1911-18 de mayo-2011-100 años de la muerte de Mahler

Muerte y resurrección de Mahler

El miércoles se cumplen cien años de la muerte del compositor bohemio, que transformó en música su angustia vital y supuso un puente a la modernidad

Día 15/05/2011
Se cumplen ahora los cien años del fallecimiento de Gustav Mahler: exactamente, el 18 de mayo de 1911, a los cincuenta años. Fue enterrado en el cementerio de Grinzing, al lado de su hija María, una niña que había muerto cuatro años antes, antes de cumplir los cinco.
Muerte y resurrección de Mahler
ABC 
Mahler, en 1906, en la localidad holandesa de Zuidersee
En su centenario, la música de Mahler está ya plenamente integrada en las salas de conciertos. No bastan para explicarlo la bellísima película «Muerte en Venecia», de Luchino Visconti, que utiliza ampliamente el Adagietto de la «Quinta Sinfonía», ni las novelerías sobre su mujer, Alma, relacionada también con el arquitecto Walter Gropius, el escritor Franz Werfel y el pintor Oskar Kokoschka. Entre nosotros, fue fundamental, para su aceptación masiva , la labor de Federico Sopeña, mi maestro, crítico musical de ABC.
En la transición del siglo XIX al XX, Mahler es un compositor «de fin de semana», que lucha duramente para que sea aceptada su música; un judío convertido oficialmente al catolicismo; un hombre obsesionado por la muerte. Como nuestro Unamuno, siente la angustia y la necesidad física del «hambre de inmortalidad».
Representa, también, el espíritu refinadísimo de aquella Viena de 1900 —el final de un mundo, el comienzo de otro— , que evoca nombres tan dispares y extraordinarios como los arquitectos Otto Wagner y Adolf Loos; los escritores Hofmannsthal, Rilke, Kafka, Musil; los músicos Schönberg, Webern y Alban Berg; la pintura de Klimt, el psicoanálisis de Sigmund Freud... El ocaso de una civilización , de unos «dioses», que también eran los nuestros. Usando el título de la gran obra de Robert Musil, el descubrimiento —desesperado o resignado, cada uno elegirá— de «el hombre sin cualidades».
En esta general aceptación, y hasta moda, la música de Mahler suele ir unida a la de Bruckner. Al margen de las cuestiones técnicas, el significado cultural es muy distinto,casi opuesto.Bruckner —¡feliz él!— es un creyente absoluto, encuentra en el «templo de la naturaleza» la huella visible y consoladora de la mano de Dios. Mahler, en cambio, es un ser humano angustiado, que alguna vez cree ver la luz pero, muchas otras, no logra salir de la negrura...
Por eso, no se queda en la colorista sensualidad del impresionismo, recreador de ambientes y momentos subjetivos: «Llueve en mi corazón», canta Paul Verlaine. Avanza Mahler hacia ese grito desgarrador —recordemos a Munch y Nolde— con el que identificamos el expresionismo.
Pero hay otro elemento que distancia a Mahler de Bruckner y lo hace más cercano a nosotros: el humor trágico, la valoración de la música popular. Un valsecito puede disimular púdicamente la tragedia cotidiana; un organillo callejero, acompañar la agonía de «C.», el personaje de Charles Morgan.
No estamos lejos del mundo de Nino Rota, en las películas de Fellini: una melodía permite recuperar proustianamente nuestros recuerdos («Amarcord»). Con un banjo, el viejo payaso Calvero suplica «la caridad para los artistas» («Candilejas», de Chaplin).
Dejemos los paralelismos más o menos fáciles, volvamos a Mahler, a su compasión por los seres que sufren (no es raro que leyera con pasión a Dostoiewski); siente, de modo muy especial, la tragedia radicalmente incomprensible de los niños inocentes, que van a morir («Kindertotenlieder») y cantan, en el cielo... Algo que él sufrió como presagio y, luego, como realidad.
En este contexto, ocupa un lugar central su «Segunda sinfonía», apellidada «Resurrección». Comienza a trabajar sobre ella, todavía dentro de la tradición del poema sinfónico, en 1887, cuando tiene solamente 27 años. No la concluirá hasta siete años después, en 1894. La estrenará, dirigida por él mismo, en Berlín, al año siguiente.

