FREUD,SIGMUND-EL INTERÉS POR EL PSICOANÁLISIS(1913)

El interés por el psicoanálisis (1913)

Sigmund Freud



El interés por el psicoanálisis establece el interés de determinadas regiones del saber por el mismo y a la vez marca la situación de retorno -ya no estamos en 1913- en la cual el psiconálisis mismo se interesa por éstas y otras regiones; se trata de lo que llamamos transdisciplina. Si una disciplina se forma con una matriz que intersecta sobre otros campos será necesario poner fronteras para conservar su especificidad, pero a la vez se trata de sostener puntos de pasaje que hacen a las posibilidades de tránsito múltiple que se abren a partir de allí. La especificidad del psicoanálisis queda resguardada en su práctica y en su consideración acerca de lo singular. Los tránsitos quedan posibilitados a partir del concepto de inconciente (y no de la palabra inconciente que ya era usada en el siglo XIX por los románticos, o por Hegel). Se trata de llevar la palabra al estado de concepto en una teoría. Se trata de llevar el concepto de inconciente al estado de una práctica (el psicoanálisis en intensión al decir de J. Lacan) allí se hace una diferencia que es irreductible entre el uso de una palabra (lo inconciente) y una práctica del inconciente (de sus formaciones). Igualmente hizo falta mucho más que un concepto para hacer lugar a la práctica del psicoanálisis pero esa ya es otra historia (esa es una historia política). En lo siguiente quisimos tener más a la vista, como se tiene un horizonte desde un punto panorámico, los intereses a los que aludía Freud. Son los siguientes:
  
El interés psicológico / El interés para la ciencia del lenguaje / El interés filosófico /
El interés biológico / El interés para la psicología evolutiva / El interés para la historia de la cultura / El interés para la ciencia del arte / El interés sociológico / El interés pedagógico.


Sergio Rocchietti


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El interés psicológico

El psicoanálisis es un procedimiento médico que aspira a curar ciertas formas de afección nerviosa (neurosis) por medio de una técnica psicológica. En un breve escrito publicado en 1910  expuse el desarrollo del psicoanálisis a partir del procedimiento catártico de Josef Breuer, así como también su nexo con las doctrinas de Charcoty de Pierre Janet.
Como ejemplos de las formas de enfermedad asequibles a la terapia psicoanalítica cabe mencionar las convulsiones y fenómenos inhibitorios histéricos, así como los diversos síntomas de la neurosis obsesiva (representaciones y acciones obsesivas).

Todos estos son estados que en ocasiones muestran una curación espontánea y están sometidos al influjo personal del médico de una manera caprichosa, hasta hoy no entendida. El psicoanálisis no consigue terapéuticamente nada en las formas graves de las genuinas enfermedades mentales. Pero tanto en las psicosis como en las neurosis permite -por primera vez en la historia de la medicina- obtener una visión sobre el origen y el mecanismo de su contracción.
Empero, este valor médico del psicoanálisis no justificaría exponerlo ante un círculo de eruditos interesados en la síntesis de las ciencias. Tanto más cuanto que esa empresa por fuerza parecerá prematura, puesto que todavía buena parte de los psiquiatras y neurólogos desautorizan el nuevo procedimiento terapéutico y desestiman tanto sus premisas como sus resultados. Si, no obstante, estimo legítimo ese intento, lo hago basándome en el hecho de que el psicoanálisis reclama el interés de otros, además de los psiquiatras, pues roza varios ámbitos diversos del saber y establece inesperadas conexiones entre estos y la patología de la vida anímica.
Por eso dejaré ahora de lado el interés médico en el psicoanálisis, y elucidaré en una serie de ejemplos lo que acabo de aseverar acerca de esta joven ciencia.

Hay un gran número de exteriorizaciones mímicas y lingüísticas, así como de formaciones de pensamiento -tanto en personas normales como enfermas-, que nunca habían sido objeto de la psicología porque en ellas no se veía sino unos resultados de perturbaciones orgánicas o deficiencias anormales en la función del aparato anímico. Me refiero a las operaciones fallidas (deslices en el habla y en la escritura, olvidos, etc.), a las acciones casuales y los sueños en las personas normales, y a los ataques convulsivos, delirios, visiones, ideas obsesivas y acciones obsesivas en las neuróticas. Tales fenómenos suelen remitirse a la patología -siempre que no se los ignore por completo, como es el caso de las operaciones fallidas-, y se pone todo el empeño en darles unas explicaciones fisiológicas, que en ningún caso han resultado satisfactorias. El psicoanálisis, en cambio, consiguió demostrar que todas esas cosas se pueden llegar a entender mediante unos supuestos de naturaleza puramente psicológica, y que cabe insertarlas en la trama del acontecer psíquico que nos es consabido. De esa manera, el psicoanálisis por una parte puso límites al abordaje fisiológico, y por la otra conquistó para la psicología un gran fragmento de la patología. Aquí el mayor peso probatorio es proporcionado por los fenómenos normales. No se puede reprochar al psicoanálisis que haya trasferido al estado normal unas intelecciones obtenidas en el material patológico. Aporta sus pruebas en uno y otro campo de manera independiente, y de este modo muestra que los procesos normales y los llamados patológicos obedecen a las mismas reglas.

Entre los fenómenos normales que cuentan en este contexto, vale decir, aquellos que se observan en seres humanos normales, trataré con detalle dos clases: las operaciones fallidas y los sueños.
Las operaciones fallidas, o sea, el olvido de palabras y nombres de ordinario familiares, así como de designios, los deslices en el habla, la lectura y la escritura, el extravío de cosas de modo que no se las encuentra, su pérdida, ciertos errores cometidos a pesar de un mejor saber, o en numerosos gestos y movimientos habituales; todo eso, que yo resumo bajo el título de operaciones fallidas de los seres humanos sanos y normales, en su conjunto ha sido muy poco valorado por la psicología, se lo clasificó como «distracción» y se lo derivó de la fatiga, el desvío de la atención o el efecto colateral de ciertos estados patológicos leves. Empero, la indagación analítica muestra, con una certeza que cumple con todos los requisitos, que los factores mencionados en último término sólo poseen el valor de unas circunstancias propicias, que también pueden estar ausentes. Las operaciones fallidas son fenómenos psíquicos de pleno derecho y en todos los casos poseen un sentido y una tendencia. Sirven a determinados propósitos que a consecuencia de la situación psicológica imperante en cada caso no pueden expresarse de otro modo. Estas situaciones son, por regla general, las de un conflicto psíquico en virtud del cual la tendencia subyacente es esforzada a apartarse de la expresión directa y empujada por vías indirectas. El individuo que incurre en la operación fallida puede reparar en ella o ignorarla; y en cuanto a la tendencia sofocada que está en el fondo, puede serle notoria, pero por lo común no sabe, sin que medie análisis, que la operación fallida correspondiente fue la obra de esa tendencia. Los análisis de las operaciones fallidas son a menudo muy fáciles y se realizan con rapidez. Cuando a uno le llaman la atención sobre su torpeza, la ocurrencia inmediata aporta su explicación.

Unas operaciones fallidas ofrecen el material más accesible para todo el que quiera convencerse de la credibilidad de las concepciones analíticas. En un pequeño libro, dado a la luz por primera vez en 1904, comuniqué gran número de ejemplos de esta clase, junto con su interpretación; y desde entonces he podido enriquecer ese repertorio con numerosas contribuciones de otros observadores.

