VÍCTOR HUGO, TAMBIÉN FUE DIBUJANTE Y PINTOR


Hoy en día, "mal trabajo"

Donde se descubre que Víctor Hugo estaba jugando con su café.
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Victor Hugo, Les Deux castillos de 1850 de la pluma, lavado, lápiz sobre papel, Maison de Victor Hugo, Hauteville House, Guernsey
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¿Puedes adivinar quién es el autor de este pequeño paisaje en la tinta? La firma puede poner en el camino: es Victor Hugo!
Sí, este gigante de la literatura también fue un dibujante y pintor con talento. Desde su juventud, sus relatos de viajes y correspondencia ya están pobladas por un montón de bocetos.
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Victor Hugo, El Faro de Eddystone, 1866 tinta y lavado, Maison de Victor Hugo, París
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Si sus primeros trabajos son muy sabia,Victor Hugo pronto adquirió un gusto por la experimentación. Abandona su pluma habitual para capturar ... desde un extremo del partido. La tinta se tritura, se extendió con la ayuda de esta pequeña herramienta improvisada.

También utiliza un material más incongruente: el tabaco, el hollín, el café donde deja emerger formas.

Su novia Juliette Drouet no duda en llamarlos "horribles brebajes que agitan el corazón de los tubos de chimenea y estufas pálidas!"
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Victor Hugo, el pulpo de 1866 tinta y lavado, Biblioteca Nacional de Francia, París
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Hugo deja al azar y el "accidente" que surgen caras, barcos y misteriosos paisajes ... El escritor no percibe como dibujos, sino como el resultado de las acciones torpes.

¿Qué estaba haciendo? Hugo ofrece a sus amigos, se acumula el hogar o se utiliza para ilustrar algunas de sus novelas.
Este es el caso de los trabajadores del mar:hay dibujos de sus estancias en las Islas del Canal.
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Victor Hugo, el dedo con tinta de tareas, 1864-1865, tinta sobre papel
A partir del trabajo al trabajo, que afecta incluso a las fronteras de la abstracción, manchas que salen, raya de tinta o las huellas dactilares.

Incluso los más grandes artistas a veces en sus manos sucias!
Victor Hugo, Vianden, 1871, tinta, lápiz, arañazos, barnices, Biblioteca Nacional de Francia, París
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Comentarios

  1. GUILLERMO SOLANA | 07/06/2000



    El vasto poeta, el poeta-río que atraviesa todo el siglo XIX, desde sus tempranas Odas hasta La leyenda de los siglos, fue también un dibujante constante y secreto. Desde niño hizo innumerables caricaturas, diseños para decorados, apuntes de paisajes; pero nunca expuso en vida esos dibujos, que sólo algunos amigos conocían y admiraban. Entre ellos Baudelaire, que en su Salón de 1859 celebró “la magnífica imaginación que fluye en los dibujos de Victor Hugo”. O Théophile Gautier, quien recordaba “cuántas veces hemos seguido con ojos maravillados la transformación de una mancha de café caída en el sobre de una carta, en cualquier trozo de papel, en paisaje, castillo, marina de una originalidad extraña”.

    Muchos años después, los surrealistas descubrieron y rescataron del olvido aquellas creaciones extrañas, fabulosas. Una aguada de Hugo, La cabeza de Satán, figuró en la famosa exposición Fantastic art, Dada, Surrealism de 1936 en el MoMA. Surrealistas e informalistas aclamaron a Hugo como un verdadero precursor del arte de vanguardia del siglo XX. Esta exposición, fruto de la colaboración entre el Museo Thyssen, la Biblioteca Nacional de Francia y la Maison Victor Hugo (donde irá en el otoño) confirma e ilumina ese prestigio de ancestro. Son 163 piezas sobre papel, de diversas colecciones y museos, entre las cuales hay importantes aportaciones inéditas. El brillante montaje está concebido por el artista y escritor Jean-Jacques Lebel (a quien debemos anteriores revelaciones sobre el Hugo dibujante) y Marie-Laure Prévost, conservadora jefe del departamento de manuscritos de la Biblioteca Nacional de Francia.

    El recorrido comienza con la parte más familiar de la creación pictórica de Hugo: sus aguadas de castillos, torreones en ruinas, ciudades en la lejanía crepuscular, fantasías góticas dominadas por el duelo entre la luz y la sombra, entre lo diurno y lo nocturno. Este juego dialéctico, inspirado por el positivo y el negativo del proceso fotográfico (Hugo era un gran aficionado a la fotografía) se prolonga en las siluetas de sus estarcidos. El lado nocturno engendra luego espectros, visiones de pesadilla: un ahorcado, una cabeza cortada, una montaña de cadáveres. Visiones atroces de un mundo donde Dios es un faro en eclipse y resuena la voz de la boca de sombra. Como en Goya o en Géricault, en Hugo es difícil decidir dónde termina la denuncia de las atrocidades en nombre de la humanidad y dónde comienza la fascinación ante la crueldad, ante el mal absoluto como contorno inevitable de lo humano.

    Al fondo del pasillo nos esperan las creaciones más radicales de Hugo, relacionadas con la poética del objet trouvé y el bricolage. El poeta solía recoger a la orilla del mar guijarros, cantos rodados, que firmaba, fechaba y regalaba a sus íntimos; aquí se exponen por primera vez, reunidos con otros guijarros escritos por André Breton o René Char, prolongaciones del rizoma Hugo, como lo llama Lebel. En la misma sala están sus trabajos de bricolage, como un panel con relieves tallados o unas asombrosas tablas del suelo manchadas y recortadas por el artista. El bricolage como principio creativo induce a Hugo a trabajar con todo lo que encuentra a mano, ya sea tinta, cera o ceniza, ya sea un lápiz o una colilla de cigarro mojada en el café. Dibuja con las improntas de las cosas (como lo harán, un siglo después, Dubuffet o Tàpies), marcando sobre el papel la huella de una botella, de una hoja de helecho, de unos dedos manchados de tinta o de un delicado encaje (acaso José Mª Sicilia conocía este precedente).

    Más allá encontramos reunidas las figurillas y personajes fantásticos, misteriosas cabezas de perfil que anticipan las de Odilon Redon.

    (...)
    www.elcultural.es

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