ANTECEDENTE DE LA OBRA DE FRANCES STARK ?

No había mails ni redes sociales, pero eso no quita que en 1997, una mujer pudiera perseguir a su presa amorosa con el encarnizamiento más audaz y temerario que se pueda concebir. Así, en Amo a Dick, Chris Kraus escribió una formidable novela satírica sobre el amor, la neurosis y las costumbres, a la manera de una Madame Bovary narrada por sí misma.


ERÓTICA DE LA NEURÓTICA





  Por Rodrigo Fresán
En el epílogo de Joan Hawkins a esta edición de Amo a Dick de Chris Kraus –luego de haber disfrutado y sufrido y soportado todo el asunto– se define a lo que acaba de pasar y de pasarnos, citando la definición del fallecido galerista y escritor Giovanni Intra, como “una Madame Bovary escrita por Emma”. Y, sí, algo de eso hay. Pero también de la casi zombie Adèle H. persiguiendo a su amado a lo largo y ancho de medio mundo. O de la Glenn Close de Atracción fatal en versión académica y no tan destroyer. Sí: el impulso que mueve y conmueve a la protagonista de Amo a Dick (título que en inglés se presta al más sexual de los doble sentidos) es el mismo que el de las incurables románticas ya citadas y el de toda mujer con sólo una cosa en la cabeza y en el corazón: salir de caza y capturar a su presa.

Publicada en 1997, esta debutante novela epistolar-performance-manifiesto-verité ensamblada alrededor de un par de cientos de cartas fue considerada una suerte de estandarte de un neofeminismo solipsista y depredador (algo que “trascienda toda idea de género”) a la vez que denuncia del grado cero de humillación al que podía llegar una mujer en el nombre del amor o de lo que sea eso. Una denuncia de la incomprensión ante el –como se lee y se pregunta la “protagonista”– por qué pensar que las mujeres se rebajan cuando describen cómo se rebajan. Así, la paradoja de un sometimiento casi gótico envuelto en la más combativa de las posturas y poses. Así, en Amo a Dick, Kraus es, a la vez, pasiva loca encerrada en el altillo y agresiva guerrillera que desde allí arroja cocktails-molotov sobre la figura de su amado.

Y así también Amo a Dick convirtió a la multiartista nómada Chris Kraus en más personaje que persona y a su objetivo en la mira –el académico Dick Hebdige– en socio involuntario que, dicen, intentó frenar la publicación de algo que entendía era “invasión de su vida privada”. No pudo ser. Kraus le ofreció escribir el prólogo. Tampoco pudo ser.

Más allá de lo estrictamente anecdótico y del morbo, lo cierto es que lo que hace aquí Kraus es algo que ya habían hecho –con diferentes registros y grados de talento– mujeres como Jean Rhys o Joan Didion o Renata Adler o Erica Jong o Lydia Davis a la altura de su brillante The End of the Story (1994). O que, más cerca nuestro, siguen haciendo las exhibicionistas y exhibidoras de amigos y conocidos Sheila Heti de ¿Cómo debería ser una persona? (también en Alpha Decay), la Lena “Hannah Horvath” Dunham de la serie Girls de la HBO, la Kate Zambreno de Heroines, o la Marie Calloway del impúdico What Purpose Did I Serve in Your Life: narrar indiscreta y obsesivamente, con pelos y señales y fluidos varios, la erótica de la gran neurótica. Nada que ver con la inocencia e ingenuidad sado-maso de Cincuenta sombras de Grey y sí con todo aquello que parece mandado a hacer y a deshacer para que lo interpreten en la pantalla actrices como Diane Keaton o Judy Davis o Mia Farrow: ahá, el tipo de hembra-terminator que obsesiona y hace temblar a Woody Allen. O a Philip Roth. Mujeres complicadas y muy interesantes que, cuando eran niñas, en habitaciones con posters de las fotógrafas Diane Arbus y de Nan Goldin, leyeron Mujercitas y resolvieron que cuando fueran grandes querían ser Jo pero con algunas pequeñas modificaciones y algo de tuning en sus avasalladoras carrocerías siempre listas para estrellarse contra ellas mismas.

En resumen: nada nuevo o vanguardista; pero bien escrito y con un sentimiento siempre joven y apasionado y tan fácil de entregar a domicilio a las Chris jóvenes del aquí y ahora con, ups, Facebook a su disposición.

Y –según su autora– la génesis de Amo a Dick es exactamente igual a como se la cuenta en el libro: Chris Kraus y su marido Sylvère Lotringer (quienes intimaron en citas semanales de S&M que derivaron en una “relación”) cenan con un tal Dick (que los que están en el tema reconocen en el acto como transparente alter ego del crítico cultural británico Dick Hebdige) y hay algo de flirteo y Kraus y Lotringer empiezan a enviarle cartas (todavía no hay e-mails y mucho menos blogs). Y, como bien apuntó un crítico, todo tiene, desde el aquí y ahora, el aire ya vintage de novela victoriana ensombrecido por nubes de metaficción y posmodernismo y ensayo y error y filosofía existencial. Y –todos juntos ahora– los truenos y rayos de Gilles Deleuze, Félix Guattari, Jean Baudrillard, Paul Virilio y Michel Foucault derivando en algo que puede considerarse una obra maestra a la hora de retratar la manía amorosa.

