INCENDIO EN UN HOSPITAL EN EL MNBA EN ARGENTINA
Incendio de un hospital
Esta obra se consignó como Incendio en un hospital o en una ciudad, según se interpretó el edificio semioculto por el humo, cuya fachada está trazada con líneas oscuras sobre las pinceladas rojas de las llamas. En los primeros planos, el pintor planteó de modo abocetado un grupo de figuras y destacó la de una mujer que yace boca abajo sobre unas angarillas transportadas por dos hombres.
Una capa pictórica espesa cubre la superficie de la tela (1). Predominan los colores oscuros, que crean una atmósfera amenazante y contrastan dramáticamente con los rojos, amarillos y blancos. Hacia el centro, la capa pictórica se aligera y se resuelve finalmente con veloces aplicaciones de blancos y amarillos que sugieren el resplandor del fuego. En las figuras de los primeros planos, las aplicaciones de pigmento trabajado con espátula crean un efecto enérgico y dinámico.
Se relaciona con un tipo de producción goyesca que reúne pequeños cuadros de carácter independiente. Los primeros ejemplos están representados por un conjunto de once pinturas sobre hojalata que Francisco de Goya envió en 1794 a la Academia de Bellas Artes de San Fernando, acompañadas por una carta donde se refería a ellas como “[…] un juego de quadros de gabinete [que le habían permitido] hacer observaciones a que regularmente no dan lugar las obras encargadas y en que el capricho y la invención no tienen ensanches”. Para los estudiosos de Goya, representan el punto de partida de un nuevo género y de una inédita libertad creativa.
El Incendio comparte una historia común con tres pinturas de las mismas medidas que llegaron a Buenos Aires a fines del siglo XIX: Fiesta popular bajo un puente y Escena de guerra, actualmente en el MNBA (inv. 2561 y 6985) (2) y Procesión sorprendida por la lluvia (3), destruida en el incendio del Jockey Club en 1953.
Los primeros datos sobre estas obras fueron publicados por el conde de la Viñaza en 1887, quien las registró en la colección madrileña de Eustaquio López, vendida en 1866. En 1917, Aureliano de Beruete se refirió al pleito que se había suscitado en 1868 cuando Luis de Madrazo procuró venderlas y se cuestionó su autoría, siendo atribuidas entonces a Eugenio Lucas. A pedido de Madrazo, Mariano Goya, nieto del pintor, certificó que eran originales ya que cuando era niño había visto a su abuelo pintar uno de ellos –la Procesión– “[…] valiéndose, en vez de pinceles, de cañas finas, abiertas en su extremo”, en referencia al instrumento usado a modo de espátula para incidir en el espesor de la materia. Beruete agregaba que hacía años que al menos dos de estas obras habían pasado a la Argentina.
Según Juan Corradini (1965), en 1886 Miguel Cané, embajador argentino en España, compró, asesorado por el duque de Alba, seis cuadros de Goya, entre ellos el Incendio y Escena de guerra, además de Procesión de disciplinantes (4), encargados por Gabriel Larsen del Castaño; Fiesta popular, comprada por Parmenio T. Piñero, y dos cuadros adquiridos por el Jockey Club de Buenos Aires (5).
En 1907, Fiesta popular ingresó al Museo por el legado Piñero. Los tres restantes estuvieron en poder de la familia Ugarte, que los subastó en 1954, surgiendo entonces nuevamente dudas sobre la autoría. Fueron adquiridos por Horacio Acevedo con el propósito de destinarlos al MNBA, donde ingresaron en 1958 por donación de sus hermanos.
Poco después, José Gudiol estudió estas obras, a pedido del Museo, y confirmó la atribución a Goya. Se basó en el análisis estilístico y en la evidencia documental, que dedujo de la relación establecida por Xavier de Salas (1964) entre el inventario de los bienes de Goya redactado en 1812 a la muerte de su mujer, Josefa Bayeu, para la partición con su hijo Javier, y los cuadros marcados con una X y un número, que identificaban a los que habían correspondido a Javier. Para Gudiol, la letra X y el número 28 trazados con pintura blanca en el Incendio permitían identificar esta obra y las demás del grupo con los “cuatro cuadros de asuntos diversos”, tasados en sesenta reales, registrados en el inventario con el número 28. Esta relación introdujo un término post quem para la datación y los cuadros fueron fechados hacia 1808-1812.
