LA REINA, CORTOMETRAJE ARGENTINO DE MANUEL ABRAMOVICH

La reina. El peso de la corona

Manuel Abramovich dirige La Reina, un cortometraje argentino que desde su lanzamiento no ha parado de recolectar premios y celebraciones en los festivales de todo el mundo. Fue galardonado en el DocumentaMadrid, en el BAFICI, nominado al Grand Prix de Melbourne y a los Premios Cóndor y seleccionado como mejor cortometraje nacional del año, entre otros logros. El film de Abramovich relata las crudas facetas del capricho adulto por el exitismo y el sufrimiento que pagan sus hijos por ese hedonismo egoísta.

La Reina es un cortometraje documental que pone foco en el biográfico de una niña llamada María Emilia Frocalassi, apodada como “Memi”, donde la cámara sigue sus momentos previos a la exhibición como reina de la comparsa en el carnaval más popular de su pueblo.
Memi luce sonriente. Los flashes le hacen brillar su maravilloso maquillaje y los cristales de su corona. La felicidad de la victoria conseguida es más que una banda y un ramo de flores. Su sonrisa perfecta es el reflejo de una alegría propia y ajena. Vemos a la gloriosa reina saludar a la gente y cuando creemos que todo está bien o lo que se viene es mejor, el cortometraje comienza a desteñir esa presunta felicidad y descubrimos el backstage del verdadero peso de la corona triunfante.
En clave humorística y a modo de anécdota divertida del pasado, las mujeres aprovechan para recordar el sufrimiento que pasaron cuando eran jóvenes, mientras Memi escucha en silencio y desde la cámara podemos leer su rostro atemorizado por ese cercano calvario festivalero que se justifica por un supuesto amor superior a las tradiciones comunitarias.
El cortometraje “La Reina” ofrece una mirada penetrante a una realidad cotidiana y la refleja en “carne viva”, así como lo dice la madre de Memi en su anécdota sobre las mochilas pesadísimas que llevan las niñas en las comparsas anuales. De esta forma, el trasfondo que imprime Abramovich refiere a que el verdadero peso de la mochila que llevan los niños, es en realidad el peso del orgullo de sus padres.


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por Matías Colantti (Cine Divergente)

Comentarios

  1. La trama va articulándose en una continuada composición visual del rostro vacío y frío de Memi que asiste a toda clase de sesiones estéticas a las que le presta el más mínimo interés, transmitiendo en el espectador esa amargura facial de primer plano que ninguno de los que está a su alrededor intercepta o que tal vez ignoran porque piensan que le están haciendo un bien. Es desgarradora la imagen de ella, inmóvil física y emocionalmente, ante la orquesta de mujeres que rodean la cabeza de la niña manipulándola como si fuera un conejillo de indias.

    Las escenas van trasladándose a distintos lugares. Memi en el ensayo de la comparsa. Memi en la peluquería. Memi en el carnaval. Y junto a estos cambios de lugar, las sensaciones de amargura también van transformándose anunciando los síntomas de una pronta explosión emocional de dolor, en donde vemos como la niña llora del dolor por tener que soportar la pesada corona que le han confeccionado para que luzca en la comparsa.

    La reina 2
    “Pesa más el amor al carnaval y al pueblo, que otros intereses…” sentencia la madre de Memi, mientras la peluquera llena de spray y le hace trenzas a la futura reina del chocolate. El imaginario colectivo, el fervor de la tradición, la imagen pública, la competencia ridícula y el orgullo desenfrenado son los elementos simbólicos que se posan sobre la corona de Memi y que la hace llorar de dolor al no poder soportarla. Ella debe lidiar con los esquemas de una fiesta de pueblo por la que tal vez no se sienta identificada, pero debe cumplir por herencia.(...) cinedivergente.com

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  2. Es carnaval, en algún lugar en un pueblo de Argentina. Memi, de once años, se está preparando para ser la reina del carnaval, un honor deslumbrante acompañado de trajes, lentejuelas y un magnifico tocado. " La corona es enorme, pesa 4 kilos y tiene cristales y ametistas", la madre de Memi explica con orgullo. Mientras la madre de Memi y sus amigas se vuelven locas de emoción, Memi está tensionada. La cámara sigue de cerca a la joven. Ella es estoica – real, incluso – mientras sufre las atenciones de los adultos que están siempre fuera de pantalla. El rostro de Memi traiciona nada, pero sus ojos dicen mucho, como cuando su madre ensalza las virtudes de spray para el cabello que contiene el anestésico Lidocaina. En este caso está claro que tienes que sufrir si quieres ser bella - una lección que Memi aprendió desde el principio. La cámara captura la mezcla de miedo, orgullo y resignación en la mirada de Memi. " Memi, un poco más fuerte?", pregunta su madre y la joven responde: "No sé, no siento más mi cabeza." [Fuente: Embajada de Argentina en Paises Bajos].

