Batato Barea recita a Alejandra Pizarnik

Comentarios

  1. El gustador del camp ha encontrado placeres más sutiles. No los busca en la poesía latina, ni en los vinos raros o las chaquetas de terciopelo, sino en los placeres más comunes y vulgares: en el arte de consumo masivo. Su objeto de placer no se desgasta por el uso común, ya que él aprende a gustarlo de una forma extraña y particular. El camp —dandismo de la época de la cultura de masas— no hace ninguna distinción entre el objeto único y el producido masivamente. El gusto camp ha superado la náusea de las duplicaciones.
    El propio Wilde es una figura de transición. El hombre que en su primera llegada a Londres llevaba boina de terciopelo, camisas de encaje, calzones cortos de pana y medias de seda negra, nunca pudo separarse, a lo largo de su vida, de ese gusto por los placeres refinados de dandy de viejo estilo; esta tendencia conservadora aparece claramente en El retrato de Dorian Gray. Pero sus actitudes tienen con frecuencia resonancias más modernas. Fue Wilde quien formuló uno de los elementos importantes de la sensibilidad camp —el concepto del valor equivalente de los objetos— cuando anunció su intención de vivir de acuerdo a su vajilla de porcelana, o declaró que la perilla de una puerta podía ser tan admirable como una pintura. Cuando proclamaba la importancia de la corbata, los ojales, la silla, Oscar Wilde anticipaba el espíritu democrático del camp.
    El dandy antiguo odiaba la vulgaridad. Todo lo que aburriría y ofendería mortalmente a un antiguo dandy, divierte y deleita al moderno. El dandy llevaba un pañuelo perfumado pronto a desvanecerse; el gustador del camp se enorgullece de oler la podredumbre.
    Naturalmente, es un truco. Un truco basado, en última instancia, en el terror al aburrimiento. Es fundamental tener en cuenta la estrecha relación entre camp y aburrimiento. El gusto camp es por su naturaleza sólo posible en sociedades de abundancia o en círculos sociales donde se desarrollan los efectos psicopatológicos de la abundancia.

    "Lo anormal en la vida es la norma del arte, es lo único que para el arte es normal en la vida."
    (A Few Maxims for the Instruction of the Over-Educated)
    magicasruinas.com.ar

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  2. EL CAMP
    por
    Susan Sontag

    Pero además de la seriedad (trágica y cómica) de la alta cultura y sus personajes, debemos tener en cuenta otras formas de sensibilidad creadora. Desvalorizar todo lo que uno pueda hacer o sentir con "respeto" hacia el estilo de la "alta cultura"' es desvalorizarse como ser humano.
    ¿Acaso no existen formas serias que llevan la marca de la angustia, la crueldad y el desvarío? Aquí sí aceptamos una disparidad entre intención y resultado. Me refiero tanto a un estilo de vida cuanto a un estilo de arte; pero tomemos ejemplos en el campo del arte. Pensemos en Bosch. Sade, Rimbaud, Jarry, Kafka, Artaud; pensemos en las obras más importantes del siglo XX, cuyo objetivo no es producir armonía sino ensanchar el medio de expresión e introducir los temas más violentos e irresolubles. Esta forma de sensibilidad insiste también en que la "obra" en el sentido tradicional (en el arte como en la vida) no existe. Sólo existen fragmentos . . . Obviamente se aplican aquí patrones diferentes a los de la "alta cultura". Algo es bueno no porque esté perfectamente realizado, sino porque revela otra clase de verdad sobre la situación humana, otra experiencia sobre lo que es ser humano, resumiendo: otra sensibilidad válida.
    El camp ocupa el tercer lugar entre las formas importantes de sensibilidad creadora: es la sensibilidad de la seriedad fracasada, de la teatralización de la experiencia. El camp rechaza tanto las armonías de la seriedad tradicional como los riesgos de la total identificación con intensos estados del sentimiento.
    La primera sensibilidad, la de la "alta cultura", es básicamente moral. La segunda, sensibilidad de los estados extremos de sentimiento, que inspira gran parte del arte de vanguardia contemporáneo, se afirma en una tensión entre la pasión moral y la estética. La tercera, el camp, es del todo estética.
    Camp es la experiencia estética coherente del mundo. Encarna la victoria del "estilo" sobre el "contenido", de la "estética" sobre la "moral", de la ironía sobre la tragedia.
    Camp y tragedia son antitéticas. Puede encontrarse en el camp una visión seria de todo lo que haga al compromiso del artista y, con frecuencia, "pathos". La crueldad es también una de las tonalidades del camp: es la crueldad lo que hace que lo camp esté presente en muchos de los escritos de Henry James (por ejemplo The Europeans, The Awkward Age, The Wings of the Dove). Pero es imposible que haya tragedia en lo camp.
    El estilo es todo. Las ideas de Genet, por ejemplo; son camp. La afirmación de Genet: "El único criterio para un acto es su elegancia", es el equivalente exacto de la frase de Wilde: "El elemento vital en toda cuestión de importancia no es la verdad, sino el estilo". Pero lo que cuenta, en conclusión, es el estilo en que se sostienen las ideas. Las ideas acerca de la moral y la política que aparecen en El abanico de Lady Windermere y Comandante Bárbara no son camp por la naturaleza de las ideas en sí, sino por la manera frívola de formularlas. Las ideas camp de Notre Dame-des-Fleurs están sostenidas en forma demasiado torva, y la propia escritura de Genet es tan exitosa, seria y elevada, que sus libros no pueden ser camp.
    El intento central del camp es destronar lo serio. Precisando, el camp descubre una forma de relación nueva y más compleja con lo "serio". Uno puede tomarse la frivolidad en serio, o frívolamente la seriedad.
    Se es atraído por el camp cuando se percibe que la "sinceridad" no es suficiente. La sinceridad puede ser simple ignorancia, pretensión y estrechez intelectual.
    Los medios tradicionales para ir más allá de lo serio —ironía, sátira— perecen, débiles e inadecuados para el ambiente cultural sobresaturado donde se forma la sensibilidad contemporánea. El camp introduce nuevas fórmulas: el artificio como un ideal, la teatralidad.
    El camp propone una visión cómica del mundo. .

