertó no dejó de asombrarlo. Al principio, había desconfiado de los Gutres y había escondido en uno de sus libros los doscientos cuarenta pesos que llevaba consigo; ahora, ausente el patrón, él había tomado su lugar y daba órdenes tímidas, que eran inmediatamente acatadas. Los Gutres lo seguían por las piezas y por el corredor, como si anduvieran perdidos. Mientras leía, notó que le retiraban las migas que él había dejado sobre la mesa. Una tarde los sorprendió hablando de él con respeto y pocas palabras. Concluido el Evangelio según El evangelio según San Marcos
    Jorge Luis Borges

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  4. El evangelio según San Marcos
    Jorge Luis Borges

    El hecho sucedió en la estancia La Colorada, en el partido de Junín, hacia el sur, en los últimos días del mes de marzo de 1928. Su protagonista fue un estudiante de medicina, Baltasar Espinosa. Podemos definirlo por ahora como uno de tantos muchachos porteños, sin otros rasgos dignos de nota que esa facultad oratoria que le había hecho merecer más de un premio en el colegio inglés de Ramos Mejía y que una casi ilimitada bondad. No le gustaba discutir; prefería que el interlocutor tuviera razón y no él. Aunque los azares del juego le interesaban, era un mal jugador, porque le desagradaba ganar. Su abierta inteligencia era perezosa; a los treinta y tres años le faltaba rendir una materia para graduarse, la que más lo atraía. Su padre, que era librepensador, como todos los señores de su época, lo había instruido en la doctrina de Herbert Spencer, pero su madre, antes de un viaje a Montevideo, le pidió que todas las noches rezara el Padrenuestro e hiciera la señal de la cruz. A lo largo de los años no había quebrado nunca esa promesa. No carecía de coraje; una mañana había cambiado, con más indiferencia que ira, dos o tres puñetazos con un grupo de compañeros que querían forzarlo a participar en una huelga universitaria. Abundaba, por espíritu de aquiescencia, en opiniones o hábitos discutibles: el país le importaba menos que el riesgo de que en otras partes creyeran que usamos plumas; veneraba a Francia pero menospreciaba a los franceses; tenía en poco a los americanos, pero aprobaba el hecho de que hubiera rascacielos en Buenos Aires; creía que los gauchos de la llanura son mejores jinetes que los de las cuchillas o los cerros. Cuando Daniel, su primo, le propuso veranear en La Colorada, dijo inmediatamente que sí, no porque le gustara el campo sino por natural complacencia y porque no buscó razones válidas para decir que no.

    El casco de la estancia era grande y un poco abandonado; las dependencias del capataz, que se llamaba Gutre, estaban muy cerca. Los Gutres eran tres: el padre, el hijo, que era singularmente tosco, y una muchacha de incierta paternidad. Eran altos, fuertes, huesudos, de pelo que tiraba a rojizo y de caras aindiadas. Casi no hablaban. La mujer del capataz había muerto hace años.

    Espinosa, en el campo, fue aprendiendo cosas que no sabía y que no sospechaba. Por ejemplo, que no hay que galopar cuando uno se está acercando a las casas y que nadie sale a andar a caballo sino para cumplir con una tarea. Con el tiempo llegaría a distinguir los pájaros por el grito.

    A los pocos días, Daniel tuvo que ausentarse a la capital para cerrar una operación de animales.
    Espinosa, que se había dejado crecer la barba, solía demorarse ante el espejo para mirar su cara cambiada y sonreía al pensar que en Buenos Aires aburriría a los muchachos con el relato de la inundación del Salado. Curiosamente, extrañaba lugares a los que no iba nunca y no iría: una esquina de la calle Cabrera en la que hay un buzón, unos leones de mampostería en un portón de la calle Jujuy, a unas cuadras del Once, un almacén con piso de baldosa que no sabía muy bien donde estaba. En cuanto a sus hermanos y a su padre, ya sabrían por Daniel que estaba aislado -la palabra, etimológicamente, era justa- por la creciente.


    Jorge Luis Borges 1970en "El informe de Brodie"
    El informe de Brodie (1970)

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