La evitación de displacer resulta el motivo más frecuente para sofocar un propósito que luego es constreñido a conformarse con su figuración mediante una operación fallida. Así, se olvidan pertinazmente nombres propios si uno alimenta secreta inquina contra quien los lleva; se olvida ejecutar designios si uno en el fondo sólo de mala gana los habría llevado a cabo, por ejemplo meramente para acatar una convención social. Uno pierde objetos sí se ha enemistado con la persona a quien ese objeto recuerda, por ejemplo la que nos lo obsequió. Uno se equivoca de tren si hace de mala gana ese viaje y preferiría dirigirse hacia otra parte. El motivo de evitar displacer se muestra con la mayor nitidez en el olvido de impresiones y vivencias, como lo habían notado numerosos autores ya antes de la época del psicoanálisis. La memoria es parcial y proclive a excluir de la reproducción todas las vivencias a las que adhiere un afecto penoso, por más que no en todos los casos consiga realizar esa tendencia.

Otras veces el análisis de una operación fallida es menos simple y lleva a unas resoluciones menos trasparentes, a consecuencia de la intromisión de un proceso que llamamos desplazamiento. Por ejemplo, uno olvida también el nombre de una persona contra la cual no tiene nada; pero el análisis demuestra que ese nombre ha despertado por vía asociativa el recuerdo de otra persona de nombre idéntico, o que suena parecido, que tiene justificados títulos para nuestra aversión. Y a raíz de ese nexo, el nombre de la persona inocente se olvidó; el propósito de olvidar se desplazó, por así decir, a lo largo de cierta vía de la asociación.

Por otra parte, el propósito de evitar displacer no es el único que se realiza a través de operaciones fallidas. El análisis descubre en muchos casos otras tendencias que fueron sofocadas en la situación respectiva y de igual modo tuvieron que exteriorizarse desde el trasfondo como unas perturbaciones. Así, el desliz en el habla a menudo sirve para delatar opiniones que uno debería mantener en secreto ante el interlocutor. Los grandes poetas han entendido en este sentido los deslices en el habla, y los han utilizado en sus obras. La pérdida de objetos valiosos resulta ser con frecuencia una acción sacrificial destinada a evitar una desgracia esperada, y buena parte de nuestra superstición sigue abriéndose paso en las personas cultas en la forma de operaciones fallidas. El extravío de objetos no es, por lo común, sino una eliminación de ellos; roturas de cosas se emprenden, de una manera no deliberada al parecer, para constreñir a su sustitución por algo mejor, etc.

El esclarecimiento psicoanalítico de las operaciones fallidas conlleva algunos leves retoques en la imagen del mundo, no importa cuán ínfimos puedan ser los fenómenos considerados. También a los seres humanos normales los hallamos movidos por tendencias opuestas mucho más a menudo de lo que habríamos creído. El número de los eventos que hemos llamado «casuales» experimenta notable restricción. Es casi un consuelo que, las más de las veces, la pérdida de objetos no se cuente entre las contingencias de la vida; nuestra torpeza con harta frecuencia se convierte en el pretexto de nuestros secretos propósitos. Empero, más significativo es que muchos accidentes graves, que de otro modo atribuiríamos al acaso, revelan al análisis la participación de la voluntad propia, si bien no claramente confesada. El distingo, a menudo tan difícil en la práctica, entre una desgracia casual y una muerte que se buscó adrede se vuelve todavía más dudoso por obra del abordaje analítico.
Si el esclarecimiento de las operaciones fallidas debe su valor teórico a lo fácil de su solución y la frecuencia con que estos fenómenos acaecen aun en los seres humanos normales, este resultado del psicoanálisis empequeñece su valor frente a otro, logrado en un diverso fenómeno de la vida anímica de las personas sanas. Me refiero a la interpretación de los sueños, la que dio inicio al destino del psicoanálisis de afirmarse en oposición a la ciencia oficial. La investigación médica declara al sueño un fenómeno puramente somático carente de sentido y de significado, ve en él la exteriorización de reacciones del órgano del alma, sumergido en el estado del dormir, ante unos estímulos corporales que le imponen un parcial despertar. El psicoanálisis eleva al sueño a la condición de un acto psíquico que posee sentido, propósito y un puesto dentro de la vida anímica del individuo, y al hacerlo se sitúa por encima de la ajenidad, la incoherencia y lo absurdo del sueño. Los estímulos corporales desempeñan en él sólo el papel de unos materiales que son procesados por la formación del sueño. No hay acuerdo posible entre estas dos concepciones sobre el sueño. En contra de la concepción fisiológica habla su infecundidad, y en favor de la psicoanalítica se puede aducir que ha traducido a su sentido varios millares de sueños, apreciándolos para el conocimiento de la vida anímica íntima de los hombres.

He tratado el sustantivo tema de la interpretación de los sueños en una obra publicada en 1900, y he tenido la satisfacción de que casi todos los colaboradores del psicoanálisis corroboraran e hicieran progresar las doctrinas allí sustentadas mediante sus propios aportes (ver nota). Por general acuerdo se asevera que la interpretación de los sueños es la piedra fundamental del trabajo psicoanalítico y sus resultados constituyen la contribución más importante del psicoanálisis a la psicología.
Aquí no me es posible ni exponer la técnica mediante la cual se obtiene la interpretación del sueño, ni dar razón de los resultados a que nos ha llevado la elaboración psicoanalítica del sueño. Me veo precisado a ceñirme a la formulación de algunos conceptos nuevos, a comunicar las conclusiones y poner de relieve su significación para la Psicología normal.

El psicoanálisis enseña, pues: todo sueño está provisto de sentido, su ajenidad se debe a unas desfiguraciones que se emprendieron sobre la expresión de su sentido, su carácter absurdo es deliberado y expresa burla, escarnio y contradicción, su incoherencia es indiferente para la interpretación. El sueño tal como lo recordamos tras el despertar debe llamarse contenido manifiesto del sueño. Mediante el trabajo de su interpretación uno se verá llevado a los pensamientos oníricos latentes que se esconden tras el contenido manifiesto y se hacen subrogar por este último. Estos pensamientos oníricos latentes ya no son ajenos, incoherentes o absurdos, sino que forman parte, y con pleno derecho, de nuestro pensar de vigilia. Llamamos trabajo del sueño al proceso que ha mudado los pensamientos oníricos latentes en el contenido manifiesto del sueño; lleva a cabo la desfiguración a consecuencia de la cual ya no discernimos los pensamientos oníricos en el contenido del sueño.

El trabajo del sueño es un proceso psicológico de una índole tal que la psicología no había conocido hasta entonces. Reclama nuestro interés en dos direcciones principales. En primer lugar, porque nos señala procesos novedosos como la condensación (de representaciones) o el desplazamiento (del acento psíquico desde una representación hasta otra), procesos que en la vida despierta no hemos descubierto, o los hemos encontrado sólo como base de las llamadas «falacias». En segundo lugar, porque nos permite colegir en la vida anímica un juego de fuerzas cuya acción eficaz estaba oculta para nuestra percepción conciente. Nos enteramos de que en nosotros existe una censura, una instancia examinadora que decide si una representación aflorante tiene permitido alcanzar la conciencia, y excluye sin miramiento, hasta donde llega su poder, lo que provocaría o volvería a despertar displacer. En este punto nos acordamos de que también en el análisis de las operaciones fallidas obtuvimos indicios de esa tendencia a evitar el displacer que traerían consigo ciertos recuerdos, como también de los conflictos entre las tendencias de la vida anímica.

El estudio del trabajo del sueño nos impone irrebatiblemente una concepción de la vida anímica que parece zanjar los problemas más disputados de la psicología. El trabajo del sueño nos constriñe a suponer una actividad psíquica inconciente más abarcadora y sustantiva que la por nosotros consabida, conectada con la conciencia. (Agregaremos algunas palabras sobre esto cuando elucidemos el interés filosófico en el psicoanálisis.) Nos permite emprender una articulación del aparato psíquico en instancias o sistemas diferentes, y nos muestra que en el sistema de la actividad anímica conciente discurren procesos de índole por entero diversa a los que percibimos en la conciencia.

