RAMÓN GÓMEZ CORNET, 1898 PROVINCIA DE SANTIAGO DEL ESTERO / 1964 BUENOS AIRES

Comentario sobreLa Urpila

Desde 1946 Ramón Gómez Cornet estaba viviendo y trabajando en Mendoza. Convocado por la Universidad de Cuyo como docente de pintura, había viajado con su esposa e  hijas desde Santiago del Estero, su provincia natal.
Ese mismo año el artista habría efectuado un grafito, que es uno de los bocetos de La Urpila.[1] Pero existe un segundo dibujo que titula Asombro [2], que si bien no está datado,  su composición se acerca a la de la obra final. Sin embargo estos trabajos preparatorios no serán los únicos antecedentes que nos permiten descubrir el camino hacia el cuadro definitivo, pues se conocen además dos fotografías -en gelatina de plata- de una niña catamarqueña de la localidad de Piedra Blanca que habría sido la modelo.[3] Desde pequeño tenía una cámara fotográfica que le permitía tener un material gráfico que, muchas veces, fue punto de partida de sus pinturas.[4] Se interesaba por fotos de la gente del campo, de Catamarca y Santiago del Estero, en sus propios ámbitos o en zonas urbanas. Así mujeres y niños de ropas raídas y miradas tristes, madres y hombres humildes de piel curtida, se convierten en los protagonistas de sus cuadros.
En  La Urpila, con la que obtiene el Premio Adquisición en el Salón Nacional de Artes Plásticas de 1946, muestra la austeridad de la pequeña y su entorno. El título de la pintura remite  a la palabra quechua “urpí”, la pequeña paloma o la torcacita. En el imaginario popular folklórico del noroeste argentino (Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja) es frecuente oír esta palabra incorporada a las letras de las canciones, o,  el nombre “urpilita” para dirigirse a alguien con cariño.[5]
Desde su vuelta a Santiago del Estero, su tierra natal, Gómez Cornet exploraba la figura humana porque le permitía transmitir la realidad difícil de su gente. Su obra se alineaba así  en el “retorno al orden”, donde la tradición era rescatada con un lenguaje renovado de la mano de artistas, que como él, regresaban de Europa después de haber presenciado las vanguardias históricas. Así lo manifestaba: “[…] Pero las circunstancias me llevaron más tarde al interior del país, a mi provincia natal, Santiago del Estero, y a las demás del Norte, por supuesto, allí se operó en mí una crisis de superación. Me hallé con un problema nuevo. ¿De qué me servían las especulaciones del conocimiento de los teóricos de los diversos ‘ismos’? Comencé de nuevo a recapitular; no podía expresarme con el mismo lenguaje plástico. Hombre de una tierra virgen como es América, me solicitaban problemas dispares a los de la cultura europea. Nacía en mí el deseo de redescubrirnos, auscultar el pulso de  nuestra propia existencia, saber lo que queríamos, a dónde íbamos”.[6]
Por delante de un muro de adobe, la niña  interpela al espectador con su mirada melancólica, profunda y triste. La figura de la niña está resuelta de manera sintética. La presenta vestida con ropa sencilla. El artista destaca especialmente su mirada, también sus manos que parecen caer a los lados del cuerpo casi sin fuerzas, sus pies ciertamente grandes. Resuelve la escena con pocos elementos. A un lado una  bolsa tejida conteniendo choclos y colgada de un poste. La acompaña un perro dormido, su amigo fiel. A sus pies y sobre la derecha una pequeña vasija de cerámica, elemento típico de muchos de sus dibujos y fotografías de niños. El cacharro es pequeño en relación con el que aparecía en el primer dibujo preparatorio mencionado. Así la cerámica se presenta aludiendo a algo típico de la cultura santiagueña.
Debemos señalar que Gómez Cornet, al igual que sus colegas Antonio Berni y Lino E. Spilimbergo, había mantenido vínculos con la asociación cultural La Brasa que se desarrolló entre 1925 y 1940 en Santiago del Estero. El grupo estaba conformado por escritores, músicos, pintores, antropólogos que trataron de desarrollar la cultura regional y darla a conocer. Algunos de sus miembros fueron Bernardo Canal Feijóo, Manuel Gómez Carrillo, Carlos Abregú Virreyra, los franceses Emilio y Duncan Wagner, quienes habían estudiado la cultura chaco-santiagueña en sus expediciones y colecciones arqueológicas.Patricia Corsani
www.bellasartes.gob.ar

Comentarios

  1. La civilización chaco santiagueña fue descubierta por los investigadores franceses radicados en Santiago del Estero, Emilio R. y Duncan L. Wagner, a la que denominaron el «Imperio de las llanuras». Habría existido muchos siglos antes de la llegada de los españoles y era una civilización mucho más avanzada que la que mostraban los indígenas de Santiago del Estero que los recibieron e incluso a la de otras tribus del Chaco.2

    Los descubrimientos arqueológicos de los hermanos Wagner fueron realizados principalmente en la zona del río Salado y consistieron en avenidas de construcciones tumuliformes limitando grandes represas para agua. Las excavaciones llevadas a cabo de esos montículos suministraron piezas de alfarería ricamente decoradas. Los túmulos medían hasta tres metros y se encontraban distantes los unos a los otros «a un tiro de flecha», lo que hace pensar que podían haber tenido fines defensivos.2

    Entre las conclusiones de los mismos, determinaron que los hombres de esa civilización eran de raza caucásica, tenían barba, nariz aguileña y sus ojos algo horizontales. Eran sedentarios, pastores, agricultores, tejedores habilidosos, alfareros y con una civilización avanzada. Vivieron originariamente sobre las márgenes de los ríos Dulce y Salado, pero luego se extendieron abarcando el territorio de otras provincias. Esta civilización habría existido antes de Cristo.2

    Los instrumentos musicales hallados, de hueso y arcilla, demuestran que se trataba de un pueblo que gustaba mucho de la música. Las fusaiolas encontradas testifican que las mujeres tejían sus finas telas de muchos colores. Los restos de los habitantes fueron encontrados en urnas funerarias. Según sus ritos mortuorios, a los muertos primero los colocaban bajo tierra (entierro primario), y una vez producido el descarne, los pasaban a las urnas para el entierro definitivo o secundario. Las urnas eran modeladas con perfección y decoradas suntuosamente, verdaderas obras maestras del arte cerámico.2

    Rendían culto a la divinidad trinitaria antropo-ornito-ofídica (hombre-pájaro-serpiente) y fabricaban estatuillas de barro de estas para la adoración.es.wikipedia.org

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