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  3. POR RODRIGO FRESAN (Desde Barcelona)
    ¿Ya apareció Susan Sontag en algún episodio de “Los Simpsons”? De no ser así, me pregunto qué está esperando Matt Groening: Sontag tiene todo para darse una vuelta por el bar de Moe o por el show del payaso Krusty: fácil de sintetizar a dibujo animado y potencia icónica pop y, ah, ese célebre mechón blanco.
    Sin embargo, en Barcelona, ciudad a la que la escritora ha llegado para presentar En América, su nueva novela recién editada por Alfaguara, se suscitan algunas sorpresas. La primera de ellas es que Susan Sontag se ha teñido el pelo: su marca registrada ha desaparecido bajo un negro parejo y azabache. La segunda es que la autora –lo mismo ocurre con sus novelas– es tanto más amable y divertida y decontracté que buena parte de las pseudo clones que ha sabido generar su genio y figura. La tercera es que dice preferir el formato novelístico al del ensayo porque “el ensayo te obliga a decidirte por un único punto de vista mientras que en la novela puedes distribuir todas tus opiniones y contradicciones a lo largo y ancho de varios personajes. Yo no estoy de acuerdo con muchas de las cosas que digo, y la novela es la forma más maravillosa de jugar con esas contradicciones. El ensayo te obliga a ser lúcida todo el tiempo. Y eso ya es, de entrada, ser superfluo. Sobre todo cuando me veo obligada a opinar sobre cuestiones políticas. A mí se me cita por decir cosas simples como, por ejemplo, que Bush es un cretino; pero yo no dejo de ser consciente de que la política es el enemigo del escritor porque obliga a simplificar; y que el paisaje es mucho más complejo y que trasciende las malas intenciones de Bush. Por eso, para eso, están los libros que una escribe, en especial las novelas: para ser más inteligente que una”. La cuarta es que confiesa que su vocación frustrada fue la de ser actriz y, por eso, “no es casual que tenga muchos más amigos performers que amigos escritores. Los artistas del escenario son más interesantes”; la quinta sorpresa –otra vez, lo siento– es que Susan Sontag se tiñe el pelo y que va a ser mucho más difícil reconocerla en un próximo episodio de “Los Simpsons”.

    PASAJERA EN TRANCE
    Sontag parece contenta. Está en Barcelona (“Una de las ciudades más amadas por los extranjeros”) y en Barcelona es lo que más le gusta ser: una extranjera. Como las heroínas de sus dos últimas novelas, Emma Hamilton –inglesa en Italia– en El amante del volcán (1992) y ahora, la Maryna Zalezowska (inspirada en Helena Modrzejewska, célebre actriz polaca a principios del siglo XX) de En América. Estas dos novelas –según Sontag– marcaron su resurrección como escritora y le hicieron olvidar para siempre la opción beckettiana de “libros que transcurren dentro de una cabeza, optando ahora por personajes que salgan al mundo y que lo experimenten todo”. La primera de ellas la escribió relativamente rápido –durante dos años y medio, trabajando todos los días– y fue un best-seller mundial. La segunda le llevó más de ocho años de trabajo, marcados por su estancia en Sarajevo durante la guerra, los catorce huesos que se rompió en un accidente de tránsito y que la confinaron a una silla de ruedas por una temporada y –cuando iba por el antepenúltimo capítulo– el diagnóstico de un cáncer que la obligó a doce meses más de quimioterapia y operación.
    Pero, antes de eso, Sontag había escrito el formidable e iniciático “Capítulo Cero” de En América –un “monólogo-tratado” sobre la voz narradora y el modo de entrar al escenario de una trama–; y su perfección la dejó paralizada, imposibilitada para seguir escribiendo: “Pensé que ya no tendría sentido continuar. Allí estaba todo. ¿Qué más decir? Demoré bastante en empezar el siguiente capítulo, el capítulo primero. Y no tuve otro remedio que comenzarlo con una bofetada sobre el rostro de la protagonista. .
    (...)
    www.pagina12.com.ar en Tadar Libros el 8 de diciembre de 2002

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