LOS MEDICAMENTOS DEL ESPÍRITU-ELIZABETH ROUDINESCO
a sociedad depresiva (II): Los medicamentos del espíritu
Elizabeth Roudinesco
Desde 1950, las sustancias químicas ‑o psicotrópicos‑ modificaron el paisaje de la locura. Vaciaron los asilos, sustituyeron la camisa de fuerza y los tratamientos de shock por la envoltura medicamentosa.1 Aunque no curan ninguna enfermedad mental o nerviosa, revolucionaron las representaciones del psiquismo fabricando un hombre nuevo, liso y sin humor, extenuado por la evitación de sus pasiones, avergonzado de no ser conforme al ideal que le proponen.
Prescritos tanto por los médicos clínicos como por los especialistas de la psicopatología, los psicotrópicos tienen por resultado normalizar la conducta y suprimir los síntomas más dolorosos del sufrimiento psíquico sin buscar su significación.
Los psicotrópicos son clasificados en tres grupos: los psicolépticos, los psicoanalépticos, los psicodislépticos. En el primer grupo, encontramos los hipnóticos, que tratan los trastornos del sueño, los ansiolíticos y los tranquilizantes, que suprimen los signos de la angustia, de la ansiedad, de la fobia y de diversas neurosis, y finalmente los neurolépticos (o antipsicóticos), medicamentos específicos de la psicosis y de todas las formas de delirios crónicos o agudos. En el segundo grupo, están reunidos los estimulantes y los antidepresivos, y en el tercer grupo, los medicamentos alucinógenos, los estupefacientes y los reguladores del humor.
La psicofarmacología trajo al hombre, en primer lugar, un renuevo de libertad. Puesta en circulación en 1952 por dos psiquiatras franceses, Jean Delay y Pierre Deniker, los neurolépticos le devolvieron al loco su palabra. Permitieron su reintegración a la ciudad. Gracias a ellos, los tratamientos bárbaros e ineficaces fueron abandonados. En cuanto a los ansiolíticos y a los antidepresivos, aportaron a los neuróticos y a los depresivos una mayor tranquilidad.
Sin embargo, a fuerza de creer en el poder de sus pociones, la psicofarmacología terminó por perder una parte de su prestigio a pesar de su formidable eficacia. Encerró, en efecto, al sujeto en una nueva alienación pretendiendo curarlo de la esencia misma de la condición humana. También alimentó, con sus ilusiones, un nuevo irracionalismo. Pues cuanto más se promete el fin del sufrimiento psíquico por medio de la absorción de pastillas, que no hacen más que quitar síntomas o transformar una personalidad, más el sujeto, decepcionado, se vuelca luego hacia tratamientos corporales o mágicos.
No nos asombrará, pues, que los excesos de la farmacología hayan sido denunciados por aquellos mismos que la habían elogiado y que ahora reclaman que los medicamentos del espíritu sean administrados de manera más racional y en coordinación con otras formas de cura: psicoterapia y psicoanálisis.
Ésta era la opinión de Jean Delay, principal representante francés de la psiquiatría biológica, quien en 1956 afirmaba: "Conviene recordar que en psiquiatría la medicación no es más que un momento del tratamiento de una enfermedad mental y que el tratamiento de fondo sigue siendo la psicoterapia".
