JORGE MACCHI, LA NOCHE DE LOS MUSEOS EN EL MNBA
SOBRE LA EXHIBICIÓN
Jorge Macchi presenta en el Museo Nacional de Bellas Artes La noche de los museos, una instalación inédita que forma parte de la exposición Perspectiva que se realiza en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) y se completa con la instalación Refracción en la Universidad Torcuato Di Tella.
La noche de los museos – Jorge Macchi
En su intervención, la irrupción de lo inesperado altera el orden habitual del Museo, específicamente de la sala 27, en la que habitan obras de maestros rioplatenses como Xul Solar, Pedro Figari, Rafael Barradas y Joaquín Torres García.
La cuestión en La noche de los museos -inquietante título que refiere a un tiempo desacostumbrado en ese tipo de sitios- es la luz, su percepción y su poder de codificación de las imágenes, que opera en la economía visual de Macchi para presentar lo visible como real.
Procedimiento recurrente en su obra, el extrañamiento radical de la mirada desacomoda nuestra percepción habitual. El artista nos propone su realidad como si de un estado alterado de conciencia se tratase, apelando a la contundencia de la dislocación de ciertos elementos mínimos.
La instalación posee algo de ficción cinematográfica: es una escena ya comenzada, e incluso, podríamos decir, concluida. Lo importante, lo que funda la trama y concede sentidos a los eventos que habrían tenido lugar en la sala, ya sucedió, y no hubo testigos. Los espectadores llegamos tarde y debemos contentarnos con las consecuencias del acto central. Como en las buenas películas, Macchi evita el momento del clímax; sabe que un sutil corrimiento que suscite nuestra imaginación potencia la escena al infinito. Nada más incitante que lo sugerido, o apenas percibido.
Es recurrente la relación de Jorge Macchi con el cine -desde La flecha de Zenón (1992) y La canción del final (2001) hasta From Here to Eternity (2013)-, como así también su predilección por los hallazgos, las paradojas, las coincidencias y las relaciones impensadas. De ahí que no me sorprendiera demasiado que la sala elegida por el artista, supuestamente por sus características arquitectónicas, fuera la que alberga la colección de María Luisa Bemberg, una personalidad del universo del cine, universo ilusorio por excelencia, pleno de construcciones de sentido que, como en la obra de Macchi, apelan deliberadamente a la imaginación y la complicidad del espectador.
En su intervención, la irrupción de lo inesperado altera el orden habitual del Museo, específicamente de la sala 27, en la que habitan obras de maestros rioplatenses como Xul Solar, Pedro Figari, Rafael Barradas y Joaquín Torres García.
La cuestión en La noche de los museos -inquietante título que refiere a un tiempo desacostumbrado en ese tipo de sitios- es la luz, su percepción y su poder de codificación de las imágenes, que opera en la economía visual de Macchi para presentar lo visible como real.
Procedimiento recurrente en su obra, el extrañamiento radical de la mirada desacomoda nuestra percepción habitual. El artista nos propone su realidad como si de un estado alterado de conciencia se tratase, apelando a la contundencia de la dislocación de ciertos elementos mínimos.
La instalación posee algo de ficción cinematográfica: es una escena ya comenzada, e incluso, podríamos decir, concluida. Lo importante, lo que funda la trama y concede sentidos a los eventos que habrían tenido lugar en la sala, ya sucedió, y no hubo testigos. Los espectadores llegamos tarde y debemos contentarnos con las consecuencias del acto central. Como en las buenas películas, Macchi evita el momento del clímax; sabe que un sutil corrimiento que suscite nuestra imaginación potencia la escena al infinito. Nada más incitante que lo sugerido, o apenas percibido.
Es recurrente la relación de Jorge Macchi con el cine -desde La flecha de Zenón (1992) y La canción del final (2001) hasta From Here to Eternity (2013)-, como así también su predilección por los hallazgos, las paradojas, las coincidencias y las relaciones impensadas. De ahí que no me sorprendiera demasiado que la sala elegida por el artista, supuestamente por sus características arquitectónicas, fuera la que alberga la colección de María Luisa Bemberg, una personalidad del universo del cine, universo ilusorio por excelencia, pleno de construcciones de sentido que, como en la obra de Macchi, apelan deliberadamente a la imaginación y la complicidad del espectador.
Andrés Duprat
Director del Museo Nacional de Bellas Artes
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Sobre Jorge Macchi
Jorge Macchi nació en Buenos Aires, en 1963. Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes "Prilidiano Pueyrredón" y asistió al taller de Marino Santa María. Entre 1986 y 1987 formó parte del Grupo de la X. En 1998, participó del Taller de experimentación escénica de la Fundación Antorchas y, hasta 2005, se desempeñó como escenógrafo.
Realizó cuatro muestras monográficas: "Perspectiva", en MALBA (2016); "Espectrum", en CRAC Montbeliard, Francia (2015); "Music Stands Still", en el Museo de Arte Contemporáneo SMAK, en Gante, Bélgica (2011), y "Anatomía de la melancolía", en Santander Cultural de Porto Alegre, como parte de la Bienal del Mercosur (2007). También llevó adelante más de 25 exposiciones individuales en ciudades como Bogotá, México D.F, San Pablo y Madrid.
Participó de las bienales de Liverpool, Sydney, Lyon, Estambul, New Orleans, Yokohama, Praga, Estambul y La Habana, entre otras. En 2005, representó a la Argentina en la Bienal de Venecia.
Sus obras integran colecciones privadas y públicas. Algunas de ellas son: Museo Nacional de Bellas Artes; Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA); Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA); MoMA; Museo del Barrio, de Nueva York; Fondation Daros de Zúrich; Tate Modern de Londres; Muhka de Amberes; Musac de León, en España, y Musée National d’Art Moderne–Centre Georges Pompidou, de París.
Entre otras distinciones, recibió el Premio Banco de la Nación Argentina (2000) y la John Simon Guggenheim Memorial Foundation Fellowship (2001), por el proyecto "Buenos Aires Tour". En 2005, además, llevó a cabo una residencia en ArtPace, Texas, Estados Unidos.
www.bellasartes.gob.ar
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El color tiene una afinidad muy intensa con las emociones, sin embargo el color está cargado de información y es una de las experiencias más penetrantes que todos tenemos en común.
ResponderEliminarEl color tiene tres dimensiones que pueden definirse y medirse: el matiz, la saturación, que se refiere a la pureza de un color respecto al gris. Carece de complicaciones y es muy explícito.
La tercera y última dimensión del color es acromática. Se refiere al brillo que va de la luz a la oscuridad.
Muy lejos de figuras barrocas, se percibe un ritmo de formas y colores desplegando un abanico que podría tomarse como una escala.
En lo relativo a la escala, los resultados visuales son fluidos y nunca absolutos, pues están sometidos a muchas variables modificadoras. La escala suele utilizarse en planos y mapas.
Estamos ante una sintaxis de la imagen, donde se intenta un equilibrio.
Lo que uno ve es una parte fundamental de lo que uno sabe, y la alfabetidad visual puede ayudar a ver lo que vemos y a saber lo que sabemos-
Referencia: D.A.Dondis-Introducción al alfabeto visual,Editorial Gustavo Gil, Barcelona 1976