Silvia Hopenhayn entrevista a Abelardo Castillo

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  1. Zizek pone en cuestión la idea de traición. No se pregunta si la hubo o no, más bien se
    pregunta por su sentido. La traición de Judas, para el filósofo, es una traición por amor. “¿Quién
    de nosotros no ha experimentado, al estar fascinado por una persona amada que deposita en
    nosotros toda su confianza, que se encomienda total y ciegamente a nosotros, un deseo
    llanamente perverso de TRAICIONAR esa confianza, de herirla malamente, de destrozar su
    existencia por completo?” (Zizek 28).
    En la obra de Castillo, Judas se presenta como la mano derecha de Jesús. Juan le dice:
    “Tú… que siempre fuiste el más sabio; tú, que nos explicabas el sentido de todas sus palabras”
    (Castillo, El otro Judas 15). El más joven de los apóstoles ve en Judas a un segundo maestro.
    Pero este, ahora, cuando Jesús se encuentra crucificado, cambia. Y se siente cambiado, ha
    cambiado en su fe. Él dice: “Judas ya se ha perdido sin remedio. Ha comenzado a dudar de los
    hombres” (18). La culpa lo atormenta. Aún ante el pacto, él siente culpa. El ama a Jesús y aun así
    lo ha entregado, lo ha entregado por amor. Esta idea que Zizek ve implícita en el texto bíblico,
    Castillo la vuelve explícita entre sus personajes.
    Para Zizek, la traición de Judas es una traición “religiosa”: una traición por amor. “Todo
    líder verdadero, religioso, político o filosófico tiene que provocar una traición como ésta entre
    sus discípulos más íntimos” (Zizek 29). En El otro Judas, la traición es orquestada por Jesús,
    porque él es el Cristo. “PEDRO: … Todos lo escuchamos [a Jesús]. ¿No comprendes, Judas?: él
    necesitaba morir, necesitaba que todo aconteciera como está escrito, para salvar nuestras almas.
    Esto estaba dispuesto desde siempre. David ya lo había anunciado. ¿No recuerdas aquel salmo
    que tú mismo nos recitabas?” (Castillo 30). Pero Judas niega que sea el Cristo, porque no vale lo
    mismo traicionar a un hombre que al hijo de Dios. Si Jesús es Dios, no necesitaba de los hombres
    para alcanzar la eternidad. “JUDAS: No puede serlo. Dios no vendría al mundo para negar a
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  2. Dios. Dios duerme en los dorados tabernáculos de los templos, no anda, hambriento, entre los
    esclavos y los leprosos. Dios es el símbolo de la única desigualdad contra la que no se puede
    luchar” (31). Pero hay en Cristo una necesidad de volverse un Dios histórico. Necesita ser eterno
    en la historia para su revolución. Para que la fe en ese Dios se extienda en una Iglesia universal.
    La fe es lo que lleva a Castillo a pensar esta obra. La obra muestra que una de las
    principales cuestiones a las que Judas se enfrenta, son cuestiones de fe. Para Zizek, el Dios
    cristiano es el único dios que se niega a sí mismo. “En el cristianismo, Dios muere para sí mismo.
    Cuando Cristo dice ‘Padre, ¿por qué me has abandonado?’, comete lo que para el cristianismo es
    el pecado último: renegar de su Fe” (24). Pero en la obra de Castillo es Judas el que reniega de su
    fe. “JUDAS: ¡Él no era el hijo de Dios! ¡Aunque en un momento de locura lo haya dicho, no lo
    era! ¡Él era un hombre!: aunque a su muerte se derrumben el Sol y las estrellas, y se haga la
    noche eterna sobre el mundo” (El otro Judas 39).

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