En cuanto a su inventor, Henri Laborit, siempre declaró que la psicofarmacología no era, en tanto tal, la solución a todos los problemas: "¿Por qué estamos contentos de tener psicotrópicos? Porque la sociedad en la que vivimos es insoportable. La gente ya no puede dormir, está angustiada, tiene necesidad de ser tranquilizada, sobre todo en las megápolis. A veces me reprochan haber inventado la camisa química. Pero olvidaron sin duda los tiempos en que, siendo médico de guardia en la Marina, entraba en el pabellón de los agitados con un revólver y dos sólidos enfermeros porque los enfermos morían en sus camisas de fuerza transpirando y aullando [...]. La humanidad, en el curso de su evolución, estaba obligada a resignarse a las drogas. Sin los psicotrópicos, se hubiera producido tal vez una revolución en la conciencia humana que clamara: '¡Esto no se soporta más!', mientras seguimos soportando gracias a los psicotrópicos. En un futuro lejano, la farmacología presentará quizá menos interés, salvo probablemente en traumatología, y podemos incluso prever que desaparezca".2
Sin embargo, la psicofarmacología se ha convertido hoy, a su pesar, en el estandarte de un tipo de imperialismo. Permite, en efecto, a todos los médicos ‑y particularmente a los clínicos- abordar de la misma manera toda clase de afecciones sin que sepamos jamás a qué tratamiento responden. Psicosis, neurosis, fobias, melancolías y depresiones son así tratadas por la psicofarmacología como tantos estados ansiosos consecutivos a duelos, a crisis de pánico pasajeras, o a un nerviosismo extremo debido a un entorno difícil: "El medicamento psicotrópico devino lo que es ‑escribe Édouard Zarifian‑ sólo porque apareció en un momento oportuno. Se convirtió entonces en el símbolo de la ciencia triunfante ‑la que explica lo irracional y cura lo incurable‑ [...]. El psicotrópico simboliza el triunfo del pragmatismo y del materialismo sobre las borrosas elucubraciones psicológicas y filosóficas que intentaban delimitar al hombre".3
El poder de la ideología medicamentosa es tal que cuando pretende restituir al hombre los atributos de su virilidad, provoca un revuelo. Así, el sujeto que se cree impotente tomará Viagra4 para poner fin a su angustia, sin saber jamás a qué causalidad psíquica obedece su síntoma mientras que, por otro lado, el hombre cuyo miembro realmente falla tomará también el mismo medicamento para mejorar sus resultados, pero sin jamás captar a qué causa orgánica obedece su impotencia. Lo mismo ocurre con la utilización de ansiolíticos y antidepresivos. Cualquier persona "normal", golpeada por una serie de desgracias ‑pérdida de alguien cercano, abandono, desempleo, accidente‑, verá cómo le prescriben, en caso de angustia o de situación de duelo, el mismo medicamento que a cualquier otra persona que no tiene ningún drama que afrontar, pero que presenta trastornos idénticos debido a su estructura psíquica melancólica o depresiva: "¡Cuántos médicos ‑escribe Édouard Zarifian‑ prescriben un tratamiento antidepresivo a gente que está simplemente triste y desengañada y que la ansiedad condujo a una dificultad de adormecimiento!".5
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La histeria de antaño traducía una contestación al orden burgués que pasaba por el cuerpo de las mujeres. A esta revuelta impotente, pero fuertemente significante por sus contenidos sexuales, Freud le atribuyó un valor emancipador del cual se beneficiarían todas las mujeres. Cien años después de este gesto inaugural, asistimos a una regresión. En los países democráticos, todo transcurre como si ya ninguna rebelión fuera posible, como si la idea misma de subversión social, incluso intelectual, hubiera devenido ilusoria, como si el conformismo y el higienismo propios de la nueva barbarie del bio‑poder6 hubieran ganado la partida. De ahí la tristeza del alma y la impotencia del sexo, de ahí el paradigma de la depresión.7
Diez años después de la celebración mundial del bicentenario de la Revolución Francesa, el ideal revolucionario tiende a desaparecer de los discursos y de las representaciones. ¿Podía seguir ejerciendo la misma fascinación luego de la caída del muro de Berlín y del fracaso del sistema comunista?
