miércoles, 21 de diciembre de 2016

FERNANDO FADER- LOS MANTONES DE MANILA

Los mantones de Manila

​Fernando Fader nació en 1882, en la ciudad francesa de Burdeos, en la casa de sus abuelos maternos. Ese mismo año, la familia regresó a la Argentina, y tres años después se afincó en Mendoza, donde su padre, el ingeniero Carlos Fader, fundó una compañía encargada de alumbrar la ciudad de Mendoza y que obtuvo luego una concesión para construir una usina hidroeléctrica en Cacheuta. A los seis años Fernando fue enviado a Europa a realizar sus estudios primarios y secundarios en Francia y Alemania, tierra de sus abuelos maternos y paternos respectivamente. A los 19 años, ingresó en la Escuela de Pintura del pintor animalista Heinrich von Zügel en la Academia de Bellas Artes de Munich. Volvió a Mendoza en 1904 y un año después fundó una Academia de Pintura. Luego de la muerte de su padre en 1905, Fader se puso al frente de las empresas familiares y alternó el quehacer empresarial con la actividad artística, integrando el grupo Nexus entre 1907 y 1909. En 1913 un aluvión destruyó las instalaciones de la usina hidroeléctrica de Cacheuta y además la empresa quebró. Todos los bienes familiares fueron embargados. Fernando se trasladó a Buenos Aires en 1914 y retomó su actividad como pintor, cerrando el paréntesis abierto en 1909.
En septiembre de 1914 presentó dos obras al IV Salón Nacional: Vuelta del pueblo y La mantilla, tela conocida luego como Los mantones de Manila. Por esta obra, que según consta en el catálogo del Salón estaba tasada en $6.000, el jurado le otorgó por unanimidad el Premio Adquisición que consistía en la suma de $3.000. Fader rechazó el premio y retiró la obra que conservó con él hasta su muerte. Algunos autores atribuyen la actitud de Fader al embargo que pesaba sobre sus bienes. Proponemos, por el contrario, la posibilidad de ver en ella las convicciones de un artista que –aun desde la total ruina económica– no resignaba el valor de su trabajo y marcaba decididamente la profesionalización de la tarea artística, algo por lo que estaban luchando también los escritores. En 1935, muerto ya Fader, el MNBA adquirió Los mantones de Manila en $20.000 a su marchand Federico Müller.
La pintura, realizada en Mendoza y bastante atípica dentro de su producción, suscitó una polémica con el crítico Julio Rinaldini, quien publicó sus impresiones sobre el IV Salón Nacional en las páginas de la revista Nosotros. Aunque Rinaldini reconocía que la obra de Fader tenía cualidades excepcionales, sostenía, entre otros reparos, que la escena era abigarrada y confusa, que la acción principal resultaba vaga, perdida en los mil detalles que deberían darle energía y claridad, y que la tela carecía de vida porque carecía de acción; en resumen, era una obra fría, sin movimiento, sin espontaneidad. Concluía diciendo que el color por el color era un absurdo admitido por el artista moderno que necesitaba cubrir su pobreza de concepción.
Entre los papeles del pintor existentes en la Casa Museo Fernando Fader de Loza Corral (Ischilín, Córdoba), donde residió desde 1918 hasta su muerte, se conserva el borrador de una carta manuscrita dirigida al crítico. Leemos allí que el primero de los grandes defectos que Fader encontraba en esa crítica era la antipatía que sentía Rinaldini por el arte moderno, lo que era un obstáculo insalvable para juzgar manifestaciones contemporáneas. Si Rinaldini veía solo en las obras del Renacimiento italiano el germen de la obra duradera, tenía que inhibirse de escribir sobre producciones pictóricas de 1914. Según Fader, Rinaldini no juzgaba la intención del artista, sino la que él quería ver realizada en la obra. El artista sostenía que en esa obra había querido convertir la “belleza real” de los colores de los mantones, pasándolos por el espeso filtro de su visión, en una sensación de “belleza verdadera”, como expresión pictórica. La carencia de acción, y por consiguiente la falta de vida que observaba el crítico, había sido reemplazada por una acción esencialmente pictórica: la conversión de los diferentes colores en tonos. Esta fue, precisamente, una característica de las obras ejecutadas por Fader entre 1913 y 1915, en las que encontramos escenas de género presentadas en espacios cerrados, y donde los protagonistas no son ni las figuras ni las acciones narrativas, sino la multiplicación de los tonos y los reflejos de color.
En 1915 Fader expuso por última vez en el Salón Nacional, participó de la Exposición Internacional de California, y conoció al galerista Federico Müller, quien comenzó a asignarle una suma mensual para manejar su producción, lo que lo ayudó a recomponer su complicada situación económica. Por consejo médico, a comienzos de 1916 se fue a vivir definitivamente a Córdoba. Desde entonces, la emoción ante el paisaje cordobés, por ejemplo en Fin de invierno (inv. 1754, MNBA), se constituyó en el motivo pictórico principal de su obra. En un reportaje publicado por la revista Caras y Caretas el 14 de abril de 1917, Fader explicó su percepción del mundo: “Yo no miro sino como pintor; mis ojos no disponen de otro procedimiento, como si fatalmente tuviese ante ellos un prisma que todo lo rinde en tonos, valores, pinceladas, expresiones. Cuando miro la naturaleza, una piedra, un tronco de árbol, una vaca o un cerdo, lo miro ya pintado, tamizado por mi espíritu pictórico”.Ana María Telesca

1 comentario:

  1. trata de una de las obras más originales de Fernando Fader. Fue realizada en Mendoza en 1914 y es totalmente atípica en la producción del artista, que no era devoto de las escenas de interiores. El desnudo tampoco fue un tema en el autor, que únicamente siete años después realiza una serie teniendo como modelo a Laura Ochoa, una empleada cordobesa que lo cuidaba en la soledad de Loza Corral. En este caso, la modelo es Antonia, una criada que trabajaba en la casa de su suegro en Luján de Cuyo.

    Esta obra es un estallido de color y de luces. Tan sólo las negras cabelleras de las cuatro mujeres nos permiten detenernos en la observación del cuadro, mientras que el uso de espejos en el fondo le da tridimensionalidad y volumen.

    Luego de no pintar por seis años (1908-1914) es que Fader realiza Los mantones de Manila, en el momento de mayor depresión de su vida, ya que había quebrado su empresa familiar y todos sus bienes estaban embargados. La expone en septiembre de 1914 en el Salón Nacional y obtiene el Primer Premio. Pero Fader lo rechaza porque consistía en la adquisición de la obra en 3000 pesos y él la había valuado el doble. Quiso el destino que en julio de 1935 el gobierno nacional, luego de fallecido el autor, la adquiriera a la viuda por la suma de 20.000 pesos. La obra también tuvo sus detractores. El principal fue Reinaldo Rinaldini, que objetó el tratamiento de las cuatro mujerzuelas y criticó la dicotomía que hay entre el bello rostro de la modelo desnuda y su cuerpo, que parece de una mujer mayor. Fader contestó acertadamente todas estas injustas observaciones.


    Foto: Gentileza Zurbarán
    Esta es una obra de carácter atemporal y de imagen universal. Creemos que el artista la realizó pensando en llamar la atención, luego de estar seis años sin exponer. Y, sin ninguna duda, lo logró.

    Fernando Fader

    Considerado el más grande paisajista argentino, se preocupó por retratar a la gente y sus costumbres. En 1907 fundó el grupo Nexus, primer intento de afirmar el carácter nacional de nuestra cultura. Nació en 1882 y falleció en 1935.

    www,lanacion.com.ar Alicia de Arteaga-2003

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