Joel-Peter Witkin's Artwork

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  1. Susan Sontag en unos de los ensayos publicados en su libro “Sobre la fotografía” nos relataba cómo no era lo mismo presenciar una operación en un quirófano que ver fotografías sobre ello. No es lo mismo porque in situ el que observa puede ser dueño de lo que mira, mientras que en una fotografía, al reflejar un sólo instante, nuestra mirada es dirigida por quien compuso la escena sin opción alguna por nuestra parte.

    Con Joel-Peter Witkin, nuestro ojo se encuentra de lleno con una imágen a priori desagradable en nuestro ideal universo de lo bello. Sus representaciones revuelven, asquean, nos hacen cerrar los ojos o mirar para otro lado. Lo que en pintura nos agrada, aunque estemos ante las pinturas negras de Goya, en fotografía nos repele. Y ello es debido a que estamos ante retazos de realidad, aunque a veces sea una realidad inventada, maltratada.
    No es extraño, que Witkin, fotógrafo nacido en Nueva York que se formó en escultura, recurra en muchas de sus fotografías a cuadros de la historia de la pintura. No es de extrañar que mezcle Las Meninas de Velázquez con El Guernica de Picasso. O que convierta algo tan bello como La Venus de Botticelli en una postal horrenda.

    De algún modo se apodera de los personajes de Diane Arbus y los inserta en escenas inspiradas de la mitología clásica o la Biblia. En este sentido, Witkin es una poderosa fuente de recursos basados en los pilares que han sustentado la historia del arte durante siglos. Pero él los presenta a su manera.

    Su mundo es el de los transexuales, los mutilados, los enfermos. Su concepción de la fotografía se aleja de lo bello, pero de algún modo atrapa, queremos seguir mirando sus obras porque nos enseñan algo que nuestra imaginación no alcalza a crear. Es la fascinación por lo desconocido lo que nos hace dar gracias de no estar presente en la sesión fotográfica, sino de ver la obra terminada.

    Fotógrafo | Joel-Peter Witkin
    Vídeo | Youtube www.xataka.com

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  2. (...) “Si Giotto viviera sería fotógrafo, no pintor, porque éste es el arte de nuestro tiempo. Creo que él fotografiaría los mismos sujetos que yo. Él creería en lo que yo creo.” Y su credo dice que cree en la vida eterna, en que “es una horrible estupidez pensar que la ciencia puede explicarlo todo”, y que un “artista no hace la obra por sí mismo sino que la obra se realiza a través de él”, aunque lo que produce debe ser un reflejo de su vida interior. Si no, sería un mero juego estético, “showy”, lindo para ver. Y nada más. Lo que verdaderamente importa “es lo que no se puede ver ni explicar”. No es casual que su favorito sea un hombre de la Edad Media que anticipó de alguna manera el Renacimiento. Witkin elige creer en la magia (sense of wonder), en una inspiración que llega desde más allá de lo conocido, desde el lugar al que pretende llegar a través del viaje de su vida. Pero como El Giotto, en su célebre zócalo de la avaricia, se interna en los avernos conocidos en esta tierra: “Los temas de mi trabajo no son los freaks, las degeneraciones grotescas. Ellos son nosotros”.

    Es un hombre de poco más de sesenta años que se confiesa avergonzado de ser norteamericano, aunque la guerra podría proveerlo de toda una fuente de modelos. Él ya estuvo en el ejército alguna vez, ya fotografió ese tipo de atrocidades entre 1961 y 1964, cuando comenzaba la guerra de Vietnam. No es ese tipo de realidad la que busca retratar, pero le interesa elconcepto. Si elige la fotografía es porque ese lenguaje necesita de cosas que efectivamente existen. “Y si existen son reales.” Desde que está en Buenos Aires, hace un par de semanas se ha dedicado a emular a Goya buscando en el hospital Borda esos modelos que por haber perdido la razón que implican los parámetros corrientes tienen el brillo místico en la mirada que también buscaba el pintor. Ha vestido a los pacientes de obispos, ha encontrado la locación que necesitaba y que nunca es un estudio convencional. Prefiere las casas antiguas de gente conocida o algún otro “escenario natural”. Incluso ha encontrado el modelo perfecto para otra composición que tiene en mente: un hombre pintado de blanco, bello como un émulo del David de Miguel Angel y con un miembro tan grande como para contrapesar en una balanza con unas cuantas frutas. “Existe –dice–, ya lo van a ver.” Lo que se le hace difícil es conversar con sus modelos y aplicar sus estudios de psicología, como suele hacer cuando trabaja con modelos vivos, para que su idea se modifique todo lo necesario. “Después de ese proceso, siempre se ven mejor de lo que yo había imaginado. Aunque yo no fotografío personas, sencillamente consigo que las personas encarnen mi idea.” No hay nada que pedirle a los cadáveres, nada que explicar. Sin embargo, dice Witkin, ellos también se expresan, juzgan y son juzgados. Como prueba cuenta una historia sucedida en una morgue mexicana. Él estaba allí con su traductor, viendo cómo se le practicaba una autopsia a quien en vida llevaba un peinado punk.
    “Usualmente se corta el cuero cabelludo, se lo retira como si fuera la capa de una cebolla y después se trepana la calavera con una máquina. En esa morgue no había dinero suficiente para la máquina y los huesos se cortaban con sierra. Mientras los médicos se afanaban, la cabeza se movía de un lado al otro, decía no, no, no. Yo miré a mi traductor, algo le estaría diciendo ese cuerpo. Por el modo en que se trata a los muertos y a los pobres se puede juzgar a una sociedad.”

    Si su obra es una exposición de su alma, ¿por qué necesita mirarse en otros tan distintos? “Son diferentes, pero todos somos diferentes, cada grano de arena es distinto al de al lado. Nacer sin un sentido determinado también puede ser un don. Un hermafrodita es también parte de la realidad en que vivimos. Todos los que estamos en este mundo tenemos problemas que resolver, lo que sucede es que la mayoría de las personas tiene miedo de vivir, miedo de asomarse a lo que no conoce y por eso le teme a la muerte.. (...)
    Por Marta Dillon en www.pagina12.com.ar el 23 de marzo de 2003

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