Las dudas no desaparecieron. Rita de Angelis (1975) señaló que, sin el aval documental, estas obras difícilmente podrían incluirse en el corpus del maestro, por cuestiones estilísticas. Pierre Gassier y Juliet Wilson-Bareau (1974) expresaron reservas sobre la autoría, y subrayaron su técnica y estilo violentos, con empastes que recuerdan la manera adoptada a menudo por los imitadores de Goya.
En 1975, José Manuel Arnáiz volvió a atribuirlas a Eugenio Lucas. Señaló incongruencias estilísticas –debilidades en el dibujo y un concepto compositivo en las masas y los personajes que no coincidiría con los refinamientos goyescos– y se refirió a los problemas que plantea la procedencia de este tipo de cuadros en cuya salida al mercado intervino el nieto del pintor.
En 1991, José Manuel Cruz Valdovinos examinó las obras en el Museo y desestimó las dudas arrojadas por Arnáiz sobre la inscripción en el Incendio, refutó sus apreciaciones estilísticas y se pronunció a favor de mantener la autoría.
Posteriormente, nuevos estudios sobre el inventario de 1812 y el traslado de 1814, las dudas sobre el origen de muchos cuadros vendidos por Javier Goya después de la muerte de su padre, así como cuestiones relativas al estilo y a la técnica, volvieron a poner sobre el tapete la cuestión de la atribución de estas obras.
La consideración de estos problemas ubica al Incendio en el centro de una apasionante discusión planteada entre los especialistas con respecto a un grupo de pinturas de Goya que han sido objeto de intensos estudios en las últimas décadas. Teniendo en cuenta esta situación, mantenemos la atribución aunque sabemos que es necesario refinar los análisis para despejar las dudas surgidas con respecto a su autoría (6).María Cristina Serventi
Una capa pictórica espesa cubre la superficie de la tela (1). Predominan los colores oscuros, que crean una atmósfera amenazante y contrastan dramáticamente con los rojos, amarillos y blancos. Hacia el centro, la capa pictórica se aligera y se resuelve finalmente con veloces aplicaciones de blancos y amarillos que sugieren el resplandor del fuego. En las figuras de los primeros planos, las aplicaciones de pigmento trabajado con espátula crean un efecto enérgico y dinámico.
Se relaciona con un tipo de producción goyesca que reúne pequeños cuadros de carácter independiente. Los primeros ejemplos están representados por un conjunto de once pinturas sobre hojalata que Francisco de Goya envió en 1794 a la Academia de Bellas Artes de San Fernando, acompañadas por una carta donde se refería a ellas como “[…] un juego de quadros de gabinete [que le habían permitido] hacer observaciones a que regularmente no dan lugar las obras encargadas y en que el capricho y la invención no tienen ensanches”. Para los estudiosos de Goya, representan el punto de partida de un nuevo género y de una inédita libertad creativa.
El Incendio comparte una historia común con tres pinturas de las mismas medidas que llegaron a Buenos Aires a fines del siglo XIX: Fiesta popular bajo un puente y Escena de guerra, actualmente en el MNBA (inv. 2561 y 6985) (2) y Procesión sorprendida por la lluvia (3), destruida en el incendio del Jockey Club en 1953.
Los primeros datos sobre estas obras fueron publicados por el conde de la Viñaza en 1887, quien las registró en la colección madrileña de Eustaquio López, vendida en 1866. En 1917, Aureliano de Beruete se refirió al pleito que se había suscitado en 1868 cuando Luis de Madrazo procuró venderlas y se cuestionó su autoría, siendo atribuidas entonces a Eugenio Lucas. A pedido de Madrazo, Mariano Goya, nieto del pintor, certificó que eran originales ya que cuando era niño había visto a su abuelo pintar uno de ellos –la Procesión– “[…] valiéndose, en vez de pinceles, de cañas finas, abiertas en su extremo”, en referencia al instrumento usado a modo de espátula para incidir en el espesor de la materia. Beruete agregaba que hacía años que al menos dos de estas obras habían pasado a la Argentina.
Según Juan Corradini (1965), en 1886 Miguel Cané, embajador argentino en España, compró, asesorado por el duque de Alba, seis cuadros de Goya, entre ellos el Incendio y Escena de guerra, además de Procesión de disciplinantes (4), encargados por Gabriel Larsen del Castaño; Fiesta popular, comprada por Parmenio T. Piñero, y dos cuadros adquiridos por el Jockey Club de Buenos Aires (5).