Amo a Dick. Chris Kraus Alpha Decay 344 páginas
Pero a no confundirse: la Chris Kraus de Amo a Dick se acerca a los cuarenta años, pero lo impulsivo de sus impulsos está mucho más cerca de una eterna chica de veinte. Una chica de veinte que –de acuerdo– ha leído mucho. Pero que, después de tanta teoría, sólo quiere ponerla en práctica.

Y –el cartero siempre llama doscientas veces– es justo ahí cuando el pobre Dick tiene que empezar a preocuparse.

Mucho.

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Comentarios

  1. Frances Stark. trabaja en la observación de sus intercambios de mensajes; y destaca a los mismos convertidos en frescos.

    Afirma: estoy cerca de lo que digo.
    Lo que digo es lo que digo?. La gramática hace obstáculo a la escritura. La palabra adquiere según el texto una forma disparatada. El inconsciente es evasivo. Y el sentido no suele aparecer en los muros.
    Los frescos van sobre los muros.El moho sobre la pared suele esconder las cartas de amor que allí se escribían. Algunos, afirma Lacan nunca dejaron de sentir nostalgia por la época que se podía escribir sobre los muros. Se decía que los muros tenían la palabra.
    Leonardo da Vinci, quien dejó algunos manuscritos, donde dijo profundas verdades que todo el mundo debería recordar siempre. Dijo "Miren bien el Muro".
    Si confiamos en Leonardo, que haya una mancha de moho es una buena oportunidad para transformarla en Madona.En el moho siempre hay sombras, huecos. Es muy importante darse cuenta de que sobre las paredes hay una clase de cosas que se prestan a la figura, a la creación de arte,. La mancha en cuestión es lo figurativo mismo.
    Si las palabras del chato provocan esa corriente de placer, que puede quedar estampada en los muros como frescos.Aquí el muro se convierte en algo muy nobre que se denomina: arte.
    Lacan llama a estas escrituras sobre el muro: "la cara de amuro".
    El neologismo amur(traducido por amuro), condensa amour y mur ("muro").. Quizás hay que mirar más allá del muro.
    Lacan: Seminario ...O peor-19, Buenos Aires, Paidós, 2012. Capítulo V Topología de la Palabra (charla)

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  2. El arte de la conversación, se puede consultar en este blog el 26 de junio de 2011.

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  3. (...) En los pasillos de la Universidad las ideas de Sigmund comenzaron a ser vox populi. “Che, ¿qué me contás de ese que hipnotiza?”, se decía. Una mañana, Freud corría de un aula a la otra cuando escuchó que lo llamaba el decano. Era un hombre, alto, rubio y de bigotes, que estaba sentado en su sillón de terciopelo y le señalaba a Freud la silla al otro lado del escritorio. Igual que Sigmund, fumaba en una pipa de madera.
    – Yo tengo oídos grandes y escuchó todo lo que pasa en esta facultad – dijo el decano mientras encendía la pipa - A ver Freud, ¿cuénteme como es eso de que las parálisis no son parálisis?
    Sigmund, como cada vez que se ponía nervioso, contó hasta diez y respondió que en algunas mujeres había descubierto parálisis que no se correspondían con la anatomía de los nervios. Que eran parálisis, pero de otra índole – explicó, y el decano le pidió con un gesto que parara.
    - ¿Qué significa de otra índole?
    - Otra índole… otra causa si usted prefiere, no sé…un… ¡síntoma! – gritó Freud en tono de eureka – Síntoma de un conflicto afectivo entre dos corrientes enfrentadas, una desde la conciencia y la otra…
    - Perdón, perdón – lo interrumpió el decano - ¿Usted me está diciendo que se paralizan de tristeza? – preguntó, y a Freud la lengua se le hizo un nudo.
    – Por llamarlo de algún modo – respondió, y el decano, sin decir nada, se levantó del sillón para señalar la biblioteca que estaba a sus espaldas.
    - Todos los libros que usted ve ahí yo los leí, e incluso algunos los escribí ¡La gente cuando esta triste llora, Freud, pero camina! Y no le voy a permitir que opine otra cosa, ni mucho menos, que para comprobarlo ande hipnotizando pendejas como dicen por ahí. ¡El prestigio de esta Universidad está en juego, Freud! Si quiere vaya a Francia y cuénteselo a ellos que son románticos, pero acá, las parálisis son parálisis. ¡¿Está claro?! - exigió el decano, y así fue como nuestro héroe desembarcó en París.

    (...) Pablo Pérez

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