miércoles, 3 de junio de 2015

MÁS DEL 80% DE LAS VÍCTIMAS GOLPEADAS NO HACE LA DENUNCIA

Más del 80% de las víctimas golpeadas no hace la denuncia

Así surge de un estudio realizado sobre más de 11 mil casos en Argentina. La mayoría calla por miedo y vergüenza
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Del pequeño universo que se anima a denunciar, sólo el 4% lo hace luego del primer golpe
Del pequeño universo que se anima a denunciar, sólo el 4% lo hace luego del primer golpe
Puede asombrar o resultar exagerado, pero lo cierto es que los números y las miles de historias que se esconden detrás lo confirman con impotencia y dolor: más del 80% de las mujeres agredidas no lo denuncia. Así se desprende de un relevamiento presentado en los últimos días en el Congreso de la Nación, según el cual sólo el 20% de las mujeres víctimas de violencia de género se deciden a denunciar a sus agresores, y de ese universo apenas el 4% lo hace luego de la primera agresión. Entre las causas para no pedir ayuda, las encuestadas hablaron de vergüenza, miedo y culpa.
RAZONES PARA CALLAR
El estudio se basa en un trabajo de campo sobre un total de 11.254 casos obtenidos a través de encuestas en vía pública, encuentros femeninos, cuestionarios telefónicos y relevamientos de consultas médicas y psicológicas, en el ámbito geográfico de la ciudad de Buenos Aires, Gran Buenos Aires, Rosario, Mar del Plata, Córdoba, Posadas, Corrientes, Mendoza, Paraná, Tucumán, Salta y Jujuy. Todo con la asesoría de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBa).
Según la diputada Fernanda Gil Lozano, una de las hacedoras del estudio, “el 81,5 %, es decir unos 9.160 casos, reconocieron no haber denunciado a quienes las maltratan”. Sobre el total de esos hechos no denunciados, un 38%, equivalente a 3.488 casos, afirmó que no se animó por miedo a que la situación se agravara, un 32,3%, 2.958 mujeres, aseguró no pedir ayuda por culpa y un 29,7 porcentual , unos 2.720 casos, dijo no haberlo hecho por vergüenza al “qué dirán”.
Por su parte, sólo el 18,5 % de las consultadas, unos 2.082 testimonios, dijo haberse animado a denunciar a quienes las violentaron, pero apenas el 4%, unos 84 casos sobre ese número, pidió asistencia luego de un primer ataque y el 14,5% restante, 1.998 casos, reconoció haber recibido varios ataques antes de buscar ayuda.
“La mujer que llega a hacer una denuncia viene de sufrir un verdadero infierno durante mucho tiempo -asegura Gil Lozano-, porque el pedido de ayuda no es algo que salga naturalmente. En la mayoría de los casos las mujeres tienen mucho miedo, sufren vergüenza, se sienten expuestas y culpables ante la posibilidad de denunciar a su pareja y sienten que las que están equivocadas son ellas, motivo por el cual las denuncias no se hacen cuando corresponde”.
La responsable del trabajo indicó que “las mujeres sienten que cuando hacen las denuncias se las despoja de muchas cosas entre las que pierden su cotidianidad, porque se las aparta de sus casas y de su vida habitual, mientras los agresores siguen haciendo su vida habitual”.
Por otra parte, Gil Lozano dijo que “hasta hoy nunca se buscó trabajar con los varones violentos para hacerles tomar conciencia de que actuaron mal, entonces seguían creyendo que lo que habían hecho estaba bien. Sin embargo, la violencia va creciendo cada día y si no se empieza a trabajar con los hombres para marcarles los límites, esos varones vuelven a violentarse”.
DONDE DENUNCIAR
Además, la militante por los derechos de la mujer consideró necesaria la declaración de Emergencia Nacional por violencia de género, tras las alarmantes cifras de mujeres que son asesinadas o sufren agresiones de este tipo en todo el país, y propuso prevenir esos ataques con enseñanza preventiva desde la escuela primaria, para tratar de lograr que los menores aprendan a construir desde pequeños una nueva interrelación sin violencia entre géneros.
Como se sabe, hacer la denuncia por una agresión es un derecho de todas las mujeres y niñas que son víctimas de alguna forma de violencia y deben recibir protección. Está garantizado por la ley, que establece que tanto la denuncia como el patrocinio legal (abogado/a) y todos los gastos deben ser gratuitos. Las autoridades policiales y/o judiciales, además, tienen el deber de tomar todas las denuncias y remitirlas al juez para que investigue. Los funcionarios deben creerles a las mujeres que denuncian una violencia, informarles sus derechos y tomar medidas de protección cuando sea necesario.
La denuncia puede ser efectuada inmediatamente después de ocurridos los hechos o, incluso, años después. Unicamente es necesario llevar una identificación y no importa la nacionalidad o la situación legal de la denunciante. La identidad de la mujer será reservada durante la investigación, y los lugares a dónde puede recurrir son el Consejo Nacional de la Mujer, que cuenta con la línea gratuita 144. En nuestra provincia, la oficina de prevención a la violencia domestica y sexual contra niños/as cuenta con el 0800-222-22876 y el programa de Atención a Mujeres Víctimas de Violencia de la Secretaría de Derechos Humanos con el 0800-555-0137. También, se puede llamar al servicio de emergencias 911 de la policía.
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4 comentarios:

  1. Más de 61 mil casos de violencia de género, es decir 511 por día, y 1.700 abusos sexuales fueron denunciados en los primeros cuatro meses de este año en comisarías bonaerenses, se informó oficialmente hoy. En tanto, ocho de cada diez denuncias fueron realizadas por mujeres y el 17 por ciento de los casos finalizó con lesionados.

    Un día después de las multitudinarias movilizaciones "NiUnaMenos" contra la violencia de género, realizadas frente al Congreso nacional y en distintos puntos del país, una dependencia que actúa bajo la órbita del ministerio de Seguridad bonaerense, a cargo de Alejandro Granados, dio a conocer esos datos.

    La Dirección General de Coordinación de Políticas de Género, dependiente de la Subsecretaria de Planificación bonaerense, informó que en el primer cuatrimestre de este año 61.322 casos de violencia de género y 1.724 abusos sexuales fueron denunciados en las comisarías de la Provincia que atienden esta problemática.

    Esto representa un promedio diario de 511 episodios violentos denunciados, contra 14 de abusos. Según se explicó, entre el 1º de enero y el 30 de abril pasados, esas denuncias fueron realizadas en las 100 comisarías de la Mujer y la Familia distribuidas en territorio bonaerenses. La cartera de Seguridad provincial destacó que estas dependencias "constituyen un espacio institucional de orientación, atención, contención y asesoramiento para las víctimas de violencia de género y grupos vulnerables abiertas las 24 horas".

    "Para ello cuentan con personal policial especializado y con equipos interdisciplinarios integrados por psicólogos, asistentes sociales y abogados", añade la información.

    En lo que respecta a las víctimas, los informes proporcionados puntualizan que 47.139 de ellas fueron mujeres (2.189 menores de edad), y 15.442 hombres (1.138 menores). Además, un total de 10.475 casos finalizaron con lesionados y 9.198 sólo llegaron a amenazas.

    En relación al tipo de denuncias, 33.979 fueron por agresiones verbales, psicológicas o emocionales, 12.261 por violencia física, 4.549 por violencia económica o patrimonial, 650 por abusos sexuales y el resto por otras cuestiones. No obstante, un mismo hecho puede abarcar distintos tipos de violencia.

    En tanto, del total de agresores 19.431 son ex cónyuges o ex parejas, 14.550 son esposos o parejas convivientes, 4.461 novios o parejas no convivientes, 3.596 ex novios, 2.804 novios, 2.328 hermanos, 1.647 padres, 1.423 madres y 4.312 demás parientes, entre otros
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  2. (...)Introduzcamos de inmediato el término que nos parece que aclara estas “formas de vida” y que el psicoanalista Jacques Lacan utilizó para interpretar un amplio espectro de fenómenos clínicos: son “formas de goce”(jouissance), formas de satisfacción de las pulsiones que se sitúan más allá del principio del placer en el que el sujeto busca su propio bienestar. La inclusión de este término coloca al psicoanálisis en una perspectiva ética que no parte de la suposición o de la falsa evidencia de que el sujeto quiere su propio bien. Antes bien, la experiencia clínica nos hace constatar que el sujeto puede
    encontrar ese “bien” en un profundo malestar.

    Si el mundo se nos aparece entonces como una diversidad de formas de goce es también en la medida en que éstas, con demasiada frecuencia, no pueden reconocerse ni soportarse recíprocamente, y ello hasta llegar a la violencia ejercida sobre lo que se presenta como una forma de goce diferente para cada una de ellas. El psicoanálisis descubrió que esta diversidad de formas de goce empieza por encarnarse en la diferencia más íntima y familiar, la más próxima para cada sujeto, la más irreductible también: la diferencia de los sexos.