La función del trabajo del sueño es siempre y únicamente preservar el dormir. «El sueño es el guardián del dormir». En cuanto a los pensamientos oníricos, pueden entrar al servicio de las más diversas funciones anímicas. El trabajo del sueño cumple su tarea figurando como cumplido, por vía alucinatoria, un deseo que se eleva desde los pensamientos oníricos.

Es lícito enunciar, sin ninguna duda, que el estudio psicoanalítico de los sueños ha inaugurado una perspectiva sobre una psicología de lo profundo no vislumbrada hasta ese momento (ver nota). Serán necesarios radícales cambios en la psicología normal para ponerla de acuerdo con estas nuevas intelecciones.

En el marco de esta exposición es de todo punto imposible agotar el interés psicológico en la interpretación de los sueños. No olvidemos que nuestro propósito reside sólo en destacar que el sueño está provisto de sentido y es un objeto de la psicología, y prosigamos con las nueva! adquisiciones para la psicología en el campo patológico.

Las novedades psicológicas dilucidadas en el sueño y en las operaciones fallidas por fuerza habrán de contribuir a esclarecer otros fenómenos si es que hemos de creer en su valor, y aun en su existencia misma. Y bien; el psicoanálisis en efecto ha demostrado que los supuestos de la actividad anímica inconciente, de la censura y de la represión, de la desfiguración y la formación sustitutiva, adquiridos mediante el análisis de aquellos fenómenos normales, nos posibilitan también un primer entendimiento de una serie de fenómenos patológicos; nos ponen al alcance de la mano, por así decir, las llaves de todos los enigmas de la psicología de las neurosis.

Así, el sueño pasa a ser el arquetipo normal de todas las formaciones psicopatológicas. Quien comprenda al sueño penetrará también el mecanismo psíquico de las neurosis y psicosis.

En virtud de sus indagaciones, que tomaron al sueño como punto de partida, el psicoanálisis está en condiciones de edificar una psicología de las neurosis a la que aporta pieza tras pieza en un trabajo que no conoce desfallecimientos. Empero, el interés psicológico, que rastreamos en estas páginas, sólo nos exige tratar con detalle dos componentes de esa vasta trama: la prueba de que muchos fenómenos de la patología que se creía preciso explicar fisiológicamente son actos psíquicos, y que los procesos de los cuales surgen resultados anormales pueden ser reconducidos a unas fuerzas pulsionales psíquicas.

Elucidaré la primera tesis mediante algunos ejemplos. Los ataques histéricos se han discernido desde hace mucho como unos signos de excitación emotiva acrecentada, y se los equiparó a estallidos de afecto. Charcot procuró acotar en fórmulas descriptivas la diversidad de sus formas de manifestación; Pierre Janet discernió la representación inconciente eficaz tras esos ataques; el psicoanálisis ha demostrado que son figuraciones mímicas de escenas vivenciadas o imaginadas {dichten} que ocupan la fantasía de los enfermos sin devenirles concientes. Esas pantomimas se vuelven oscuras para el espectador en virtud de unas condensaciones y desfiguraciones de las acciones figuradas. Ahora bien, bajo estos mismos puntos de vista entran además todos los otros síntomas, llamados «permanentes», de los histéricos. Son por entero unas figuraciones mímicas o alucinatorias de fantasías que los gobiernan inconcientemente en su vida de sentimientos, y significan un cumplimiento de sus secretos deseos reprimidos. El carácter martirizador de estos síntomas se debe al conflicto interior en que ha caído la vida anímica de estos enfermos por la necesidad de combatir esas mociones inconcientes de deseo.

En otra afección neurótica, la neurosis obsesiva, aqueja a los enfermos un ceremonial de penosa observancia, al parecer sin sentido, que se exterioriza en la repetición rítmica de las acciones más triviales, como lavarse o vestirse, o en la ejecución de disparatados preceptos, en la obediencia a enigmáticas prohibiciones. Significó ni más ni menos un triunfo del trabajo psicoanalítico el hecho de demostrar cuánto sentido poseen todas esas acciones obsesivas, aun las más triviales y nimias de ellas, y cómo espejan los conflictos de la vida, la lucha entre tentaciones e inhibiciones morales, el propio deseo proscrito y los castigos y penitencias por su causa, y ello en el material más indiferente. En otra forma de esta misma enfermedad, los afectados padecen de representaciones penosas, ideas obsesivas cuyo contenido se les impone imperiosamente, acompañadas de unos afectos que por su índole e intensidad rara vez se explican por el texto mismo de aquellas ideas obsesivas. La indagación analítica ha mostrado aquí que los afectos están de todo punto justificados, pues corresponden a reproches en cuya base se encuentra al menos una realidad psíquica. Ahora bien, las representaciones adosadas a esos afectos ya no son las originarias, sino que han entrado en ese enlace por desplazamiento (sustitución) desde algo reprimido. La reducción (el enderezamiento) de estos desplazamientos allana la vía para discernir las ideas reprimidas y hace que el enlace entre afecto y representación aparezca totalmente adecuado.

En otra afección neurótica, en verdad incurable, la dementia praecox (parafrenia, esquizofrenia), que en sus peores desenlaces vuelve a los enfermos por completo apáticos, a menudo restan como únicas acciones ciertos movimientos y gestos repetidos de manera uniforme, que han sido designados «estereotipias». La indagación analítica de tales restos (por obra de C. G. Jung) ha permitido discernirlos como relictos de actos mímicos provistos de sentido, en los que antaño se procuraban expresión las mociones de deseo que gobernaban al individuo. Los dichos más insensatos y las más raras posturas y actitudes de estos enfermos se han podido entender e insertar en la trabazón de la vida anímica desde que aquellos fueron abordados con premisas psicoanalíticas .

Algo en un todo semejante vale para los delirios y alucinaciones, así como para los sistemas delirantes de diversos enfermos mentales. Donde antes parecía reinar sólo el más extravagante capricho, el trabajo psicoanalítico ha puesto de relieve una ley, un orden y una trabazón; al menos, ha permitido vislumbrarlos, puesto que ese trabajo aún no ha culminado. Y las diversas formas en que se contrae una enfermedad psíquica han sido discernidas como otros tantos desenlaces de procesos que en el fondo son idénticos, y que es posible asir y describir con conceptos psicológicos.

Dondequiera están en juego el conflicto psíquico, ya descubierto en la formación del sueño, la represión de ciertas mociones pulsionales, rechazadas a lo inconciente por otras fuerzas anímicas, las formaciones reactivas de las fuerzas represoras y las formaciones sustitutivas de las pulsiones reprimidas, mas no despojadas de toda su energía. Dondequiera se exteriorizan, en estos procesos, la condensación y el desplazamiento, ya consabidos por el sueño. La diversidad de las formas patológicas observadas en la clínica psiquiátrica se debe a otras dos diversidades: la multiplicidad de mecanismos psíquicos de que dispone el trabajo represivo, y la multiplicidad de las predisposiciones, advenidas en la historia del desarrollo, que posibilitan a las mociones reprimidas irrumpir hasta unas formaciones sustitutivas.

El psicoanálisis remite a la psicología, para que esta le dé trámite, una buena mitad de la tarea psiquiátrica. No obstante, constituiría un serio error suponer que el análisis se propone alcanzar, o postula, una concepción puramente psicológica de las perturbaciones anímicas. No puede ignorar que la otra mitad del trabajo psiquiátrico tiene por contenido el influjo de factores orgánicos (mecánicos, tóxicos, infecciosos) sobre el aparato anímico. Y en la etiología de las perturbaciones anímicas, ni siquiera para las más leves de ellas, las neurosis, reclama un origen puramente psicógeno, sino que busca su causación en la influencia que sobre la vida anímica ejerce un factor indudablemente orgánico, que luego hemos de mencionar.