Si la emergencia del paradigma de la depresión significa que la reivindicación de una norma avanzó sobre la valorización del conflicto, esto quiere decir también que el psicoanálisis perdió algo de su fuerza subversiva. Luego de haber contribuido ampliamente, a lo largo de todo el siglo XX, no sólo a la emancipación de las mujeres y de las minorías oprimidas sino también a la invención de nuevas formas de libertad, fue desalojado, como la histeria, de la posición central que ocupaba tanto en los saberes de enfoque terapéutico y clínico (psiquiatría, psicoterapia, psicología clínica) como en las disciplinas mayores que se suponían implicadas en él (psicología, psicopatología).
La paradoja de esta nueva situación es que el psicoanálisis es en lo sucesivo confundido con el conjunto de prácticas sobre las cuales ejerció antes su supremacía. Así lo demuestra el empleo generalizado del término "psi" para designar, sin diferenciación de tendencias, la ciencia del espíritu y, a la vez, las prácticas terapéuticas relacionadas con ella.
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La palabra "psicoanálisis" hizo su aparición en 1896 en un texto de Sigmund Freud redactado en francés. Un año antes, con su amigo Josef Breuer, éste había publicado sus famosos Estudios sobre la histeria,8 trabajo en el que se relataba el caso de una joven judía y vienesa que sufría de un mal extraño de origen psíquico, en el que aparecían en escena fantasmas sexuales a través de las contorsiones del cuerpo. La paciente se llamaba Bertha Pappenheim, y su médico, Breuer, que la curaba con el método llamado "catártico", le había dado el nombre de Anna 0. La historia de esta paciente llegará a ser legendaria, ya que es a Anna 0., es decir a una mujer, y no a un científico, a quien se le atribuye la invención del método psicoanalítico: una cura fundada en la palabra, una cura en la cual el hecho de verbalizar el sufrimiento, de encontrar las palabras para expresarlo, permite si no curarlo, al menos tomar conciencia de su origen, y por tanto asumirlo.
Consultando los archivos, los historiadores modernos demostraron que el famoso caso Anna 0., presentado por Freud y Breuer como el prototipo dela curación catártica, no desembocó en realidad en la curación de la paciente. Freud y Breuer, en todo caso, decidieron publicar la historia de esta mujer y exponerla como un caso princeps para reivindicar mejor, contra el psicólogo francés Pierre Janet, la prioridad del descubrimiento del método catártico.9 En cuanto a Bertha Pappenheim, si bien no fue curada de sus síntomas, devino completamente otra mujer. Militante feminista, piadosa y rígida, consagró su vida a los huérfanos y a las víctimas del antisemitismo sin nunca evocar el tratamiento psíquico que había seguido en su juventud y que había hecho de ella un mito.
Celebrada de manera hagiográfica por los herederos de Freud, Anna 0. volvió a ser Bertha bajo la pluma de la historiografía especializada. Y, retornando a título póstumo su legítima identidad, encontró su verdadero destino, el de una mujer trágica de fines del siglo XIX que había dado sentido a su existencia comprometiéndose en una gran causa. Pero no por eso Bertha dejó de ser ese personaje legendario cuya rebelión habían ponderado Breuer y Freud.
Mientras que el cuerpo de las mujeres se tornó depresivo y la antigua belleza convulsiva de la histeria, tan admirada por los surrealistas, dejó lugar a una nosografía10 insignificante, el psicoanálisis es alcanzado por el mismo síntoma y parece ya no estar adaptado a la sociedad depresiva, que prefiere la psicología clínica. Tiende a convertirse en una disciplina de notables, un psicoanálisis para psicoanalistas. En 1998, Jean‑Bertrand Pontalis advirtió con amargura: "El psicoanálisis no interesará pronto más que a una franja cada vez más restringida de la población. ¿Ya no habrá más que psicoanalistas en el diván de los psicoanalistas?".11
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Cuanto más las instituciones psicoanalíticas implosionan, más presente está el psicoanálisis en las diferentes esferas de la sociedad, y más sirve de referencia histórica a esta psicología clínica que, sin embargo, lo sustituyó. La lengua del psicoanálisis se volvió un idioma ordinario, hablado tanto por las masas como por las elites, y en todo caso por todos los profesionales del mundo "psi". Actualmente, nadie ignora el vocabulario freudiano: fantasma, superyó, deseo, libido, sexualidad, etc.
