miércoles, 26 de abril de 2017

LORENA, CLAUDIO DE. LE LORRAIN

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Lorena, Claudio de. Le Lorrain

Juan J. Luna

(Chamagne, h. 1600-Roma, 1682). Pintor francés. Se forma en su lugar de nacimiento; en 1614 acude a Roma y allí conoce al pintor Agostino Tassi, de quien aprende la tradición del paisaje lírico y clásico, de corte nórdico, a la manera de Elsheimer y Bril. Así, el italiano le transmite el gusto por los amplios panoramas, los puertos de mar y los navíos. En 1625 regresa a ­Lorena y trabaja con Claude Deruet, colaborando en la ejecución de frescos en la iglesia de los carmelitas de Nancy, que no se han conservado. En 1627 aparece de nuevo en Roma y en 1628 un documento prueba que el pintor holandés Herman van Swanevelt ­habitaba en la misma casa. De hecho, Claudio de Lorena permanecerá en Roma hasta el final de su vida. Hacia 1630 (según Baldinucci, después de 1627) pintó frescos en los palacios Muti y Crescenzi, técnica que ya no volverá a emplear. Su nombre empieza a ser conocido en los círculos artísticos de la Ciudad Eterna y recibe diversos encargos. De acuerdo con sus biógrafos, los dos lienzos que pinta para el cardenal Bentivoglio inclinan al papa Urbano VIII a pedirle otros; a partir de entonces su fama se extiende paulatinamente por Europa. En 1634 aparece la primera mención de Claudio de Lorena en la Academia de San Lucas y es por entonces cuando inicia su famoso Liber Veritatis que continuará hasta el final de sus días. En la segunda mitad de la década ejecuta por encargo de Felipe IV ocho grandes lienzos, en dos series diferentes, para el palacio del Buen Retiro de Madrid. A fines de la década de 1630 su carrera está en pleno auge y los principales coleccionistas comienzan a disputarse su producción, hasta el punto de que cuando fallece habrá trabajado para varios papas, para sus parientes cercanos así como para diversos cardenales y diferentes mecenas, especialmente italianos y franceses, eclesiásticos y aristócratas, encontrándose entre ellos algunos diplomáticos, que envían sus cuadros a sus países respectivos. En 1643 la Congregación de los Virtuosos, sociedad literaria fundada en 1621 por el cardenal Ludovisi, recibe a Claudio de Lorena entre sus miembros. En 1654 se le ofrece el puesto de rector principal de la Academia de San Lucas, que rechaza, prefiriendo vivir dedicado a la pintura, lo que es indicativo de su desinterés por figurar socialmente. Pocos datos más, aparte de los que expresan sus pinturas, pueden añadirse a la biografía del pintor. En noviembre de 1682 el artista enferma gravemente y fallece el 23 del mismo mes, siendo enterrado en la iglesia romana de la Trinidad del Monte, en medio del general respeto y la estima de sus contemporáneos. Claudio de Lorena creó una nueva concepción del paisaje clásico en el que el estudio de la luz, magníficamente matizado desde la aurora al ocaso, según las horas y estaciones, es fuente de una poesía elegíaca exquisita. La belleza de la campiña romana o las costas napolitanas se asocia al recuerdo del mundo antiguo, siguiendo una concepción bucólica y apacible, de espíritu virgiliano, que evoca la primitiva edad de oro, serena, sutil y refinada, plena de nostalgias, que se aprecian en el sentido poético de sus ruinas clásicas, sus elegantes pórticos o los fantásticos torreones que se reflejan en el mar y se desmaterializan entre las brumas del amanecer o los resplandores del crepúsculo. El autor despliega un espacio amplio que lleva la vista hasta un fondo remoto, de horizontes infinitos, haciendo aparecer en primer término formas arquitectónicas y masas boscosas, creando la ilimitada sensación de profundidad por medio de una gradación suave del colorido y un progresivo desdibujamiento de los contornos. Las figuras que se ven en sus lienzos suelen ser diminutas y aparentan estar sumergidas en los espléndidos panoramas, de tal modo que el tema semeja un pretexto para ejecutar una gran vista natural más que expresar un asunto. Claudio de Lorena demostró que los métodos del clasicismo francés podían emplear­se para extraer la poesía de la naturaleza inanimada, llevó hasta su punto más elevado el estudio de la luz y la atmósfera como medios para crear una unidad tanto pictórica como imaginativa, se proyectó sobre la escuela francesa del XVII y el XVIII, y alcanzó la plenitud decimonónica, convirtiéndose en la fuente de inspiración de Turner y Corot, cuyos avances técnicos habrían de desembocar en el impresionismo. El Museo del Prado posee una de las mejores colecciones de obras de Lorena que pueden verse en museo alguno, tanto por su calidad como por su número, procedentes de las colecciones rea­les de España.

OBRAS

BIBLIOGRAFÍA

  • Claudio de Lorena y el ideal clásico de paisaje en el siglo XVII, cat. exp., Madrid, Ministerio de Cultura, 1984.
  • Cecchi, Doretta, Roethlisberger, Marcel, y Alcántara, Francisco José, La obra pictórica completa de Claudio de Lorena, Barcelona, Noguer, 1982.
  • Claude Lorrain, 1600-1682, cat. exp., Washington, National Gallery of Art, 1982.
  • Claude Lorrain, Gemälde und Zeichnungen, Múnich, Schirmer/Mosel, 1996.
  • www.museodelprado.es

1 comentario:

  1. Lorrain reflejó en su obra un nuevo concepto en la elaboración del paisaje basándose en referentes clásicos —el denominado «paisaje ideal»—, que evidencia una concepción ideal de la naturaleza y del propio mundo interior del artista. Esta forma de tratar el paisaje le otorga un carácter más elaborado e intelectual y se convierte en el principal objeto de la creación del artista, la plasmación de su concepción del mundo, el intérprete de su poesía, que es evocadora de un espacio ideal, perfecto.6

    Uno de los elementos más significativos en la obra de Lorrain es la utilización de la luz, a la que otorga una importancia primordial a la hora de concebir el cuadro: la composición lumínica sirve en primer lugar como factor plástico, al ser la base con la que organiza la composición, con la que crea el espacio y el tiempo, con la que articula las figuras, las arquitecturas, los elementos de la naturaleza; en segundo lugar, es un factor estético, al destacar la luz como principal elemento sensible, como el medio que atrae y envuelve al espectador, y lo conduce a un mundo de ensueño, un mundo de ideal perfección recreado por el ambiente de total serenidad y placidez que Claude crea con su luz.7

    La obra de Lorrain expresa un sentimiento casi panteísta de la naturaleza, que es noble y ordenada como la de los referentes clásicos de que se nutre el opus loreniano, pero aun así libre y exuberante como la naturaleza salvaje. Recrea un mundo perfecto ajeno al paso del tiempo, pero de índole racional, plenamente satisfactorio para la mente y el espíritu. Sigue aquel antiguo ideal de ut pictura poesis, en que el paisaje, la naturaleza, traducen un sentido poético de la existencia, una concepción lírica y armonizada del universo.8

    Claude conocía el mundo con el corazón hasta el último detalle. Se servía del mundo para expresar lo que sentía en el alma. ¡Esto es el verdadero idealismo!es.wikipedia.org

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