Los resultados del psicoanálisis en sus detalles, por fuerza significativos para la psicología general, son demasiado numerosos y no puedo mencionarlos aquí. Me limitaré a enunciar otros dos puntos: la manera inequívoca en que el psicoanálisis reclama para los procesos afectivos el primado dentro de la vida anímica, y la demostración de que en el hombre normal, como en el enfermo, existe una medida insospechada de perturbación afectiva y de enceguecimiento del intelecto.


El interés del psicoanálisis para las ciencias no psicológicas


El interés para la ciencia del lenguaje

Sin duda trasgredo el significado usual de los términos cuando postulo el interés del psicoanálisis para el investigador de la lengua. Por «lenguaje» no se debe entender aquí la mera expresión de pensamientos en palabras, sino también el lenguaje de los gestos y cualquier otro modo de expresar una actividad anímica, por ejemplo la escritura. Es que es lícito aducir que las interpretaciones del psicoanálisis son sobre todo unas traducciones de un modo de expresión que nos resulta ajeno, al modo familiar para nuestro pensamiento. Cuando interpretamos un sueño, no hacemos más que traducir un cierto contenido de pensamiento (los pensamientos oníricos latentes), del «lenguaje del sueño» al de nuestra vida de vigilia. De esa manera se toma conocimiento de las peculiaridades de ese lenguaje del sueño y se recibe la impresión de que pertenece a un sistema expresivo arcaico en grado sumo. Por ejemplo, la negación {Negation} nunca se designa en especial en el lenguaje del sueño. En su contenido, los opuestos se subrogan uno al otro, y son figurados mediante un mismo elemento. O, como también se puede decir: en el lenguaje del sueño los conceptos son todavía ambivalentes, reúnen dentro de sí significados contrapuestos, tal como supone el lingüista que ocurría en el caso de las raíces más antiguas de las lenguas históricas (ver nota). Otro carácter llamativo de nuestro lenguaje del sueño es el frecuentísimo empleo de los símbolos, que en cierta medida permiten traducir el contenido del sueño independientemente de las asociaciones individuales {del soñante}. La investigación todavía no aprehendió con claridad la naturaleza de estos símbolos; se trata de sustituciones y comparaciones basadas en similitudes en parte evidentes; empero, en otra parte de estos símbolos hemos perdido la noticia conciente del conjeturable tertium comparationis. Acaso estos últimos, justamente, provengan de las fases más antiguas del desarrollo del lenguaje y la formación de conceptos. En el sueño son sobre todo los órganos y desempeños sexuales los que experimentan una figuración simbólica en lugar de una directa. Un lingüista, Hans Sperber (de Upsala), ha intentado demostrar hace poco (1912) que palabras que en su origen significaban actividades sexuales han llegado a un cambio de significado extraordinariamente rico sobre la base de tal comparación.

Si reparamos en que los medios figurativos del sueño son principalmente imágenes visuales, y no palabras, nos parecerá mucho más adecuado comparar al sueño con un sistema de escritura que con una lengua. De hecho, la interpretación de un sueño es en un todo análoga al desciframiento de una escritura figural antigua, como los jeroglíficos egipcios. Aquí como allí hay elementos que no están destinados a la interpretación, o consecuentemente a la lectura, sino sólo a asegurar, como unos determinativos, que otros elementos se entiendan. La multivocidad de diversos elementos del sueño halla su correspondiente en aquellos antiguos sistemas de escritura, lo mismo que la omisión de diversas relaciones que tanto en uno como en otro caso tienen que complementarse a partir del contexto. Si este modo de concebir la figuración onírica no ha hallado todavía un mayor desarrollo es debido a la comprensible circunstancia de que el psicoanalista no posee aquellos puntos de vista y conocimientos con los cuales el lingüista abordaría un tema como el del sueño.
El lenguaje del sueño, podría decirse, es el modo de expresión de la actividad anímica inconciente. Pero lo inconciente habla más de un dialecto. Bajo las alteradas condiciones psicológicas que caracterizan a las formas singulares de neurosis, y que las separan entre sí, resultan también unas modificaciones constantes de la expresión para mociones anímicas inconcientes. Mientras que el lenguaje de gestos de la histeria coincide en un todo con el lenguaje figural del sueño, de las visiones, etc., para el lenguaje de pensamiento de la neurosis obsesiva y de las parafrenias (dementia praecox y paranoia) se obtienen particulares plasmaciones idiomáticas que en una serie de casos ya comprendemos y somos capaces de referir unas a las otras. Por ejemplo, lo que en una histérica se figura mediante el vómito, en el obsesivo se exteriorizará mediante unas penosas medidas protectoras contra la infección, y moverá al parafrénico a quejarse o a sospechar que lo envenenan. Lo que aquí halla expresión tan diferente es el deseo, reprimido en lo inconciente, de preñez, o alternativamente la defensa de la persona enferma frente a esa preñez.


El interés filosófico

En la medida en que la filosofía se edifica sobre una psicología, no podrá dejar de tomar en cuenta, y de la manera más generosa, los aportes que el psicoanálisis ha hecho a esta última, ni de reaccionar frente a este nuevo enriquecimiento de nuestro saber en forma parecida a lo que ya ha hecho a raíz de todos los progresos significativos de las ciencias especiales. En particular, la postulación de las actividades anímicas inconcientes obligará a la filosofía a tomar partido y, en caso de asentimiento, a modificar sus hipótesis sobre el vínculo de lo anímico con lo corporal a fin de ponerlas en correspondencia con el nuevo conocimiento. Es cierto que la filosofía se ha ocupado repetidas veces del problema de lo inconciente, pero sus exponentes -con pocas excepciones- han adoptado una de las dos posiciones que ahora indicaré. Su inconciente era algo místico, no aprehensible ni demostrable, cuyo nexo con lo anímico permanecía en la oscuridad, o bien identificaron lo anímico con lo conciente y dedujeron luego, de esta definición, que algo inconciente no podía ser anímico ni objeto de la psicología. Tales manifestaciones se deben a que los filósofos apreciaron lo inconciente sin tener noticia de los fenómenos de la actividad anímica inconciente, o sea sin vislumbrar en cuánto se aproximan a los fenómenos concientes ni en qué se diferencian de estos. Pero si luego de tomar noticia de aquellos uno quiere aferrarse a la convención que iguala lo conciente con lo psíquico, negando entonces carácter psíquico a lo inconciente, por cierto que nada se podrá objetar, salvo que semejante separación demuestra ser muy poco práctica. En efecto, desde el lado de su nexo con lo conciente, con lo cual tiene tantas cosas en común, es fácil describir lo inconciente y perseguirlo en sus desarrollos; en cambio, todavía hoy parece enteramente excluido aproximársele por el lado del proceso físico. Por tanto, tiene que seguir siendo objeto de la psicología.

Aún de otro modo puede la filosofía recibir incitación del psicoanálisis, a saber, convirtiéndose ella misma en su objeto. Las doctrinas y sistemas filosóficos son la obra de un reducido número de personas de sobresalientes dotes individuales; en ninguna otra ciencia la personalidad del trabajador científico alcanza ni aproximadamente un papel tan descollante como en la filosofía. Ahora bien, sólo el psicoanálisis nos ha permitido proporcionar una psicografía de la personalidad. Nos da a conocer las unidades afectivas -los complejos dependientes de pulsiones- que cabe presuponer en todo individuo y nos guía en el estudio de las trasmudaciones y resultados finales que provienen de esas fuerzas pulsionales. Revela los vínculos existentes entre las disposiciones constitucionales y los destinos vitales de una persona, y los logros que le son posibles en virtud de unas particulares dotes. Así es capaz de colegir de una manera más o menos certera, a partir de la obra del artista, su personalidad íntima, que tras ella se esconde. De igual modo, el psicoanálisis puede pesquisar la motivación subjetiva e individual de doctrinas filosóficas pretendidamente surgidas de un trabajo lógico imparcial, y hasta indicar a la crítica los puntos débiles del sistema. Ocuparse de esta crítica como tal no es asunto del psicoanálisis, puesto que, como bien se comprende, el determinismo psicológico de una doctrina no excluye su corrección científica.