En todas partes el psicoanálisis es amo, pero en todas partes compite con la farmacología, a tal punto que es él mismo utilizado como una pastilla. Con respecto a esto, Jacques Derrida tuvo razón en subrayar, en un texto reciente, que el psicoanálisis es asimilado en nuestros días a un "medicamento vencido relegado al fondo de una farmacia: 'Esto puede siempre servir en caso de urgencia o de falta, pero hay cosas mejores’".12
Sabemos, sin embargo, que la medicación no se opone en sí al tratamiento de la palabra. Francia es hoy el país de Europa donde el consumo de psicotrópicos (a excepción de los neurolépticos) es el más elevado y donde, simultáneamente, el psicoanálisis se implantó mejor, tanto por la vía médica y sanitaria (psiquiatría, psicoterapia) como por la vía cultural (literatura, filosofía). Si el psicoanálisis compite hoy con la psicofarmacología, es también porque los pacientes mismos, sometidos a la barbarie de la biopolítica, reclaman en lo sucesivo que sus síntomas psíquicos tengan una causalidad orgánica. Se sienten además frecuentemente desvalorizados cuando el médico procura indicarles otra vía de aproximación.13
En consecuencia, entre los psicotrópicos, los antidepresivos son los más prescritos sin que podamos afirmar que los estados depresivos estén en aumento. Simplemente, la medicina de hoy responde, por su parte, al paradigma de la depresión. Por consiguiente, trata casi todos los sufrimientos psíquicos como si fueran estados ansiosos y depresivos a la vez.14 Varios estudios publicados en 1997 en el Bulletin de l'Académie nationale de médecine lodemuestran: "Prescritos actualmente en su mayoría por médicos clínicos ‑escribe Pierre Juillet‑, los antidepresivos parecen aplicarse a los trastornos del humor de diverso nivel, en general de manera adecuada, no obstante, con una triple corriente: por un lado, a pesar de los indiscutibles progresos diagnósticos y terapéuticos realizados en particular por nuestros colegas clínicos, se prescriben aproximadamente en la mitad de los estados depresivos relevados entre la población general; por otro lado, asistimos a una definición extendida de la depresión y a su medicalización [...]. Podemos pensar que la evolución socio-cultural actual contribuye a aumentar la cantidad de personas comunes, que aceptan gustosamente ser llamadas neuróticos normales, cuyo umbral de tolerancia a los ineluctables sufrimientos habituales, dificultades y adversidades de la existencia descendió".15
Todos los estudios sociológicos muestran también que la sociedad depresiva tiende a quebrar la esencia de la resistencia humana. Entre el temor al desorden y la valorización de una competitividad fundada exclusivamente sobre el éxito material, muchos sujetos prefieren entregarse voluntariamente a sustancias químicas antes que hablar de sus sufrimientos íntimos. El poder de los medicamentos del espíritu es así el síntoma de una modernidad que tiende a abolir en el hombre no sólo su deseo de libertad, sino también la idea misma de enfrentar la adversidad. El silencio es entonces preferible al lenguaje, fuente de angustia y de vergüenza.
Si bien el umbral de tolerancia de los pacientes descendió y su deseo de libertad disminuyó, lo mismo ocurre con los médicos que prescriben ansiolíticos y antidepresivos. Una encuesta reciente publicada por el diario Le Monde16muestra que numerosos clínicos franceses, especialmente los que se ocupan de estados de urgencia, no están mejor que sus pacientes. Inquietos, desgraciados, hostigados por los laboratorios e impotentes para curar, para escuchar un dolor psíquico que los desborda cotidianamente, parecen no tener otras soluciones más que responder a la demanda masiva de psicotrópicos. ¿Quién se atrevería a culparlos?
