viernes, 16 de septiembre de 2016

Desnudo femenino en la pintura - Tratado del desnudo femenino ; con músi...

5 comentarios:

  1. Como hemos podido apreciar, la pintura Simbolista usará el cuerpo femenino una y otra vez para atraer al espectador y proyectarle unas reflexiones premeditadas. El cuerpo de la mujer deja de responder a una narración para convertirse en un mero instrumento evocador.

    A finales de siglo también vivimos un enfrentamiento entre el Pecado y la Virtud. La otra modalidad de pintura con protagonistas femeninas que encontramos es la de la mujer mitificada. Mujeres puras, espirituales, dotadas de una belleza casi mística que son como ángeles, dulces, tiernas e inocentes.

    No será lo más común que estas mujeres aparezcan desnudas, y cuando lo hacen el desnudo se justifica por el tema representado. Incluso entre el purismo y la religiosidad del Prerrafaelismo los encontramos, siempre bajo esta otra óptica de la vinculación con el asunto tratado. Son cuerpos muy hermosos, de belleza idealizada y rodeada de un halo de espiritualidad muy elevado. No quiere decir esto que dichas otras mujeres no resulten atractivas, pero se trata de un tipo diverso de atracción, lejana a la perversión y el dominio de la que se sabe poderosa por su belleza, una atracción mucho más inocente y cercana al clasicismo.

    La Venus Verticordia de Dante Gabriel Rossetti es un ejemplo de ello. Se muestra a la diosa con sus atributos iconográficos tradicionales: la manzana, la flecha de Eros y rodeada de flores. A pesar de la desnudez está envuelta en una aureola de espiritualidad que no la aleja de cierto erotismo.



    En esta misma línea, Millais nos deja obras como Caballero errante liberando a una bella, en la cual el desnudo de la mujer viene justificado por la narrativa. Es una historia épica donde el cuerpo descubierto no busca las connotaciones sexuales.

    Uno de los pintores cercanos al prerrafaelismo que tratará en más ocasiones el cuerpo desnudo de la mujer es Waterhouse. Sus mujeres son muy características por la serenidad de su belleza, su elegancia y misticismo. Sus temas preferidos son los mitológicos, en los que representa un magnífico repertorio de desnudos femeninos. Destacamos la pintura Hilas y las ninfas. Un grupo de ninfas seducen al joven Hilas mientras se bañan de manera apacible en un lago. Sus cuerpos resultan extremadamente bellos, como ensoñados.

    3. Conclusiones
    Tras la variedad de imágenes que nos ofrece el siglo XIX de la mujer y su cuerpo, el artista del siglo XX se caracterizará por romper con la tradición de esta representación. Cada movimiento artístico nuevo buscará una forma rebelde de mostrar la realidad. Las duras circunstancias sociales que acontecen en este siglo afectarán al artista a la hora de plasmar su obra. De esta manera, las mujeres aparecerán desprovistas de su belleza, negada al cuerpo humano. La deshumanización que comenzó en el siglo anterior, se hará cada vez más notable en el XX.

    En este siglo el cambio más significativo es el rol de la mujer en el arte. Pasa de ser objeto a ser sujeto creador de arte.

    La mayoría de los desnudos de las obras maestras de la Historia del Arte son femeninos. La mujer se concibe como objeto susceptible de ser arte, pero no como sujeto.

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  2. Último tercio del siglo: el Impresionismo
    En el último tercio del siglo XIX aparecerán nuevas leyes de color y luz, nuevas vías de expresión artística.

    En el Impresionismo y Postimpresionismo, sin embargo, los desnudos siguen las pautas del descrito como realista. Mujeres, como antes mencionamos, en sus momentos más íntimos que muestran su cuerpo frente a los espectadores. Éste es un “mirón” que, a través de un lugar privilegiado, las sorprende en su desnudez. No existe ya motivo alguno de que estén desnudas, están deliberadamente desnudadas con la finalidad de satisfacer con su contemplación. El cuerpo femenino es usado como objeto.

    Uno de los temas más utilizados por estos artistas continuará siendo el de las bañistas. Aunque el siglo ha avanzado la sociedad burguesa sigue considerando inaceptable los rotundos desnudos de los impresionistas, que no estás amparados bajo temas mitológicos o religiosos.

    Renoir, pintor que celebra la alegría de la vida, resaltará la gracia del desnudo de la mujer en varias versiones. Siente debilidad por el cuerpo de la mujer, tal y como afirmaba el propio artista “ya surja del mar o de su lecho, ya se llame Venus o Niní, jamás se inventará nada mejor que la mujer desnuda” [4]. En Torso de mujer al sol vemos como la técnica del Impresionismo rompe con la pintura anterior en los efectos de la luz sobre el pecho de la mujer. En su vejez, cuando era un artista más que consolidado, confesó: “No sé si me habría hecho pintor, si Dios no hubiera creado el busto femenino” [5].