El interés biológico

A diferencia de otras ciencias jóvenes, el psicoanálisis no tuvo el destino de ser saludado con esperanzada simpatía por los interesados en el progreso del conocimiento. Durante largo tiempo no se le prestó oídos, y cuando al fin ya no se pudo desdeñarlo más, fue objeto, por razones afectivas, de la más violenta hostilización por parte de quienes ni se habían tomado el trabajo de estudiarlo. Debe esa inamistosa recepción a una circunstancia: le cupo en suerte descubrir muy temprano, en sus objetos de investigación, que la contracción de neurosis expresaba una perturbación de la función sexual , y por eso tuvo razones para consagrarse a la exploración de esta última, tanto tiempo ignorada. Pero quien se atenga al requisito de que el juicio científico no puede ser influido por actitudes afectivas, concederá al psicoanálisis, en virtud de esta orientación suya de estudio, un elevado interés biológico y apreciará las resistencias que contra él se levantan como otras tantas pruebas en favor de sus aseveraciones.

El psicoanálisis ha hecho justicia a la función sexual humana persiguiendo hasta en los detalles su significatividad para la vida anímica y práctica, significatividad destacada por tantísimos poetas y muchos filósofos, pero nunca admitida por la ciencia (ver nota). Para este propósito, el concepto de la sexualidad, indebidamente restringido, debió experimentar primero una ampliación que pudo justificarse invocando las trasgresiones de la sexualidad (las llamadas «perversiones») y el comportamiento del niño. Se demostró insostenible seguir aseverando que la niñez es asexual y sólo en la pubertad es tomada por asalto debido a la irrupción repentina de las mociones sexuales. Al contrario, la observación, con tal que se librara de su enceguecimiento por obra de intereses y prejuicios, podía probar fácilmente que en el niño existen, casi en todos sus períodos y desde el comienzo mismo, intereses y quehaceres sexuales. Esta sexualidad infantil no ve reducida su significatividad por el hecho de que no sea posible trazar con certeza en todo lugar sus fronteras con el obrar asexual del niño. Por otra parte, es algo diverso de la sexualidad llamada «normal» del adulto. Su alcance abarca los gérmenes de todos aquellos quehaceres sexuales que luego habrán de contraponerse de manera ríspida, como perversiones, a la vida sexual normal, y que en ese momento no podrán menos que aparecer inconcebibles y viciosos. Desde la sexualidad infantil surge la normal del adulto a través de una serie de procesos de desarrollo, composiciones, escisiones y sofocaciones, que casi nunca se producen con la perfección ideal y por eso dejan como secuela las predisposiciones a que la función involucione en estados patológicos.

La sexualidad infantil permite discernir otras dos propiedades que revisten significatividad para la concepción biológica. Revela estar compuesta por una serie de pulsiones parciales que aparecen anudadas a ciertas regiones del cuerpo -zonas erógenas-, de las que algunas se presentan desde el comienzo como pares de opuestos -como una pulsión con una meta activa y una pasiva-. Así como más tarde, en estados de anhelo sexual, no son sólo los órganos sexuales de la persona amada los que se convierten en objeto sexual, sino su cuerpo entero, desde el comienzo mismo no meramente los genitales, sino además otras diversas partes del cuerpo, constituyen los almácigos donde se origina la excitación sexual y, con una estimulación apropiada, producen placer sexual. Con esto se entrama de manera íntima el segundo carácter de la sexualidad infantil, su inicial apuntalamiento en las funciones de la nutrición y excretorias, que sirven a la conservación de sí, y probablemente también en las de la excitación muscular y la actividad sensorial.

Si con ayuda del psicoanálisis estudiamos la sexualidad en el individuo maduro y abordamos la vida del niño a la luz de las intelecciones así obtenidas, la sexualidad ya no nos aparece como una función al exclusivo servicio de la reproducción, equiparable a la digestión o la respiración, etc., sino como algo mucho más autónomo, que, antes bien, se contrapone a todas las otras actividades del individuo y se introduce con violencia en la unidad de la economía individual sólo mediante un complicado desarrollo, rico en restricciones. El caso, bien concebible en la teoría, de que los intereses de estas aspiraciones sexuales no coincidan con los de la autoconservación individual parece hallarse realizado en el grupo patológico de las neurosis, pues la fórmula última que el psicoanálisis ha decantado sobre la naturaleza de las neurosis reza: El conflicto primordial del cual surgen las neurosis es el que se entabla entre las pulsiones que conservan al yo y las pulsiones sexuales. Las neurosis corresponden a un avasallamiento más o menos parcial del yo por la sexualidad, después que el yo fracasó en el intento de sofocarla.

Hemos considerado necesario mantener alejados los puntos de vista biológicos en el curso del trabajo psicoanalítico, y no emplearlos ni siquiera con fines heurísticos a fin de no equivocarnos en la apreciación imparcial de lis sumarios de hechos psicoanalíticos que teníamos ante nosotros. Empero, luego de consumar el trabajo psicoanalítico, nos vimos precisados a hallar su enlace con la biología, y podemos declararnos contentos si ahora ese enlace ya parece haberse certificado en este o aquel punto esencial. La oposición entre pulsiones yoicas y pulsión sexual, a la que debimos reconducir la génesis de las neurosis, se continúa, en el ámbito biológico, como oposición entre unas pulsiones que sirven a la conservación del individuo y otras que procuran la pervivencia de la especie. En la biología nos sale al paso la representación más abarcadora del plasma germinal inmortal, del cual los individuos efímeros dependen como unos órganos que se desarrollaran en orden sucesivo; y sólo a partir de esa representación podemos comprender rectamente el papel de las fuerzas pulsionales sexuales en la fisiología y psicología del individuo.

A pesar de todo nuestro empeño por evitar que términos y puntos de vista biológicos pasen a presidir el trabajo psicoanalítico, nos resulta imposible dejar de usarlos ya para la descripción de los fenómenos que estudiamos. No podemos evitar la «pulsión» como concepto fronterizo entre una concepción psicológica y una biológica, y hablamos de cualidades y aspiraciones anímicas «masculinas» y «femeninas» cuando en sentido estricto las diferencias entre los sexos no pueden reclamar para sí una característica psíquica particular. Lo que en nuestra vida corriente llamamos «masculino» o «femenino» se reduce para el abordaje psicológico a los caracteres de la actividad y de la pasividad, es decir, a unas propiedades que no se enuncian sobre las pulsiones mismas, sino sobre sus metas. En la relación de comunidad que de ordinario muestran en el interior de la vida anímica tales pulsiones «activas» y «pasivas» se espeja la bisexualidad de los individuos, que se cuenta entre las premisas clínicas del psicoanálisis.
Me consideraré satisfecho si estas escasas puntualizaciones han puesto de relieve la vastísima mediación que el psicoanálisis establece entre la biología y la psicología.