Notas:
1. Véase Jean Thuillier, Les dix ans qui ont changé la folie, París, Laffont, 1981; Michel Reynaud y André Julien Coudert, Essai sur l'art thérapeutique. Du bon usage des psychotropes, París, Synapse‑Frison Roche, 1987.
2. Jean Delay, "Allocution finale du colloque international sur la chlorpromazine et les médicaments neuroleptiques en psychiatrie", L'Encéphale,tomo XLV, 4, 1956, pp. 1‑81. "Entretien avec Henri Laborit", en Autrement, op. cit., p.236.
3. El psiquiatra francés Édouard Zarifian denunció los excesos de la psicofarmacología en Le Prix du bien‑être. Psychotrope et société, París, Odile Jacob, 1996. Véase también Des paradis plein la téte (1994), París, Odile Jacob, 1998, col. "Opus", p.73.
4. Comercializado en 1998 como "píldora de la felicidad", primero en los Estados Unidos y luego en el resto del mundo, el Viagra es un vasodilatador no afrodisíaco y sin efecto sobre el deseo sexual. No actúa más que sobre las disfunciones eréctiles ligadas a causas orgánicas precisas.
5. Édouard Zarifian, Des paradis..., op. cit., p. 32.
6. Michel Foucault dio el nombre de bio‑poder a una política que pretende gobernar el cuerpo y el espíritu en nombre de una biología erigida sistema totalizador y ocupando el lugar de la religión. Véase Michel Foucault, Il faut défendre la société. Cours du Collège de France, París, Gallimard, Seuil, 1976. [Ed. cast.: Defender la sociedad, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1998.]
7. No se dice lo suficiente que los antidepresivos tienen frecuentemente como efecto secundario una disminución del apetito sexual. En algunos hombres, provocan fenómenos de impotencia.
8. Sigmund Freud y Josef Breuer, Éttudes sur l’hystérie (1895),París, PUF, 1956. [Ed. cast.: Estudios sobre la histeria, Buenos Aires, Amorrortu, t. 2.]
9. Véase Ernest Jones, La Vie et l'ouvre de Sigmund Freud, t. I: 1856‑1900 (Nueva York, 1953),París, PUF, 1958[ed. cast.: Vida y obra de Sigmund Freud, Barcelona, Anagrama, 1981]; Henri F. Ellenberger, Histoire de la découverte de l’inconscient (Nueva York, Londres, 1970,Villeurbanne, 1974)[ed. cast.: El descubrimiento del inconsciente, Madrid, Gredos, 1976], París, Fayard, 1994, y Médecines de l’âme. Essais d'histoire de la folie et des guérisons psychiques, París, Fayard, 1995;Albrecht Hirschmüller, Josef Breuer (Berna, 1978),París, PUF, 1991.
10. La nosología es ladisciplina que estudia los caracteres distintivos de las enfermedades en vista de una clasificación. La nosografía es la disciplina que se dedica a la clasificación y a la descripción de las enfermedades.
11. Cent ans après, Jean‑Luc Donnet, André Green, Jean Laplanche, Jean‑Claude Lavie, Joyce McDougall, Michel de M'Uzan, Jean‑Bertrand Pontalis, Jean‑Paul Valabrega, Daniel Widlöcher, entrevista con Patrick Froté, París, Gallimard, 1998,p. 525. Sobre la cuestión de las instituciones psicoanalíticas, véase la tercera parte de este libro, capítulo 12.
12. Jacques Derrida, Résistances de la psychanalyse, París, Galilée, 1996, p. 9.[Ed. Cast.: Resistencias del psiconálisis, Buenos Aires, Paidós, 1998.]
13. En los Estados Unidos, se inventó así una nueva epidemia para designar la histeria: el síndrome de fatiga crónica. Ligado a la noción de personalidad múltiple, este síndrome es tratado por medicamentos, y los médicos afirman que lo causa un virus todavía desconocido. Véase Elaine Sholwater, Hystories: Hysterical Epidemics and Modern Culture, Nueva York, Columbia University Press, 1997.
