martes, 10 de marzo de 2015

Laura Lima. For the Love of Dissent / MUAC, Mexico City


Los templos griegos contenían columnas en forma de figuras masculinas (atlantes), que a la vez convertía
 el edificio en una metáfora que recordaba al dios Atlas. Persistía en el arte greco-romano una interacción sorprendente entre edificio y escultura.
Esta relación la artista Laura Lima, pareciera que la instala en el cuerpo humano, realizando una dura función de carga, en la que diferentes partes del cuerpo soportan el mayor peso.
Durante la mayor parte del siglo xx, los arquitectos modernistas prohibieron cualquier forma de decoración escultórica, durante la década de 1970, la reacción posmodernista restableció la relación en términos muy novedosos. Frank Gehry en el Guggenheim de Bilbao (1997), las construcciones se conciben como esculturas; su forma está tan relacionado con el significado como con la función.
Laura Lima desafía todos los convencionalismos, instalando el cuerpo humano con su fuerza muscular desafiando a las formas arquitectónicas, ´pareciera decir:, No más esculturas-No más arquitectura.  Me ayudó a pensar esta relación la lectura del libro de
Michael Bird:  100 ideas que cambiaron el arte, Blume editorial
Portico de Erecteión (425-405 a. C.) en Atenas, expresando este aspecto femenino del templo como hogar de la patrona de la ciudad, Atenea.

2 comentarios:

  1. Laura Lima
    Por amor a la disidencia

    El trabajo de Laura Lima parte del cuerpo como principio de su investigación, lo integra en su propuesta como una potencia material, como un objeto de conocimiento y sensibilidad, un elemento más de la configuración de la obra en el espacio. Se trata de piezas vivas donde el gesto adquiere una dimensión en el conjunto de la instalación. Más que insertarse en categorías específicas como el performance o el happening, Lima se interesa por la “carnalidad” no sólo de los seres vivos, sino de las cosas y del mundo; de ahí que genere glosarios propios como su fórmula H=c–M=c [Hombre=carne/Mujer=carne] con la que desde 1995 viene configurando una serie de piezas paradójicas que reflexionan sobre las formas y el significado del cuerpo en la vida contemporánea.

    Perteneciente a la misma serie, la obra HcMc–Puxador [HcMc–Jalador] se integra a Por amor a la disidencia con el fin de generar un desbordamiento de lo que implica la sala como límite y condicionante del espacio de exhibición. En este sentido, el cuerpo no sigue una narrativa, tan sólo activa la pieza para generar un desplazamiento hacia el exterior, haciendo visible la altura, la distancia y la tensión entre la escala humana y las dimensiones del edificio, al mismo tiempo nos dirige hacia el paisaje que rodea al museo.
    muac.unam.mx.s

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  2. A la sombra de la marmórea estampa del Partenón se encuentra el segundo templo en importancia de la Acrópolis, el Erecteion. En su lado sur, soportando el techo de un falso pórtico, encontramos la figura de seis mujeres milenarias, que contemplan serenas el devenir del tiempo dominando desde las alturas la extensión de su apreciada Atenas: las Caríatides. Las que ahora vemos en el monte sagrado son una reproducción, pues las originales se conservan en el renovado Museo de la Acrópolis (salvo una de ellas, que Lord Elgin trasladó al British Museum en 1846). A pesar de ello, su efecto cautivador sigue intacto. En este artículo vamos a repasar su historia y significado, así como la del templo que las acoge.

    El mito
    Cuenta el relato mítico que Hefesto, tras haber ayudado a Zeus a dar a luz a Atenea, que brotó de su cabeza gracias a un mazazo del dios subterráneo, le pidió el matrimonio de la joven. El padre de los dioses accedió, pero le otorgó a su hija la facultad de defenderse ante su futuro marido.
    En la noche nupcial, debido al horrible aspecto de Hefesto, Atenea se resistió a culminar la cópula, haciendo que su pareja derramase su semen sobre el suelo dado su increíble estado de excitación. Puesto que los dioses eran muy fecundos, ya nos lo decía Homero, una criatura brotó de la tierra a los nueve meses.
    Atenea la adoptó y ocultó en un cofre que confió a las hijas de Cécrope, el primer rey de Atenas, ordenándoles que no lo abrieran bajo ningún concepto. Las chicas no resistieron a la tentación y, poco después de haberse marchado la diosa, lo abrieron descubriendo en su interior una horrible criatura quimérica, con cuerpo de niño y cola de serpiente (otra versión del mito dice que había una enorme serpiente custodiando el cuerpo de un niño). Las muchachas, espantadas, se precipitaron desde la roca de la Acrópolis y perecieron. El niño se llamó Erictonio y un día se convertiría en el rey de Atenas.
    Atenea, gracias a la presencia de su hijo en la ciudad, se mostró cada vez más próxima a sus habitantes hasta que, durante el reinado de Erictonio (según otras fuentes Erecteo, aunque ambos monarcas se confunden), tuvo lugar el gran enfrentamiento entre la diosa y Poseidón para conseguir el patronazgo del Ática. El vencedor sería el que hiciera a sus habitantes el regalo más hermoso. El dios del mar golpeó el suelo con su tridente e hizo brotar el caballo, animal maravilloso, invencible en la carrera y poderoso en la batalla. Atenea hizo lo mismo con su lanza dando lugar a la germinación de una pequeña planta, de hojas plateadas que no tardó en producir unas pequeñas bayas oscuras: las aceitunas. Estamos ante el nacimiento mítico del olivo, la planta más noble de cuantas crecen en el Mediterráneo. Frugal, paciente, capaz de aguantar la sequía y origen de una madera fuerte y dura como el hierro. Los habitantes de la ciudad se decantaron por el regalo de la diosa que, desde entonces, gozó de un gran santuario en la Acrópolis y dio nombre a la ciudad de Atenas.
    mundomediterraneo.com

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