El interés para la psicología evolutiva

No cualquier análisis de fenómenos psicológicos merecerá el nombre de «psicoanálisis». Este último implica algo más que desagregar unos fenómenos compuestos en sus elementos simples; consiste en reconducir una formación psíquica a otras que la precedieron en el tiempo y desde las cuales se ha desarrollado. El procedimiento psicoanalítico médico no podía eliminar síntoma patológico alguno sin rastrear su génesis y su desarrollo: así el psicoanálisis, desde su mismo comienzo, se vio llevado a perseguir procesos de desarrollo. Primero descubrió la génesis de ciertos síntomas neuróticos, y en su ulterior progreso se vio precisado a abordar otras formaciones psíquicas y a realizar con respecto a ellas el trabajo de una psicología genética {genetischen Psychologie}.

El psicoanálisis tuvo que derivar la vida anímica del adulto de la del niño, tomar en serio el aforismo «El niño es el padre del hombre». Ha rastreado la continuidad entre la psique infantil y la del adulto, pero también notó las trasmudaciones y los reordenamientos que sobrevienen en ese camino. La mayoría de nosotros tenemos una laguna en la memoria de nuestros primeros años infantiles, de los que conservamos sólo unos jirones de recuerdo. Es lícito afirmar que el psicoanálisis ha llenado esa laguna, ha eliminado esa amnesia de la niñez de los seres humanos.

A medida que se profundizaba en la vida anímica infantil se obtenían algunos notabilísimos hallazgos. Así se corroboró lo que a menudo se había vislumbrado antes: la extraordinaria sígnificatividad que para toda la posterior orientación de un hombre poseen las impresiones de su niñez, en particular las de su primera infancia. Pero así se tropezaba con una paradoja psicológica que sólo para la concepción psicoanalítica no es tal, a saber: que justamente esas impresiones, las más significativas entre todas, no se conservaran en la memoria de los años posteriores. El psicoanálisis ha podido comprobar con la máxima nitidez para la vida sexual este carácter paradigmático e imborrable de las vivencias más tempranas. «On revient toujours à ses premiers amours», he ahí una positiva verdad. Los numerosos enigmas de la vida amorosa de los adultos sólo se solucionan cuando se ponen de relieve los factores infantiles en el amor. Para la teoría de estos efectos importa el hecho de que las primeras vivencias infantiles no le sobrevienen al individuo sólo como unas contingencias, sino que también corresponden a los primeros quehaceres de la disposición constitucional congénita.

Otro descubrimiento, mucho más sorprendente, nos dice que de las formaciones anímicas infantiles nada sucumbe en el adulto a pesar de todo el desarrollo posterior. Todos los deseos, mociones pulsionales, modos de reaccionar y actitudes del niño son pesquisables todavía presentes en el hombre maduro, y bajo constelaciones apropiadas pueden salir a la luz nuevamente. No están destruidos, sino situados bajo unas capas que se les han superpuesto, como se ve precisada a decirlo la psicología psicoanalítica con su modo de figuración espacial. Así, se convierte en un carácter del pasado anímico no ser devorado por sus retoños, como lo es el histórico; persiste junto a lo que devino desde él, sea de una manera sólo virtual o en una simultaneidad real. Prueba de esta aseveración es que el sueño de los hombres normales revive noche tras noche el carácter infantil de estos y reconduce su entera vida anímica a un estadio infantil. Este mismo regreso al infantilismo psíquico (regresión) se pone de relieve en las neurosis y psicosis, cuyas peculiaridades pueden ser descritas en buena parte como arcaísmos psíquicos. En la intensidad que los restos infantiles hayan conservado en la vida anímica vemos la medida de la predisposición a enfermar, de suerte que ella pasa a ser para nosotros la expresión de una inhibición en el desarrollo. Ahora bien, lo que en el material psíquico de un ser humano permaneció infantil, reprimido {desalojado} como inviable, constituye el núcleo de su inconciente, y creemos poder perseguir, en la biografía de nuestros enfermos, cómo eso inconciente, sofrenado por las fuerzas represoras, está al acecho para pasar al quehacer práctico y aprovecha las oportunidades cuando las formaciones psíquicas más tardías y elevadas no consiguen sobreponerse a las dificultades del mundo real.
En estos últimos años los autores psicoanalíticos  han reparado en que la tesis «la ontogénesis es una repetición de la filogénesis» tiene que ser también aplicable a la vida anímica, lo cual dio nacimiento a una nueva ampliación del interés psicoanalítico.


El interés para la historia de la cultura

La comparación de la infancia del individuo humano con la historia temprana de los pueblos ya se ha revelado fecunda en muchos sentidos, y ello a pesar de que este trabajo apenas se encuentra en sus inicios. En él, el modo de pensar psicoanalítico se comporta como un nuevo instrumento de investigación. El aplicar sus premisas a la psicología de los pueblos permite tanto plantear problemas nuevos como ver bajo una luz diferente los ya elaborados y contribuir a solucionarlos.
En primer lugar, parece de todo punto posible trasferir a productos de la fantasía de los pueblos, como lo son el mito y los cuentos tradicionales, la concepción psicoanalítica obtenida a raíz del sueño. Hace tiempo que ha sido propuesta la tarea de interpretar esas formaciones; se les sospecha un «sentido secreto», y se espera que presenten variantes y trasmudaciones que oculten ese sentido. Y el psicoanálisis, de sus trabajos con el sueño y la neurosis, trae el saber sobre los caminos técnicos para colegir tales desfiguraciones. Y también, en una serie de casos, es capaz de descubrir los motivos ocultos que causaron esas mudanzas del mito respecto de su sentido originario. No le parece que el primer envión para la formación de mitos pudiera haberlo proporcionado la necesidad de explicar los fenómenos naturales y de dar razón de unos preceptos y usos de la cultura que se habían vuelto incomprensibles, sino que lo busca en los mismos «complejos» psíquicos, en las mismas aspiraciones afectivas que ha rastreado en el fondo de los sueños y de las formaciones de síntoma.
Mediante idéntica trasferencia de sus puntos de vista, premisas y conocimientos, el psicoanálisis se habilita para arrojar luz sobre los orígenes de nuestras grandes instituciones culturales: la religión, la eticidad, el derecho, la filosofía. Al pesquisar las situaciones psicológicas primitivas de las que pudieron surgir las impulsiones para esas creaciones, se ve capacitado para refutar muchos intentos de explicación que se basaban en alguna provisionalidad psicológica, y sustituirlos por unas intelecciones que calan a mayor profundidad.

El psicoanálisis establece un íntimo vínculo entre todas estas operaciones psíquicas del individuo y las comunidades, puesto que para ambos postula la misma fuente dinámica. Parte de la representación básica de que la principal función del mecanismo anímico es aligerar a la criatura de las tensiones que le producen sus necesidades. Un tramo de esa tarea es solucionable por vía de satisfacción, que uno le arranca al mundo exterior; para este fin se requiere el gobierno sobre el mundo real. A otra parte de estas necesidades -entre ellas, esencialmente, ciertas aspiraciones afectivas-, la realidad por regla general les deniega la satisfacción.

De aquí se sigue un segundo tramo de aquella tarea: procurar una tramitación de otra índole a las aspiraciones insatisfechas. Toda historia de la cultura no hace sino mostrar los caminos que los seres humanos han emprendido para la ligazón de sus deseos insatisfechos, bajo las condiciones cambiantes, y alteradas por el progreso técnico, de permisión y denegación por la realidad.

La indagación de los pueblos primitivos nos muestra a los hombres presos, al comienzo, de la creencia infantil en la omnipotencia , y nos permite comprender una multitud de formaciones anímicas como otros tantos esfuerzos por desconocer (ableugnen) las perturbaciones de esa omnipotencia y de ese modo mantener la realidad apartada de todo influjo sobre la vida afectiva, todo el tiempo que no se la puede gobernar mejor y aprovecharla para la satisfacción. El principio de la evitación de displacer rige el obrar humano hasta el momento en que es relevado por otro principio mejor, el de la adaptación al mundo exterior. Paralelo al progresivo gobierno que los hombres adquieren sobre el mundo discurre un desarrollo de su cosmovisión que se extraña cada vez más de la creencia originaria en la omnipotencia y se remonta desde la fase animista, pasando por la religiosa, hasta la científica. Dentro de esta concatenación, mito, religión y eticidad se insertan como unos intentos de procurarse resarcimiento por la deficiente satisfacción de los deseos.