Preguntas y dudas

Para apreciar su novedad basta con recordar las reacciones de dos amigos del compositor. Al gran director Hans von Bülow le deslumbra cómo dirige Mahler, en Hamburgo, el «Parsifal». Cuando Mahler le hace escuchar, al piano, lo que será el primer movimiento de su nueva sinfonía, el viejo maestro se tapa los oídos y afirma, espantado: «Si lo que acabo de oír es música, debe de ser que no entiendo nada sobre este arte: el “Tristán” es una sinfonía de Haydn al lado de esto».
El reverso de la medalla: cuando escucha la misma música el compositor checo Förster, siente tal emoción que sólo puede estrechar la mano de Mahler, sin articular una palabra... Es, quizá, el sino de las auténticas novedades.
Las primeras sinfonías de Mahler suelen ir muy unidas a un «programa» literario. En este caso, se trata de responder musicalmente a las preguntas que cualquiera de nosotros nos hacemos, cuando muere alguien muy querido. Así se lo escribe él, con un eco calderoniano, a su esposa Alma: «¿Qué ocurrirá ahora? ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Existe alguna continuación para nosotros? ¿Es todo esto un puro sueño o esta vida y esta muerte tienen un significado? Y nos vemos forzados a contestar a esta pregunta si queremos seguir viviendo».
Son las preguntas de siempre, las mismas que, unos años después, se hará nuestro Rubén Darío: «Y no saber a dónde vamos - ni de dónde venimos». Las que se hizo, siglos antes, el inglés John Donne: «Nadie dureme en la c arreta que lo conduce de la cárcel al patíbulo; sin embargo, todos dormimos desde la matriz hasta la sepultura, o no estamos enteramente despiertos».
En el funeral de Von Bülow, Mahler encuentra la clave para concluir su sinfonía: la «Oda a la Resurrección», del poeta Friedrich Klopstock. En el quinto y último tiempo, cantan triunfalmente la soprano y el coro: «Resucitareis, sí, resucitareis, cenizas mías, tras breve reposo».
.Como las dudas siguen angustiándonos, la contralto nos tranquiliza: «Ten confianza, corazón mío, nada perderás. ¡Tuyo es, sí, tuyo, todo lo que has deseado, lo que has amado, todo aquello por lo que has luchado!»
Concluye el coro con un cántico triunfal: «¡Resucitarás, sí, resucitarás, corazón mío, en un instante! ¡Lo que has derrotado, te llevará hacia Dios».

¡Moriré para vivir!

En ese momento, añade Mahler un verso rotundo, decisivo, de su propia cosecha: «¡Yo moriré para vivir!»
Ante una música tan conmovedora, el oyente sólo puede añadir: «Amén. Así sea». Y repetir lo que dijo a Jesús el padre del joven epiléptico: «¡Creo, Señor, pero ayúdame a tener fe!»
Seis meses después de la muerte de Mahler, Bruno Walter estrenó su obra póstuma «La canción de la tierra». En el programa, en contra de lo que el propio Mahler quería, incluyó también la «Segunda sinfonía»: dos obras claramente unidas. «La canción de la tierra» está basada en poemas de Li-Tai-Po y otros autores chinos clásicos. Culmina con el más largo, «La despedida»: treinta minutos, una obra completa. El protagonista se va despidiendo de la belleza del mundo, del amor, de la vida. Una voz femenina repite muchas veces, cada vez más tenue, como una marea que se va retirando: «Ewig... ewig... (Siempre... Siempre)». Es la misma palabra que fascinaba, de niña, a Teresa de Jesús cuando, con su hermano Rodrigo, leía vidas de santos.
Muerte y resurrección: con extraordinaria belleza, son los dos polos de Mahler. «Un misterio terrible y dulce», apostillaba Federico Sopeña. Por eso, a los cien años de su muerte, sigue viva en nuestro corazón la música hermosa y angustiada de Gustav Mahler.
ANDRÉS AMORÓS
www.abc.es


Comentarios

  1. Llueve en mi corazón
    Como llueve sobre la ciudad,
    ¿Qué es este hastío
    Que roe mi corazón?

    Oh, dulce sonido de la lluvia
    Sobre la tierra y los tejados
    Para un corazón desencantado
    Oh, el canto de la lluvia

    Llueve sin razón
    Sobre este corazón amargo
    ¿Cómo? ¿ninguna traición?...

    Es un duelo son razón
    Es la peor de las penas
    La de no saber por qué
    Sin odio y sin amor
    Mi corazón tiene tanta pena

    ~Paul Verlaine~
    sanvalentin.webcindario.com

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