    Manuel Abramovich, nació en Buenos Aires en 1987. Estudió dirección de fotografía en la ENERC. Su primer cortometraje, ¿Puede usted contar la historia de su heladera? (2009), fue premiado en el concurso Georges Méliès y participó en varios festivales internacionales. Fue seleccionado para participar en el Berlinale Talent Campus 2012. [Fuente: BAFICI] puntolatino.ch

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  3. Los estragos subjetivos que pueden derivar de esta relación materna, en la que la hija se convierte en fetiche de su madre., realizando, sus deseos postergados, quizá por la intromisión de sus propia madre. Repite sobre su hija lo que recibió ella como hija.
    afirma Miller, pueden producir, o van mucho más allá que los producidos

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  4. continúa. Van mucho más allá, decía que los producidos por la negligencia de una madre que trabaja.
    Cuando se ejerce un goce desmedido sobre el desamparo de un niño.
    La vida la dan los padres. Aunque la existencia en cambio la gana el sujeto.

    Desde los primeros balbuceos hasta que dominamos nuestra lengua entre ofertas y demandas nos enfrentamos al goce de nuestra madre. Ella es la más cercana, la más influyente. Todo lo que ella es y ha heredado afectivamente se nos traslada en cada relación. Es un goce que se nos impone como una ley singular y loca que nos sujeta]. El inconsciente guardará la huella impertérrita de este sometimiento toda la vida.
    Se trata de una ley ligada al lenguaje, anterior a la ley del padre y será la única.
    Vayamos por partes. Somos seres sujetos al lenguaje (parlêtres)[2] seres hablantes, hablados por aquellos que nos engendran y quieren. Recordemos que la palabra nos sostiene, nos hace “ser”
    “Por ser hablante [...] que llega al ser, en fin que lo siente”[3].
    A menudo se trata de un mensaje seco, frío, abarcante de toda una historia enquistada que se transmite generacionalmente. Mensaje que se clava y que hace síntoma, hace ley, marca de un destino.
    El lenguaje es la expresión viva del deseo, nos bañamos en lenguaje y de esta manera nuestros deseos nacen y se entrecruzan. El lenguaje nos hace seres ligados y sujetados al goce materno. Goce que de no recibir una especie de freno nos condena a una ley singular. Si no hay separación de la madre aparece una patología de la ley. Es así, en definitiva la primera confrontación del niño con la ley.
    El lenguaje es una ley que se recibe o se impone porque al comunicarnos con la madre hundimos nuestro deseo en el suyo y en los estigmas de su goce, entonces una patología materna tiene un efecto sobre el sujeto, efecto de ley: el sujeto entra a formar parte del síntoma materno.
    Ellas, las madres, marcan nuestro destino. Separarse de la “ley de la madre”[4] es costoso. Romper este destino necesita la fabricación de un síntoma como algo necesario e inevitable Fabricamos síntomas separadores que son el envoltorio de la única ley universal (prohibición del incesto).
    La clínica nos acerca a historias de sujetos abandonados, amados, odiados: el niño como objeto del deseo paterno (a). Ni ellos ni él saben nada, pero no evita que se creen cicatrices en el inconsciente. Estas cicatrices se recrearán en un fantasma que se cuestiona. ¿Qué soy para su deseo? Este (a) lacaniano informa sobre el objeto del deseo de los padres y sobre el objeto causa del deseo en lo que llamamos el fantasma.
    Para pasar del objeto (a) de los padres al (a) propio del fantasma debe de producirse una separación de la madre. Separación difícil que a veces llega al acto, que no es otra cosa que el esfuerzo de recuperación de lo que el sujeto representa para el deseo de sus padres.

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