AUGUSTE-DOMINIQUE INGRES / EDIPO Y LA ESFINGE

Ingres pintó tres versiones de este mismo tema, prácticamente sin variaciones. Esta es la última versión y se diferencia de las anteriores en la figura de hombre barbado que huye al fondo de la cueva. El mito de Edipo nos habla del joven príncipe sobre el que se profetizó que mataría a su padre y se casaría con su madre. Para eludir este destino, Edipo fue abandonado por sus padres y vagó por el destierro. En cierto momento topó con la Esfinge, que le planteó el famoso enigma -el animal que camina a cuatro patas en su infancia, a dos en su madurez y a tres en su vejez- que sólo Edipo fue capaz de resolver. La esfinge entonces le reveló su destino, que efectivamente cumplió por accidente. De tal modo, parece que la figura masculina del fondo pudiera ser el mismo Edipo maduro, que huye horrorizado ante lo que le espera.

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  1. Edipo en Colono (gr. Οἰδίπους ἐπὶ Κολωνῷ, Oidipus epi Kolonoi, lat. Oedipus Coloneus) es una tragedia griega de Sófocles, escrita no mucho antes de su muerte en el 406/405 a. C., y llevada a escena en el 401 por su nieto Sófocles el Joven.
    En la cronología, se producen los eventos de Edipo en Colono después de los sucesos de Edipo rey y antes de Antígona; sin embargo, fue la última de las tres tragedias. Mientras en las otras dos obras sobre Edipo traen a menudo el tema de la responsabilidad moral de una persona y su destino, Edipo en Colono es la única en donde se aborda explícitamente que "él no es responsable de las acciones que estaba destinada a cometer
    Edipo, ya ciego, llega a Colono, distrito de Atenas, acompañado por su hija Antígona. Un lugareño les pide que abandonen el recinto sagrado de las Euménides, en el que se encuentran. Edipo se niega porque sabe que éste era el lugar en el que había de morir según el oráculo, y llegan más lugareños para echarlo de allí. Aparece Teseo, el rey de Atenas, quien asegura a Edipo su protección y le promete que será enterrado en suelo ático; de esta forma su espíritu protegerá Atenas. Ismene, la otra hija, llega de Tebas contando el futuro enfrentamiento entre los hermanos; ganará aquel que consiga tener consigo a Edipo. Es por ello por lo que Creonte, su cuñado, aparece con intención de prenderlo para que sea Tebas y no Atenas quien reciba su cuerpo; sus hombres capturan a Antígona e Ismene. Teseo interviene en ese momento y lo rescata a él y a sus hijas. Polinices aparece para ganar el apoyo de su padre, simulando arrepentimiento e intenta obtener el beneplácito paterno en su enfrentamiento con Eteocles, pero sólo consigue enfurecer a Edipo, quien lanza sus maldiciones contra ellos, que morirán el uno a manos del otro. Finalmente se oye un trueno, que señala el fin inminente de Edipo. Éste indica tan sólo a Teseo cuál será el emplazamiento de su tumba, pues traerá la fortuna a Atenas mientras siga allí. Se retira y un mensajero cuenta que tras bendecir a sus hijas, se ha apartado a un lugar solitario y que ha muerto solo, en presencia de Teseo.

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  2. Por Hernando Bernal
    El Edipo lacaniano se divide en tres tiempos; son tiempos lógicos, no cronológicos, que nos ayudan a pensar la clínica y la constitución del sujeto. En el primer tiempo del Edipo, el niño desea ser el objeto de deseo de la madre. ¿Qué desea la madre? La respuesta es: el falo. Ella siente su incompletud, su falta, su castración en la medida en que le falta el falo. Esto es lo que hace que la mujer que desea ser madre busque un hijo que la haría sentirse completa; ella simboliza el falo en el hijo inconscientemente, es decir, produce la ecuación niño = falo. El niño, a su vez, se identifica con aquello que la madre desea, se identifica al falo; él es el falo para la madre y la madre pasa a ser una madre fálica, completa, a la que no le falta nada. En este primer tiempo del Edipo está en juego lo que Lacan denomina la tríada imaginaria: el niño, la madre y el falo; el falo cumple aquí con su función imaginaria: crearle la ilusión al sujeto de que está completo. La madre se siente plena, realizada, completa con su posesión (Bleichmar, 1980).

    En el segundo tiempo del Edipo, interviene el padre, pero más que el padre, interviene la función paterna. El padre, o la persona que cumpla con su función, interviene privando al niño del objeto de su deseo -la madre-, y privando a la madre del objeto fálico -el niño-. El niño, entonces, gracias a la intervención del padre, deja de ser el falo para la madre, y la madre deja de ser fálica. Ésto último es lo más importante de este segundo tiempo: que la madre deje de sentirse completa con su posesión, que se muestre en falta, deseando, más allá de su hijo, a su esposo, o alguna otra cosa, es decir, que ella se muestre en falta, castrada, deseante. Si esto no sucede, el niño el niño queda ubicado como dependiente del deseo de la madre, y la madre se conserva como madre fálica (Bleichmar, 1980). Si esto sucede, el niño puede llegar a ser un perverso, ya que, como lo indica Lacan, todo el problema de las perversiones de un sujeto consiste en concebir cómo un niño se identifica con el objeto de deseo de la madre, es decir, el falo. Cuando el niño “es” el falo de la madre y la madre permanece siendo fálica, esto nos va a dar la perversión.

    La pérdida de la identificación del niño con el valor fálico es lo que se denomina castración simbólica; él deja de ser el falo y la madre deja de ser fálica, ella también está castrada; es decir que la función paterna consiste en separar a la madre del niño y viceversa. Es por esto que se dice que el padre, en este segundo tiempo, aparece como padre interdictor, como padre prohibidor, en la medida en que le prohíbe al niño acostarse con su madre, y le prohíbe a la madre reincorporar su producto (Bleichmar, 1980). Él entonces tiene como función transmitir una ley que regule los intercambios entre el niño y su madre; esa ley no es otra que la ley de prohibición del incesto, ley que funda la cultura y regula los intercambios sociales.

    En el tercer tiempo del Edipo, producida la castración simbólica e instaurada la ley de prohibición del incesto, el niño deja de ser el falo, la madre no es fálica y el padre… ¡tampoco!, es decir, el padre no “es” la ley -lo cual lo hace parecer completo, fálico-, sino que la representa -padre simbólico-. En este tercer tiempo del Edipo se necesita de un padre que represente a la ley, no que lo sea, es decir, se necesita de un padre que reconozca que él también está sometido a la ley y que, por tanto, también está en falta, castrado. En este tercer tiempo del Edipo, el falo y la ley quedan instaurados como instancias que están más allá de cualquier personaje (Bleichmar, 1980); ni el niño, ni la madre ni el padre “son” el falo; el falo queda entonces instaurado en la cultura como falo simbólico. El Edipo, por tanto, es el paso del “ser” al “tener” -en el caso del niño-, o “no tener” -en el caso de la niña-.
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