    El acto violento que calificamos de “humano” no puede reducirse a un hecho natural o
    biológico. Es en realidad un producto de la civilización, presupone la existencia del registro simbólico del lenguaje y de uno de los factores más genuinos descubiertos por Freud, designado como la“pulsión de muerte”. En contra de cierto prejuicio humanista, esta noción contradice la ecuación según la cual a más civilización habría menos violencia. De hecho, el acto violento
    se encuentra ya en el principio de toda cultura, tal como Freud lo tematizó en el mito edípico del asesinato del padre como origen de las leyes simbólicas, de la prohibición del incesto y de la exogamia. El acto violento del ser humano surge siempre en el seno de una relación intersubjetiva, constituida por el lenguaje. Si el límite de la palabra en el diálogo es el insulto, una vez atravesado este límite es el pasaje al acto violento el que viene a golpear lo inefable que se ha hecho presente en el otro. No habría acto violento sin la existencia, en un lugar y momento previos, de esta palabra-pacto simbólico que ha sido roto y que se trataría de restituir. La íntima relación existente entre
    el pasaje al acto violento y la palabra excluida del registro simbólico del lenguaje nos lleva a considerar la condición particular de los seres que históricamente han sido objeto habitual de segregación y violencia: los niños, los locos, las mujeres. Considerados en algunas culturas como seres sagrados, portadores de una verdad ignorada, se convierten también en el objeto del acto
    violento como retorno en lo real de una palabra imposible de decir. Este vínculo, existente en toda cultura y medio social, entre lo inefable para el discurso universal y el pasaje al acto violento contra el objeto de segregación tiene una lógica interna que es preciso considerar para abordar todo posible
    tratamiento.

    El malentendido estructural entre las diversas formas de goce tiene aquí su punto de apoyo: si
    no pueden reconocerse de forma recíproca, si cada una puede considerar a la otra como extraña, es en la medida que cada una se piensa a sí misma como universal, como más verdadera, como más acorde o incluso como más normal en relación a su realidad, es decir, en la medida que se considera a sí misma como el goce de lo Uno. El goce de lo Otro tiende a convertirse entonces en una alteridad incompatible. Es el principio del racismo pero es también el principio de la violencia ejercida sobre los objetos de segregación que hemos indicado: la infancia, la locura, la feminidad, o sobre las tres encarnadas en un mismo sujeto.







    por Miquel Bassols | 06/05/2015
    psicoanalisisyclinicacontemporanea.blogspot.com.ar

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  3. La norma de lo Uno, entendida desde el psicoanálisis como norma fálica, suele estar representada por la norma masculina: la“norme-mâle”, como decía Lacan, la “norma-macho” o también lo “normal”, incluso la normalidad como ideal estadístico. Nada impide que esta normalidad sea defendida y transmitida por una mujer, en una posición que puede llevar incluso al consentimiento del acto violento sobre sí misma. La aparente “normalidad” con la que este acto violento se produce en muchos lugares y momentos —y no pensamos sólo en las culturas
    islámicas, también en nuestro medio más cercano estalla demasiadas veces en la más absoluta “normalidad”—, no podría entenderse sin esta prevalencia del discurso fálico que modula y modela cada cultura. La figura del “hombre normal y simpático” bajo la que tantas veces se descubre con sorpresa al agresor patológico nos indica lo lejos que está el acto violento de una supuesta
    anormalidad animal en el ser humano. Revela más bien el ideal cultural de normalidad que encubre la irrupción patológica del goce del Otro en la intimidad cotidiana.

    Desde la posición masculina, el pasaje al acto violento sobre una mujer se suele revelar
    como una forma de golpear en el Otro lo que el sujeto no puede simbolizar, lo que no puede articular en el discurso fálico sobre Uno mismo. Aquello que el sujeto golpea en el Otro es lo que se le hace presente e intolerable, demasiado íntimo y ajeno a la vez, de ese goce del Otro que lo habita. Un análisis detenido permite mostrar en cada caso la significación inconsciente por la que el sujeto masculino no puede llegar a reconocer lo que está golpeando de su propio ser alojado en el lugar del Otro. Puede entenderse así la relativa frecuencia con la que el pasaje al acto violento ejercido por el hombre sobre la mujer termina en un acto posterior de autolesión que no podría explicarse
    por ningún recurso a una supuesta culpabilidad asumida. No se trata tanto de un autocastigo como de la consecuencia última de un acto que toma al Otro como lugar mediador en el que golpearse a sí mismo. Desde la posición femenina, la posición de consentimiento, hasta de sumisión aceptada, que se encuentra tantas veces como límite de una acción que se propone como socialmente liberadora o
    terapéutica, muestra la gran dificultad que existe para separar al sujeto de una complicidad con este fantasma del goce del Otro con el que tiende a ser identificado desde la parte masculina.