    También Cezanne tendrá su propia visión de las bañistas. Degas se inclina por las representaciones de mujeres en los momentos más íntimos. Ninguna de éstas son mujeres fatales, son chicas normales y hermosas siendo observadas. La toilette o Mujer secándose los pies son dos de los numerosos desnudos que podríamos citar.



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  3. Gustave Klimt tomará a la mujer como uno de los temas más recurrentes de su obra. Su célebre Dánae, ya de 1907, es buen ejemplo de ello. No es la primera vez que en la historia de la pintura se recurre al desnudo para presentar este tema, recordemos por ejemplo la magnífica obra homónima de Tiziano, sin embargo el tratamiento del mismo (sin referirnos como es obvio a las diferencias técnicas y formales) es por completo diferente, y en esa diferencia radica la esencia del desnudo simbolista. El cuerpo femenino no sólo interesa por su belleza, es un símbolo directo al subconsciente del espectador que resulta extremadamente evocativo. En línea con el afán provocador de la pintura finisecular resulta un desnudo con unas connotaciones sexuales mucho más explícitas.

    El Pecado de Franz Von Stuck es una de las obras que mejor plasman estas ideas. De entre las sombras emerge una mujer de la que solo podemos ver su rostro y su pecho desnudo. Tiene largos cabellos y lleva una enorme serpiente enroscada a su cuerpo. La sinuosidad del reptil acentúa las curvas del cuerpo femenino, donde recae el mayor foco de luz captando la atención del espectador desde una primera visualización de la obra. El rostro de la mujer queda en semipenumbra, destacando la potencia de su mirada. En esta pintura se materializa la esencia de la femme fatale simbolista. El desnudo femenino se vincula explícitamente con el pecado a través de la serpiente, pero no desde una óptica negativa que lo haga rechazable, sino desde un punto de vista enormemente morboso y atrayente. En la tentación de esta “Eva” con su serpiente trata de evidenciarse el turbulento deseo hacia lo prohibido, lo irracional y lo que se encuentra rozando los límites del bien y el mal.



    Resulta imprescindible mencionar a otro gran pintor simbolista para el que el desnudo femenino fue una constante en su obra: se trata de Gustave Moreau. Con Moreau presenciamos la plasmación del ideal de la mujer perversa, que hiere a los hombres. En sus obras desfilan mujeres muy hermosas que literalmente destruyen a sus amantes. Salomé es uno de los temas escogidos por el pintor, una mujer peligrosa, una destructora que con su belleza consigue hacer sucumbir al hombre. Este personaje bíblico pidió la cabeza de San Juan Bautista y gracias a sus encantos la consiguió. Moreau la representa en varias ocasiones, siempre desnuda y con un gesto altivo. En línea con la reflexión simbolista se interesa por la mujer poderosa y agresiva otorgándole instintos animales. Bajo esta idea toman gran importancia sus representaciones de esfinges: seres míticos con torso y cabeza de mujer y cuerpo y garras de animal salvaje. Sus cuerpos son híbridos, pero no por ello dejan de resultar atractivos. Las esfinges de Moureau se sitúan entre lo humano y lo animal, lo controlado y lo salvaje… dotadas de una belleza turbia resultan muy evocativas para la pintura simbolista.
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  4. Un caso extremo en el que el feminismo quiere poner fin a este uso de la mujer como objeto es el de Mary Richardson, que en 1914 apuñaló a la Venus del Espejo de Velázquez por considerarla un icono de la mujer como mero objeto bello.

    Los movimientos artísticos feministas aparecen en los años 70, como una agrupación de mujeres artistas movidas por el deseo de valorar a la mujer por lo que es y no por la mera contemplación de su cuerpo. Sus obras se caracterizan por la provocación y la reflexión que pretenden suscitar en el espectador. La protagonista del arte feminista es la mujer y los temas más tratados son la maternidad, la menstruación, el sexo femenino… como reivindicación de la feminidad.

    Artistas como Judy Chicago serán fundamentales para este movimiento feminista. Sus obras suponen un rechazo a la imagen del cuerpo femenino como se venía haciendo hasta ahora, al defender el valor de la mujer como algo más que un cuerpo bello. En este contexto caben entender sus pinturas como Red Flag de 1971. Trata de no dejar indiferente al espectador, de romper con lo anterior, transgredir las normas e incitar a la reflexión.

    En la década de los 70 se funda la organización Women Against Rape (Mujeres contra la violación). Entre sus principios encontramos la dura crítica y el rechazo al desnudo femenino en la pintura, al considerar que esta representación del cuerpo desnudo de la mujer es un acto de violación. La mirada masculina sobre un cuerpo indefenso es un modo de agresión. Para ellas resulta igual de violento el pincel del artista que la agresión física al cuerpo real.