En 1907, Fiesta popular ingresó al Museo por el legado Piñero. Los tres restantes estuvieron en poder de la familia Ugarte, que los subastó en 1954, surgiendo entonces nuevamente dudas sobre la autoría. Fueron adquiridos por Horacio Acevedo con el propósito de destinarlos al MNBA, donde ingresaron en 1958 por donación de sus hermanos.
Poco después, José Gudiol estudió estas obras, a pedido del Museo, y confirmó la atribución a Goya. Se basó en el análisis estilístico y en la evidencia documental, que dedujo de la relación establecida por Xavier de Salas (1964) entre el inventario de los bienes de Goya redactado en 1812 a la muerte de su mujer, Josefa Bayeu, para la partición con su hijo Javier, y los cuadros marcados con una X y un número, que identificaban a los que habían correspondido a Javier. Para Gudiol, la letra X y el número 28 trazados con pintura blanca en el Incendio permitían identificar esta obra y las demás del grupo con los “cuatro cuadros de asuntos diversos”, tasados en sesenta reales, registrados en el inventario con el número 28. Esta relación introdujo un término post quem para la datación y los cuadros fueron fechados hacia 1808-1812.
Las dudas no desaparecieron. Rita de Angelis (1975) señaló que, sin el aval documental, estas obras difícilmente podrían incluirse en el corpus del maestro, por cuestiones estilísticas. Pierre Gassier y Juliet Wilson-Bareau (1974) expresaron reservas sobre la autoría, y subrayaron su técnica y estilo violentos, con empastes que recuerdan la manera adoptada a menudo por los imitadores de Goya.
En 1975, José Manuel Arnáiz volvió a atribuirlas a Eugenio Lucas. Señaló incongruencias estilísticas –debilidades en el dibujo y un concepto compositivo en las masas y los personajes que no coincidiría con los refinamientos goyescos– y se refirió a los problemas que plantea la procedencia de este tipo de cuadros en cuya salida al mercado intervino el nieto del pintor.
En 1991, José Manuel Cruz Valdovinos examinó las obras en el Museo y desestimó las dudas arrojadas por Arnáiz sobre la inscripción en el Incendio, refutó sus apreciaciones estilísticas y se pronunció a favor de mantener la autoría.
Posteriormente, nuevos estudios sobre el inventario de 1812 y el traslado de 1814, las dudas sobre el origen de muchos cuadros vendidos por Javier Goya después de la muerte de su padre, así como cuestiones relativas al estilo y a la técnica, volvieron a poner sobre el tapete la cuestión de la atribución de estas obras.
La consideración de estos problemas ubica al Incendio en el centro de una apasionante discusión planteada entre los especialistas con respecto a un grupo de pinturas de Goya que han sido objeto de intensos estudios en las últimas décadas. Teniendo en cuenta esta situación, mantenemos la atribución aunque sabemos que es necesario refinar los análisis para despejar las dudas surgidas con respecto a su autoría (6).María Cristina Serventi
Goya ilustró también episodios que leía en los periódicos, como el de dos hombres viejos que se peleaban por la propiedad de una silla, el loco que se escapó del asilo y trató de asesinar a un sacerdote, los rivales que se mataron uno a otro en un duelo en la Allés de Segur después de una pelea acerca de una prostituta, o el campesino Juan Ramur, a quien le dio una recompensa de doscientos francos y una medalla de plata después de luchar con un oso, aunque en el cuadro de Goya la bravura del hombre se pone en entredicho, puesto que el oso no es de tamaño mayor que el de un perro y carece del menor asomo de agresividad.
ResponderEliminarDurante mucho tiempo se había concentrado a los locos en jaulas o cuartos con ventanas estrechas, donde, como una exhibición circense, eran expuestos con regularidad a la mofa pública. En 1802, hay una referencia a los visitantes que pagan dos céntimos para acudir a verlos, y sí resultan ser demasiado tranquilos los azotan para hacerlos más entretenidos.
Goya hizo una serie de dibujos de los locos de Burdeos en las cuales muestra las muchas facetas de la manía y la enajenación. Un dibujo titulado "Loco por Equivocación", puede referirse a un caso mencionado en los periódicos en 1825, en el cual un proceso legal contra el manicomio, donde había sido injustamente encerrado y tratado en contra de su voluntad-
Referencia:Julia Blackburn, El viejo Goya-