    Concebimos así el acto violento no como el mero trastorno de una conducta inadaptada a una
    realidad, familiar o social, más o menos conflictiva. La mejor acción pedagógica y social encontrará aquí su límite. Se trata sobre todo de encontrar, en un análisis particular de cada caso, las significaciones inconscientes del pasaje al acto. Incluso antes de que éste se dé efectivamente, es posible localizar la huella que deja el deseo inconsciente y cuya interpretación nos dará la clave para señalar la responsabilidad que el sujeto no habrá podido rehuir sin significarse a la vez en ese acto. Por otra parte, lo que el psicoanálisis muestra y permite descubrir a cada sujeto es que no hay una forma de goce más verdadera, más acorde o más normal que otra. Una forma de goce (homo, hetero, fálica o no…) es simplemente diferente con respecto a otra. Asumir este lugar de la diferencia como principio lógico y ético es ya una forma general de prevenir la violencia contra y desde lo
    diferente. Sin embargo, el alcance de esta previsión en cada acción es una empresa que sólo puede realizarse desde la particularidad de cada sujeto, nada más y nada menos, pero nunca imponerse desde un lugar que estaría inevitablemente destinado a excluir esa misma diferencia.(...)
    por Miguel Bassols /6/5/2015 en
    www.psicoanalisisy clinicacontemporanea.blogspot.com.ar

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  4. En estas coordenadas, es preciso considerar la condición particular de aquellos que históricamente han sido objeto de segregación y de violencia: los niños, los locos, las mujeres.

    La infancia, la locura y la feminidad no son sólo los tres sujetos que han encarnado tradicionalmente y en diversas sociedades las figuras de una mayor debilidad y necesidad de protección. Son fundamentalmente el lugar de una palabra rechazada, incluso reprimida en el sentido más radical del término. Puede parecer más claro en el caso de la infancia y de la locura. Podía parecer menos evidente en el caso de la feminidad, a la que el psicoanálisis devolvió desde sus orígenes una palabra que estaba amordazada en el silencio del síntoma y de su sufrimiento. Considerados en algunas culturas como seres sagrados, portadores de una verdad ignorada, aquellos tres lugares de la palabra
    rechazada se convierten también en objeto predilecto del acto violento, acto que viene al lugar de una palabra imposible de decir, tanto en las relaciones familiares como en la realidad social más amplia.

    Considerado en la posición masculina, el pasaje al acto violento sobre una mujer se suele revelar como una forma de buscar y golpear en el otro lo que el sujeto no puede simbolizar, lo que no puede articular con palabras sobre sí mismo. Un análisis detenido permite mostrar en cada caso la
    significación inconsciente por la que el sujeto masculino no puede llegar a reconocer lo que está golpeando de su propio ser alojado en el ser del otro, su pareja.

    Puede entenderse así la relativa frecuencia con la que el pasaje al acto ejercido por el hombre termina en un acto posterior de autolesión que no podría explicarse por ningún recurso a una supuesta
    culpabilidad asumida. No se trata tanto de un autocastigo como de la consecuencia última de un acto que toma al otro como lugar mediador en el que golpearse a sí mismo.

    Desde la parte femenina, la posición de consentimiento, hasta de sumisión aceptada, que se encuentra tantas veces como límite de una acción que se proponga como socialmente liberadora o terapéutica, muestra la gran dificultad que existe a veces para separar al sujeto de la complicidad con la posición de su pareja.

    Asumir este lugar de la diferencia como principio lógico y ético es ya una forma general de prevenir la violencia contra lo que aparece como diferente. Sin embargo, el alcance de esta previsión en cada acción es una empresa que sólo puede realizarse desde la particularidad de cada sujeto, nada
    más y nada menos, pero nunca imponerse desde un lugar que estaría inevitablemente destinado a excluir esta misma diferencia.

    Desde esta perspectiva, podemos declarar lo siguiente:

    — Si el psicoanálisis se opone por principio a todo tipo de violencia es en la misma medida en que manifiesta el respeto más radical por la palabra del otro. La violencia como forma coercitiva de ejercicio de un poder será siempre un signo de la impotencia para sostener una palabra verdadera. En el caso de la violencia ejercida contra las mujeres
    —ya sea por los hombres, por las instituciones, por los Estados o por otras mujeres
    —, esta impotencia es correlativa de la imposibilidad de escuchar la palabra del sujeto femenino, pero también de escuchar lo femenino que hay en cada sujeto. En este sentido se hace absolutamente necesario crear, apoyar y desarrollar los espacios donde esta palabra pueda ser articulada, escuchada e interpretada, ya sea desde el espacio más íntimo y familiar, como desde el más público de cada realidad social.

    Sólo desde el respeto más radical por la diferencia, especialmente en el registro de la diferencia sexual en cada cultura, podrá tener valor y efecto una igualdad en el registro de la realidad social y de los derechos que definen al sujeto social. En esta perspectiva, a la reivindicación de igualdad en el registro de los derechos sociales hay que agregar la reivindicación y el tratamiento de la diferencia en el registro de las identidades sexuales.

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