Re-encuentro con Jerzy Grotowski (1933-1999)
El fuego estaba encendido como cada noche antes de nuestra llegada. Nos sentamos frente a él expectantes y con ojos atentos. Del fondo, de entre la oscuridad, él apareció; con un movimiento lento nos escudriñó a todos mientras se acercaba. Después de un breve silencio colocó las manos sobre el fuego y comenzó su relato con estas palabras: “Hace más o menos una eternidad…” Para Jerzy Grotowski éste es el comienzo. Así se inició el teatro, con el story telling, el cuenta-cuentos. Mientras narraba la historia hacía aparecer frente a sus espectadores, de forma casi mágica, diferentes objetos alusivos al tema, al mismo tiempo que dibujaba imágenes con sus palabras y su cuerpo. Era sin duda el chamán de la comunidad que narraba los mitos cosmogónicos. Posteriormente, estas acciones se transformarían en el teatro como ahora lo conocemos: un espacio en el que al mismo tiempo se encarnan historias.
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Jerzy Grotowski, polaco, director de escena, diseñó y practicó un proceso de creación teatral para que los actores representaran no a un personaje, sino a sus propios secretos; su propuesta es conocida con el nombre de “teatro pobre” porque considera como secundario cualquier elemento teatral; todo se halla por debajo del actor y de su relación con el espectador. Incluso el texto pierde su tradicional hegemonía en el teatro de Grotowski. Su punto de partida ya no es la dramaturgia sino el actor y sus propias experiencias, secretos e historias; el actor no encarna ni copia un personaje inexistente plasmado en un papel. A través de sí mismo construye en su cuerpo una narración o discurso que más tarde servirá de sustento a la historia propuesta por la dramaturgia. De esta manera Jerzy Grotowski demostró que el teatro no es dramaturgia; el teatro es en esencia la relación que se establece entre el actor y el espectador.
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En México hubo quien pudo testificarlo. Como parte de la Olimpiada Cultural de México 68 se realizó la puesta en escena de El Príncipe Constante, su obra más famosa, confirmando para los mexicanos lo que en París dijeron los críticos en su presentación de 1966: hubo quien afirmó, después de ver la actuación de Ryszard Cieslak en el papel principal, que hasta ese momento no había conocido nada sobre teatro. Después del éxito de El Príncipe Constante en París, Jerzy Grotowski se convirtió en una especie de gurú del teatro; en todo el mundo trataban de aprender y reproducir lo que él hacía. Pero ante la sorpresa de todos, Grotowski anunció en 1970 que ya no montaría más obras de teatro; fue Apocalypsis cum figuris su último montaje que sería representado por él hasta 1980. Sin embargo, no abandonó la investigación, la creación ni el entrenamiento actoral aunque ya no le interesara exhibir sus descubrimientos ante el público.
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En México dejó una huella importante. Trabajó con Nicolás Núñez (director del Taller de Investigación Teatral de la Universidad Nacional Autónoma de México) y con Jaime Soriano (director de teatro). Ambos desarrollaron propuestas de entrenamiento actoral influenciados y apoyados por el propio Grotowski. Asimismo, muchos de los elementos que hoy nos son familiares en el teatro, como la eliminación de la cuarta pared, el teatro del cuerpo, el teatro ritual, la ausencia de escenografía o la musicalización a través del cuerpo de los propios actores, tienen su origen en las investigaciones y la creatividad de Grotowski. Peter Brook dijo alguna vez que si existiera algo similar al premio Nobel en el teatro, éste debería ser entregado a Grotowski. Uno de los directores teatrales más importantes a nivel internacional como lo fue Brook, reconoció con esas palabras el trabajo de su colega; la declaración nos ofrece un indicio de la importancia de la propuesta de Grotowski para el teatro contemporáneo.
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Jerzy Grotowski pone en juego al actor como creador y como ser humano. Coloca a la humanidad en escena. Nos confronta con nosotros mismos como humanidad y nos llama a reconocernos. Al compartir sus montajes nos obliga a percibir nuestras interioridades y a aceptar nuestra otredad. Para Grotowski el teatro no es un mero entretenimiento: es un encuentro, un proceso de mutuo entendimiento, el encuentro con lo más oculto de nuestro ser. El dramaturgo polaco sabía que no cualquiera estaba dispuesto a testificarlo. Por eso abandonó los escenarios y convocó a unos cuantos a trabajar con él. De esta manera transformó al teatro en un ritual, en un espacio sagrado de confrontación, reflexión y aceptación; quizá nos hizo regresar así al teatro original. El chamán, story telling, narraba el mito originario de creación a su comunidad, reunida alrededor del fuego sagrado: Grotowski nos hace buscar y re-encarnar el sentido originario del teatro y nos regala breves momentos de sacralidad que nos permiten descubrir el origen.
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Jerzy Grotowski convocó a la comunidad teatral alrededor del fuego. En sus palabras narró de nueva cuenta la historia. La encarnó en el cuerpo de Ryszard Cieslak, quien se sacrificó frente a nosotros en el fuego del escenario para demostrarlo. Ya no tenemos un story telling del teatro como él, capaz de rastrear y encarnar el rito sagrado. Como si de un ritual se tratara, 14 de enero del 2009 quiero encender, una vez más, el fuego que lo espera y lo recuerda a través de estas sencillas palabras. Gracias Grotowski por enseñarnos a hacer teatro.
Inserción en Imágenes: 22.01.09 Foto de portal: sello polaco que conmemora a Jerzy Grotowski.www.estetica.unam.mx |
Me quedé pensando al escucharlo, en palabras de Lacan que dice:" El hombre siempre es feliz".
ResponderEliminarMe gustó la expresión; el hombre se desequilibra, cuando algo se rompe adentro, por la imagen social. Olvida eso y se convierte en una máquina. Y, el hombre siempre podría ser feliz. Cuándo?
en “Televisión”, Lacan dirá: “Los seres hablantes son felices, felices por naturaleza, es incluso de ella todo lo que les queda”. Jacques-Alain Miller comenta esta cita diciendo que, así como la pulsión siempre busca la satisfacción, el deseo conlleva insatisfacción: por ello, a nivel de la pulsión el sujeto es siempre feliz, y esta felicidad no se articula con una meta a alcanzar sino con un presente no reconocido. Esta felicidad no es esclava del deseo, ya que está referida al goce. Inclusive, podríamos decir que el deseo mismo, en su articulación con la falta –“desear lo imposible”–, impide que el sujeto pueda conciliarse con esa felicidad pulsional. Una frase del artículo de Lacan “Kant con Sade” ilustra la contraposición entre ambos términos: “La felicidad se rehúsa a quien no renuncie a la vía del deseo”.
En la última parte de su enseñanza, Lacan privilegió la perspectiva del “saber hacer” con el síntoma, arreglárselas con el goce, no embrollarse más de la cuenta. En una conferencia de 1975 (publicada en Scilicet Nº 6-7), dice que al análisis no hay que empujarlo muy lejos: “Cuando un analizante piensa que él está feliz de vivir, es suficiente”. Miller considera que en ese “feliz de vivir” se trata de una felicidad no basada en la búsqueda del tener ni en el esperar; curada, entonces, de las desdichas del deseo que la malogra. Lacan refirió haber visto cómo la esperanza, “las mañanas que cantan”, conducía a varias personas al suicidio. Ya Nietzsche presentó a la esperanza como la mayor de las infelicidades. Considero que el conflicto entre el deseo –que espera siempre otra cosa– y el goce marca todo el pensamiento occidental, del cual la “vivencia de satisfacción” freudiana es deudora.Silvia Ons en 2003 en www.pagina12.com.ar