viernes, 31 de octubre de 2014

Más allá del espacio y del tiempo. El descubrimiento del Greco

1 comentario:


  1. (...)El poeta que más atención otorgó a la pintura de entre los del 27 fue Rafael Alberti. De niño pintaba los barcos que atracaban en el Puerto de Santa María. Ya en Madrid, en 1917, experimentó una auténtica epifanía al poder apreciar las obras de los grandes maestros en el Museo del Prado. En la propia capital, expondría sus cuadros vanguardistas en el Salón Nacional de Otoño, en 1920, y en el Ateneo, en 1922. Alberti simultanearía pintura y poesía durante la práctica totalidad de su vida. El encuentro de estas dos pasiones alumbró una de sus obras mayores, A la pintura (1948), poemario dedicado a Pablo Picasso, que cuenta con una pieza introductoria titulada «1917» en la que el protagonista poético expresa, líricamente, el descubrimiento del Prado tal como lo había experimentado el propio Alberti. Ya en esta composición inicial hallamos una alusión al Greco:

    «(…) penetré al castigado fantasmal verdiseco

    de la muerte y la vida subterránea del Greco».

    Sin embargo, es en el poema titulado «El Greco», en el que Alberti expone una descripción de los rasgos formales de la obra del pintor y trata de explicitar, por medio de la paradoja y la sinestesia, el fondo conceptual subyacente al irracionalismo de la pintura del Greco. Se trata de una composición bellísima, en la que el poeta vierte en rítmicos versos toda la capacidad de sugestión de su madurez creativa y su penetrante capacidad analítica en la percepción de las obras plásticas. El poema comienza así:

    «Aquí, el barro ascendiendo a vértice de llama,

    la luz hecha salmuera,

    la lava del espíritu candente.

    Aquí,

    la tiza delirante de los cielos

    polvoreados de cortadas nubes,

    sobre las que se vuelcan

    en remolinos o de las que penden,

    agarrados de un pie, del pico de un cabello,

    o del cañón de un ala,

    ángeles de narices alcuzas y ojos bizcos,

    trastornados de azufre,

    prendidos por un fósforo traído en un zigzag del aire».

    En los poemas de la serie dedicada a los colores, vuelve Alberti sobre el Greco. En el titulado «Azul», expresa el valor cromático que nuestro pintor confiere a este color:

    «Azul azufre alcohol fósforo Greco.

    Greco azul ponzoñoso cardenillo».

    En el poema que titula «Rojo»:

    «Me levanto hasta el solio de la púrpura

    y desciendo esparcido -¡oh Greco!- en pliegues».

    En el titulado «Amarillo»:

    «Sonámbulo, espectral, aparecido,

    cálido, turbio -Greco-, pantanoso,

    gélido, indigestado, vomitado,

    diluido, llovido, evaporado,

    difunto, corrompido, disecado,

    vivo, resucitado...».

    En el poema «Verde»:

    «Un agónico helado verde Greco,

    un verde musgo legamoso Greco,

    un disecado verde vidrio Greco,

    un verde roto Greco.»

    En el dedicado al color «Negro»:

    «Un túmulo de negras sombras, un imponente

    manto en caído mar negro del Greco.»

    Por último, en el poema «Blanco» hallamos esta alusión:

    «Blanco gorguera llama blanca Greco.»

    En su libro de memorias, La arboleda perdida, también son numerosas las referencias al Greco y sus «azufres incandescentes» o «…aquellas iglesias toledanas que en la noche son como descendidas de algún anubarrado y misterioso firmamento del Greco», o bien la pincelada que ofrece sobre el escultor Alberto viniendo del frente «soldado como salido, o caído, de un cielo ocre, verde y gris, tormentoso, del Greco».(...)
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