RETROSPECTIVA DE ANSELM KIEFER EN EL CENTRO POMPIDOU EN PARÍS

Retrospectiva de Anselm Kiefer en París

04/01 15:18 CET
  | actualizado el 06/01 - 09:46
Retrospectiva de Anselm Kiefer en París
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El Centro Pompidou de París acoge una retrospectiva del pintor y escultor Anselm Kiefer. Nacido en marzo de 1945, Kiefer es uno de los artistas alemanes más importantes pero también más polémicos de la posguerra.
En sus obras ha abordado temas delicados de la historia reciente de su país, sobre todo los asuntos relacionados con el nazismo.
Jean-Michel Bouhours es el comisario de la exposición.
“El terrorismo, el antisemitismo, la islamofobia… Todos estos asuntos que provocan desorden en el mundo podemos encontrarlos representados, de alguna manera, en su obra. Su trabajo nos hace reflexionar sobre temas fundamentales de la historia y la memoria”, explica Bouhours.
“Su trabajo es siempre bipolar, es decir, la felicidad siempre se mezcla con el peligro y el drama. Siempre encontramos los dos extremos, siempre están presentes. Si el cuadro es negro, Kiefer incluye un elemento alegre. Para él, el mundo es como un ciclo por ello hay partes positivas y partes negativas. Las guerras son claramente algo negativo pero a partir de la destrucción se pueden desarrollar elementos creativos, por ejemplo”, añade el comisario.
Se trata de la mayor exposición dedicada a Anselm Kiefer que se celebra en Francia en las últimas tres décadas. Más de cien obras forman parte de esta muestra que recorre su trabajo desde los años 60 hasta hoy. La exposición estará abierta al público en el Centro Pompidou de París hasta mediados de abril.
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  1. (...)Homenaje en la Biblioteca

    La retrospectiva que el Pompidou dedica a Anselm Kiefer se completa con una segunda exposición en la Biblioteca Nacional de Francia, centrada en los libros que el alemán empezó a crear en 1968, cuando estudiaba Bellas Artes en Karlsruhe. La muestra revisa un centenar de esos volúmenes, auténticas obras de arte realizadas con pintura, argila, ceniza, paja, arena, yeso, tela y plomo, expuestas con una escenografía ideada por el propio Kiefer, que reproduce el almacén de libros de su taller en las afueras de París.
    La mayoría de libros tienen las páginas pegadas, están calcinados o están expuestos en vitrinas que los convierten en inaccesibles. Hojearlos resulta, en todos los casos, imposible. Una metáfora de los autos de fe hitlerianos, de esa ley oral judía que prohíbe la transcripción escrita de ciertos versículos del Talmud, o de la calidad inservible que el arte adquirió después del Holocausto. “No se puede escribir poesía después de Auschwitz”, sentenció Theodor Adorno. La generación de Kiefer desarrolló su obra esquivando esa prohibición, pero también reflejando sus preceptos.
    En la exposición parisina ocupan un lugar protagonista los lienzos de los años 70 y 80, poblados por hombres solitarios perdidos en el bosque o tumbados en el suelo, abatidos por el peso de la historia. Se distinguen arboledas en llamas, playas desiertas y ciudades calcinadas, que configuran un inventario de devastados panoramas de la posguerra europea. “Las ruinas son un concepto fundamental en la obra de Kiefer. Lo son como motivo pictórico, pero también en su propia forma de pintar, marcada por una tensión constante entre la creación y la destrucción”, afirma el comisario Jean-Michel Bouhours. “Kiefer clava cuchillos y machetes en sus lienzos y luego les arroja distintos materiales, como arena, cenizas y plomo, como si estuviera librando un combate cuerpo a cuerpo contra el cuadro”. El propio artista confirma esta versión de los hechos. “Cuando pinto, se libra una guerra en mi cabeza”, ha declarado.

    Retrospectiva de Anselm Kiefer en París
    Alex Vicente en cultura.elpais.com

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  2. “Kiefer habla de cómo el Heimat —ese concepto intraducible que define a la patria para los alemanes, e incluye también la lengua y la cultura— quedó contaminado por el nacionalismo y el totalitarismo. Kiefer sabe que solo puede expresarse a través de su cultura y, a la vez, que se ha convertido en algo peligroso, por el uso que algunos hicieron de ella en el pasado y que otros podrían reproducir en el futuro”, analiza Bouhous.

    Pero en esta obra recorrida por las sombras de la historia y el sentimiento de culpa heredado de sus ancestros no todo es angustia y desamparo. También se detecta una firme voluntad de reconectar con la vida y alcanzar la redención, a través de los saberes espirituales y las raíces mitológicas del continente, además de la reivindicación de la cultura judía, del estudio de la Cábala y la filosofía del Talmud, descubiertos durante un viaje a Israel en los ochenta.

    La poesía romántica y simbolista no son ajenas a ese empeño. En una de las últimas salas figuran dos cuadros coloristas inspirados en los textos de Baudelaire y Rimbaud, cuyos “campos luminosos” y “ríos cantarines” parecen responder más a una percepción alterada y casi psicotrópica de la realidad que a un optimismo repentino. “Baudelaire le influye con los poemas de Las flores del mal, un título que ya lo dice todo, mientras que Rimbaud inspiró su cuadro El durmiente del valle, cuyos acentos bucólicos no logran esconder que está hablando de la muerte de un joven soldado”, analiza el comisario. “En realidad, en la obra de Kiefer, el luto nunca termina del todo”.
    cultura.elpais.com Alex Vicente

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