El conocimiento de las neurosis que los individuos contraen ha prestado buenos servicios para entender las grandes instituciones sociales, pues las neurosis mismas se revelan como unos intentos de solucionar por vía individual los problemas de la compensación de los deseos, problemas que deben ser resueltos socialmente por las instituciones. El relegamiento del factor social y el predominio del factor sexual hacen que estas soluciones neuróticas de la tarea psicológica sean unas caricaturas que sólo sirven para nuestro esclarecimiento de estos sustantivos problemas.


El interés para la ciencia del arte

Sobre algunos de los problemas relativos al arte y al artista, el abordaje psicoanalítico proporciona una información satisfactoria; otros se le escapan por completo. Discierne también en el ejercicio del arte una actividad que se propone el apaciguamiento de deseos no tramitados, y ello en primer término, desde luego, en el propio artista creador y, en segundo, en su lector o espectador. Las fuerzas pulsionales del arte son los mismos conflictos que empujan a la neurosis a otros individuos y han movido a la sociedad a edificar sus instituciones. No es asunto de la psicología averiguar de dónde le viene al artista la capacidad para crear. Lo que el artista busca en primer lugar es autoliberación, y la aporta a otros que padecen de los mismos deseos retenidos al comunicarles su obra. Es verdad que figura como cumplidas sus más personales fantasías de deseo, pero ellas se convierten en obra de arte sólo mediante una refundición que mitigue lo chocante de esos deseos, oculte su origen personal y observe unas reglas de belleza que soborne a los demás con unos incentivos de placer. No le resulta difícil al psicoanálisis pesquisar, junto a la parte manifiesta del goce artístico, una parte latente, pero mucho más eficaz, que proviene de las fuentes escondidas de la liberación de lo pulsional. El nexo entre las impresiones de la infancia y peripecias de vida del artista, por un lado, y por el otro sus obras como reacciones frente a esas incitaciones, constituye uno de los más atractivos objetos del abordaje analítico.
En lo demás, la mayoría de los problemas del crear y el gozar artísticos aún aguardan una elaboración que arroje sobre ellos la luz de un discernimiento analítico y les indique su puesto dentro del complicado edificio de las compensaciones de deseo del ser humano. Como una realidad objetiva convencionalmente admitida, en la cual, merced a la ilusión artística, unos símbolos y formaciones sustitutivas son capaces de provocar afectos reales y efectivos, el arte constituye el reino intermedio entre la realidad que deniega los deseos y el mundo de fantasía que los cumple, un ámbito en el cual, por así decir, han permanecido en vigor los afanes de omnipotencia de la humanidad primitiva.


El interés sociológico

Es cierto que el psicoanálisis ha tomado por objeto la psique individual, pero a raíz de su exploración no podían escapársele las bases afectivas del vínculo del individuo con la sociedad. Ha descubierto que los sentimientos sociales son portadores, por lo, común, de un erotismo cuyo hiperrelieve y represión subsiguiente es la peculiaridad de un grupo determinado de perturbaciones anímicas. Ha discernido el carácter asocial de las neurosis en general, todas las cuales aspiran a esforzar al individuo fuera de la sociedad y sustituirle el asilo en el claustro, de épocas anteriores, por el aislamiento de la enfermedad. El intenso sentimiento de culpabilidad que gobierna a tantas neurosis se le revela como la modificación social de la angustia neurótica.

Por otro lado, el psicoanálisis descubre en su más amplia escala la participación que las constelaciones y los requerimientos sociales tienen en la causación de la neurosis. Las fuerzas que originan la limitación y la represión de lo pulsional por obra del yo surgen, en lo esencial, de la docilidad hacía las exigencias de la cultura. Una constitución y unas vivencias infantiles que de lo contrario no podrían menos que llevar a la neurosis, no provocarán ese efecto si no media esa docilidad o si el círculo social para el cual el individuo vive no plantea tales requerimientos. La vieja afirmación de que el aumento de las afecciones nerviosas es un producto de la cultura recubre al menos la mitad del verdadero estado de cosas. La educación y el ejemplo aportan al individuo joven la exigencia cultural; y toda vez que la represión de lo pulsional sobreviene en este con independencia de ambos factores, cabe suponer que un requerimiento de la prehistoria primordial ha terminado por convertirse en patrimonio heredado y organizado de los seres humanos. Así, el niño que produce de manera espontánea las represiones de lo pulsional no haría sino repetir un fragmento de la historia de la cultura. Lo que hoy es una abstinencia interior antaño fue sólo una exterior, impuesta quizá por el apremio de los tiempos, y de igual modo es posible que alguna vez se convierta en disposición {constitucional} interna a reprimir lo que hoy se presenta a todo individuo en crecimiento como una exigencia exterior de la cultura.


El interés pedagógico

El gran interés de la pedagogía por el psicoanálisis descansa en una tesis que se ha vuelto evidente. Sólo puede ser educador quien es capaz de compenetrarse por empatía con el alma infantil, y nosotros los adultos no comprendemos a los niños porque hemos dejado de comprender nuestra propia infancia. Nuestra amnesia de lo infantil es una prueba de cuánto nos hemos enajenado de ella. El psicoanálisis ha descubierto los deseos, formaciones de pensamiento y procesos de desarrollo de la niñez; todos los empeños anteriores fueron enojosamente incompletos y erróneos porque habían dejado por entero de lado un factor de importancia inapreciable: la sexualidad en sus exteriorizaciones corporales y anímicas. El asombro incrédulo con que se ha recibido a las averiguaciones más seguras del psicoanálisis acerca de la infancia -sobre el complejo de Edipo, el enamoramiento de sí mismo (narcisismo), las disposiciones perversas, el erotismo anal, el apetito de saber sexual- mide la distancia que separa a nuestra vida anímica, a nuestras valoraciones y aun a nuestros procesos de pensamiento, de los del niño, aun los del niño normal.

Cuando los educadores se hayan familiarizado con los resultados del psicoanálisis hallarán más fácil reconciliarse con ciertas fases del desarrollo infantil y, entre otras cosas, no correrán el riesgo de sobrestimar las mociones pulsionales socialmente inservibles o perversas que afloren en el niño. Más bien se abstendrán de intentar una sofocación violenta de esas mociones cuando se enteren de que tales intervenciones a menudo producen unos resultados no menos indeseados que la misma mala conducta que la educación teme dejar pasar en el niño. Una violenta sofocación desde afuera de unas pulsiones intensas en el niño nunca las extingue ni permite su gobierno, sino que consigue una represión en virtud de la cual se establece la inclinación a contraer más tarde una neurosis. El psicoanálisis tiene a menudo oportunidad de averiguar cuánto contribuye a producir enfermedades nerviosas la severidad inoportuna e ininteligente de la educación, o bien a expensas de cuántas pérdidas en la capacidad de producir y de gozar se obtiene la normalidad exigida. Pero puede también enseñar cuán valiosas contribuciones a la formación del carácter prestan estas pulsiones asociales y perversas del niño cuando no son sometidas a la represión, sino apartadas de sus metas originarias y dirigidas a unas más valiosas, en virtud del proceso de la llamada sublimación. Nuestras mejores virtudes se han desarrollado como unas formaciones reactivas y sublimaciones sobre el terreno de las peores disposiciones {constitucionales}. La educación debería poner un cuidado extremo en no cegar estas preciosas fuentes de fuerza y limitarse a promover los procesos por los cuales esas energías pueden guiarse hacia el buen camino. En manos de una pedagogía esclarecida por el psicoanálisis descansa cuanto podemos esperar de una profilaxis individual de las neurosis.