14. El consumo de tranquilizantes y de hipnóticos afecta en Francia al 7% de la población, y el de los antidepresivos, en aumento constante, al 22%. En los Estados Unidos los psicoestimulantes tienen la misma función que los antidepresivos en Francia. El consumo de neurolépticos (reservado a los psicóticos) es estable en casi todo el país, pero debería aumentar levemente en el año 2000 con la aparición de nuevas moléculas más eficaces. Véase Marcel Legrain y Thérèse Lecomte, "La consommation des psychotropes en France et dans quelques pays européens", Bulletin de l'Académie nationale de médecine, 181,6, pp. 1073‑1087, sesión del 17 de junio de 1997. Véase también Philippe Pignare, Puissance des psychotropes, pouvoir des patiens, París, PUF, 1999.
15. Pierre Juillet, "La société avant et depuis l’introduction des médicaments psychotropes en thérapeutique", Bulletin de l'Académie nationale de médecine, 181,6, pp. 1039‑1046, sesión del 17 de junio de 1997.
16. Véase Le Monde del 22 de diciembre de 1998, "Les médecins en état d'urgence. Boire toute l'angoisse des patients".
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Texto extraído de “¿Por qué el psicoanálisis?”, Elizabeth Roudinesco, págs. 21-28, Editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina, 2000.
Traducción: Virginia Gallo.
Edición original: Librairie Anthème Fayard, París, 1999.
Corrección del texto: Cecilia Falco.
Selección y destacados: S.R.
Con-versiones diciembre 2009
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Higienismo y Pauperismo
ResponderEliminarLa higiene se desarrolla en nuestro país, al igual que en nuestro entorno europeo, fuertemente asociado a la reflexión sobre el pauperismo. Éste se podría definir cómo la naturalización y moralización del fenómeno de la pobreza. Por una parte se entiende que la pobreza es un fenómeno económico, al ser un efecto inevitable del libre mercado y de la libertad de propiedad. Pero por otra parte, la pobreza tendría una dimensión moral, condensada en el pauperismo, por el que se quiere nombrar al proceso de degradación moral del pobre, que puede “contagiar” a la sociedad donde está inscrito, por los efectos que produce al interno y al externos de los grupos empobrecidos: enfermedad, suicidio, mendicidad, prostitución, alcoholismo, delito y crimen. Según Francisco Vázquez:
“Si éste (el pauperismo) constituye un problema moral más que propiamente económico, lo que importa es una estrategia de moralización de la clases populares. La imprevisión, la ignorancia, la promiscuidad, la falta de atención a la salud y al cuidado de la progenie pasan por inculcar hábitos de autodisciplina, de prudencia laboriosidad y templanza.”
Imbuido en esta idea se ponen en marcha dispositivos como las sociedades de ayuda mutua, los montepíos, las cajas de previsión y de ahorros, las viviendas obreras, las escuelas dominicales, como maquinas de moralización. A la vez, se rechazan las asociaciones de trabajadores con objetivos de reivindicación política, descubriendo su papel de economía social amortiguadora de la lucha de clases.
Grabado que representa el sistema de
asistencia social a los pobres (“outdoor relief”)
en la Inglaterra del XIX
La higiene y las intervenciones frente a las grandes crisis epidémicas (cólera, fiebre tifoidea) permiten extender el poder médico, al convertirse en un agente de la moralización de los pobres y del saneamiento urbano favorecedor de la actividad económica. Si embargo, las principales intervenciones de higiene no serian ejercidas directamente desde el Estado Central, sino desde instancias periféricas o casi exteriores al mismo, como son los ayuntamientos. Así tenemos que buscar el origen de la higiene en la Sanidad municipal a la que se encarga “la Beneficencia”, de las que hablaremos en otras entregas de esta serie.