    En la actualidad cabe destacar a las Guerrilla Girls, colectivo feminista nacido en 1984 en Nueva York. Se mueven bajo el lema: ¿tienen que estar las mujeres desnudas para entrar al Metropolitan Museum?, aludiendo a que menos del 5% de los artistas contemporáneos en este museo son mujeres, pero el 85% de los desnudos son femeninos.

    No es nuestra intención juzgar los desnudos femeninos del XIX, ya que desde nuestra óptica actual dejaría a los pintores en muy mal lugar, pudiendo tacharlos de sexistas y acusarlos de relegar a la mujer al papel de objeto bello a contemplar. Sin embargo, hay que tratar de contextualizar y de entender que no son los culpables de la situación de inferioridad que vivía la mujer, sino que sus obras son la respuesta a una sociedad que la consideraba inferior, y así se manifiestan.

    Desde tiempos inmemoriales, como hemos visto, la representación del desnudo femenino es consustancial al arte y así sigue siéndolo. Cabe aquí preguntarse en qué profundidad del subconsciente humano reside esta obsesión por tales imágenes.

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  5. (...)Marie Bonaparte le había dirigido a Freud la famosa pregunta: “¿Qué quiere una mujer?”. La maternidad se presenta como la solución por el sesgo del tener, mientras que el enigma femenino es lo que resta de ese tener. Jacques-Alain Miller (“De mujeres y semblantes”) dice que ser madre de sus hijos es, para una mujer, querer hacerse existir como “La mujer”. La madre podría ser la manera de “La mujer” en tanto que tiene. Pero se impone contraponer “La mujer” a la “verdadera mujer”. Lacan afirma que, por ejemplo, Medea es una “verdadera mujer”. Al comienzo de Medea, de Eurípides, se advierte que Medea trataba de satisfacer en todo a Jasón, como esposa y como madre perfecta. Pero, cuando él le anuncia que se irá con otra, ella gestará su venganza matando a los hijos que habían tenido juntos: con ese acto muestra que en ella lo que es mujer supera a lo que es ser madre.

    Medea así nos indica lo que hay de extraviado en una “verdadera mujer”, ya que explora una región más allá de los límites fálicos, sacrificando lo más precioso que tiene. Sin embargo, ¿no revela acaso esta ofrenda que se “tiene” aquello que es objeto de inmolación? La vía del sacrificio no objeta la vía de la posesión, ya que se renuncia a lo que se tiene y, en la renuncia, ese tener se afirma bajo su forma negativa.

    ¿Habrá algún otro camino para una mujer, que no sea ni el de la “madre” ni de la “verdadera mujer”?

    Michel Foucault señala que, en el pensamiento griego clásico, la relación con los muchachos es la que constituye el punto más delicado y el foco más activo de reflexión y elaboración. En el curso de una lenta evolución histórica el foco se desplazó y los problemas fueron centrándose progresivamente alrededor de la mujer. La relación con ella marcará los tiempos más duros de la reflexión moral sobre los placeres sexuales. En ningún momento de la historia la mujer fue más objeto de inquietud que en la Edad Media. Desde finales del siglo XII hasta terminar el siglo XV, una serie de textos, escritos por hombres de la Iglesia y por laicos, elaboran valores y normas de conducta para las mujeres (Historia de las mujeres, Duby y Perrot). Los criterios con los que se las clasificaba son importantes para entender qué modelos éticos se construían. Las vírgenes, las viudas y las casadas son constantemente evocadas en los escritos. La castidad de vírgenes, viudas y mujeres casadas coloca la sexualidad en un espacio comprendido entre el rechazo y el control con vistas a la procreación; y muestra cómo, ya sea en el rechazo, ya en el control, la batalla se juega sobre el predominio del aspecto espiritual y racional sobre lo corpóreo y sensual. A través de la figura ideal de la mujer casada se elabora un modelo de comportamiento para todas las mujeres que en los grupos familiares realicen las funciones de esposas y madres.

    En la Sagrada Escritura y en la tradición patrística, las mujeres están gobernadas por su sexo: por su causa han entrado en el mundo la muerte, el sufrimiento y el trabajo. Controlar o castigar a las mujeres –y ante todo su cuerpo y su sexualidad desconcertante y peligrosa– será tarea de hombres. Los conocimientos y las preocupaciones éticas y de dominación social se fundan en la idea de que ese cuerpo, ya que no puede permanecer casto, al menos debe tender únicamente a la procreación.

    Así, la maternidad aparece como una forma de domesticar y amarrar el goce femenino, vivenciado como sin límites y errante. La literatura pastoral describe a la mujer como inquieta y caprichosa, inconstante “como la cera líquida que está siempre lista para cambiar de forma de acuerdo con el sello que la imprima”, “inestable y mudable como la copa de un árbol agitada por el viento” (Carla Casagrande, La mujer custodiada). En esta literatura, la ventana es un elemento recurrente del escenario en el que actúan las mujeres demasiado curiosas e incautas. (...)


    www.pagina12.com.ar-Silvia Ons/ 23 de mayo de 2013

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