En este ensayo no podía proponerme la tarea de exponer el alcance y contenido del psicoanálisis, sus premisas, problemas y conclusiones, ante un público interesado en las ciencias. Mi propósito estará cumplido si se ha vuelto evidente cuán numerosos son los ámbitos del saber para los cuales resulta interesante, y cuán ricos enlaces empieza a establecer entre ellos.

***


Texto extraído de Obras completas, S. Freud, T. XIII, págs. 165-192, Editorial Amorrortu, Buenos Aires, Argentina, 1979.
Traducción: José L. Etcheverry.
Selección y destacados: S.R.
Con-versiones abril 2011

Comentarios

  1. Me sorprende la actualidad de este artículo de Freud.La vigencia del inconsciente es lo que permanece y de sus formaciones. En el caso del sueño, y de la percepción de la realidad externa,como "otra realidad", la realidad que vive el humano es la de su fantasma. En el caso de una película de Fritz Lang del año 1945: "La mujer del cuadro". En Youtube se puede ver subtitulada como "Perversidad",la narra y explica muy bien Slavoj, Zizek en: "Mirando al sesgo".Se trata de un empleado, enamorado de una mujer fatal, como se decía en esa época y dotado de condiciones para la pintura. Fascinado y enloquecido por esta mujer que lo engaña, lo seduce y está enamorada de otro hombre, lo que acá se diría un rufián, sin escrúpulos. Este hombre ya arruinado y acostado en el banco de una plaza, bajo la nieve; sueña que ha matado a la mujer, y su amante será ejecutado, en la silla eléctrica; cuando es despertado por los guardias de la plaza, cae en la cuenta que ha soñado toda la historia de crímenes y asesinatos.
    El mensaje de la película no es consolador."No es fue sólo un sueño, en realidad soy un hombre norma, igual a los otros y no un asesino"." El mensaje es que en nuestro inconsciente en lo

    real de nuestro deseo, todos somos asesinos."
    "Esta realidad social, no es entonces más que una débil telaraña simbólica que la intrusión de lo real, puede desgarrar en cualquier momento."Zizeck

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  2. (...)En 1891 publicó su monografía “Sobre la concepción de las afasias” basándose en las tesis de Hughlings Jackson para proponer una comprensión funcional de los trastornos de lenguaje. Tesis que remplaza la doctrina de las localizaciones cerebrales por la del asociacionismo, preparando el camino para la definición de un aparato psíquico tal como se lo encuentra en sus “Trabajos sobre Metapsicología”.
    Trabajando junto a Breuer, Freud abandonó progresivamente la hipnosis en beneficio de la catarsis y después creó el método de asociación libre.
    Freud estableció la hipótesis de que este material provenía del inconsciente. A diferencia de Breuer, sostuvo que la fuerza determinante en estos casos era la libido, o energía sexual, contra cuyos deseos la psique establecía defensas y represiones. Freud se orientaba cada vez más hacía la elaboración teórica absolutamente innovadora para su época, mientras que Breuer seguía siendo un científico clásico, apegado a los principios de la fisiología del momento. Esto determinó el alejamiento entre ambos.
    En el marco de su amistad con Fliess se produjeron varios acontecimientos fundamentales en la vida de Freud:
    1- La publicación de un primer libro “Estudios sobre la histeria”. En este trabajo germinal Freud construye las historias de sus analizantes a partir de la diagramación de los síntomas. El trabajo contiene las trazas de historias de mujeres (Bertha Pappenheim, Fanny Moser, Aurelia Öhm, Anna von Lieben, Lucy, Elizabeth von R., Matilde H., Rosalie H.) que llegaron a Freud en búsqueda de alguna respuesta frente a su sufrimiento. Jacques Lacan situó que el hallazgo, el descubrimiento freudiano que este texto nos ofrece, consistió en haber captado que el sujeto rechaza el sentido sexual de los síntomas, el cifrado de goce. Freud se dio cuenta que el sentido de los síntomas no podía serle revelado al paciente. Definió el nódulo patógeno como aquello que se busca pero el discurso rechaza. Freud descubrió un método de acceso al contenido inconciente, las vías de acceso a ese goce ignorado.
    2- En el año 1896 Freud enfrenta un duro golpe con la muerte de su padre.
    Inicia su análisis y aparecen numerosos sueños alrededor del lazo con su padre.
    3- Comienza a elaborar una teoría de los sueños, estableciendo como motor del sueño los deseos inconcientes sexuales e incestuosos.
    4- Descubre el Complejo de Edipo como marco para la constitución del aparato psíquico. En una carta dirigida a Fliess en el año 1897:
    “Una idea me ha cruzado por la mente, la de que el conflicto edípico puesto en escena en el Oedipus Rex de Sófocles podría estar también en el corazón de Hamlet. No creo en la intención conciente de Shakespeare, sino más bien que un acontecimiento real impulsó al poeta a escribir ese drama, y que su propio inconciente le permitió comprender el inconciente de su héroe”.
    Esta temática de Freud, quien fue un eminente neurofisiólogo y neurólogo, me interesa mucho y por ellos empecé a leer su obra.
    Lo interesante es, cómo él se va despegando de una base orgánica, biológico para abordar una nueva dimensión, para llegar a una nueva dimensión del Aparato Psíquico y realiza un arduo trabajo para llegar al descubrimiento del inconciente.
    Es muy interesante leer a sus biógrafos, especialmente a Ernst Jones, se logra una comprensión cabal de sus descubrimientos.
    www.discursofreudiano.com

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  3. Además esta magnífica pedagoga, quizá motu proprio, sin demasiadas consideraciones teóricas más allá del horario escolar se quedaba a su lado en el aula, le ponía tareas, le ponía límites con afecto, lo que nos muestra la importancia de la aplicación del psicoanálisis a la pedagogía, que tenía nuestro gran didáctica, Sigmund Freud, quien insistía que sólo se puede ser educador, si el postulante es capaz de comprometerse con simpatía por el alma del pupilo, en la medida que tiene la posibilidad de comprender la propia infancia, sin quedar enajenado en la amnesia infantil, asunto que resultará enriquecido con los descubrimientos del alma de los niños, que ha encontrado el psicoanálisis, en contraposición con el autoritarismo, sin caer en el laissez-faire, a la manera de Ulises cuando cruzara por el justo medio, entre el Escila y el Caribdis, esas rocas, que atraían el barco a riesgo de hundirse, en la medida que sobrestiman las pulsiones, sino que pueden ayudar a sublimarlas, al hacerlas válidas en sociedad y ser reconocidas por otros, ya que saben que no son sofocables con la violencia autoritaria, en la medida que pueden ocasionar todo lo contrario a la buena conducta, que se proponen., como pasaría con Schreber o niños violentados en los asilos, que pueden terminar con acciones delictivas, como fuera la situación del Oliver Twist de Dickens antes de que fuera rescatado por una familia suficientemente buena, con el riesgo de convertirse en los anómalos de Foucault, sin lograr acceder a un buen camino, como sería el caso de los asesinos de A sangre fría de Capote, que no tuvieron redención alguna, en toda una apuesta freudiana por la transdisciplinariedad, que cuando la vi en el cine suscitó mi inquietud por la psiquiatría forense, allá en mis años de juventud.

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  4. Jesús María, le recuerdo que Freud consideraba que existían tres tareas imposibles: Educar, Psicoanalizar y Gobernar. Gracias por su aporte.

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